Unidad, censura y prehistoria
Alfonso Hernández Centeno
Para que exista unidad entre partes deben cumplirse dos condiciones básicas: debe haber intereses comunes y confianza. Si falta uno de esos dos elementos, entonces la unidad no es posible, y no se logrará simplemente demandándola o llenando de memes las redes sociales diciendo: «ustedes me representan».
Analicemos un poco el origen del problema de la unidad, hoy tan necesaria. En una ocasión Monseñor Báez dijo que, si bien la Alianza Cívica era imperfecta, con eso se había comenzado. En otra ocasión Monseñor Báez dijo a Alianza Cívica que escucharan al pueblo.
De tal manera que los miembros de Alianza Cívica sabían de su imperfección de origen y representación. Lo más apropiado que debió ocurrir hubiera sido que, con sinceridad ante el pueblo, se buscara como perfeccionar a Alianza Cívica resolviendo sus debilidades.
Hubieran seguido el consejo de Monseñor Báez de escuchar al pueblo, pero escucharlo de verdad, y no sólo lo que quisieran escuchar. No lo hicieron, ¿y si lo hicieron? no fue lo suficiente. Sucedió lo contrario; se apresuraron a sobre representar a los poderes fácticos y a los viejos personajes del sandinismo, que en la memoria colectiva nicaragüenses son asociados automáticamente a décadas de abusos y sufrimiento.
El tiempo ha pasado, pero no ha habido justicia, por ende, las heridas continúan abiertas, y para desdicha, este nuevo tiempo de martirio ha sido el momento propicio para que vuelva a aflorar la desconfianza y el rechazo a todo aquello asociado al suplicio y a los vejámenes por el que han hecho pasar al pueblo nicaragüense.
Los intelectuales engendrados por la revolución popular sandinista jamás hablaron de derechos humanos y democracia en la década de los 80. Esos temas jamás fueron abordados, aunque al igual que hoy, no hubo democracia y los derechos humanos fueron violados sistemáticamente hasta incluir crímenes de lesa humanidad.
Es por tales motivos que la gente que vivió los vejámenes de los ochentas, hoy duda de su sinceridad y ponen en tela de juicio sus afirmaciones. Es sumamente comprensible, y debemos de entender que la gente resienta verse representada en los que ayer fueron parte de un gobierno que les hizo daño. En lugar de condenarlos por su justificado rechazo, se les debería de comprender porque se les hizo daño.
Si el pueblo rechaza y resiente a estos viejos personajes del sandinismo, del liberalismo y la clase empresarial, no culpen al pueblo. Si verdaderamente aman a Nicaragua, entonces entiendan sus dolores y lamentos y tengan compasión de sus temores; el nuestro es un pueblo triste y angustiado.
Si el pueblo clama porque se aparten y sean reemplazados por personas no asociadas a un pasado de desdichas y sufrimiento, entonces escuchen al pueblo. Estos personajes ya tuvieron su tiempo y lo desaprovecharon. Ahora dejen que nuevas generaciones con el corazón y la mente sana tomen las riendas del futuro de Nicaragua.
Si analizamos el espectro político nicaragüense, tenemos que aceptar con honestidad que la mayoría de los nicaragüenses es antisandinista y anti izquierdista, producto de la negra experiencia de los 80 y del presente. No culpen al pueblo por el rechazo, resulta más honorable asumir con honestidad e hidalguía las consecuencias de sus acciones pasadas. A Nicaragua le fallaron y defraudaron sus esperanzas, ahora es tiempo de darle lugar a nuevos rostros para alimentar la confianza y fortalecer la unidad que tanto claman.
¿Por qué nos cuesta tanto unirnos? Simplemente porque existe demasiada desconfianza, y esa desconfianza se explica en base a las múltiples capas de vejaciones y sufrimiento que le han infligido al pueblo durante 40 años. Son capas tras capas de dolores de guerras, mentiras, desencantos, corrupción, promesas rotas y traiciones.
El tiempo ha pasado, pero el daño está allí sedimentado. Las similitudes de las circunstancias actuales han vuelto a estremecer nuestra memoria colectiva, haciendo que las viejas y nuevas heridas se junten y vuelvan a sangrar.
El daño causado a nuestra idiosincrasia es profundo. Poco queda del nicaragüense de Pablo Antonio Cuadra. En esencia, han dañado severamente el tejido social nicaragüense, que está perforado por todos lados, y para repararlo necesitaremos décadas.
No obstante, en medio de nuestra desventura, en el horizonte está asomando el perfil de un nicaragüense diferente. No sé si pudiera decir con propiedad que el nido donde se está incubando este nicaragüense sean las redes sociales, porque es allí donde este nicaragüense dice las cosas a quemarropa y le hace arrugar el rostro a las lumbreras.
Los eventos de abril del 2018 han sacudido profundamente los cimientos y el pensamiento de la sociedad nicaragüense, y como una onda expansiva, poco a poco se está propagando dentro y fuera de Nicaragua. Es de esperar que la vieja idiosincrasia en sus días de senectud ofrezca resistencia, pues ha estado empotrada por un par de siglos en nuestra sociedad.
Hay una fuerza vibrante y novedosa que está pujando por un verdadero cambio. Una onda expansiva que toca todos los territorios y cimbra los poderes fácticos y la idiosincrasia política y económica viciada, que se resiste a las puertas del ocaso. De esta onda expansiva no se escapan los intelectuales moldeados con el rigor sumiso de la revolución popular sandinista, acostumbrados a las deferencias que el estatus gratuitamente les concedió o a la infalibilidad que heredaron en sus genes de una época de intransigencia e imposición de verdades absolutas.
Esta onda expansiva de cambio tiene que dar un fruto novedoso; una nueva cosecha de hombres y mujeres pensantes que guiados por la razón lo cuestionen todo. Verdaderos intelectuales con integridad; en otras palabras, capaces de dejar un espacio para la duda, para aceptar la verdad aun cuando venga de un adversario; intelectuales con valor y decencia para aceptar públicamente que se equivocaron, y que con humildad están anuentes a enmendar y corregir.
Cuando se trata de buscar el bienestar común -el bien de la nación-, todos deberíamos participar en la búsqueda del error opinando, para luego extirparlo. Si por ego y orgullo insistimos obstinadamente en no escuchar y condenamos las opiniones de los demás caracterizándolas de divisionistas, nosotros no estamos beneficiando a nadie, en lugar de un servicio le estamos haciendo un mal a la nación.
Toda opinión bien intencionada debe ser escuchada, aunque esté errada, pues al no escucharla podríamos estarnos evitando conocer la verdad. La censura de una opinión es un mal al mundo, porque una opinión posiblemente podría salvarlo. Quien procura encontrar la verdad y el bien común debe darles siempre la bienvenida a las opiniones contrarias.
Solamente cuando se persigue con sinceridad el bienestar del pais, es que ser probados errados produce una gran satisfacción, pues eso abre las puertas para corregir el error y evitarle un daño a la nación. Con ese tipo de sinceridad el error no sobrevive y nos beneficiamos todos.
Por último, tomemos en cuenta las palabras de J. Stuart Mill:
“Lo que hay de particularmente malo en imponer silencio a la expresión de opiniones estriba en que supone un robo a la especie humana, a la posteridad y a la generación presente, a los que se apartan de esta opinión y a los que la sustentan, y quizá más. Si esta opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden lo que es un beneficio no menos grande: una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error”.