Valentía y valores democráticos (verdad y publicidad)
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
A falta de propuestas, y ante el espejo de su propia inoperancia, los propagandistas de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia han ido en busca de… una campaña publicitaria. Sería interesante conocer el objetivo oficial del proyecto: si rehacer su imagen, limpiarla, o sencillamente mantenerla viva en la mente de los nicaragüenses, a pesar de no estarlo mucho en la otra realidad, la de un campo de concentración llamado Nicaragua. Y es que de momento no hay, formalmente al menos, “diálogo” con el régimen; hay un hiato en el drama, producto de uno de esos tropezones que el miedo y la vanidad del tirano causan en el escenario. La Alianza aprovecha la pausa, no para esbozar rutas alternativas al derrocamiento de la dictadura—ese nunca fue su propósito–sino para promocionarse a sí misma. La forma en que lo hacen es, hay que decirlo, lastimosa y matrera, pero digna de examen.
“La Alianza me representa”
La campaña consiste en presentar las fotos de varios excarcelados, como el líder campesino Medardo Mairena, el joven Edwin Carcache y uno que otro miembro de la Alianza—como la abogada laboral Sandra Ramos–junto a la leyenda “La Alianza me representa, por…”.
Nadie puede culpar al publicista de vestir al cliente con sus mejores ropas: las sonrisas de personas que gozan de respeto entre partes muy considerables de la población. Lo que sí es evidente es el ardid: ni Medardo Mairena, ni Edwin Carcache, ni Sandra Ramos, ocupan posiciones de poder en la Alianza. Es más, parece ser que el líder campesino iba a ser excluido del grupo inicial, pero ingresó al encuentro con el tirano en mayo de 2018 gracias a la intervención casi fortuita de un grupo de estudiantes. Luego, estuvo en prisión, como Carcache, el tiempo que duró el conversatorio Alianza-Ortega.
Vale la pena recordar quiénes son los negociadores ‘titulares’ del grupo: Mario Arana, Chano Aguerri, José Pallais, Juan Sebastián Chamorro, Carlos Tünnermann, y Max Jerez. Ellos han sido la cara y la voz de la Alianza todos estos meses. ¿Por qué han quedado excluidos del material propagandístico, hasta la fecha, algunos de ellos? No creo que sea difícil responder. Imagínese usted el afiche: “La Alianza me representa, por Chano Aguerri”. Es decir, se trata de ocultar el rostro de Aguerri y otros miembros, muy desprestigiados, detrás de las máscaras frescas de figuras más limpias.
“Carlos Pellas me representa”
Surge entonces una pregunta: ¿Puede en justicia decirse que Medardo, Edwin, e incluso Sandra, “representan” a la Alianza verdaderamente? Es decir, ¿han tenido el poder de decisión? ¿Pueden atribuírsele a ellos las decisiones tomadas en los últimos 12 meses? Y una siguiente pregunta, mucho más importante–la pregunta política fundamental: ¿representa la Alianza genuinamente al movimiento democrático nacido de la rebelión de Abril?
Pienso que la respuesta a la primera interrogante es claramente “no”. Las voces que sobresalen en la Alianza son aquellas asociadas al viejo pacto entre el gran capital y la dictadura: Aguerri, Arana, Chamorro. Y si estas son las voces, la mente y el corazón de la Alianza contienen otras identidades: las del grupo de acaudalados propietarios que en junio decidieron reunirse con su socio de El Carmen y reiniciar la búsqueda de un “aterrizaje suave” para las élites. En otras palabras, la táctica de mercadeo de la Alianza sería más honesta si el afiche leyera “La Alianza me representa, por Carlos Pellas”. La respuesta de la segunda pregunta también es “no”.
“Medardo me representa”
Nada de esto quita legitimidad al sentimiento de quienes se consideran representados, por ejemplo, por Medardo Mairena. El problema es la manipulación de esos sentimientos por intereses que distan mucho de ser los de la lucha democrática. Me atrevo a decir, a salvo como estoy de las presiones económicas de los magnates, y de la necesidad de aplauso o puesto público (nunca he tenido ni lo último ni lo primero y creo poder sobrevivir sin ambos), que en lugar de “distan mucho de ser los de la lucha democrática” una descripción más exacta sería así de brutal: los intereses que hegemonizan la Alianza, los del gran capital, han sido (de esto no puede caber duda), y siguen siendo, parte del sistema dictatorial en Nicaragua. No, Ortega no es “el único enemigo”. Si lo fuera, probablemente ya hubiera sido derrocado, con la ayuda del gran capital.
Una lección importante
Aclaro: a mis ojos no necesariamente se diluye, por aceptar que sus imágenes aparezcan en la campaña publicitaria, la legitimidad de los excarcelados, ni la de Sandra Ramos. Ellos tienen derecho a su propio juicio ético y a su propio cálculo político.
Pero nosotros, como ciudadanos, tenemos el mismo derecho. Y en estos momentos críticos, practicar ese derecho con absoluta honestidad es imperativo.
En ese espíritu, propongo que extraigamos la siguiente lección: a nadie debe dársele, en virtud de su heroísmo, o por haber sufrido cárcel, un salvoconducto que lo proteja de la crítica. La apuesta de los publicistas de la Alianza es exactamente la contraria: al escoger a Medardo Mairena y Edwin Carcache para su propaganda, demuestran creer que los nicaragüenses seguimos atascados en un sistema de valores en el cual la valentía y el sacrificio otorgan una licencia especial. Grave error. Por más que la valentía y el sacrificio sean dignos de respeto, la madurez de nuestro juicio es lo único que nos puede proteger del desastre autoritario. Inglaterra no hizo dictador a Churchill, ni España a Felipe González; Washington no fue rey. La fe ciega como premio al coraje es un elemento del caudillismo. No más. Y que no se olvide: Daniel Ortega estuvo preso siete años.
Epílogo: desayuno en las redes
De madrugada garabateé este galimatías, y esperaba solo desalojar, comas aquí, puntos allá, los errores más atroces. Pero levantarse estos días a descubrir el mundo en las redes sociales es encontrar prueba de todo, para bien y para mal. Un ejercicio que siempre me hace recordar la frase de Borges: “todo encuentro casual es una cita”. En este caso, una cita textual: “Qué lindo Medardo. Lo que él diga y ordene estoy seguro que el pueblo y yo lo haremos”.
Muy mal vamos si esa mentalidad pervive. Esta es la fe ciega como premio al coraje de que hablé en la madrugada. Si está todavía aquí, no ha amanecido totalmente. Porque es muy fácil maldecir e insultar a la pareja genocida y sus adláteres. [¿Vieron qué fácil?] En general es muy fácil criticar al enemigo. Lo difícil es evitar que la simpatía que siembra un hombre bueno, o un líder valiente, germine en adulación, para que no sea autoritaria su cosecha. No se le hace un favor a la sociedad con ningún “Dirección Nacional ordene”—aunque la Dirección esté integrada por nueve ángeles, y no nueve forajidos. El poder corrompe; hay que mantenerlo a raya y bajo el fuego de la crítica desde muy temprano. ¿Quieren que Medardo siga siendo, para evocar el lenguaje del trino, “lindo”? Pues no lo alcen sobre un pedestal, no lo adulen, no hagan las cosas porque él “dice y ordena”. Consideren con el debido respeto sus propuestas, si piensan que su conducta lo hace digno de ser escuchado. Óiganlo, si quieren, si creen en su buena intención, con más cuidado que a otros. Pero ayuden a la causa que él defiende, la de la democracia, y hablen con libertad, sin miedo a disentir, a pensar, a criticar, a criticarlo todo, todo el tiempo, de frente y sin mojigaterías, con la mayor honestidad y de la forma más inteligente, informada y perseverante que puedan.