Vientos de odio, tempestades de tragedias
Enrique Sáenz
No podemos dejar pasar el momento sin manifestar nuestro repudio por la agresión de que fueron víctimas un grupo de opositores, ciudadanos y ciudadanas nicaragüenses, el pasado domingo, en Masaya. Por supuesto, debemos expresar también nuestra solidaridad a Verónica Chávez, a Miguel Mora y resto de miembros de la Coalición Nacional que sufrieron la agresión.
Por fortuna, no estamos lamentando hoy una víctima fatal más, a manos del régimen dictatorial, pero, más allá de esta circunstancia, es imperativo dejar señalados los siguientes hechos.
El primero, es que se trata de un acto cobarde. Una agresión a una mujer, indefensa. Una agresión con premeditación, alevosía y ventaja.
Lo segundo, es que se trata de un acto criminal. El delincuente, no lanzó la piedra a los pies, donde podía ocasionar daño, si es que quería causar daño. No lanzó la piedra al cuerpo, donde también podía lastimar. Lanzó la piedra a la cabeza, es decir, a matar.
Y es un acto de odio. Porque el criminal no respondió a ninguna agresión. No respondió a ninguna provocación. ¿Cómo podían provocar o agredir un grupo de ciudadanos desarmados participando en una actividad pacífica, legítima, en ejercicio del derecho elemental de reunirse?
Atentó contra la vida de un ser humano, indefenso, por odio. Ese es el sentimiento que les han inyectado.
¿Y de dónde viene esa cobardía? ¿De dónde viene ese odio? ¿De dónde viene esa determinación criminal? Basta recordar el discurso de Daniel Ortega del 15 de septiembre para constatar de dónde vienen esos actos de odio.
El odio que destilan los discursos de la mafia en el poder se transmiten a seguidores fanáticos quienes, al igual que los fascistas nazis, no tienen reparo en agredir, lesionar o matar a sus semejantes porque así lo ordena, así lo desea, el Führer nativo.
Se sienten además alentados a perpetrar estos actos criminales porque se sienten protegidos e impunes. Protegidos por la policía que dio una muestra más de su transformación en un instrumento de represión de las libertades y derechos ciudadanos y de protección de delincuentes. Se sienten impunes, porque ni la policía, ni órgano judicial alguno, se ocupan de estos atentados criminales.
El problema es que no se trata de un hecho casual, o aislado. El problema es que se sienten con el derecho a cometer estos crímenes.
La mayor desgracia es que estos actos de odio, a la postre, también siembran odio. Estas semillas de violencia, a la postre, también engendran violencia. Y estos vientos, terminan en cosecha de tempestades. Tempestades que estallan en tragedias. Tragedias que hemos padecido, una y otra vez, a lo largo de nuestra historia.
Este régimen no solo es la pobreza que está heredando, no solo es el saqueo de los recursos públicos que está heredando, no solo es la crisis socioeconómica, la quiebra de miles de empresas y su secuela de decenas de miles de desempleados, no solo es el desastre del sistema educativo; no solo es la destrucción de las instituciones y demás lacras que está heredando….la peor herencia son esas semillas de odio.
Para construir una nueva Nicaragua debemos derrotar al régimen dictatorial. Pero nuestra mayor victoria, la victoria más clamorosa que podemos alcanzar quienes anhelamos verdaderamente vivir en libertad, justicia y democracia, será evitar que germinen esas semillas de odio en el alma de pueblo. Nuestra victoria no será completa ni duradera si no logramos derrotar la campaña de odio que nos quiere imponer la mafia en el poder. Cierto que es difícil para un ciudadano que fue torturado. Cierto que es difícil para la familia de un asesinado o desaparecido. Cierto que es difícil para alguien que sufre las penurias del exilio. Cierto que es difícil para quienes padecen o han padecido prisión en las ergástulas del régimen.
Pero también es cierto que solo podremos construir patria si derrotamos al régimen en su empeño de emponzoñar y sembrar odio en nuestros corazones. Es una batalla difícil. Pero solo de esta manera, después de 200 años como país independiente, podremos construir una nación con paz, dignidad y prosperidad.