«Yo estaré con ustedes».

<<Obispos y sacerdotes arriesgaron su vida, aun bajo ataques de paramilitares a la población, para impedir un mayor derramamiento de sangre.>>

Desde la fundación de la Iglesia, nacida como sacramento de salvación del costado de Jesucristo, del que brotó sangre y agua, la misma, por su propia naturaleza, es la de una Iglesia perseguida, martirizada y crucificada. Razón por la cual, como atestigua las actas del Martirologio Romano y la Tradición de la Iglesia, las persecuciones de la Roma Imperial fue el inicio de la intolerancia y la barbarie contra la fe de los primeros cristianos. Un hecho que continuó en los siglos sucesivos del cristianismo católico, altamente golpeado por hechos como la Revolución Cristera en México, el asesinato de los jesuitas en El Salvador y de San Oscar Arnulfo Romero, y muchos otros santos más que han logrado la palma del martirio con cuya sangre hacen germinar más la fe de esta Iglesia Santa, Católica y Apostólica.

En Nicaragua, la persecución a la Iglesia Católica ha sido en dos etapas diferentes bajo un mismo color político (sandinismo). Tal como la describe Mario Alfaro Alvarado en su obra «Agonía en Rojo y Negro» revela las ignominias que vivieron los sacerdotes y obispos católicos: «Que busquen el testimonio del Cardenal Miguel Obando y Bravo, de los sufridos y vilipendiados Obispos nicaragüenses, de los sacerdotes perseguidos, amenazados, expulsados y denostados por la propaganda gobiernista». 

De igual forma, lo atestigua Sergio Ramírez Mercado en sus memorias de la Revolución «Adiós Muchachos» cuando describe perfectamente el costo político de haber declarado abiertamente la guerra a la Iglesia con el caso del cura Bismarck Carballo, la visita de San Juan Pablo II y de cómo este había logrado desnudar ante el mundo, la intolerancia de las masas sandinistas en una eucaristía y la sentencia a Ernesto Cardenal de parte del Papa por haber dejado el sacerdocio para incurrir como Ministro de Cultura, que le valió la «suspensión a divinis» junto con Miguel D´Escoto y Edgar Parrales, todos absueltos de las censuras canónicas por el Papa Francisco. 

Sin embargo, la falta de cultura política del sandinismo hizo que volviera arremeter contra la Iglesia a partir de las protestas de abril 2018, cuando Obispos y sacerdotes arriesgaron su vida, aun bajo ataques de paramilitares a la población, para impedir un mayor derramamiento de sangre. Asumieron el enorme desafío de ser mediadores y testigos en un Diálogo Nacional infructuoso, que a falta de voluntad gubernamental, tuvieron que suspender su rol cuando no cesaba la represión, la cárcel, la muerte y el dolor del pueblo nicaragüense. Mediadores, sí, pero más que eso, pastores con olor a pueblo. 

El golpe más duro a la iglesia nicaragüense fue el exilio forzado del Obispo Auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez (OCD), quien a petición del Sumo Pontífice tuvo que dejar Nicaragua para salvaguardar su vida y libertad. Todavía más doloroso, el atentado terrorista a la Arquidiócesis de Managua donde fue calcinada la imagen de la Sangre de Cristo, así como asedios y parroquia por cárcel al padre Edwin Román, Harving Padilla y la reciente persecución y hostigamiento al obispo Rolando Alvarez. 

Estas acciones son un signo de debilidad estatal, reflejan la incomodidad de la fuerza profética de los obispos y sacerdotes nicaragüenses. Quisieran, como muchas veces he dicho, una Iglesia enmudecida, encerrada, temerosa, aliada del poder. Pero lo que hoy existe y permanece es una Iglesia abierta y cercana al dolor del pueblo nicaragüense; pastores comprometidos en anunciar y denunciar, como profetas, como ministros consagrados, la realidad de un «pueblo crucificado» a manos de una dictadura que pretende arrebatarnos la fe con el hostigamiento, amenazas y asedios a nuestros pastores. 

Sin embargo, la Iglesia es consciente de su rol: la de anunciar el Evangelio al mundo, siguiendo el mandato de su Divino Esposo, a la luz de la Palabra, está llamada a vivir su labor pastoral y sacramental en medio de las hostilidades del mundo, pues, como dice su Maestro y Señor: «En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna».    (Mc. 10, 29-30). 

A ese respecto, el Papa Emérito Benedicto XVI en el contexto de la XLIV Jornada Mundial de la Paz, en su discurso «La libertad religiosa, camino para la paz» aseveraba que: «en la libertad religiosa se expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana». Es decir, que sin la misma no existe individuo, y, por tanto, no existe civilización. 

La Iglesia es profundamente conocedora de lo hostil del mundo, sin ella tampoco existiera civilización y los cimientos de la cultura, en específico, la profunda creencia del pueblo nicaragüense no se opaca, al contrario, cada vez más vemos pueblos y parroquias configurados con su  identidad local, con sus patronos y respaldando a los obispos y sacerdotes, para que, juntos como un solo cuerpo, «soportan todo: las persecuciones, las privaciones, las angustias» (2º Cor.  6, 4).

Por ello, no dejamos de orar incesantemente por nuestra Iglesia, por nuestros ministros, para que, fortalecidos en la fe, viviendo la caridad fraterna y con la esperanza de que el Señor permanezca con nosotros todos los días hasta el fin de mundo (Mt. 28, 20), permanezcamos confiados a la oración que el mismo Señor nos enseñó, diciendo: «adveniat Regnum Tuum». 

Manuel Sandoval Cruz. 

Escritor nicaragüense.

Manuel Sandoval Cruz
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El autor es articulista y reseñador.

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