Abril y ahora [Segunda parte]
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
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Diferencia entre orteguistas y orteguismo
A nadie sensato se le ocurre, luego de los 14 años de dictadura orteguista, y de la masacre de abril, que el desarrollo sostenible sea posible conviviendo con el orteguismo. De tal convivencia, lo único posible es una corrupción más generalizada.
Convivir con los orteguistas, convertidos en ciudadanos, no es problema. La gran mayoría de orteguistas (el 99 % de ellos) podrán vivir –desarmados- en una nación libre. El orteguismo no. Porque libertad y orteguismo son conceptos contrapuestos de la realidad. Pero el desarrollo del país en libertad puede absorber a los ciudadanos orteguistas, y llevarlos a evolucionar, políticamente, como ciudadanos individuales útiles.
El orteguismo no es una ideología, un programa, un sector social, ni siquiera es un partido o una corriente política. El orteguismo es un fenómeno de dominación burocrática parasitaria, de carácter mafioso, que no cumple ninguna función social en una sociedad que aspire a la modernidad. Simplemente, este fenómeno debe ser destruido por el sistema inmunológico de la sociedad.
De mala fe, quienes abogan abiertamente por Ortega, quieren simular que orteguistas y orteguismo sea la misma cosa. No es así, los orteguistas, sin orteguismo, dejan de ser orteguistas. Como un enfermo, al liberarse de la enfermedad deja de ser enfermo, sin perder su condición humana. Muchos orteguistas, hartos ya de incompetencia y de abuso, demandan que desaparezca el orteguismo. La implosión del régimen dictatorial corresponde a este proceso positivo que ocurre al interno del régimen.
La implosión inconclusa de 1990
Con la derrota electoral de 1990, el régimen sandinista implosionó, porque en este fenómeno el colapso interno ocurre cuando un elemento detonante fractura la voluntad y la cohesión interna, lo que hace evidente el agotamiento del modelo anacrónico, incapaz de revertir las condiciones críticas de la sociedad. El sandinismo, luego delas elecciones, perdió el control sobre los recursos de la nación, y colapsó en su esencia burocrática.
Por desgracia, en 1990, la implosión del sandinismo no encontró un sujeto social listo para emprender un rumbo de transformaciones democráticas, por lo que quedaron intactas las bases de la corrupción oligárquica, y el pacto interburocrático que amamantó al orteguismo desde el primer momento (cuando Ortega decía gobernar con asonadas, que fomentaban el caos, y cuando degradaba a la sociedad porque así encontraba el caldo de cultivo necesario para expandirse, mediante acuerdos, por las instituciones estatales).
Implosión o revolución en la coyuntura actual
El país se debate, ahora, de forma oscilante, entre una situación revolucionaria que madura visiblemente, en la que el pueblo insurrecto repentinamente ponga fin a la dictadura cada vez más anacrónica y asfixiante, y una implosión debido a la impotencia del régimen para hallarle salida a la crisis por las tensiones insolubles cada vez más concentradas en torno a los intereses particulares de la cúpula, acusada de crímenes de lesa humanidad.
Cuando la contradicción que define la situación política se estrecha tanto, que se ve decididamente definida, en forma crítica, en torno a la suerte personal del jefe de gobierno (por ejemplo, cuando la consigna retrograda se limita a proclamar que el komandante ze keda), los partidarios de este jefe, dado que agrava personalmente la crisis por su objetivo de permanecer en el poder, tienden a pasarse en cualquier momento al lado de la nación, precipitando la caída repentina de quien se asigna, con mano militar, los derechos del soberano. El fundamento del Derecho no es el pueblo, sino, el dictador.
Lo importante en la realidad compleja no es la suerte personal de algún caudillo en la cúspide del gobierno o en el vértice de quienes adversan al gobierno, sino, que es la salida posible de la crisis política (o de la crisis de gobernanza), que inadvertidamente, al verse taponeada, deja transparentar, como el pulso del corazón en las venas hinchadas a flor de piel, el autodesarrollo progresista de la realidad social conforme a leyes naturales. Lo que genera cambios en la conciencia ciudadana, en el sentido de superación de la crisis conforme a leyes políticas y sociales que coinciden con el proceso de autodesarrollo progresista de la realidad. Es decir, que la posibilidad que se impone como línea de acción colectiva encierra la síntesis de la contradicción, hacia una nueva sociedad cualitativamente más avanzada.
Cohabitación y entropía
La cohabitación, que una vez se conoció como “la Nicaragua posible” en artículos de un supuesto filósofo reaccionario, en este caso, es una aberración conceptual, que niega las bases materiales de la contradicción social (que se expresa en las luchas políticas necesarias e inevitables). Es como pretender que relaciones feudales, precapitalistas cohabiten con la presión aplastante de la economía mundial para que una sociedad atrasada avance hacia la modernidad, por vía del conocimiento científico y tecnológico que se difunde con nuevos medios de comunicación. El todo interviene espontáneamente (no a nivel consciente), desde las fronteras externas del sistema, en la adecuación consecuente de sus partes internas.
La política, como actividad consciente en la sociedad, que actúa en función de la realización de la realidad conflictiva, tiene por fin preanunciar la probabilidad inexorable de los cambios en la sociedad inscritos en las circunstancias concretas, que se expresan bajo la forma de consignas y de programas combativos (no de programas de gobierno). Porque la realidad se desarrolla mediante contradicciones y luchas sociales, no por cohabitaciones o por equilibrios que son manifestación de la entropía. La cohabitación es una tesis, necesariamente orteguista. Cohabitación y entropía son expresión de un mismo fenómeno de degradación social, es decir, de incapacidad creciente de generar trabajo.
Un estratega es aquel que traza, como objetivo, la solución a la crisis por un nuevo orden progresista de la sociedad. Un objetivo que se debe imponer con una alianza mayoritaria para luchar bajo la guía del sector social capaz de avanzar sus intereses en consonancia con el orden que, en tales circunstancias, liberaría de trabas la sociedad. Para avanzar, trabajosamente, hacia el desarrollo progresista. El programa que se requiere en la actualidad debe concentrarse en liberar de trabas a la sociedad, para que pueda emprender el desarrollo.
En momentos así, resulta extemporáneo escuchar el grito desesperado de convivencia. O el grito apagado de salida digna para el dictador.
La dignidad que cuenta es la de los luchadores por la libertad (que no usan su lucha para buscar puestos estatales como candidatos en las elecciones de Ortega). Una vez superada la dictadura orteguista, las elecciones adquieren distinto significado, si la sociedad avanza efectivamente a la modernidad.
La implosión de ayer y la de hoy
Metodológicamente, lo que corresponde analizar comparativamente es la dinámica de la implosión del sandinismo en 1990, con relación a la implosión en curso del orteguismo en la actualidad. Cargada, esta vez, de elementos que simultáneamente apuntan a una situación revolucionaria.
Obviamente, los políticos tradicionales, por su comportamiento, por sus intereses, su cultura, sus ideas y prejuicios miserables en torno a candidaturas por ocupar puestos estatales dan la sensación, al igual que antes de abril, que una movilización extraordinariamente combativa de las masas no pueda ocurrir. Por fortuna, ninguno de ellos o de sus corrientes, tienen el más mínimo respaldo de masas, ni antes ni ahora.
Esta vez se gesta espontáneamente una versión corregida y aumentada de la rebelión de abril, no de la implosión de 1990. Abril ha sido un ensayo revolucionario, inmaduro e inexperto, que la oposición tradicional deforma y castra de tal manera que por su medio no sería posible extraer ninguna enseñanza combativa para las próximas luchas. Sin embargo, las masas no suelen repetir errores. Y con buen juicio rechazan, en efecto, todas las variantes de la oposición tradicional.
Liberar la movilización de las masas
Algunos, ignorantes en política, piensan que son líderes, o que han sido escogidos, porque salen adelante en las encuestas.
Es una necedad pensar, desde la oposición –como se hace en el orteguismo- que en estas circunstancias el pueblo vote por personas, con ínfulas de caudillos, y que no distinga que el objetivo actual, en la coyuntura electoral, es abrirle espacio a la movilización combativa de las masas, con el fin de arrinconar a Ortega. Esta libertad de movilización es la condición esencial habilitante, no las reformas electorales (que no están mal –siempre que Ortega no pueda concederlas- como demanda absolutamente secundaria, para desvelar las características reaccionarias, antisociales, de Ortega).