Algunas notas sobre la realpolitik y “la excepción Nicaragua”

Francisco Larios
+ posts

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Para lograr algo en el mundo real hay que dejar de asumir que las potencias van a abandonar su cálculo de realpolitik y concebir la “excepción Nicaragua” para la moralidad política.

Algún descontento ha causado mi artículo sobre las declaraciones del Agregado Militar de Estados Unidos en Nicaragua [“¿De qué se sorprenden?”]. Que los clanes corruptos que aún conspiran para volver al “diálogo” con el tirano, y siguen mendigando la intervención del poder estadounidense para un “aterrizaje suave” reciban el ensayo con hostilidad no sorprende: nada es más peligroso para la manipulación y la mentira que la luz de los hechos.  El problema es que demasiados ciudadanos nicaragüenses, incluso luchadores honestos y democráticos, también han caído en lo que yo creo una trampa: trastocar esperanza por expectativa, sobreestimar las bondades del poder foráneo tanto como muchos subestimaron –o subestimamos–por largo tiempo la maldad y astucia del poder doméstico.  

Es hora de hacer una pausa y abrir los ojos, so pena de caer más hondo y más dolorosa y permanentemente. Lo esencial de la política es que se trata de un fenómeno humano: la lucha por conquistar, mantener y administrar el poder. Para los políticos que participan en esas luchas, el bien (de otros, especialmente de otras sociedades) es una consideración de segundo o tercer orden, a veces tangencial, o hasta desestimable, si sacrificarlo facilita la consecución del objetivo primordial. Esto es particularmente, descarnadamente, brutalmente cierto en las relaciones internacionales, donde los valores y la cultura de la sociedad, y su estructura de poder (aún del más democrático) terminan siendo limitaciones relativamente débiles para la actuación internacional de los gobiernos. Realpolitik, le dicen. Es triste, es cruel: es humano. Pero es el mundo real, y para lograr algo en el mundo real hay que dejar de asumir que las potencias van a abandonar su cálculo de realpolitik y concebir “la excepción Nicaragua” para la moralidad política. 

¿Quiere esto decirse que hay que abandonar la lucha diplomática? Por supuesto que no, pero hay que entender las motivaciones de los participantes para tener alguna probabilidad de incidir en su conducta. Nada ganamos con exigencias puramente morales, porque no es la moral pura la que mueve, ni a los individuos, ni [¡mucho menos!] a los Estados que custodian los intereses dominantes en una nación, trabajo que requiere constantes maniobras para mantener la cohesión social, y evitar, sobre todo, que los conflictos entre los diferentes grupos de poder lleven al caos.

¿Quiere decir que hay que abandonar el argumento moral, el que reclama coherencia con los valores que los individuos y estados proclaman? Por supuesto que no, porque el sistema de valores es real, tan real como la conciencia que—salvo en los psicópatas—puede a veces, hasta cierto punto y dependiendo de las circunstancias, crear algún cambio de comportamiento. Pero no debemos pecar de ingenuos; no podemos apostar [esperar] a que los políticos (especialmente los políticos de estados poderosos) pongan de lado sus primeros deberes, que como he dicho se traducen, cuando hay orden institucional, en política de estado, y dejen enfriar su almuerzo para atendernos. 

Insisto: hay que entender cuál es esa política de estado en Estados Unidos y Europa. Puede buscarse que cambie; de hecho, debe hacerse cuando convenga a nuestros intereses, pero a sabiendas de que el reto es mayúsculo dada nuestra irrelevancia, y a sabiendas de que tampoco es esa nuestra prioridad. Nuestra prioridad, y probablemente la única manera que tenemos de incidir sobre el comportamiento de potencias que creemos pueden apoyarnos, pero muestran reticencia, es cambiar la correlación de fuerzas frente a la dictadura.  

Enfatizo pueden, porque en la mente de muchos nicaragüenses la palabra de uso o preferida es deben. Y, no: no deben. Deberían, si el mundo fuera otro, si el ser humano fuera una criatura distinta. Pero no es así. Lo queramos o no, no es así. 

Por tanto, lo queramos o no, hace falta iniciativa, audacia e inteligencia, y mucho sacrificio, no quejas y dependencia de políticos extranjeros. Casi seguramente hará falta, porque el mundo es así, así de desdichado (y este es el crimen estructural que crea la tiranía y que han creado todos quienes han contribuido a construirla), dolor, sudor, sangre, sufrimiento, y muerte.  No porque esté bien, no porque lo merezca nuestra sufrida gente, sino porque el mal entronizado en el poder es un monstruo que no renuncia, que no se va voluntariamente, que sobrevive bajo la lógica del poder o la muerte. 

Nadie, mucho menos una potencia extranjera, hará por nosotros el trabajo.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios