Carta abierta al pueblo de Nicaragua
Irlanda Jerez
A un año del asesinato de Don Eddy Montes; el crimen sigue en la impunidad. Los recuerdos de la cárcel vienen a mi mente.
De don Eddy Montes escuché por primera vez en la celda cinco, en las palabras de varias presas políticas, luego al salir de la cárcel, tantos relatos de amigos, familiares, compañeros de celda y de una de sus hijas. He llegado a sentir que lo conocía desde hacía mucho tiempo.
Un gran ser humano, su sonrisa, su risa, una de las presas política me contó sonriendo, notándose el gran cariño que sentía por este gran varón, que se daba un aire a San Jerónimo. Al menos eso le parecía a ella, me dijo.
Contaron cómo don Eddy, con gran aplomo y seguridad, hablaba en la celda 38 de El Chipote, el valor que demostraba para resistir cada interrogatorio, y por qué se había involucrado en las protestas. Lo mucho que amaba a Nicaragua y que no iba a rendirse; también que su lucha era por los jóvenes.
Desde la cárcel La Esperanza, en la celda cinco, ese día jueves 16 de mayo del 2019, me levanté temprano, comencé con mi rutina diaria, tenía 303 días de estar presa.
Era mediodía cuando llegó una delegación del Comité de Cruz Roja Internacional (CICR), para darnos seguimiento y saber cómo estábamos, cómo nos trataban.
¿Qué podía haber cambiado? En la cárcel los días son lentos, un minuto parece una hora, una hora un día, un día una semana, una semana un mes y un mes un año.
Ese jueves 16 de mayo, recuerdo claramente el relato de cada una de las mujeres en la celda cinco. Éramos cinco presas políticas. En las palabras de cada una de ellas se escuchaba una mezcla de desesperación, angustia, exasperación, pues el día 13 de Mayo, los carceleros, habían usado nuevamente la fuerza brutal.
Cada una de ellas expuso el grave peligro que enfrentábamos y sobre todo hablaron de la grave situación que yo vivía y que temían por mi vida. Una de ellas dijo: «Sáquenla a ella -refiriéndose a mí-, aunque nosotras nos quedemos aquí. Lla van a matar, la tienen contra ella». La secundó su hermana y también una más.
Los delegados de CICR, con mucha calma y paciencia, escucharon. Hablé al final y les dije: «No esperen que haya un muerto… las cárceles de Nicaragua son centros de tortura y muerte, mi vida está a disposición de esta causa. Sáquenlos a todos y déjenme a mí”. Aún recuerdo la mirada de uno de los delegados, y la angustia de mis hermanas de celda. Se despidieron y los vimos irse.
Horas más tarde, a eso de las cinco aproximadamente, desde el pabellón número cuatro, las presas comunes hacían señas, en lenguaje de manos nos comunicaban que habían asesinado a un preso político en La Modelo. Mi piel se erizó por completo, hubo un momento de parálisis, el viento se detuvo, recordé las palabras que horas antes había dicho a los delegados de CICR, empecé a orar y a pedir a Dios.
Las horas parecían eternas y la noche fue inmensamente larga. Hicimos oración y vigilia. Pasaron grupos de carceleros varones y mujeres por nuestra celda con armas, intimidando, se percibía el aire pesado y la noche oscura, negra, muy negra, y me imaginé a la muerte caminando. Fue una de esas noches que no quieres que sean parte de tu vida.
Al día siguiente, 17 de mayo, tuvimos visita, nuestra familia nos contó la trágica noticia: que habían asesinado a don Eddy Montes, y recuerdo aún como hoy, mi voz ronca a todo pulmón «¡Eddy Montes, presente!…» Un grito repetido muchas veces, en medio de la visita familiar. Ese día también vimos la muerte de cerca y la Gloria de Dios.
El lunes 20 de Mayo, tres de las presas políticas tuvimos visita conyugal. Había escrito una carta por el asesinato de don Eddy Montes, a la que se sumaron mis hermanas de celda, tengo que decir que la saqué escondida.
A todo mi amado pueblo nicaragüense les digo: nuestra promesa sigue vigente y más intensa que nunca: ¡LIBERTAD, JUSTICIA y DEMOCRACIA!
¡Eddy Montes, PRESENTE!
¡Libertador, estás con Dios!