Ceremonia en el infierno
Ceremonia en el infierno
A la auténtica memoria de Henry Kissinger
Hoy llegó
quien tanto hemos esperado.
Hicimos voluntariamente el trabajo de estar
para aguardarte,
asegurarnos de tu segunda y final definitiva muerte
entre estas llamas
sin napalm
sin criaturas desnudas que
quieren huir
de su piel que arde;
buscan que enfríe el tormento algún abrazo,
pero solo la cámara
del fotógrafo
se abre ante ellas
el fotógrafo y su lente, mortalmente herido;
la botella de whiskey y la pipa del crack
abre ya
la tumba
del amor nostálgico que espera;
la casita de white picket fences en
Wyoming ya está llena de moho y suciedad;
también Mary Jo muere
ante la niña que entra
insospechada en su desgracia
muere su sweetheart
su galán lejanamente
una muerte de ambos
una muerte de tres,
desolla
la piel del regreso.
Por eso ha valido la pena esperarte en este pozo ardiente
que excavaste con tu mano regordeta hundida hasta el fondo
de un memorando con la más orgullosa táctica extractiva:
“Extiéndase la guerra”.
Y así,
dijiste unos meses más que tenías un plan para acabarla;
un plan secreto;
una milagrosa estratagema hacia la paz.
y hacia el premio del mundo que admiraba tu hazaña,
hacia la recompensa de los dueños del mundo,
por salvar su mundo:
héroe de la libertad, sabio de la realpolitik.
Maestro del napalm.
También estamos aquí
por Victor Jara,
por los cuerpos que caen desde aviones ruidosos sobre el mar
a lo lejos la costa y más allá de la costa la cordillera,
blanca como una nebulosa,
como un día de novias y limpiezas;
caen los cuerpos con los ojos semiabiertos;
quedan las noches semiabiertas al horror;
quedan las noches vacías de las madres que ven
en medio de sus noches los ojos semiabiertos
de sus hijos que caen
y nunca terminan de caer;
quedan los vientres robados y las cuencas vacías
de los jóvenes sueños
y los viejos endurecidos por la esperanza
que morirán atados a la espera.
Y la paz que perdió, por tu mano,
la inocencia.
Tu mano talló la paz
como un cálculo más
de la guerra,
para usar más productivamente el mármol de los muertos anónimos.
Aquí en el fuego ardemos jubilosos.
El secreto está en el centro de la llama.
La voluntad es el fuego.
Con fantasmas, bombos y platillos,
huesos rotos,
calaveras,
barriles llenos de
pólvora y sangre,
de baúles cargados de medallas.
Tu gloria entre gloriosos:
“el poder es un gran afrodisíaco”—dijiste.
Eros y Marte, cómplices, aliados.
¿Para qué preguntar por la vida, si ya es muerte?
¿De qué pulmón arrancan las fanfarrias?
Estás ya aquí;
eso es lo que cuenta
Podemos ya destripar
los relojes.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
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