Colombia: Cambiamos las balas por cacerolas
Juan Pablo Salas, El Opinón
A pesar de los esfuerzos de algunos que pretenden regresarnos al pasado de la guerra, los colombianos seguimos diciéndole un repetido “sí” a la paz. La más reciente demostración de ese deseo se ha venido presentando durante los varios días de activismo popular en el Paro Nacional que se convocó el 21 de noviembre y que se ha prolongado en cacerolazos, manifestaciones y fiestas en los días siguientes.
Es cierto -no vamos a mentirnos- que ha habido incidentes trágicos lamentables, muertes, como la el joven Dylan Cruz, quien se ha convertido en una especie de símbolo del paro. También ha habido muchos heridos graves y menores, detenidos y algunos saqueos e incidentes de violencia. Sin embargo, considerando nuestra historia reciente y la tradición violenta de nuestro país, podemos decir que podría haber sido mucho peor y no lo ha sido. Claro que para la familia de Dylan no podría ser peor, pero ellos mismos afirman hoy que esperan que su caso sea un «detonante para la paz».
En ese dramático estilo de los periodistas de hoy, podemos afirmar que este Paro Nacional ha sido histórico de varias maneras: fue convocado por líderes cívicos, culturales, sociales y sindicales y no por un aparato político de izquierda ni de derecha; por lo mismo, ha conseguido convocar a una coalición dispersa pero enfocada, proveniente de un amplio espectro de representaciones e ideologías, incluso de la ausencia de ideología; no cabe duda de que el paro ha sido masivo, generalizado, popular y esencialmente no-violento; también es cierto que, a pesar de ser visible y ruidoso, el paro no ha conseguido atravesar los tapones de sordera del régimen, por lo que se ha hecho claro que al presidente Iván Duque y sus aliados políticos no los han impresionado los gritos, los carteles y el batir de cacerolas, dando muestras de un grado supremo de indolencia muy propio del uribismo que se sigue creyendo imbatible a pesar de la hilera de derrotas que ha venido recibiendo en años recientes.
A pesar del pésimo oído musical del presidente Duque al igual que la sordera de algunos de los principales dirigentes de la izquierda vernácula que sueñan con derrocar de esta manera al presidente, hay otros elementos a resaltar, algunos de ellos de inefable trascendencia.
Uno de los protagonistas nacionales, el expresidente Alvaro Uribe, considerado hoy por una clara mayoría como el villano superior, ha visto su estrella palidecer. Su obsesión con la guerrilla de las Farc, cuya existencia sustentaba la suya propia, al pasar al panorama político gracias a los Acuerdos de La Habana, le ha dejado sin piso y sin un odio palpable excepto entre sus más acérrimos seguidores. Esto ha hecho que la “mano dura” de su eslogan se sostenga apretando con fuerza el “corazón grande”, exprimiendo de él cualquier residuo de compasión, si es que alguna vez tuvo alguna.
En otras palabras: ahora que no se le puede echar a las Farc la culpa de todas nuestras desgracias, sus peores defectos se han rápidamente tornado en aquello que las mayorías repudian. De ahí que, a pesar de que si pupilo Iván Duque es el presidente en ejercicio, la mayoría de las consignas en las calles siguen teniéndolo a él como su destinatario.
La hilera de sus derrotas que nos ha traído a este punto no es corta. Sus intentos por destruir los Acuerdos de La Habana han fracasado en las Cortes, en el Congreso y en la calle. Por otro lado, una demanda judicial contra uno de sus más odiados enemigos se ha tornado en su contra y hoy es él quien está siendo juzgado por la Corte Suprema. En las elecciones regionales del pasado octubre a su partido le fue tan mal, que esa misma noche lo admitió en un (otra vez histórico) trino por Twitter.
Y, es que, ¡como no! La mujer que quiso eliminar políticamente el año pasado, Claudia López, al sabotearle descaradamente la Consulta Popular Anticorrupción que ella ayudó a convocar, acabó elegida como la primera alcaldesa de Bogotá, considerado el segundo puesto en importancia en el país. Y, no solo eso: su propio candidato, el joven Turbay Uribe quedó de cuarto en la votación, por detrás de Holland Morris, el delfín de su némesis Gustavo Petro. A eso se suma que la capital de Medellín, su tradicional tolda política, y la gobernación de Antioquia, el departamento donde tiene su inmensa finca “El ubérrimo”, también votaron en su contra.
Es que los colombianos vienen dando una serie de demostraciones políticas que los alejan cada vez más de los extremos y los va concentrando masivamente en el centro del espectro a través de pactos sobre propósitos concretos como los Acuerdos de paz o las candidaturas cívicas para derrotar a los políticos corruptos.
Es ese camino el que nos ha traído a este prolongado y cívico Paro Nacional que no ha podido ser cooptado ni arrebatado por ninguno de los políticos. Es ese camino el que nos ha traído a esta lucha en la que la solidaridad con el vecino caracteriza cada jornada a pesar de las diferencias. Es el camino que nos ha traído a esta claridad respecto a quiénes son los culpables de la crisis económica, social y política representada en la desigualdad de ingresos y de representación: los corruptos, los lobos con piel de cordero, los violentas de toda pelambre y los que carecen de empatía y sensibilidad.
La única respuesta relativamente positiva de parte del gobierno de Iván Duque ha sido proponer una Conversación Nacional cuyas características aún no han sido expuestas excepto que se supone que todos podremos participar en él a través de internet. Suponemos que dicha conversación se dará a través de las redes sociales pero, a juzgar por el actual estado de esa conversación que hemos venido teniendo y que nos ha polarizado hasta el hartazgo, no parece tener un destino muy prometedor.
Irónicamente, dicha Conversación Nacional es prácticamente la misma propuesta de Gran Diálogo Nacional que en 1982 lanzara el líder del M-19, Jaime Bateman Cayón y que fue la propuesta política de dicho movimiento hasta su disolución.
Veremos si el gobierno sigue ignorando a los líderes cívicos y naturales de la reciente propuesta de paro nacional a quienes ni siquiera les ha dedicado un segundo. Él ha preferido conversar con líderes políticos y para ello llamó a alcaldes y gobernadores electos para comenzar. Varios de ellos le han hecho saber que no se creen los interlocutores de los manifestantes, pero hay que ver si la cera que tapa sus oídos se ha despejado para cuando se lo digan de frente.
[El 25 de noviembre el presidente convocó, por fin, a los líderes del paro. Habrá que actualizar esta nota cuando se conozcan los resultados de dicho encuentro.]
Mientras tanto, algunas voces se elevan una vez más con la perenne propuesta de aprovechar la coyuntura para convocar a una Asamblea Constituyente, pero por fortuna semejante locura ha sido rápidamente rechazada por mucha gente que es consciente de que darle al uribismo la posibilidad de convocarla estando en el poder sería un desastre nacional, este sí de proporciones históricas.
También se ha intentado quitar legitimidad al paro nacional asegurando desde el uribismo que se trata de un plan siniestro elaborado y promovido por el Foro de São Paulo, algo que a la larga ha terminado convertido en un chiste nacional y fuente de innumerables memes. De esta manera el gobierno y sus aliados desconocen las exigencias de los manifestantes y los reducen a ellos a una masa informe de gente fácilmente manipulable. La culpa también se la han echado a Nicolás Maduro quien, según ellos, tendría más poder que todos los servicios de inteligencia de la CÍA y del continente. Y, más grave aún, han ayudado a promover la xenofobia contra el venezolano refugiado a quien acusan de ser el vándalo y el agente secreto del madurismo. En esto último, desafortunadamente la opinión ha calado más allá de las huestes gobiernistas y se ha extendido entre muchos colombianos que buscan culpables y encuentran una excusa en el malandro que llegó entre los inmigrantes mayoritariamente de bien.
Entretanto, los cacerolazos no han cesado e incluso hoy, mientras escribo estas notas, se siguen presentando. Los ciudadanos siguen dando muestras de un comportamiento más civilizado que el de las autoridades, y enfrentan a las fuerzas policiales del ESMAD solo cuando estas les agreden.
Esto a pesar de que durante las dos primeras noches se desarrolló, en Cali primero y después en Bogotá, una estudiada y muy bien preparada campaña de terror que mantuvo a miles de personas angustiadas armadas con palos de escobas, bates de béisbol y lo que encontraron a mano, para defenderse de vándalos fantasma que jamás ingresaron a sus conjuntos residenciales. Este será, sin duda, uno de los primeros puntos de cualquier Agenda de Conversación que se quiera elaborar: la revelación de quiénes fueron los agentes que provocaron esa ola de terror y quiénes son sus jefes políticos.
Finalmente, después de este recorrido a través de los recientes eventos de Colombia, con aún más razón el autor de estas letras se siente esperanzado de que el curso de los acontecimientos seguirá llevando, a través de los tropiezos, a que los colombianos sigan alejándose de los extremos, aprendiendo a ignorar a los líderes mesiánicos y a construir para sus descendientes una democracia madura y respetuosa y dejar en sus manos un país en paz.