Colombia: Un sol antiuribista se asoma

<<Colombia podrá girar un poco a la izquierda con reformas sociales para atender a los más necesitados. Quizás se avance en temas de protección de ambiente, se consolide el proceso de paz, se dé comienzo a una verdadera reforma agraria que disuelva algunos de los latifundios en manos del narcotráfico y se comiencen a ver las primeras estaciones de metro en Bogotá, entre otras. Sin embargo, Colombia no dejará de ser aliado estratégico de Estados Unidos ni dejará de ser un país con una fuerte derecha. Y, por supuesto, habrá que ver qué sucede con los paramilitares así como el ELN, las disidencias de las Farc y la Segunda Marquetalia, que seguramente pasarán a ser la oposición armada de la ultraderecha y de la izquierda más rancia.>>

Ha sido un camino escabroso y lleno de muerte, desapariciones y muchas dificultades, pero, al fin el futuro de Colombia se dibuja antiuribista. Ese no es pequeño logro. Incluso haber derrotado ya en las elecciones al Congreso a esa fuerza política funesta ha sido un éxito de proporciones verdaderamente históricas.

La odisea que ha vivido el pueblo colombiano para llegar a este punto se cuenta en cientos de miles de muertos, billones y billones de dineros esquilmados al público, un creciente fenómeno narcoparamilitar y una cultura de la corrupción que parece mancharlo todo. Es que en Colombia el poder ha estado en manos de la misma élite que se auto elige y cuya única oposición había sido tradicionalmente ejercida a través de las armas, hasta que dicha oposición en forma de guerrillas de distinto signo político de izquierda se fue pervirtiendo por acción de la misma corrupción del narcotráfico y la vida fácil, desperdiciando más de cinco décadas de potenciales transformaciones.

Los sueños en Colombia –país de soñadores por excelencia—estaban en suspenso, hipotecados a los poderosos, sus acólitos y beneficiarios, y a una oposición armada radicalizada que se corrompió y (por fortuna) no consiguió vencer sus propias contradicciones.

Que a la distancia de dos meses se asome el despuntar de un sol de cambio parece un milagro. Y, no me refiero al sujeto que podría ganar, Gustavo Petro, porque sé que, como todos los sujetos políticos, estará lleno de contradicciones, cometerá innumerables errores, tiene el potencial de defraudarnos e, igualmente, podría ser extraordinario. No, el sol al que me refiero no es él ni el partido o coalición que lo podrían impulsar a la máxima magistratura. Me refiero al sol de todos los colombianos que por fin –¡Por fin!—tenemos delante de nosotros un verdadero experimento democrático como debe ser, y eso hay que celebrarlo a raudales.

Nunca en la historia del país se había presentado la oportunidad de un cambio de signo político, del reemplazo de una élite por otra, la sucesión de una forma de pensamiento por otra, sin que esto represente violencia, muerte y desolación. Por primera vez los colombianos nos acercamos a un mundo desconocido, posible hasta ahora solo en nuestras imaginaciones, y todo ello a través de esa arcaica herramienta de la democracia que ha sido puesto a prueba a fondo: el voto.

<<Se iban a robar las elecciones y no lo lograron.>>

En el momento que se escribe esta nota, los resultados de las elecciones al Senado están todavía en ciernes y sus resultados han venido variando. Y, no por poco, sino por inmensas cantidades de votos que en el preconteo rápido habían quedado extraviados en una estratagema de la Registraduría que diseñó los documentos y formularios con trampas, complicaciones y herramientas apropiadas para el fraude. Sin embargo, como la experiencia electoral del país ha sido la de acabar esquilmados por la afeitadora del poder, esta vez había un verdadero ejército de observadores, abogados, jueces, fiscalizadores populares y otros seres de poderes elementales que permitieron detener el posible robo electoral y consiguieron darlo vuelta.

Las explicaciones técnicas de la debacle de la Registraduría no son la materia de este artículo. Es fácil encontrar en internet artículos y declaraciones que explican cómo se habían dejado de contar los votos de una cuarta parte de las mesas de votación, arrebatando al principal partido de oposición más de 500.000 votos, equivalentes a entre cuatro y seis curules en el Senado, posiblemente más.

Se iban a robar las elecciones y no lo lograron.

Pero, más importante todavía: el país no estalló en mil pedazos. No hubo necesidad. Quizás se debió a la confusión, a que los datos fueron surgiendo a cuentagotas y la gente, incluso los corruptos de siempre, comenzaron a comprender que algo no estaba roto pero que podía recomponerse. Quizás fue la mesura con la que Petro y sus seguidores realizaron la denuncia y fueron presentando a través de las redes sociales y en declaraciones a los medios las pruebas que demostraron, sin lugar a dudas, que los resultados del domingo 13 debían cambiar. En todo caso, el país ha esperado paciente a que se realicen los escrutinios y vaya recobrándose la verdad.

El conteo ha venido avanzando de manera contundente y el gran beneficiado ha sido el Pacto Histórico de Petro. Los damnificados, como es obvio, han sido el Centro Democrático de Uribe y los viejos partidos tradicionales como los conservadores.

<<Lo que está claro es que estas seguirán siendo unas elecciones ToConPé: Todos Contra Petro. Porque el candidato de esa izquierda moderada que él representa (algo que para la godarria tradicional equivale a un comunismo de extrema izquierda, pero ese es su vicio, no el nuestro), tiene muchas posibilidades de ganar. Cualquiera de sus opositores tendrá que aterrorizar a los colombianos, sacar un as de la manga… o cometer fraude.>>

Es muy probable que, a pesar de todo, las fuerzas de Petro no alcancen a ser mayoría en el Senado ni en la Cámara. Esto es algo que yo veo con buenos ojos, pues son el reaseguro que requiere la democracia para evitar el unanimismo y que caigamos en los mismos vicios de la élite uribista. Una robusta oposición legal –e incluso legítima—es sana para la democracia. Eso es lo que no ha sido posible en Colombia.

Ahora hay que seguir avanzando hasta la primera vuelta presidencial el 29 de mayo, fecha en la que los votantes regresaremos a las urnas, esta vez con más ímpetu, a decidir quién debe llevar las riendas del gobierno. Como van las cosas, es muy probable que Petro gane ese día y gobernará por cuatro años, si las reglas del juego se respetan. Al cabo de ese tiempo, los colombianos esperamos poder volver a votar para refrendar o retirar el favor a quienes hayan gobernado hasta entonces. Porque de eso se trata el serio juego de la democracia.

Después de meses de incertidumbre y una larga lista de candidatos, el tablero hoy está un poco más limpio. Los colombianos nos hemos ido decantando y hemos escogido entre las distintas vertientes. Lo que está claro es que estas seguirán siendo unas elecciones ToConPé: Todos Contra Petro. Porque el candidato de esa izquierda moderada que él representa (algo que para la godarria tradicional equivale a un comunismo de extrema izquierda, pero ese es su vicio, no el nuestro), tiene muchas posibilidades de ganar. Cualquiera de sus opositores tendrá que aterrorizar a los colombianos, sacar un as de la manga… o cometer fraude.

Varios candidatos y candidatas se la están jugando a fondo, pero ninguno de ellos tiene la sustancia, el conocimiento y la capacidad de debate que posee Gustavo Petro, quien se ha fogueado durante décadas en toda clase de tribunas y ha estudiado juicioso los problemas del país y algunas posibles soluciones.

Entre los demás candidatos resaltan Federico “Fico” Gutiérrez, quien ha sido ungido de antemano como “el candidato de Uribe”, ex gobernador de Antioquia y dicharachero insustancial; Sergio Fajardo, el profesor de matemáticas y encantador de ballenas que se la juega una vez más como el supuesto concentrador del voto de centro pero que no consigue mantener su disciplina, no se prepara para debatir y ha visto disminuir su carisma quizás por el desencanto de saber que va a perder; Íngrid Betancourt, la ex rehén de las Farc que regresó de Francia a revivir su partido Oxígeno Verde y ha dejado ver sus sombras y su desconocimiento del país; el ingeniero Rodolfo Hernández, empresario ex alcalde de Bucaramanga que llega como el outsider y parecía traer un gran impulso que se fue desvaneciendo por sus arranques de mal humor y grabaciones de situaciones escabrosas que incluyen amenazas de muerte a un contradictor e invocaciones a Hitler. Hay otros candidatos, pero creo que no soy injusto si digo que entre estos está “el que es”.

Todos ellos tienen un común denominador: esperan descubrir cómo cuernos van a derrotar a Petro. Y tiene tan poca sustancia, que en el más reciente debate el ganador fue, una vez más, Petro. Y, eso que él no estuvo presente. Durante dos horas los demás candidatos se pelearon y atacaron entre sí, pero cada uno dedicó más minutos a hablar en contra de Petro que a exponer sus propias ideas. Hasta los moderadores se vieron en la obligación de hablar del ausente como para sumarle algo de contenido al debate que acabó como el de menos audiencia en toda la campaña.

Los oponentes seguirán buscando resolver su dilema, pero no se ve que alguno de ellos atraiga suficientes votos de esa masa anti petrista que ansía encontrar una respuesta antes de subirse a un avión y escapar a Miami. De hecho, ese éxodo de fortunas y afortunados ya se está dando desde hace meses, pues la clase que ha dominado al país lo ha descuadernado y asaltado con absoluta impunidad, sabe que su tiempo se está acabando. Es triste ver la salida de esos capitales humanos y económicos, es verdad, y eso hará un daño tremendo a la economía, pero su permanencia en el poder sería más grave que su ausencia. Como le decía hoy a una abogada uribista con quien discutía por Facebook, por supuesto que algunas de esas fortunas que escapan son honestas.

Como las personas me conocen como analista u opinador político (usted decida el calificativo), me consultan angustiadas: “¿Qué debo hacer? Tengo miedo de que gane Petro. ¿Por quién me recomienda votar?”. Mi respuesta los sorprende, pues esperan que yo les diga que la mejor alternativa es fulano o mengana. Sin embargo, hoy no creo que exista una alternativa sólida. Pienso que hace cuatro años el país ya había elegido a Gustavo Petro y no le dejaron gobernar y nos metieron al mediocre desconocido que ordenó Uribe, Iván Duque. Petro y su gente denunciaron que en esa ocasión se realizó fraude, pero no hubo la coordinación necesaria para demostrarlo y por eso el país estuvo dos veces a punto de irse barranca abajo en estallidos sociales que hicieron manifiesto el descontento.

Mi respuesta para ellos es que Gustavo Petro no tiene posibilidades democráticas para perpetuarse en el poder y cuatro años son insuficientes para transformar una república acostumbrada a la inercia. El temor de los colombianos a un presidente perpetuo hizo que se aprobara una reforma que evita que un presidente pueda perpetuarse en el poder. Por otro lado, el hombre ha dicho reiteradas veces –y con justa razón, pues él mismo fue miembro de la Asamblea Constituyente—que en Colombia no se requiere de una reforma constitucional sino aplicar la Constitución de 1991.

Por otra parte, Petro tendrá una oposición que ningún otro presidente en Colombia ha tenido, pues la derecha seguirá siendo poderosa y las maquinarias políticas no han sido desmontadas. Aunque él sea presidente, se verá obligado a negociar sus reformas, a dar pasos cuidadosos, a cuidarse mucho las espaldas para que no lo eliminen físicamente y, todavía más importante, a ganarse a sus dos nuevos aliados “preferidos”: Estados Unidos y las Fuerzas Armadas de Colombia. No olvidemos que él perteneció al M-19, una guerrilla que un sector del Ejército ha detestado de manera particular por las humillaciones que le hizo pasar en los años setentas.

Colombia podrá girar un poco a la izquierda con reformas sociales para atender a los más necesitados. Quizás se avance en temas de protección de ambiente, se consolide el proceso de paz, se dé comienzo a una verdadera reforma agraria que disuelva algunos de los latifundios en manos del narcotráfico y se comiencen a ver las primeras estaciones de metro en Bogotá, entre otras. Sin embargo, Colombia no dejará de ser aliado estratégico de Estados Unidos ni dejará de ser un país con una fuerte derecha. Y, por supuesto, habrá que ver qué sucede con los paramilitares así como el ELN, las disidencias de las Farc y la Segunda Marquetalia, que seguramente pasarán a ser la oposición armada de la ultraderecha y de la izquierda más rancia.

Yo no le temo a los cuatro años de Petro. Tampoco pensé que podría ocurrir su llegada al poder. De hecho, hace un año escribí mi sentencia en las redes y dije que “el próximo presidente no será uribista ni será Petro”.

Admito que seguramente me equivoqué y que es muy probable que sea Petro.

En todo caso, lo que sí tengo por seguro es que el próximo presidente no será uribista, y ese es el mayor de los triunfos que hoy podemos conseguir los colombianos a través de las urnas.

Juan Pablo Salas, El Opinón
+ posts

Juan Pablo Salas, El Opinón

Artículos de Juan Pablo Salas