De Edwin Castro Rodríguez a Edwin Castro Rivera: urge la revolución democrática
<<No podemos permitir más tiempo un sistema de poder que haga necesario otro Edwin Castro Rodríguez, ni posible otro Edwin Castro Rivera.>>
Se llamaba Edwin Castro Rodríguez. Había participado en el complot que eventualmente acabaría con la vida del tirano Anastasio Somoza García a manos de otro poeta, Rigoberto López Pérez. A Rigoberto, como es sabido, lo acribillaron a balazos delante del dictador herido, quien días después moriría en un hospital militar estadounidense en lo que entonces era territorio ocupado por Estados Unidos, el canal de Panamá.
Bajo las órdenes de Salvadora Debayle Sacasa, la esposa del tirano, sus hijos varones reconocidos legalmente, Luis Somoza Debayle y Anastasio Somoza Debayle, movilizaron las fuerzas de terror del Estado en una campaña de represión que fue a la vez indiscriminada (encarcelaron a ciudadanos como sospechosos del atentado por el mero hecho de ser opositores al régimen), y dirigida con la mayor crueldad a acabar con los conspiradores. Algunos de estos fueron capturados, sometidos a torturas brutales, exhibidos ante tribunales de pesadilla (los nicaragüenses, bajo las dictaduras del FSLN saben muy bien lo que esto significa), condenados a penas arbitrarias, y luego como en el caso de Castro Rodríguez, ejecutados bajo la conocida “ley fuga”, que no es ley, por supuesto, ni era fuga, sino una forma más en que el crimen de Estado se pone un disfraz absurdo en Nicaragua.
En la cárcel, Edwin Castro Rodríguez escribió un conmovedor poema para su hijo, que no nacía aún. No llegó a conocerlo. La primera vez que le permitieron ver a su esposa embarazada fue durante la pantomima de juicio.
Hoy recordamos la historia del sufrimiento de Castro Rodríguez y su familia con este poema y dos reflexiones dolorosas. El niño a quien el poema libertario fue dedicado terminó siendo un depravado moral, un sujeto dedicado a prosperar como lacayo de otra tiranía. Una que además de practicar como la que asesinó a su padre el inventario común de crímenes de Estado no permite que las víctimas a quienes encarcela lean, o escriban. No es justificar el terrorismo de los Somoza decir la verdad: si Edwin Castro Rodríguez hubiera sido prisionero (secuestrado) del FSLN, el hermoso poema que legó a su hijo y a su tierra como aliento de esperanza no habría sido escrito.
La otra reflexión es que no podemos permitir más tiempo un sistema de poder que haga necesario otro Edwin Castro Rodríguez, ni posible otro Edwin Castro Rivera.
Hay que abolir el sistema de poder. Hay que hacer la revolución democrática para que se cumpla el sueño de quien en medio del horror supo ver, en el fondo de la noche, la luz de la esperanza.
Mañana, hijo mío, todo será distinto
Mañana, hijo mío, todo será distinto.
Se marchará la angustia por la puerta del fondo
que han de cerrar, por siempre, las manos de hombres nuevos.
Reirá el campesino sobre la tierra suya
(pequeña, pero suya),
florecida en los besos de su trabajo alegre.
No serán prostitutas la hija del obrero
ni la del campesino
-pan y vestido habrá de su trabajo honrado-.
¡Se acabarán las lágrimas del hogar proletario!
Tu reirás contento, con la risa que lleven
las vías asfaltadas, las aguas de los ríos,
los caminos rurales…
Mañana, hijo mío, todo será distinto:
sin látigo, ni cárcel, ni bala de fusil
que reprima la idea.
Caminarás por las calles de todas las ciudades,
en tus manos las manos de tus hijos,
como yo no lo pude hacer contigo.
No encerrará la cárcel tus años juveniles
como encierra los míos:
ni morirás en el exilio,
tembloroso los ojos,
anhelando el paisaje de la patria,
como murió mi padre.
¡Mañana, hijo mío, todo será distinto!
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.