De una conversación con Madeline Mendieta
De esta vida rápida que intensamente nos impone el flujo de información y la pasión desatada en épocas de crisis, surgen momentos en los que una plática casual lleva inesperadamente a un oasis de reflexión. Esto nos ha ocurrido hoy a mi amiga la escritora Madeline Mendieta y a mí. Por ahí nos hemos perdido, por esos vericuetos que la amistad esconde para dos que quieren aprender.
Hablábamos de una persona a quien ambos tenemos cariño, y que ha contraído el Coronavirus en Nicaragua; de la demencia genocida del régimen orteguista, de la angustia que cultiva en toda la sociedad; y de la similitud que existe entre figuras aparentemente distantes, como Trump, Bolsonaro y Murillo. Yo lamentaba –lo digo: horrorizado—que muchos nicaragüenses no parecen estar claros de cuánto se parecen entre sí tales personajes. “No”, contestó Madeline, “todavía no identificamos esos delirios de locuras y dictadura. Está muy arraigada esa cultura.” Y yo: “Y a mí me preocupa mucho que idealicen a Trump, porque no es idealizar un objeto foráneo, es alimentar el arquetipo idolatrado.” El resto lo transcribo abajo, literalmente, con mi gratitud a Madeline por ayudarme a sacar alguna llama de las chispas, y pidiendo disculpas de antemano a quien espere mejor sintaxis y menos torpeza en un texto que, aunque haya sido escrito, no fue escrito (un buen lector entenderá el acertijo).
[11:14 AM, 6/11/2020] Madeleine Mendieta: Creo que también tiene que ver con esa cultura de la supremacía del macho; a nivel mundial los países que hicieron excelente trabajo frente al Covid son los gobernados por mujeres. Me parece que nosotras, por el rol de autocuidado y cuidado de los demás, sabemos cómo lidiar con este tipo de amenazas.
11:40 AM, 6/11/2020] Francisco Larios: Yo pienso que «lo femenino» es indudablemente maternal y protector, pero –lo digo sin ciencia, porque no soy experto, apenas observo– «lo femenino» que es la virtud innata de la maternidad, no es siempre igual a «la mujer»… un misterio, ¿no? Pero no se puede negar que en Nicaragua manda una mujer que tiene que estar entre los más crueles y los que peor han gestionado la crisis en el mundo. Hay maldad en hombres y en mujeres, y el poder corrompe a ambos. Por otro lado, a mí no me cabe la menor duda que los pendejos de la testosterona son unos brutos que creen que destruir es triunfar, y a veces parecen autodestruirse ellos mismos bajo el mismo prurito. Y han tenido más poder, por más tiempo, por lo que sienten con pánico las amenazas que la tecnología y la economía representan para su supremacismo.
Trump es uno de esos, en la vida pública. [En Nicaragua abundan los viejos como él]. Representa ese pánico, al igual que otro pánico: el de la mayoría anglosajona que cada vez es menos mayoría, y cada vez es menos homogénea culturalmente, porque los muchachos viven en otro mundo, que es cómodamente multirracial; crecen admirando las contribuciones de negros y latinos a sus jóvenes vidas, a través de la música y el deporte. No necesitan demostrar su testosterona aplastando a nadie por el color de la piel, ¿cómo van a querer aplastar a sus héroes deportivos y musicales? Más bien quisieran ser como ellos. No sé si vos sabés, pero los jóvenes latinos en Estados Unidos, cuando hablan inglés, adoptan mucho de la jerga y de los modismos afroamericanos. Y como a nadie se le ocurre que una mujer, por serlo, no va a estudiar, en EEUU hay más mujeres que varones en las universidades.
Pero todavía hay discriminación, el famoso «techo de vidrio», que detiene a mujeres, a latinos y a negros, y hay que romperlo. Lo peor que se puede hacer a estas alturas–yo quiero que te fijés que esto es precisamente lo que quieren los supremacistas blancos–es NEGAR QUE EXISTE la discriminación racial y por género. Ante el avance del pensamiento igualitario, lo que quieren decir es «ustedes están inventando un problema que no existe, y lo hacen para destruir el sistema que odian, que es la democracia«. Esa campaña está en curso, con fuerza y con mucho financiamiento, pero más que todo en las redes, porque la enorme presión social, la movilización de la gente, que se ha intensificado, ha obligado a los medios de comunicación a cambiar de postura. La campaña en sí está fracasando, a juzgar por los resultados de las encuestas más recientes que hablan de un vuelco en la opinión de la sociedad, de un cambio que es como un terremoto, que podría augurar una revolución en las leyes y las costumbres, que es como las cosas se hacen en Estados Unidos, y no como dicen los de las «conspiraciones», con una «revuelta armada» que buscaría «derrocar» al gobierno.
Los mecanismos de cambio institucional hacen posible lo deseable, aunque haya que luchar mucho, en Estados Unidos. Yo quisiera que instaláramos en Nicaragua mecanismos de cambio institucional, para que no tuviéramos que irnos a la guerra cada vez que los problemas estallan. Pero para poder llegar a ese punto, tenemos que aprender; aprender de la experiencia de otros. Y en este momento, aprender de la experiencia de los estadounidenses que buscan mejorar su sociedad. Hay que apoyarlos, porque así aprendemos nosotros a construir la cultura democrática.