La piel del hambre

Manuel Fabien Aliana
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Antes de la pandemia, 5 millones de niños latinoamericanos ya pasaban hambre, de los cuales 700 mil estaban en peligro de muerte por desnutrición (especialmente en América Central y en las zonas rurales andinas y amazónicas). Ahora todas estas cifras están aumentando. No sé están “desnudando” puesto que ya eran oficiales. Quizás lo que hemos desnudado son nuestras miradas. Mientras se ahonda la crisis actual, nos vemos más reflejados que antes en la miseria ajena. Porque al profundizarse esta crisis, sucede que nos vemos cada vez más rodeados y cercados por esa precariedad y esa hambre omnipresente.

¿Por qué desde que comenzó la crisis sanitaria leemos en los medios que esta pandemia ha desnudado las desigualdades? 

Cancion de Camila Chascona de la cantautora chilena, La piel del hambre:

De acuerdo con datos de la ONU, en 2019 había 185 millones de pobres en América latina, lo que representa un 30,2% de la población total; 10% de la población total vive en situación de pobreza extrema. Antes de la pandemia, el hambre afectaba ya a 42 millones de latinoamericanos (FAO). Hoy la ONU advierte que la actual crisis sanitaria podría provocar 35 millones de nuevos pobres a nivel latinoamericano, y los habitantes viviendo en pobreza extrema pasarían de 67 millones a 90 millones en tan solo un año. Por otra parte, la CEPAL informaba en 2018 que “si bien la región cuenta con una oferta excedentaria de alimentos para el consumo humano, en el 2017 se estima que el 10,2% de la población no cuenta con ingresos suficientes para cubrir sus requerimientos nutricionales mínimos, 12,2% de los menores de cinco años tiene desnutrición crónica, 3,8% sufre desnutrición global y aún 1,6% de desnutrición aguda”. Antes de la pandemia, 5 millones de niños latinoamericanos ya pasaban hambre, de los cuales 700 mil estaban en peligro de muerte por desnutrición (especialmente en América Central y en las zonas rurales andinas y amazónicas). Ahora todas estas cifras están aumentando. No sé están “desnudando” puesto que ya eran oficiales.

Quizás lo que hemos desnudado son nuestras miradas. Mientras se ahonda la crisis actual, nos vemos más reflejados que antes en la miseria ajena. Porque al profundizarse esta crisis, sucede que nos vemos cada vez más rodeados y cercados por esa precariedad y esa hambre omnipresente. Quizás eso nos está quitando los prejuicios y la insensibilidad. Solemos ser más indulgentes o compasivos cuando estamos frente a un espejo. Ese espejo es la cruel realidad.

¿Realmente necesitábamos de esta pandemia para darnos cuenta de las desigualdades latentes e insoportables fomentadas y profundizadas por nuestros sistemas económicos? 

Entendámoslo desde esta perspectiva: no hemos salido todavía de la era de los medios de comunicación de masas. Me refiero a esos medios de comunicación dominantes que siempre se han esforzado por folklorizar la pobreza, estigmatizarla o manipularla con fines políticos. En esta etapa de transición y de crisis sociales profundas, un periodismo emergente, crítico y consciente había llegado a cuestionar todos esos paradigmas mediático-empresariales. Pero justo cuando había empezado a reinventarse el periodismo de a pie, el periodismo social y el periodismo crítico, la crisis sanitaria vino a tumbar parte del trabajo realizado por ese periodismo independiente. Durante esta pandemia, los canales de televisión han recuperado su hegemonía social en parte porque nos tienen de rehenes, encerrados en nuestras casas, forzados a asistir voluntaria o involuntariamente a su nuevo espectáculo de miserabilismo mediático. Claro que siempre será necesario e imprescindible visibilizar la pobreza y la precariedad social, pero no como lo hacen ellos. La nueva mediatización de la pobreza que opera durante esta pandemia nos quiere hacer creer que, si la situación está mal, es responsabilidad de un virus

Antes de la pandemia, las periferias y los barrios pobres eran esencialmente el escenario para reportajes sobre tráfico de estupefacientes, delincuencia, prostitución, robos, pandillas y violencia callejera. Se estigmatizaba y desvalorizaba continuamente a los habitantes de las zonas más vulnerables. Hoy, los mismos canales de televisión, aprovechando el contexto de crisis sanitaria, llegan a enfocar con sus cámaras una vulnerabilidad que poco les había interesado antes. Aparecen condescendientes, a ofrecer ayuda, felices de encontrar una excusa para no culpar a los pobres por su miseria. Este tratamiento mediático de la miseria, tan oportunista, podría resumirse en la aseveración siguiente: mientras haya Covid, los grandes medios se solidarizarán con los pobres y les perdonaran su miseria, pero cuando pase la crisis sanitaria los volverán a estigmatizar. 

Combatir el hambre en Chile

El 17 de mayo, después de un mes de deterioro económico constante, el gobierno de Chile anunció la repartición de 2,5 millones de cajas alimentarias para las familias más vulnerables del país. Pero al no dar fecha de inicio exacta para las entregas, muchos chilenos decidieron no creerle. Al día siguiente, los ciudadanos de la comuna de El Bosque (Santiago de Chile) protagonizaron las primeras manifestaciones del hambre de esta crisis sanitaria. Las protestas fueron violentamente reprimidas por carabineros. Por el contexto sanitario, la rápida movilización de las fuerzas antimotines y la artillería mediática del gobierno evitaron muy hábilmente un rebrote de protestas, y eso a pesar de los varios y pequeños focos de protesta en los días siguientes. El 22 de mayo, el gobierno comenzó a repartir las cajas alimentarias. Hasta el lunes 8 de junio se habían distribuido, con mucha propaganda mediática, 852 mil cajas de alimentos. El 84% de estas cajas, es decir unas 720 mil, fueron repartidas en región metropolitana. Estas cajas alimentarias contienen una cantidad de productos que alcanzan a lo más para once días de comida en una familia nuclear, y para esta fecha el ciclo del hambre ya se ha reiniciado en las comunas y municipios que recibieron las ayudas primero. Por ende, las cajas que reparte el gobierno resuelven necesidades básicas, puntuales, por un lapso de tiempo corto que depende de la cantidad de integrantes de cada familia. 

Por ahora, los chilenos están combatiendo el hambre como pueden, pero la primera batalla que podría perderse es la de la desnutrición. Como en todas las crisis, los más expuestos siempre son los niños y los adultos mayores. Lo que realmente ha salvado del hambre a los chilenos no son las cajas alimentarias que reparte el gobierno, son las más de 200 ollas populares que se han abierto en región metropolitana y por todo el país. Si bien algunas de esas ollas han sido apoyadas puntualmente por el Estado, la gran mayoría se mantiene gracias al apoyo de las municipalidades, de ONG y sobretodo, de las contribuciones y donaciones permanentes de los mismos chilenos que decidieron ser solidarios en este momento tan difícil para la ciudadanía. 

Manuel Fabien Aliana

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