Desde mi balcón
Tarifas = Terror
Estados Unidos avanza como un tren sin frenos, a toda velocidad, directo al abismo económico. La maquinaria arancelaria, reactivada con furia y sin estrategia, está hundiendo a la primera potencia mundial en una recesión evitable.
Los aranceles masivos a China —de hasta el 145%— no son solo un acto de represalia. Son un golpe directo al corazón del consumo, la inversión y la competitividad. El costo no lo pagan las grandes potencias extranjeras. Lo paga cada familia estadounidense que encuentra sus alimentos, medicinas, materiales y servicios más caros cada semana.
Peor aún: estas medidas fueron impuestas sin permitir que las empresas se adaptaran. Sin transición. Sin reconfiguración de las cadenas de suministro globales. Como si la economía fuera un tablero de juego, no una red compleja de relaciones interdependientes.
BlackRock, la gestora de activos más grande del mundo, ya advierte que podríamos estar ya en recesión. Y lo peor: no por una pandemia o un colapso financiero externo, sino por decisiones internas, políticas y precipitadas.
La narrativa de que estos aranceles “estimulan la producción interna” suena bien en campaña, pero no resiste el mínimo análisis económico. Sin planificación, sin tiempo de adaptación y con insumos encarecidos por los propios aranceles, lo único que se protege es la ilusión… no la industria nacional.
Si Estados Unidos logra sobrevivir esta caída, el golpe dejará cicatrices. La nación ya no volverá a ser, al menos en el corto plazo, la tierra de la abundancia que fue hace apenas unos meses. La confianza de los mercados, de los aliados y de las familias ha empezado a resquebrajarse.
Conviene prepararse.
La precaución y la austeridad son virtudes de la prudencia… e hijas legítimas de la sabiduría.