Diferencias irreconciliables
Madeline Mendieta
«El conflicto de las diferencias ha sido una constante en nuestra cultura, adaptada a la obediencia política partidaria, familiar, social. El silencio ha sido el peor cómplice de esta cultura, callar lo que incomoda, molesta, lastima y abusa nos ha llevado a más de 80 años de caudillismo en el poder»
El 28 de enero del año 2019 se publicó en La Gaceta la ley 985, Ley de Cultura de Diálogo, Reconciliación, Seguridad, Trabajo y Paz, la cual fue aprobada en la Asamblea Nacional el 24 de ese mismo mes. Dicha ley entró en vigencia después de 9 meses de una cruda represión desde el 18 de abril 2018.
La propuesta era implementar a través de dicha ley una reconciliación impuesta en el contexto de un enorme desgarre nacional. La comunicadora oficial pretendía que los ciudadanos acataran un proceso de una justicia transicional, para emprender una cultura de paz.
Sin embargo, la ley no pasó a ser más que tinta en papel mojado, un año después las súplicas por la justicia y esclarecimiento de más de 350 asesinados, 90 campesinos salvajemente acribillados, lisiados y 65 encarcelados políticos, son una demanda que la familia-partido-estado ignora, aunque ellos fueron promotores de esa reconciliación.
El conflicto de la contradicción
Nicaragua, en el año 2019, ocupó el lugar 41 dentro de una lista de 156 países con mayor “felicidad” en el mundo. Según la encuesta que realiza Naciones Unidas desde el 2014, en el caso de nuestro país señalaban que: “la principal razón de la felicidad es el apoyo social, seguida del producto interno bruto per cápita».
Las variables de la felicidad, según Naciones Unidas, pueden medirse de acuerdo al nivel que los gobiernos, no de los ciudadanos, dicen brindar en cuanto a seguridad y bienestar.
En el caso de Nicaragua, todos sabemos que desde hace mucho tiempo el corcho se hunde y el plomo flota.
En abril se abrió un océano entre el concepto de “apoyo social” y el de “represión social”. La línea no fue tan delgada, la soga de la corrupción, la impunidad, el deterioro de la institucionalidad se reventó aquella tarde que repartieron golpes a quienes hicieron un pequeño plantón en el Camino de Oriente.
Es incoherente entonces hablar de índices de felicidad cuando un gobierno por decreto de ley establece que debemos tener un proceso de reconciliación porque hubo un “intento de golpe de Estado”, y por tal razón estuvieron una gran cantidad de manifestantes auto convocados, periodistas, activistas de derechos humanos recluidos en las mazmorras del Chipote.
Desde su regreso al poder el binomio Ortega-Murillo se dedicó a retomar el viejo discurso de los 80 y a crear un Estado segregacionista; desde el hecho de presentar un carnet como militante o un aval político para obtener empleo, hasta el ahogamiento económico o las ventas forzadas de medios independientes que luego pasaron a manos de los hijos de la pareja gobernante. Los epítetos utilizados por la vocera oficial fueron calando más el roto tejido social, que a partir de la crisis de abril todavía no encuentra un hilo adecuado para suturar las destrozadas relaciones.
Para la narrativa oficialista los índices de felicidad se vieron apenas opacados por unos “minúsculos” que solo querían joder y para restaurar su paz convocaron a la histórica militancia, quienes en su momento fueron sustituidos por jóvenes fucsia. La vieja militancia mostró lealtad, defendiendo la paz con armas en la mano, tal como si los hubiesen trasladado al set de un documental romántico de los 80, época en la que, quienes perturbaban la paz y la embriaguez revolucionaria, eran la contra, el imperialismo y los burgueses vende patria.
Lo demás ha sido una crónica negra en Nicaragua. La ley nunca se puso en práctica y a la fecha los asedios, amenazas y muertes siguen a diario. No obstante, la divulgadora en sus puntuales intervenciones del mediodía, siempre predica la paz, lee los salmos, habla del amor al prójimo, que no son los que piensan diferente, tampoco los que reclaman que cese la violencia. El amor y la reconciliación implican aceptar ciegamente que los indicadores que han vendido a la comunidad internacional son ciertos, que nos desbordamos en felicidad, prosperidad, equidad, eficiencia y respeto absoluto de los derechos humanos.
El conflicto de las diferencias
El conflicto de las diferencias ha sido una constante en nuestra cultura, adaptada a la obediencia política partidaria, familiar, social. El silencio ha sido el peor cómplice de esta cultura, callar lo que incomoda, molesta, lastima y abusa nos ha llevado a más de 80 años de caudillismo en el poder, que ha desembocado de una revuelta a otra.
Con la ruptura social en 1979 y con la subida al poder de un grupo guerrillero que luego se convertiría en un partido, las viejas heridas de exclusión, de polarización con la Dinastía Somoza, solo cambiaron de actores y lugares. La nueva cúpula política, con su verticalismo, su política interna de “el que no brinca es sapo”, las expropiaciones, confiscaciones y demás, provocaron que así como una minoría odiaba a Somoza por sus abusos, otra minoría empezó a alimentar el odio hacia el nuevo poder que predicaba la paz, incitando a la guerra.
Cuarenta años después las diferencias no solo se han agudizado sino que éstas se subdividen en todas y cada una de las capas de la sociedad donde el Estado ha ignorado sus demandas: estudiantes, ambientalistas, campesinos, mujeres, trabajadores, niñez, adolescencia, ancianos.
El movimiento autoconvocado, iniciado por el ímpetu de los universitarios y al que muchos sectores se sumaron, ha tenido diferentes fases emotivas: euforia, alegría, rabia, frustración, miedo, indignación, esperanza. Es normal que después de un largo recorrido por la montaña rusa de las emociones, llegara la hora de bajar y aglutinarse para pensar: ¿qué haremos como ciudadanos frente a un contexto hostil y abusivo?
Todo fue transcurriendo en etapas, hasta la formación de la recién estrenada Coalición Nacional, donde confluyen diversas asociaciones de la sociedad civil, algunos partidos políticos, movimientos sociales, la Alianza Cívica, empresarios. Las marcadas diferencias entre unos y otros han sido como un largo guión de novela de intrigas palaciegas. Los comunicados de rupturas, reconciliaciones y alianzas, los dimes y diretes de divisionistas, angoras, infiltrados y pactistas, son algunos entre otros epítetos de una larga lista de acusaciones que los opositores al régimen se vociferan en las redes.
Los trolles del partido rojinegro dejaron de hacer su trabajo porque las discusiones entre opositores son un batalla de todos contra todos y no hay ley que regule el diálogo de consenso, aunque se inunden con afiches de ruegos por la UNIDAD, la cual no ha hecho el eco que se esperaba.
La razón es que mientras no aceptemos que nuestros principales problemas radican en la cultura de la violencia, que nuestros comportamientos se rigen por el todo o nada, que juzgamos al todo por una parte y que no opinamos sino que queremos imponer criterios, ideales, colores, banderas y no nos escuchamos.
Se han logrado muchas cosas y es evidente que cada pequeño paso será parte del camino pedregoso y cuesta abajo que todos tratamos de sortear. Pero no dejan de inquietarnos las dudas con la “Nicaragua soñada” que cada uno imagina despierto: esa donde, como en cuento de Paulo Coelho, el universo entero confabulará para que así suceda.
Sin embargo, los nudos temáticos están, son un hecho: cómo vamos a desenredarnos y salir de ese laberinto emocional que nos ha llagado durante más de cuarenta años y que en vez de cerrar brechas las hace cada vez más evidentes.
Muchos confían que la democracia se recobrará con el cambio de un gobierno, es posible que a nivel institucional se logre la independencia de los poderes del Estado, empezar a establecer un modelo económico que refresque la economía. Pero, a nivel ciudadano, ¿qué pilares estamos estableciendo para lograr escucharnos y entendernos?… El recuento de daños emocionales ¿cómo lo resolveremos?
Se habla de justicia transicional como un proceso de mediación entre las víctimas y los responsables de actos criminales ¿Entonces? Esta Ley de Reconciliación a la que no se le presta mucha atención porque es una locura más del gobierno, ¿acaso no será el antecedente legal a ese proceso de justica transicional del que todos hablan pero no se sabe a ciencia cierta quién lo hará, cómo se hará y durante cuánto tiempo?
Esta ley es un adelanto para que un futuro gobierno que no sea el régimen, se acate el principio de la cultura de paz, y por mandato de ley tengamos que deponer todos esos odios viscerales que a diario tenemos que enfrentar porque la desconfianza es una amenaza constante, porque hemos perdido como ciudadanía ese sentido de pertenencia, porque sentimos que cada vez que nos ilusionamos nos engañan o nos hemos dejado de engañar.
La ley es un marco para partir y realizar políticas públicas que realmente establezcan esa cultura de diálogo y de inclusión. De lo contrario, pasará como muchas leyes en Nicaragua, donde el poder la interpreta a su manera, la olvida o la anula como suele suceder cuando quien propone algo, si es nuestro declarado enemigo, hay que eliminarlo.