El ciclo de los charcos

Por Fidel Ernesto

Dicen los homeópatas que el agua tiene memoria, pero una publicación de la revista Nature dijo que no, y entonces se generó la controversia que hasta hoy sigue en el centro del debate. En cualquier caso, en Nicaragua la memoria del agua sale de la dimensión estrictamente biológica y entra en la política, que también es biológica; queramos o no, biopolítica es.

Ejemplo de ello son las poblaciones aledañas a las minas, que denuncian la contaminación con mercurio de los ríos del caribe, las aledañas a los monocultivos de caña en el occidente, que denuncian cómo crece el corredor seco (“Die Wüste wächst”)1; los ambientalistas que denuncian a constructoras que hacen residenciales sobre los mantos acuíferos de Carretera a Masaya; los barrios de Masaya que esperaban la pipa de Enacal semanalmente, la muchacha que denunciaba a Enacal (“hijos de la gran puta, con ganas se los digo”) por mantener las calles con aguas servidas, donde “no se vive tranquilo, no se baila tranquilo ni se bebe guaro tranquilo”; y así, hasta la bolsa de agua de algún anónimo Andrés Castro que terminó en los dientes del diputado Edwin Castro. La abeja reina de las bolsas de agua. Voló como mariposa, picó como abeja.

Hoy nadie podría negar que el agua en todas sus formas, o, mejor dicho, la forma del agua, parafraseando el título de la película de Guillermo del Toro, se ha convertido en algo político-biológico, y entrado en la memoria colectiva, en la historia. Si tiene algún significado el azul cobalto de la bandera será ese: el azul profundo del aguafuerte donde se ahoga a la mafia.

Hoy nadie podría negar a doña Coquito repartiendo dignidad en bolsas de a peso, a Álvaro Conrado escapándose de la comodidad de su hogar para llevar agua a los estudiantes que protestaban en la UNI, al anónimo bombero improvisado que bañaba desde la plaza de la Centroamérica a los raptores de plomo vestidos de un azul falso; no se olvidará a la banda de los aguadores, a las botellas de agua que se escurrían sobre cada una de las puntas metalizadas de las vallas de la UCA, como marcando con agua la frontera que divide la autonomía universitaria de la barbarie y de la paranoia de los azules que dejaron de ser favoritos del pueblo.

Si te cortan el agua es político; si Tomás Borge se baña en la Laguna de Tiscapa para evidenciar que los planes de saneamiento avanzan, es político; si la corriente de agua se lleva las casas de los barrios cercanos al lago, es político; si dragan el Río San Juan y condenan al Estado de Nicaragua al pago de una deuda millonaria, es político; si los chinos quieren el Canal que quisieron los ingleses y los estadounidenses, es político.

En definitiva, hay muchas formas en que el agua se manifiesta en su forma política, y muchas otras también las maneras en que se guarda en nuestra memoria.

No cabe duda de que Nicaragua es un país crecido a la par de grandes fuentes de agua. Aunque las agencias de turismo la vendan como de lagos y volcanes, nadie nunca podrá negar que también somos el país de los cauces que se desbordan en las ciudades, de los ahogados en el Trapiche y en Pochomil en Semana Santa; el país de las ciudades de las alcantarillas sin tapas en invierno2; y de los taxis pegados, con la tijera quebrada, esperando al mecánico; el país de las lluvias que arrastran tragedias, esperanzas y sueños de otra gente que quedó enterrada en el olvido y la desmemoria. 

Sí, como la desmemoria del deslave del volcán Casitas, donde más de tres mil nicaragüenses quedaron debajo de la tierra mojada que todos los años más de algún huracán hiere y vuelve a mojar, y demasiados nicaragüenses ya no recuerdan.

Muchos semáforos son testigos de la ceremonia del agua para combatir la sed, para limpiar el vidrio de los carros, y aprendemos desde pequeños a convivir con los charcos, que se convierten en parte de nuestra vida, a tal punto que ningún anuncio de jabón o detergente existe si no hay un charco sucio donde un niño sumerge su ropa blanca mientras juega, y la madre, toda confiada, saca su bolsa de Ace3.

Los charcos de agua se parecen mucho a nuestra vida: llegan y se secan rápidamente, como los recuerdos, y como nuestra memoria; pero en ese pequeño charco efímero también viven los zancudos, el dengue, el Chikunguña, y aunque se sequen quedan las larvas. Como el somocismo sociológico que padecemos. Somoza no se fue, Somoza se quedó y se dejó bigotes y un Mercedes Benz plata.

Y así como llegan las enfermedades desde los espurios charcos, y del agua que se almacena en las maceteras de coludos cuando se cuela la lluvia por alguna gotera del zinc roto o perforado de clavos que nunca falta en las casas, de la misma forma llegan nuestros monstruos cuando tenemos la memoria corta, la memoria de charco. Con esa memoria corta llega el ciclo de las dictaduras, de la corrupción, de las amnistías y la impunidad.

(El ciclo del agua también es el ciclo de los charcos. El permanente ciclo del agua lleno de pequeños y fugaces instantes: charcos. Los grandes ríos como el San Juan, lleno de caños y tributarios, bien narrados por Coronel Urtecho. La gran memoria llena de interminables olvidos. La escalera formada de pequeños peldaños. Un cálculo infinitesimal repleto de mónadas. Leibniz. Un Aleph donde puede caber todo un universo. Borges. La galaxia que colgaba en el gatito de Rosenberg en la película Men in Black. El álbum de fotos de la casa siempre metido en cajones. La historia siempre guardada en la oscuridad de muchas casas nicaragüenses. El agua del charco que se seca como el agua del mar que se escapaba en el hoyo de la playa donde San Agustín encontró a aquel niño queriendo llevar el agua del mar al hueco. La memoria, o es ejercicio, o se vuelve desierto).

Y la gotera de agua que nos trajo el mosquito nos trae la enfermedad; las enfermedades crecen en los charcos, en las memorias cortas, y tarde o temprano se hace charco de sangre, y nadie sabe cuándo para, nadie sabe cuándo se convierten en granadas o en bombas de ruido, luz y gas que usa la policía; y entonces es cuando los nicas nos acordamos de la justicia, de Dios, de la libertad, de la democracia; pero siempre demasiado tarde; es entonces cuando toma sentido aquella prosa de Rubén Darío que dice: “Entonces fue cuando empezaron a caer granadas en el recinto en que dormían los niños. ¡Qué respeto a la bandera santa!

¡Qué cruz roja! ¡Qué la inocencia! Cayó la primera y saltaron dos camitas despedazadas, dos niños muertos en su sueño. Y siguieron cayendo en lluvia tremenda las criminales”; o aquel verso de Julio Cabrales que nos advierte en El espectro de la rosa que, “como siempre, la guerra nos sorprende, aunque la esperemos”.

Dicen los homeópatas que el agua tiene memoria, pero una publicación de la revista Nature dijo que no y abrió la polémica. Pero, a mi juicio, la pregunta urgente es si nosotros, formados en gran parte de agua, tenemos memoria. La pregunta necesaria es si habrá una Nicaragua libre donde podamos contar a nuestros hijos que las armas con que se consiguió esa nueva Nicaragua se llamaban Fuente Pura, Glacial, Alpina, o simplemente si la cogimos del lavandero, o del muchacho y la señora que vendían agua helada, para cubrirnos la cara de aquel pasado donde caían las granadas de luz, ruido y gas. Made in Spain. Falken S.A.

O nos hacemos la pregunta urgente o andaremos siempre entre charcos negros, azules, rojos, verdes y podridos, pisados, repisados, como los charcos de mi infancia, en el sector del Novillo, en el Mercado Oriental; los charcos verdes de hojas de repollos, para los que no hay jabón ni detergente que pueda con ellos.

La memoria de los charcos, el ciclo de la memoria nuestra, la corta, donde se posan los mosquitos o los monstruos que se cuelan en las camas de los niños en formas de bala, cruz, fuego y féretro, como los niños del Carlos Marx, ese escenario mortuorio al que todas las generaciones de nicaragüenses han tenido que asistir irremediablemente.

Simbólicamente triste que lo ocurrido en el Barrio Carlos Marx haya sido tan solo a metros de otro barrio oriental, el de Héroes y Mártires de Ayapal, fundado en memoria de otras decenas de niños calcinados en la caída de un helicóptero durante la guerra a la que las élites, guerra fría para otros, pero no para las generaciones de nicaragüenses que tuvieron que sufrirla, sometieron al país.

O hacemos memoria histórica permanente y cuidamos la memoria del agua continuamente, o nos condenamos al ciclo de los charcos de sangre y orín de una nefasta historia de injusticia, de dictaduras, de exclusión, de guerra civil, de pactismo y de elitismo que nos persigue, y muchas veces nos alcanza, o nos sorprende, aunque la esperemos.

Diciembre de 2019

  1.  La expresión «Die Wüste wächst» se traduce al español como «El desierto crece» y proviene de la obra Así habló Zaratustra (Also sprach Zarathustra) del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Esta frase es parte de un pasaje más amplio y refleja varios temas característicos del pensamiento de Nietzsche, como la decadencia cultural, la pérdida de valores y el vacío existencial.
    ↩︎
  2. La estación lluviosa en el trópico; se extiende desde mayo a noviembre.
    ↩︎
  3. Marca de detergente ↩︎
Fidel Ernesto
+ posts