El dilema de Milley: ¿a quién obedecer, al Presidente, o a la Constitución?
Leonel Arana
El autor es ciudadano estadounidense y miembro de la iniciativa Nicas por Biden.
Cuando Hamlet enfrentó su famosa disyuntiva, «to be or not to be», ser o no ser, vivir o suicidarse, el universo afectado por su decisión era solamente una persona, él mismo. Muy diferente fué el caso del General Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de los Estados, cuando en los meses de diciembre del año pasado y enero del presente debió enfrentar la suya: obedecer ciegamente al Presidente de los Estados Unidos, su superior inmediato, en el caso de que este le ordenara lanzar un ataque militar no justificado contra otro país, o pasar dicha orden por el filtro de su conciencia. Decidió entonces que, dado el caso, optaría por esto último, ya que estarían en juego muchas vidas, tal vez millones, no necesariamente la suya propia.
El General tenía semanas, si no meses, de observar que el comportamiento del Presidente Trump, nunca estable y controlado, era cada vez más errático e impulsivo, sobre todo después de perder las elecciones a comienzos de Noviembre. Trump, como pudo ver la nación entera y el mundo, se negaba a aceptar el resultado que le había sido altamente desfavorable, ya que había sido derrotado ampliamente por más de 7 millones de votos; y en lugar de aceptar la decisión del pueblo, como lo habían hecho todos los Presidentes que lo antecedieron, estaba más bien dedicado a promover un Golpe de Estado, moviendo fichas en su Gabinete e incitando a sus seguidores más fanáticos a desconocer los resultados, por lo que ya había cruzado la frontera de la legalidad hacia el delito, violando las leyes y la Constitución que había jurado defender.
El temor de Milley era que Trump, en un acto desesperado, ordenara un ataque convencional o nuclear contra Irán o más probablemente contra China, a fin de provocar una crisis de tal magnitud que le permitiera declarar un estado de emergencia, impedir la certificación de los datos electorales y así negarse a abandonar el sillón presidencial. Pero el General encontró un respaldo de principios muy sólido en el texto del Juramento de Lealtad que hacen los militares estadounidenses, que no es a la persona del presidente, ni a la institución presidencial, sino a la Constitución de los Estados Unidos. Dicho Juramento dice: “Defenderé la Constitución de los Estados Unidos contra todos sus enemigos, externos e internos, y obedeceré las órdenes del Presidente de los Estados Unidos y de mis superiores inmediatos de acuerdo al Código Uniforme de Justicia Militar”.
Actuando dentro de los principios enunciados en el Juramento, Milley convocó a los Jefes de los diferentes Cuerpos Armados para recordarles que para lanzar un ataque militar contra otra nación sin autorización ni aviso previo existe un procedimiento, en el que él, como Jefe del Estado Mayor Conjunto, era parte esencial. Exigió al resto de los jefes militares que confirmaran estar de acuerdo. Y fue más allá. Preocupado de que China, al ver el descontrol del Gobierno de los Estados Unidos, y temiendo un ataque por sorpresa decidiera atacar primero en forma preventiva, llamó al Jefe del Ejército chino para garantizarle que el Gobierno de los Estados Unidos seguía funcionando, y que su país no iba a lanzar un ataque no provocado contra China. Al final Trump nunca dió la orden, no se sabe si porque no quiso darla o porque sospechaba que no la iban a obedecer, y en pocos días Biden tomó posesión de la Presidencia y las cosas volvieron a la normalidad.
Ahora viene el debate, que de seguro no se resolverá de inmediato. Quedará para la historia discutir si el General Milley hizo bien en tratar de evitar una catástrofe mundial de resultados impredecibles o si debió haber actuado con obediencia ciega al presidente, como lo hicieron los generales de Hitler que jamás tomaron en cuenta cuenta el daño terrible que le estaban haciendo a la humanidad y a su propio país, pero que al final al ver su derrota pretendieron asesinarlo.