El divorcio paulatino de la base social del orteguismo
Oscar René Vargas
La ceguera biológica impide ver, la ceguera política e ideológica impide pensar.
A finales del 2021, el régimen vive una crisis política de fondo, ante el divorcio paulatino entre el orteguismo empresarial y sus bases sociales empobrecidas.
El orteguismo es una coalición que agrupa a sectores sociales heterogéneos. El orteguismo a veces concede medidas parcialmente favorables a los “de abajo” y desarrolla enfrentamientos puntuales con la clase dominante tradicional. Esta naturaleza contradictoria luego se personifica en posiciones políticas específicas.
El orteguismo es un campo en disputa entre tendencias que representan posiciones políticas contradictorias explícitas e implícitas en su visión de mediano y largo plazo, y las demandas de corto plazo de su base social. Todas estas contradicciones dan lugar a un proceso de divorcio paulatino de su base social, que hacen posible el proceso de implosión al interior del orteguismo. Por ejemplo, mientras un alto funcionario gana US$ 3 mil dólares libres de impuestos, más una considerable cantidad de beneficios, un trabajador común puede ganar por mes tan solo US$ 171 dólares mensuales.
El orteguismo interioriza contradicciones “por arriba” y “por abajo”. Dentro del orteguismo “por arriba” están los que representan a los diferentes sectores de la nueva oligarquía enriquecida al amparo del poder y que tienen un peso político importante. Ellos son los agroindustriales, comerciantes, exportadores, importadores, sectores vinculados al mundo de la construcción, agrario, ganadero, cafetalero, etcétera. Y a la vez, el orteguismo interioriza, con mucho menor peso político, las presiones “por abajo”, es decir, las demandas de los trabajadores formales e informales, campesinos y asalariados en general; estos sectores son los que cargan socialmente al orteguismo y presionan para mejorar su capacidad adquisitiva.
En el 2021, estamos viviendo un contexto de retracción del poder adquisitivo y cierta recuperación económica por el “efecto rebote” pero que no llega a alcanzar los niveles previos a la crisis del 2018 y que, además, se expresa en una recomposición de las ganancias empresariales y repercute poco en el empleo y los salarios. Las proyecciones para el 2022 al 2025 indican un crecimiento promedio de 1.8% en esos años, insuficiente para que haya una reducción de la desigualdad y mejora en el nivel de vida de la población. Estos son los factores que alimentan el divorcio paulatino entre el orteguismo empresarial y su base social empobrecida.
La cúpula política del orteguismo mantiene la idea de poder mantener unificada a la gran mayoría de su base social y no toman en cuenta que el poder adquisitivo del salario de los trabajadores formales e informales está a la baja, sin capacidad de comprar una canasta básica. Sin embargo, en las actuales condiciones políticas observamos que el orteguismo pierde más que lo que avanza la oposición formal (empresarial, tradicional y zancuda). Ese desfase, entre la pérdida de la base social orteguista y la incapacidad de la oposición de capitalizar a su favor, hace que la mayoría silenciosa del país aumente.
Miembros de la base social orteguista insatisfecha esperan recomponer su poder adquisitivo en los próximos años, esperanza que no tiene asidero real. Aunque la crisis interna de su base social es innegable, lo que está por verse es cómo y a qué ritmo se desarrolla y cuál será la eventual recomposición del orteguismo empresarial. Las perspectivas económicas de los próximos años tienden a generar mayor presión por la diferenciación sociopolíticas de los sectores del orteguismo. Es una posibilidad que debemos tener presente. Todavía no ha sucedido, pero podría suceder porque hay condiciones propicias.
El régimen tiene conciencia de que el movimiento de abril puede capitalizar la insatisfacción social, ya que no tiene capacidad inmediata de ser una amenaza directa en la disputa del poder. Hasta la fecha, el régimen ha sido capaz de contener la protesta sociopolítica a través de la represión indiscriminada. Es decir, reprime no sólo al pensamiento crítico y al periodismo independiente, sino también a cualquier intento de movilización social. Esto demuestra que la represión no es inocua, implica un alto costo en desmovilización social, adaptación política y silencio de las elites hegemónicas.
Hay que reconocer que con el ciclo político iniciado en el 2018 emergió una importante generación de militantes, la gran mayoría de ellos en el exilio, presos o asesinados; una pequeña minoría se terminó acomodando para evitar la represión. Solo en las grandes experiencias sociopolíticas surgen miles de militantes, fenómeno que no sucede todos los días, y que en lo esencial está actualmente agotado.
En los próximos años, el régimen, pase lo que pase, va a chocar con su base social por no poder resolver las diferentes crisis que padece la sociedad nicaragüense. El orteguismo piensa que con la farsa electoral resuelve el problema sociopolítico, pero solamente se posterga la caída final, haciendo más lento su entierro. La Unidad de Inteligencia Económica prevé un crecimiento en promedio 1.8% entre 2022 y 2025. Sin mejoras en el empleo, ni en los salarios y tampoco en el nivel de vida de los trabajadores formales e informales.
En el 2022, la inestabilidad política y el malestar social en torno a la farsa electoral de noviembre de 2021 pesarán adversamente en la confianza de los consumidores, las empresas nacionales y la inversión extranjera. Al mismo tiempo, existe el peligro que aprueben la Ley Renacer con una repercusión negativa en el acceso de Nicaragua a los préstamos oficiales de los bancos multilaterales por la oposición de Estados Unidos.
En el corto plazo necesitamos construir una estrategia común y en el mediano plazo un instrumento de lucha unitario eficaz para derrotar a la dictadura. La reciente derrota política de la oposición formal (empresarios, políticos tradicionales y políticos zancudos) ha permitido abrir un debate sobre las lecciones aprendidas, lo cual es positivo.
Necesitamos nuevas experiencias de lucha para que irrumpan nuevas generaciones de militantes que puedan abrir ese espacio que hoy parece saturado y reconocer que estamos en una fase de reflujo social, y, por lo tanto, la estrategia es acumular fuerzas para las nuevas batallas políticas que se avecinan.
Es necesario que mantengamos abiertos los espacios para que elaboremos una estrategia unitaria que nos permita conformar un contrapoder alternativo para salir de la dictadura.