El profesionalismo en la Administración Pública: esencial para la supervivencia de una república
Carlos Zepeda
Politólogo - Universidad Complutense de Madrid
Lo rescatable del ejemplo de la crisis política en Estados Unidos, profundizada por acontecimientos derivados de la retórica de Trump, es la comprobación de que el orden y profesionalismo en las instituciones públicas traen estabilidad y prosperidad: la administración pública tecnificada, cualificada y profesional del Estado estadounidense impidió los intentos del autoritarismo de apropiarse del poder.
Donald Trump desconoció las elecciones, pero la Corte Suprema de Justicia, controlada por Republicanos, se mantuvo al margen, rechazó las acusaciones del presidente. Sin haber Secretario de Defensa (Ministro) se desplegaron las fuerzas armadas en Washington para custodiar la ciudad. No necesitaron una orden política, solo una administrativa dada por el Departamento de Defensa. Tras los acontecimientos del Capitolio, los juzgados han empezado a detener a los manifestantes, sin intervenciones políticas en su sistema judicial. Imaginemos que hubiese pasado en Nicaragua, ¿Los jueces hubiesen actuado con independencia? Yo pienso que no.
La realidad es similar en la Europa de regímenes parlamentarios: muchas veces los países se quedan sin Gobiernos, pero la administración pública sigue haciendo su trabajo sin depender del poder político para su funcionamiento.
Rescato este detalle porque en Nicaragua tenemos un país en el que la Administración pública está puesta a dedo, y depende siempre del poder político. Cuántas cosas cambiarían si tuviéramos una administración pública técnica y profesional, que no tome decisiones políticas. La institucionalidad es la clave para la prosperidad y el cambio de la cultura política. Costa Rica es un ejemplo de administración institucional apartidaría; lo menciono por destacar ejemplos cercanos.
La construcción de la democracia es permanente, nunca termina de construirse, pero sí es fácil retroceder. El final del mandato de Trump nos confirma que la solidez institucional, la separación de poderes y el respeto a las leyes, son la clave para desmontar las estructuras caudillistas y autoritarias. Sin embargo, aunque la institucionalidad estadounidense salvó la democracia, el mandato del anterior presidente estadounidense, Donald Trump, provocó un conflicto en la sociedad norteamericana, porque la obediencia a las leyes, y el correcto funcionamiento de los poderes del estado emanan de la legitimidad. Es decir, si los ciudadanos confían y acatan las decisiones administrativas e institucionales, dotan de credibilidad a estas. La formula es sencilla, si el ciudadano confía en sus administraciones públicas (judicial, electoral, etc.) dotan a estas de la legitimidad necesaria para que nadie esté por encima de la ley. El precedente grave es que, desde el cargo de Presidente, se intentó deslegitimar al sistema, generando una polarización enorme en la sociedad que trajo como consecuencia la toma del Capitolio.
Cuando desde el poder se cuestiona la credibilidad de las instituciones, la democracia se deteriora. Desde el momento en que Trump decidió no reconocer el resultado electoral, no solamente deslegitimó su propio mandato, sino que agredió a un sistema de 200 años de estructura institucional. Bastaron 4 años para intentar desmantelar le democracia estadounidense, pero bastó un día para que el propio sistema tirara abajo las intenciones autoritarias.
El conflicto político estadounidense nos deja grandes lecciones para la construcción de una nueva sociedad en Nicaragua y en aquellos países en conflictos sociopolíticos. La clave desde mi punto de vista son tres variables, la legitimidad, democracia y las instituciones administrativas, ese es el orden del éxito de una nación para detener el autoritarismo. No basta con solo ir a elecciones y ganarlas, se tiene que contar con la permanente construcción de instituciones y dotarles de legitimidad, pluralismo y profesionalidad, de lo contrario, estamos condenados al fracaso.