El reformismo arrinconado
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
- Nadie coherente se propone restablecer los derechos constitucionales sin desmantelar a la dictadura y sin cambiar la Constitución. El objetivo es derrotar a Ortega, no una profunda reforma electoral con Ortega en el poder.
- Ni en España, ni en Brasil, ni en Argentina, las dictaduras cayeron mediante reformas, sino, porque ellas obedecían a un proceso coyuntural de la lucha de clases (una guerra civil con intervención internacional en el caso de España) y de la guerra fría (en Argentina y Brasil, que obedecían al plan Cóndor de Kissinger), distinto al caso de Nicaragua (en el cual, la dictadura tiene fundamentos estructurales que deforman arcaicamente la naturaleza del Estado, para reproducir un sistema oligárquico, precapitalista).
- Cada vez más sectores sociales comprenden que urge un cambio radical –no reformista-, sino, un cambio de las causas estructurales que en nuestro país producen regímenes dictatoriales. La contradicción entre Ortega y la nación sigue presente, no como en abril de 2018, sino, con mayor profundidad y con mayor conciencia …
- Lo que impide organizar a la población en torno a las banderas de la oposición es que la oposición no tiene banderas. Y que la conciencia de la población es más combativa y más avanzada que la de la tal oposición.
- [Los políticos reformistas] … se desplazan a tientas porque el reformista necesita –con urgencia- que Ortega se deje reformar…, y esto no ocurre.”
- Miranda propone que la labor se centre en cambiar las reglas del juego. … En realidad, las reglas del juego las impone –hasta cierto punto- el más fuerte, mientras sea el más fuerte. Todo apunta, entonces, a que se debe cambiar, no las reglas del juego, sino, la correlación de fuerzas mediante enfrentamientos con Ortega inscritos en la realidad en crisis, no mediante reformas.
- Para conquistar libertades democráticas no se requiere una amplia unidad, lo que se requiere, en concreto, es infligirle derrotas a Ortega. La unidad no es precondición de nada. Al contrario, es el resultado de un proceso exitoso de cambio de la correlación de fuerzas. Es decir, la unidad es resultado de una estrategia vencedora. El éxito combativo es la fuerza de atracción más poderosa, y es lo que decide quien desempeña el rol de dirección.
- Las libertades, para las masas, no se recuperan antes que la dictadura sea desmantelada. Gran parte de los llamados opositores en la coalición no desean que las masas gocen de libertades, y que las usen para adelantar mayores derechos en la sociedad.
El ex consejero jurídico de la UNAB, Bonifacio Miranda, escribió en Confidencial del 2 de septiembre un artículo muy confuso políticamente, que tituló erradamente (los errores empiezan desde el título) “la peligrosa implosión de la oposición”. En el cual hace suyo, más descarnadamente que cualquiera, el carácter reaccionario de las posiciones de la Alianza Cívica y de la UNAB. Es decir, escribe sin las ilusiones con que estas organizaciones cubren sus objetivos reformistas recónditos, como el cazador que tapa con hojas sus huellas para ocultar el rumbo que ha tomado. Miranda, en cambio, se siente a gusto señalando abiertamente el rumbo reaccionario –en este caso- del reformismo.
El aterrizaje suave y el reformismo
El reformismo –como es evidente- no es reaccionario por sí mismo. Pero, cuando la coyuntura avanza hacia una situación política revolucionaria, el reformismo es un intento consciente de impedir que los trabajadores luchen independientemente por un cambio radical de la sociedad para superar las contradicciones de la realidad oligárquica. Es decir, para superar el sistema que por doscientos años nos ha impedido conformar una nación.
La alternativa de aterrizaje suave –que impulsan los empresarios, los norteamericanos, la coalición- no es otra cosa que una alternativa de reformar a la dictadura orteguista. O sea, un cambio formal, de orden jurídico, para que todo quede igual. Esta meta miserable, del reformismo actual, es el contenido concreto reaccionario del reformismo como alternativa política a la lucha independiente de las masas. En otras palabras, el método reformista de Miranda, está imbuido, en las actuales circunstancias, de contenido reaccionario.
El fracaso no es una implosión, aunque toda implosión es un fracaso
Primero, hay que aclarar que la coalición fracasa, no implosiona (como piensa Miranda, con la intención de asustar a la Alianza Cívica y a la UNAB). Y hay que aclarar que su fracaso –gracias al repudio que provoca en la población- no es peligroso. Si acaso, es aleccionador. A nadie sensato se le ocurre hablar de implosión en estos casos precarios desde su origen, que no logran consolidar su estructura, mal amalgamada. Es como si creyéramos que implosiona un globo aerostático mal cocido en sus junturas, que deja escapar el gas caliente en su primer intento de elevación. Su caída no sería más que un desastre constructivo, un fracaso, no una implosión.
Si la coalición llega en estos días a un acuerdo interno de no agresión recíproca, no habrá evitado el fracaso, porque lo esencial es su incapacidad de acordar una estrategia de lucha, dado que sus objetivos –impuestos por la comunidad internacional- pasan por un pacto con Ortega, del cual la población desconfía con justa razón. Es decir, sus conflictos internos no son la causa del fracaso, tan solo lo hacen más fastidioso.
Las reformas electorales, en la medida que se convierten en un objetivo estratégico (que los reformistas –para darle alguna calidad- llaman “cívico y pacífico”), ceden la iniciativa política a Ortega, porque se proponen una estrategia entreguista que presupone que las masas se mantengan en reflujo, pasivamente, observando por las rendijas la negociación que los reformistas (que se consideran líderes de la nación con ese aterrizaje electoral) tienen con Ortega.
<<La coalición es el instrumento organizativo conceptual del aterrizaje suave, reformista. Lo que se llama una salida por arriba, sin la acción de masas.>>
Precisamente, a ese escenario negociador con Ortega, a la idea de proceder a un proceso electoral con reformas de consenso con Ortega, es al que Arturo Cruz llama, con gran ilusión de su parte, “aterrizaje suave” (ponderado por él –que acuñó el término- como variante deseable en confronto con lo que considera la desastrosa rebelión de abril, que daña la economía).
La coalición es el instrumento organizativo conceptual del aterrizaje suave, reformista. Lo que se llama una salida por arriba, sin la acción de masas. Miranda difiere, únicamente, porque insiste que la Alianza Cívica y la UNAB aseguren, primero, el control sobre la coalición. Miranda tiene un recetario, como un cocinero, que le da un orden secuencial al proceso reformista. El reformista tiende a pensar que tiene el sartén por el mango, con independencia de la realidad que genera circunstancias objetivas (que todo estratega, por el contrario, debe tomar en cuenta para organizar los enfrentamientos).
<< Por el contrario, cuando las masas se desilusionan de políticos inconsecuentes, su nivel de conciencia avanza.>>
Escribe Miranda:
“La Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) y la Unidad Nacional Azul Blanco (UNAB) no han logrado convertirse, de manera separada o en conjunto, en el polo de atracción de una población desesperada y desilusionada”.
El elemento a destacar políticamente no es que la población esté desesperada y desilusionada (esta expresión corresponde a la visión de un reformista). Cuando Miranda afirma que la población debe verse atraída por tal o cual organización burocrática (sin ideología, sin principios, sin línea política), el significado de dicha expresión encierra el rol sumiso, pasivo, que el reformista le asigna a la población. Si la población cree en alguna de las organizaciones burocráticas, si se ve atraída por alguna de ellas, ya no estaría desilusionada. Para el reformismo, ilusionar a las masas a la pasividad, a delegar la solución de sus problemas, abre las puertas al aterrizaje suave.
Por el contrario, cuando las masas se desilusionan de políticos inconsecuentes, su nivel de conciencia avanza. Esto es lo esencial. Lo que interesa no es nombrar, tampoco, todo aquello que no ha logrado convertirse en polo de atracción, sino, hacia donde evoluciona el nivel de conciencia de la población, en el proceso de pasar a la acción.
¿El arte oportunista de aprovechar oportunidades?
Dice Miranda:
“Esta situación es caótica y desesperante (para la coalición). La política es el arte de aprovechar las oportunidades, y cuando estas se pierden se paga un alto precio. Es poco probable que se repitan las mismas condiciones favorables del 2018, salvo que ocurra algún acontecimiento extraordinario e imprevisible”.
La situación es caótica y desesperante para Miranda, que tiene sus expectativas personales puestas en la Alianza Cívica y en la UNAB. Para alguien serio, en cambio, la situación política es crítica. Es decir, el régimen es cada vez más incapaz de gobernar. La sociedad degenera y el régimen es el principal elemento degenerativo. De manera, que se gesta un conflicto decisivo, ineludible, entre la nación y Ortega, para el cambio de la correlación de fuerzas por el control del poder político.
Para un oportunista la política es tan sólo el arte de aprovechar oportunidades. Para un político progresista la política es una lucha de intereses sociales en torno al poder. Y en esa lucha, se trata de impedir que el adversario ejecute su estrategia. Las oportunidades debe aprovecharlas todo el mundo. El punto a destacar, en este caso, es el objetivo político en torno al cual se deben aprovechar las oportunidades. Es nuestro caso, políticamente, las oportunidades que interesan deben servir para que la nación derrote a Ortega.
<<…lo que se debe constatar es que la contradicción entre Ortega y la nación sigue presente, no como en abril de 2018, sino, con mayor profundidad y con mayor conciencia, sin las improvisaciones de abril, a medida que avanza la crisis de gobernabilidad…>>
Cuando alguien espera, como Miranda, que se presenten condiciones imprevisibles favorables significa que está perdido, que carece de línea de acción en la realidad concreta. Es decir, que carece de lo que es esencial en un político de verdad. Entonces, el oportunista se arrincona en el reformismo, al que va a llamar camino resbaloso.
Nada era favorable en abril. La fuerza inmensa de la rebelión no estaba orientada a derribar a Ortega. Estaba orientada a marchar, mientras Ortega aceitaba las armas. En lugar de las tonterías de Miranda (sobre que “es poco probable que se repitan las mismas condiciones favorables del 2018, salvo que ocurra algún acontecimiento extraordinario e imprevisible”) lo que se debe constatar es que la contradicción entre Ortega y la nación sigue presente, no como en abril de 2018, sino, con mayor profundidad y con mayor conciencia, sin las improvisaciones de abril, a medida que avanza la crisis de gobernabilidad y que la contradicción se amplía a nuevas formas de crisis múltiples (que se introducen, a su vez, en la Coalición y en las estructuras orteguistas, en los dos polos del aterrizaje suave).
El punto a destacar es que, por desgracia, no hay hasta ahora una organización combativa que crezca y se fortalezca a medida que la contradicción se agrava. El descontento creciente de la población no encuentra un canal organizativo que lo lleve profesionalmente a transformarse en lucha política.
La rebelión y el diálogo con Ortega
<<Con el diálogo no se pretendía evitar una guerra civil, sino, evitar que la rebelión avanzara hacia posiciones más combativas, y que adquiriera una dirección independiente más consecuente.>>
Dice Miranda:
“Esta política (de los operadores del gran capital), que pretendía evitar una nueva guerra civil, concluyó en un aparatoso accidente del avión en la pista de aterrizaje: la dictadura desató una mini guerra civil contra los tranques, restableciendo las cadenas de la opresión sobre la sociedad”.
Con la masacre de abril no se abortó el aterrizaje suave, por el contrario, éste continúa como estrategia actual de los norteamericanos, de la coalición y del ex asesor Miranda. Con el diálogo no se pretendía evitar una guerra civil, sino, evitar que la rebelión avanzara hacia posiciones más combativas, y que adquiriera una dirección independiente más consecuente.
Nadie debería llamar a la masacre que desató la dictadura a partir de abril una mini guerra civil. La dictadura ejecutó, a partir del 18 de abril, delitos de lesa humanidad en contra de estudiantes desarmados, que protestaban pacíficamente en contra de la agresión a los ancianos en León, que reclamaban porque Ortega les tronchaba su pensión de vejez.
Es absurdo llamarle a un genocidio desalmado, unilateral… “mini guerra civil”. Luego de la masacre, ha sobrevenido una etapa de reflujo, pero, a medida que la crisis se agrava y se extiende, el péndulo se apresta a una nueva oscilación de signo contrario, a un nuevo flujo de la lucha de masas, con nuevos participantes sociales, más aguerridos y consecuentes.
Escribe Miranda:
“Desde entonces (desde la mini guerra civil), los grupos de oposición están “sin rumbo y a tientas”, sobreviviendo a duras penas, prisioneros de las condiciones impuestas por la dictadura”.
Desde la masacre de abril, lo que ha ocurrido es una etapa de reflujo de las movilizaciones de masas y, en consecuencia, un avance al primer plano de los políticos tradicionales que aprovechan, a su modo, tal reflujo combativo de las masas para proponerse ellos –con muy poca coherencia- como movimiento opositor reformista. Se desplazan a tientas porque el reformista necesita –con urgencia- que Ortega se deje reformar…, y esto no ocurre.
El peor entreguismo
Miranda escribe su manifiesto reaccionario, la médula de su pensamiento entreguista:
“Solo hay dos vías para salir de la dictadura: por medio de un cambio revolucionario, o por medio de reformas al régimen político. La primera opción fue abortada a balazos en 2018. Al fracasar los objetivos del levantamiento de abril, fuimos arrinconados a marchar por el arriesgado y resbaloso camino de la reforma”.
Nadie duda –salvo Miranda- que la sociedad requiere cambios estructurales profundos, es decir cambios revolucionarios. Esos cambios son una necesidad objetiva de la realidad económica y social, están fuera de discusión. ¡El cambio revolucionario de la sociedad no ha sido abortado, ni mucho menos!
Cuando se discute sobre el método para salir de la dictadura, lo decisivo es qué sector social dirige la lucha, con qué método y para adelantar qué reivindicaciones y programas. Hay un vínculo inter dialéctico entre sujeto social que dirige la acción, el método y el programa de cambio. Una cosa ocurre cuando los estudiantes dirigen la lucha, otra, cualitativamente distinta, cuando la dirigen los trabajadores.
No hay un método revolucionario y un método reformista como alternativas a escoger en el menú de un restaurante (como piensa Miranda). Ambos métodos se contraponen, son contradictorios y excluyentes. No son alternativas a voluntad para un mismo sujeto social.
El método revolucionario presupone la participación directa de las masas trabajadoras en la lucha para adelantar en la sociedad un programa de cambios radicales, estructurales; el método reformista presupone que burócratas logren pactar con el régimen cambios cosméticos, formales, reformas electorales, para acceder únicamente a cuotas de poder.
Cada método corresponde a sujetos distintos. Miranda se ha definido a sí mismo como un reformista arrinconado. Y dice –con insensatez- que ha asistido al entierro exprés de la revolución.
Causas estructurales de la dictadura
La opción revolucionaria no ha sido abortada en abril. Por el contrario, una opción revolucionaria se deriva de una situación revolucionaria objetiva. A partir de abril, Ortega está a la defensiva estratégica, está en una crisis creciente que no puede resolver. La realidad económica y social se muestra, ahora, contraria a ese modelo absolutista. Es decir, el modelo orteguista de dominación degrada a la sociedad y perjudica a todos los sectores sociales, resulta inviable. No es confiable para nadie (salvo para el INCAE, que ofrece una tregua). No admite reforma. La revolución (contrario a lo que piensa Miranda) se gesta en la crisis como un embrión en el vientre de su madre. Miranda no ve el vientre inflamado de la sociedad. O, viéndolo de reojo, aconseja a la sociedad que haga dieta con reformas electorales.
Con una pizca de capacidad analítica se podría observar que la situación política crítica evoluciona hacia una situación revolucionaria. Los métodos de lucha no son independientes de las circunstancias, o de los cambios de conciencia de la población. Cada vez más sectores sociales comprenden con extraordinaria rapidez que urge un cambio radical –no reformista-, sino, un cambio de las causas estructurales que en nuestro país producen regímenes dictatoriales.
No fracasaron los objetivos de la rebelión de abril. Nunca fracasan lo objetivos (porque éstos se corresponden con una parte de la contradicción dialéctica de la realidad), lo que fracasan son los métodos o los agentes que dirigen la rebelión (y los objetivos, en tal caso, se posponen). En abril no fracasaron, tampoco, los métodos revolucionarios. Por el contrario, la rebelión falló por la falta de métodos revolucionarios. Y falló la conducción…, o bien, no hubo conducción, sólo espontaneidad (mal llamada “espíritu de abril”). Ahora se requieren lineamientos políticos, no “espíritu de algo” (que es una forma vaga de sustituir la política por categorías abstractas, por etiquetas desprovistas de significado).
El reformismo arrinconado
Nadie se ve arrinconado al reformismo, salvo los reformistas, que se nutren a sus anchas en los rincones de la historia.
El método reformista se abre camino para manifestarse en un momento que las masas refluyen. Advenedizos ven en el reflujo su oportunidad de ocupar puestos en el sistema, e intentan, con un cambio cosmético, que se frustre el próximo auge revolucionario motivado por la crisis en expansión. Los reformistas inveterados afirman, sin vergüenza, que el auge revolucionario ya fue derrotado (aunque es evidente que subyace latente, en desarrollo, en la crisis que la dictadura no puede resolver).
La tarea de los reformistas es la de evitar la acción independiente de las masas, que podría conducir a un cambio radical de la sociedad en el cual ellos no tienen cabida.
Escribe Miranda:
“¿Es posible desmantelar la dictadura a través de una reforma? En algunos países ha sido posible (España, Brasil y Argentina)”.
Miranda se hace una pregunta –crucial al reformismo-, y no sabe responder la pregunta que se hace a sí mismo. Como reformista, está obligado a responder ¿cuándo, en qué circunstancias, es posible desmantelar a una dictadura mediante reformas? ¿Cuándo, en qué circunstancias, no es posible? ¿En cuál circunstancia se encuentra Nicaragua? No puede adoptar una opción reformista –salvo como charlatán- sin argumentar persuasivamente la viabilidad de dicha opción.
Para un reformista arrinconado, como se describe Miranda, es esencial que responda a su pregunta. Obviamente, ni en España, ni en Brasil, ni en Argentina, las dictaduras cayeron mediante reformas, sino, porque ellas obedecían a un proceso coyuntural de la lucha de clases (una guerra civil con intervención internacional en el caso de España) y de la guerra fría (en Argentina y Brasil, que obedecían al plan Cóndor de Kissinger), distinto al caso de Nicaragua (en el cual, la dictadura tiene fundamentos estructurales que deforman arcaicamente la naturaleza del Estado, para reproducir un sistema oligárquico, precapitalista).
En consecuencia, aquí es absurdo plantearse reformas superficiales del Estado, ya que se requieren profundos cambios estructurales, que siempre son revolucionarios porque, a la par que amplían los derechos ciudadanos, destraban el desarrollo progresivo de la sociedad.
La ley de Miranda de la secuencia de las fases reformistas
Escribe Miranda:
“Los grupos de oposición confunden las fases de una posible reforma con el resultado final. Un proceso electoral libre y democrático debería ser la culminación de un proceso de reformas: la restauración de los derechos constitucionales, la inmediata liberación de todos los prisioneros políticos, el retorno seguro de los exiliados, son precondiciones básicas para discutir la última fase reformista: una profunda reforma electoral”.
Como Miranda no es lógico (como todo reformista), pasa a ordenar arbitrariamente la secuencia de las reformas: primero, restauración de derechos constitucionales; luego, la inmediata (sic) liberación de todos los prisioneros políticos; después, el retorno seguro de todos los exilados políticos; y entonces, se discutirán unas profundas reformas electorales. Entre estas fases no hay una relación causal lógica.
Si de pronto la lucha real motiva que los exilados acudan en masa a incorporarse a la lucha en Nicaragua, Miranda le saldrá al paso con su “ley de la secuencia reformista”, diciéndoles que no es su turno, que se regresen por la frontera, porque aún no se han restablecidos los derechos constitucionales, que es una fase necesariamente precedente.
¿Cambiar las reglas del juego?
<<…las reglas del juego las impone –hasta cierto punto- el más fuerte, mientras sea el más fuerte. Todo apunta, entonces, a que se debe cambiar, no las reglas del juego, sino, la correlación de fuerzas mediante enfrentamientos con Ortega inscritos en la realidad en crisis, no mediante reformas.>>
Escribe Miranda:
“Todos los grupos opositores se preparan a ir a elecciones en 2021 a cualquier costo, sin antes haber cambiado ninguna de las reglas del juego”.
El enfoque correcto es distinto. Las masas luchan por necesidad, en condiciones críticas que vuelven urgente un cambio en la sociedad, del cual, ellas son protagonistas. Se trata, entonces, de revelar a las masas la evolución de esas condiciones críticas, la naturaleza de la lucha que se avecina, la necesidad de organizarse para luchar, y la necesidad de prepararse para dirigir correctamente esas luchas inevitables.
Miranda propone que la labor se centre en cambiar las reglas del juego. Obviamente, cuando se pueden cambiar las reglas del juego, la necesidad de luchar desaparece. En realidad, las reglas del juego las impone –hasta cierto punto- el más fuerte, mientras sea el más fuerte. Todo apunta, entonces, a que se debe cambiar, no las reglas del juego, sino, la correlación de fuerzas mediante enfrentamientos con Ortega inscritos en la realidad en crisis, no mediante reformas.
Escribe Miranda:
“La falta de una orientación estratégica en los objetivos de cada fase, y la ausencia de un discurso claro que retome las preocupaciones y reivindicaciones populares, han sido los principales factores que impiden organizar a la población en torno a las banderas de la oposición”.
¿Qué es orientación estratégica en los objetivos de cada fase? Es otra frase sin sentido de Miranda. Hay objetivos tácticos y objetivos estratégicos, no hay orientaciones estratégicas en objetivos… Las orientaciones estratégicas se dirigen a la preparación de los enfrentamientos; las orientaciones tácticas, a su ejecución. Un objetico puede ser táctico o estratégico dependiendo de las circunstancias.
Lo que impide organizar a la población en torno a las banderas de la oposición es que la oposición no tiene banderas. Y que la conciencia de la población es más combativa y más avanzada que la de la tal oposición.
Organizarse para restablecer los derechos constitucionales, ¿sin derribar a Ortega?
<<Nadie coherente se propone restablecer los derechos constitucionales sin desmantelar a la dictadura y sin cambiar la Constitución. El objetivo es derrotar a Ortega, no una profunda reforma electoral con Ortega en el poder.>>
Escribe Miranda:
“Sin la suficiente presión social cualquier intento de reforma morirá en el camino. Luego de seis meses de su creación, la Coalición Nacional se encuentra en agonía. No fue constituida como una coordinación en la lucha por el restablecimiento de los derechos constitucionales, sino como una alianza electoral, sin que se halla librado la batalla por una profunda reforma electoral”.
La rebelión de abril no deseaba reformas, y el próximo auge de la lucha de masas, menos.
Nadie coherente se propone restablecer los derechos constitucionales sin desmantelar a la dictadura y sin cambiar la Constitución. El objetivo es derrotar a Ortega, no una profunda reforma electoral con Ortega en el poder. Esa no es más que una eventualidad engañosa con muy poca probabilidad. Ningún estratega diseña su estrategia sobre eventualidades que dependen del adversario. La estrategia debe depender de la propia capacidad de luchar. De la capacidad de derrotar al enemigo y de promover condiciones que faciliten su derrota. Ortega, si lo puede evitar militarmente, por obvias razones prefiere seguir en crisis interminablemente que ser derrotado electoralmente.
Escribe Miranda:
“Confunden la amplia y necesaria unidad que debe existir para reconquistar las libertades democráticas, con una alianza electoral cuya unidad dependerá siempre de acuerdos programáticos y políticos con fuerzas que tengan una visión común”.
Para conquistar libertades democráticas no se requiere una amplia unidad, lo que se requiere, en concreto, es infligirle derrotas a Ortega. La unidad no es precondición de nada. Al contrario, es el resultado de un proceso exitoso de cambio de la correlación de fuerzas. Es decir, la unidad es resultado de una estrategia vencedora. El éxito combativo es la fuerza de atracción más poderosa, y es lo que decide quien desempeña el rol de dirección.
Para Miranda, no implosiona Ortega, sino, la coalición
Escribe Miranda
“Contrario a los pronósticos de implosión de la dictadura, quienes están explotando internamente son las principales organizaciones opositoras: ACJD, UNAB y Movimiento Campesino (MC)”.
La implosión no es una explosión interna. Son términos contradictorios, que Miranda confunde. Todo lo que explota lo hace hacia afuera, se rompe hacia afuera. Decir que ACJD, UNAB y Movimiento Campesino (MC) explotan, significa que saltan en pedazos, porque la presión interna es superior a la externa (contrario a la implosión). Nadie presiona a la coalición para que colapse, es la entropía, la energía caótica interna, el desorden a su interior lo que la hace colapsar, hundirse. El reformismo lleva en sus entrañas la incomprensión de la contradicción de la realidad política, y tiende a gravitar incoherentemente en torno al estatus quo que está en crisis, de manera, que genera caos.
Su decimos que el régimen orteguista enfrenta un proceso de implosión significa que su requerimiento interno de recursos es superior a sus ingresos externos, su carencia es superior a su capacidad logística, significa que su modelo demanda más que lo que puede agenciarse del exterior, y que se desmorona porque no puede ser eficaz, porque no puede resolver nada, porque crece el descontento interno ya que sus cuadros de apoyo desertan al ver insatisfechas sus expectativas, al ver un panorama sin salida, y porque la presión externa aumenta y socava sus estructuras. Ortega da muestras de no poder resistir la presión exterior. Resulta evidente que no puede contrarrestarla. Está pasivamente a la defensiva. Todo esto no hay discurso que pueda esconderlo.
Suena irónico, para sus partidarios, que se hable de victorias, cuando toda acción táctica (más encarcelamiento, más impuestos, más amenazas y ataques, más multas, más despidos, más recorte de gasto social, más inseguridad ciudadana) agrava la situación estratégica del régimen. El agente más eficaz en contra de Ortega es Ortega mismo.
Este fenómeno implosivo, que se aplica muy bien para describir lo que ocurre con la dictadura en crisis, es ridículo aplicarlo, como hace Miranda, a intentos organizativos extraordinariamente débiles y erráticos de parte de la coalición.
Escribe Miranda:
“De continuar esta tendencia (de implosión de las organizaciones de la coalición), la oposición llegará chorreando sangre al proceso electoral del año 2021”.
Lo que interesa a un político sensato es cómo llegará la población a esa coyuntura electoral, porque la contradicción real es entre la nación y la dictadura. Del desarrollo de esta contradicción, en cada coyuntura, depende la transformación de la sociedad. No de la poca o mucha sangre que chorree la coalición.
Curandero reformista de la ACJD y la UNAB
Escribe Miranda:
“La única posibilidad de revertir este proceso de dispersión y atomización de los principales grupos de oposición es que la ACJD y la UNAB conformen una nueva fuerza política, invitando a las tres corrientes del MC que luche por la recuperación de las libertades y por una profunda reforma electoral”.
La visión burocrática de un reformista rematado corresponde a la de un curandero embaucador. En lugar de ver la caída de Ortega como obra de la lucha independiente de las masas, acicateadas por la crisis, Miranda centra su mira, exclusivamente, en la ACJD y la UNAB para que reviertan su proceso de dispersión, aliándose como fuerza política con el movimiento campesino.
¿Qué ocurre cuando estas organizaciones se alíen? Entonces, dice Miranda (como si ellas decidirán tomarlo de asesor), lucharán por la recuperación de las libertades y por una profunda reforma electoral. ¿Qué cambiará en ellas al aliarse? Toda organización responde políticamente, en última instancia, con mayor o menor conciencia, a los intereses sociales de quienes las conforman, o a la ideología que les es afín. Y cambian de línea (y de alianzas) cuando sus intereses se deben adaptar al cambio de la correlación de fuerzas entre los sectores sociales.
Las libertades, para las masas, no se recuperan antes que la dictadura sea desmantelada. Gran parte de los llamados opositores en la coalición no desean que las masas gocen de libertades, y que las usen para adelantar mayores derechos en la sociedad. En el sentido exclusivo que les da Miranda a las libertades, en su secuencia de fases reformistas que culminan con la reforma electoral, a lo sumo, los llamados opositores abogan por que ellos puedan ser electos a puestos públicos.
Las aspiraciones del pueblo se convierten en conciencia política
Escribe Miranda:
“Para superar las divisiones se requiere elaborar un plan conjunto que sintetice las aspiraciones populares y promueva la organización de la ciudadanía. El tema de las candidaturas y la elección de la casilla electoral viene después”.
El problema del país no se resuelve si se superan las divisiones dentro de la coalición. Esa es una distracción que sólo ayuda a Ortega. Un político serio se aboca a organizar a las masas en torno a una estrategia que se sustente en la necesidad objetiva de emprender una lucha colectiva por sus intereses vitales (no por reformas en determinada secuencia).
No existe un plan que sintetice las aspiraciones del pueblo. Las aspiraciones del pueblo no se sintetizan, se convierten en acción combativa, no para cumplir una secuencia de reformas, sino, para infligirle derrotas tácticas a Ortega, con el objetivo de desbaratar la ejecución de su estrategia.
Ahora, Ortega puede reprimir a su antojo a la población, puede deteriorar sus condiciones de existencia, pero, no puede ejecutar la estrategia que le permita superar la crisis. Y no puede impedir que cada día se debilite más internamente. Porque Ortega está entrampado, en una trampa que se cierra inexorablemente. Ese es el proceso de implosión que determina su caída. Sin embargo, hay que ir más allá, hacia la reconstrucción de la nación, y ello requiere de un partido político de los trabajadores que desarrolle, mediante la lucha, la conciencia política de las masas.