El Tango del Repacto
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Escuche la versión de audio del artículo, leido por su autor.
El “divorcio” del Gran Capital y el clan Ortega: ¿reconciliación o re-pacto?
Quienes creen ser dueños de una finca llamada Nicaragua van a hacer—mientras puedan– lo que se les antoje, independientemente de la opinión de la ciudadanía inconsulta.
<<El pueblo quedaría de nuevo a merced de los sicarios>>
La jugada de las élites es maniobra de poder puro, crudo y cruel: imponer a los ciudadanos, con pistola orteguista en la sien, una re-repartición de poder entre ellas, un re-pacto entre sus representantes, que al final contendría esta infame transacción: Ortega y su clan retendrían el poder económico y represivo que han acumulado; Ortega y su clan no serían juzgados por sus crímenes, sino que mantendrían lo que las élites llaman calmadamente “cuotas de poder”, y a cambio, Ortega cedería espacio a algunos representantes de la oligarquía en el aparato del Estado. Ortega podría hasta entregar la Presidencia, pero no el poder. Los pactistas dirían que se inicia una transición, que es el comienzo de una nueva era (como en el noventa), y los poderes extranjeros se retirarían satisfechos del gran éxito de su gestión. El pueblo quedaría de nuevo a merced de los sicarios, que con toda seguridad eliminarían selectivamente a los valientes que se atrevan a reclamar que la transición a la democracia sea real, que paren los asesinatos, y que se establezca un Estado de Derecho.
Hacen falta dos para bailar el Tango del Repacto
Rota por las masacres del 2018 la racionalización del pacto anterior («habrá/hay progreso, grandes proyectos, milagro económico«), la minúscula oligarquía de milmillonarios nicaragüenses ha tenido que mostrarse «separada» del FSLN, y más cerca de la ciudadanía.
<<…los oligarcas se quedaron viendo, entre asustados y aliviados, y contuvieron la respiración mientras permitían que Ortega restaurara la estabilidad>>
Pero nunca abrazó el proyecto ciudadano de Estado de Derecho, por razones económicas, históricas y culturales; así que, cuando la ciudadanía y el clan FSLN chocaron frontalmente en las calles del país, los oligarcas se quedaron viendo, entre asustados y aliviados, y contuvieron la respiración mientras permitían que Ortega restaurara la estabilidad, masacrando; luego aceptaron la «visión» orteguista de “resolver” la crisis dentro de las reglas que el propio Ortega dictó: elecciones en el 2021 y bendición regional de la OEA.
Para que esta visión avance, han inducido a los funcionarios de Estados Unidos que adversan a Ortega a atenuar su hostilidad al régimen, han complicado cualquier esfuerzo militante–y hasta organizativo–de la oposición que nació en Abril; cooptan voluntades, compran lealtad a cambio de seguridad, dividen entre y dentro de las formaciones políticas emergentes, y, especialmente, impostan una pose de espectador desvalido ante la represión, sin oponer verdadera resistencia a que la dictadura encarcele, y sobre todo exilie, a los opositores más militantes.
Dejan así el camino despejado, con apenas débiles puestas en escenas de indignación, para que Ortega mantenga la casa en orden hasta que llegue el momento de la fiesta (o el entierro) de la esperanza democrática, en noviembre de 2021.
Cómo “vender” la farsa a un pueblo herido
La parte más delicada de su trama es cómo jugar el papel de «libertadores» siendo más bien cómplices que sacrifican el interés de justicia y democracia para proteger sus privilegios, para los cuales –parecen estar convencidos– necesitan un nuevo arreglo corporativista [alianza Gobierno-Gran Capital] con el Estado de Nicaragua.
¿Cómo lograrlo, si la sangre y el exilio aún están frescos? ¿Cómo, si Ortega se muestra tan implacable, e inflexible? La fórmula: aprovechar la desesperación, la asfixia, el ahogo de la mayoría de la población; mantener con vida al régimen el tiempo suficiente para que no haya estallido social; y buscar en la tradición una narrativa moldeable para cerrar la venta. De esto se trata su lema de que Nicaragua es Cristiana [Chamorro].
Es un plan que vienen esbozando desde hace un par de años…
Y es un eslogan para el futuro, que viene del pasado, y amenaza con mantenernos ahí, con hacernos retroceder las pulgadas históricas que avanzamos a punta de cientos de muertes, de miles de exilios y familias destruidas; a costa del heroísmo primario y profundo de los pobres de nuestra desdichada tierra.
Y a costa de la esperanza. Porque quienes quieran verdadera democracia y libertad en Nicaragua no la tendrán por la ruta de un repacto con Ortega y Murillo. ¿Alguien puede dudar esto?
<<…la lista de culpables y cortesanos es extensa. Es un mundo de sombras detrás de las sombras…>>
…los protagonistas
Porque no es Carlos Pellas Chamorro, la sombra que se esconde tras todas estas maquinaciones, quien va a romper las cadenas del autoritarismo y la corrupción en Nicaragua. Ni Chano Aguerri Chamorro, su agente estelar. Ni Arturo Cruz Sequeira, mercenario político por excelencia, ex aliado FSLN de seda, vuelto Contra de lujo, vuelto embajador de la segunda dictadura del FSLN y colaborador en la construcción del estado fascista FSLN-COSEP, vuelto conspirador del repacto eufemísticamente conocido como “aterrizaje suave”, o “salida en frío”, y ahora, dicen—para rematar—vuelto aspirante presidencial.
Aparte de estos tristemente destacados, la lista de culpables y cortesanos es extensa. Es un mundo de sombras detrás de las sombras, detrás de las cuales se mueven otros personajes siniestros de Nicaragua, como Humberto Ortega. La gente lo sospecha, su intuición los toca; a veces puede equivocarse y hacer pagar a justo por pecador [tanto es el trauma], como cuando cree ver el paso del “MRS” hasta donde quizás (quizás) no existan huellas. O a lo mejor realmente esté, el MRS u otro grupo, ahí, en todos los numerosos lugares donde el ojo del pueblo cree verlo, y sea yo quien se equivoca. Nada de esto debería sorprender.
Todo es posible en la pesadilla nicaragüense
Ha sido posible ver a Antonio Lacayo, virtual Primer Ministro de Nicaragua en el gobierno de su suegra, doña Violeta Chamorro, y difunto esposo de Cristiana Chamorro, unirse a la campaña de Daniel Ortega ¡en el 2001!, después de haber sobrevivido al “gobierno desde abajo” de Ortega y las asonadas dirigidas desde El Carmen; después de denunciar la piñata que el FSLN escenificó en 1990; después de los diez años de dictadura y crimen en los ochenta; después de las decenas de miles de muertos y lisiados, y cientos de miles de desterrados que nunca pudieron volver; después de los escándalos que acompañaron la privatización de propiedades públicas que su gobierno dirigió; después incluso de regalar a particulares privilegiados propiedades del Estado de Nicaragua, es decir, propiedades de todos los nicaragüenses [un ejemplo especialmente escandaloso fue la transferencia de terrenos y edificios al entonces Cardenal Miguel Obando, donde este, con la colaboración de sus protegidos, el tristemente célebre Roberto Rivas y su familia, estableció lo que hoy es propiedad privada del clan: la Universidad Católica (UNICA), a la cual el también tristemente célebre Arnoldo Alemán proveyó “generosamente” subsidios con fondos estatales al margen de la ley, interrumpidos por el gobierno que sucedió al de Alemán, el del Ingeniero Enrique Bolaños; y, hay que decirlo, para redondear este incompleto inventario de transgresiones en las que no solo Lacayo sino muchos otros que todavía “circulan” en la política nacional participaron, la adhesión de todos ellos a la Convergencia del FSLN en el 2001 ocurrió años después de que Ortega hubiera purgado a quienes dentro de su partido quisieron hacerle algún contrapeso o “democratizar” el movimiento.
<<Esta es la élite político-económica de Nicaragua… que llama a la “unidad” cuando la unidad es dejarlos en paz para que armen sus tramas y chanchullos, sus pactos, y hasta sus guerras.>>
Allí estaban, sin dar muestra alguna de entender su obligación de rendir cuentas, después de estos atroces abusos que padeció la nación empobrecida, violada, violentada, postrada, Antonio Lacayo, Dora María Téllez, Agustín Jarquín, Álvaro Robelo, la difunta política del Partido Conservador Miriam Argüello, y hasta miembros de la élite de la Contra que no tuvieron empacho en unirse al tirano que seguía asesinando a los campesinos de quienes antes se sirvieron.
Esta es la élite político-económica de Nicaragua. Esta es la gente que llama a la “unidad” cuando la unidad es dejarlos en paz para que armen sus tramas y chanchullos, sus pactos, y hasta sus guerras. Todos son, después de poco tiempo, patriotas honorables, intachables, que levantan el dedo contra los ciudadanos que se atreven a cuestionarlos. Las huellas que plantan en nuestra historia son de aridez. Huellas que ellos mismos se encargan de hacer polvo y lanzar al mar del olvido.
Toda esta gente es la que mueve las fichas del tablero con mano invisible: los repactistas
Su poder económico y su peso político, en los salones y cuartos oscuros de la conspiración, es enorme. Incluso controlan prácticamente todos los medios de comunicación de referencia, salvo los más pobres y más nuevos, cuyos periodistas padecen no solo el temor a la represión oficial, sino la intimidación por hambre y aislamiento que imponen las élites a quienes disienten.
La ruta hacia la libertad y la democracia es otra
Lo sabe, lo ha aprendido a golpes muy dolorosos, la víscera del nica; lo sabe su garganta que ha gritado ¡Libertad! Exponiendo su pecho en las calles. Por eso, pase lo que pase, no hay que olvidar a quienes re-escriban y a quienes actúen el libreto funesto de elecciones con Ortega sin previa restauración de la libertad. No hay que olvidar a los protagonistas del repacto.
Es un libreto, dicho sea de paso, nada original: invito al lector a dudar de mis palabras, y buscar por su cuenta los originales de esta torpe copia en la historia del viacrucis de siglos impuesto a la nación por los mismos caifases y los mismos pilatos.
¿Y por qué no olvidar?
Para que viva la esperanza. Para que, pase lo que pase, logremos oportunamente salir del camino por el cual nos llevan los mediocres libretistas de las élites, cuya incompetencia es tal que no pueden convivir ni con la democracia ni con la libertad, y necesitan apoyarse en la brutalidad asesina del Estado.
En el mejor de los casos, parecen practicar los roles de «policía bueno» y «policía malo». Del amo que tortura y el amo que trata a sus esclavos con piedad calculada. Pero siguen siendo esclavos los esclavos, y de ser necesario caerá de nuevo sobre ellos el látigo, o el golpe del policía malo. ¿A esto se reducirá nuestra historia? Solo si aceptamos.
¿Qué hacer, entonces?
Presentaré, en la próxima entrega de este trabajo, algunas ideas. No hay solución mágica ni indolora, y ciertamente no pretendo conocer la clave ni tener en mis manos el plano detallado de la solución, mucho menos el monopolio de la verdad. Pero quiero compartir con usted, respetado lector, esto que creo que es lo principal: solo el pueblo salva al pueblo, como reza el famoso eslogan. El desarrollo de la conciencia, el abrir los ojos a la realidad, por más amarga que esta sea, el distinguir a través de la neblina las máscaras de los falsos libertadores, es el paso fundamental. Una vez dado ese paso, la creatividad, el ingenio y el coraje ya probado de millones de nicaragüenses encontrarán el camino y los medios de lucha.
Por eso decidí traer a colación ocurrencias acontecidas en los ochenta y durante la transición de 1990: la historia tiene largos tentáculos, y la tragedia del 2018 es la punta de uno de ellos, que brota del pacto, orquestado en aquel entonces por Lacayo y sus aliados, que permitió la impunidad y la continuidad del poder criminal del FSLN.
Dos pactos más completarían la construcción del gulag nicaragüense. El primero de ellos no habría ocurrido sin la imputación criminal de Arnoldo Alemán, y la abyecta transacción que aceptó [o aceptaron, él y los llamados “liberales”] para permitir que Ortega accediera al poder con apenas 35% de los votos. El segundo no podría haber ocurrido sin que la oligarquía rentista, atrasada, reaccionaria, agrupada en el llamado “gran capital” de Pellas, Ortiz Gurdián, y un puñado de milmillonarios, aceptaran jubilosos el reino de terror del orteguismo a cambio de acrecentar sus fortunas.
Ahora hay un pacto más, gestado ya, entre los mismos agentes y participantes que menciono. Este pacto—el repacto— no hará nacer la dictadura, busca más bien darle continuidad de protección a los intereses que ella cobija, de la misma manera que ha ocurrido demasiadas veces en la historia de Nicaragua: a través de la promesa ilusoria de una falsa salida “cívica”, de elecciones en las que el ciudadano es llamado únicamente a aparecer en fila y en foto y aceptar una ración magra de comida, del menú ya preparado por la corrupción. En breve: una farsa, una mentira cruel.
Mi esperanza es que, al aprender la historia y aprender de la historia, la lucha futura del pueblo no sea mediatizada, que no sea lucha de venganza, sino de construcción, y que aprendamos, en el camino, a convivir, no como amos y esclavos, sino como seres humanos libres y capaces de negociar nuestros conflictos dentro de un sistema que proteja los derechos de todos, sin permitir privilegios a nadie. Un sistema que organice el poder colectivo sin oprimir al individuo, y que disperse el poder, para que ningún individuo, clan o conglomerado económico, o político, oprima al resto.