Entierro exprés
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Y en Nicaragua cae,
como de las hojas
de una novela absurda,
el cuerpo de quien hace un instante
compraba una libra de arroz.
Vienen hombres
vestidos de astronautas
[en mi mente la frase “exoesqueleto blanco”].
Habituados a domar la prisa, llevan el cuerpo a su rutina.
De quien aquella noche
planeaba un
plato de arroz
debe decirse:
no habrá, no se dará, y no habrá aviso.
[¡Malditos!, se oye,
desde el vientre; añádase uno más a la venganza].
Los hombres de blanco ordenan
a la locataria
que limpie [“señora, bote ese arroz en la basura”].
Y se van.
Horas más tarde,
una caravana de hojalatas,
luces de sirenas,
las maderas de los muertos
como piernas morenas,
delatan el camino del
entierro secreto.
Son las 11 de la noche. La ciudad,
que nació del dolor
y no encuentra salida,
trata de morir
en la tiniebla.
Si no hubiese mañana,
la tiniebla no tendría sentido.
Unos
pocos
curiosos
se asoman
por las entreabiertas
calles que rodean
como cicatrices
la memoria
del cementerio general.