Epistemología de la cultura de paz [Entrega IV]
Anastasio Lovo
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Naturaleza y cultura
Nuestra especie ha vivido un constante proceso de humanización a lo largo del tiempo. Aunque hayamos surgido en el reino animal como unos homínidos parientes de los primates (simios y monos), algunas facultades particulares de nuestra especie, como la capacidad de erguirnos y poder ver el horizonte, la oposición del pulgar de nuestra mano al resto de los dedos que realiza la imprescindible función de pinza (exclusiva del ser humano), la potencia evolutiva de nuestra capacidad craneana para el desarrollo de nuestro cerebro ligado también, al proceso de cambios en nuestra alimentación que va de la recolección a la caza y la pesca, más la gran revolución de transformar los alimentos –vegetales y animales- de crudos a cocidos por obra y gracias del fuego y su control. Estas particularidades de la especie capaz de interactuar y modificar su entorno han logrado esta transformación, hasta llegar a la humanización que hoy gozamos.
Esta transición, este cambio marca lo que conocemos como el paso de la naturaleza a la cultura. Si bien tenemos un cuerpo compuesto de células y organismos vivos que constituyen aparatos que a su vez conforman el gran sistema de un ser humano, en ese soporte material de nuestro cuerpo, se ha levantado la obra de la mujer y el hombre: la cultura.
Cultura es lo que se cultiva, aquello que no aparece de manera silvestre o salvaje y que no viene dado –como la vida animal o vegetal- como un regalo de la naturaleza. El maíz que comemos convertido en una tortilla dorada o en una ocre cosa de horno, por ejemplo, está a miles de años de distancia del maíz primitivo. Ha sido mejorado en su calidad intrínseca y en su productividad económica.
Aquel maíz que crecía silvestre en los llanos de Mesoamérica y que alguna shamana o algún shamán aborigen descubrieron como comestible, fue mejorado genéticamente, sometido a cuidos, a condiciones climáticas diversas, fue alimentado con nutrientes, etc. Hasta llegar a la manipulación genética que se realiza con las especies en nuestro mundo contemporáneo, resultado de la cual, hoy existen y consumimos especímenes de casi todos los productos de origen vegetal que son transgénicos.
Es tal la capacidad de manipulación genética conquistada por la ciencia y la tecnología contemporáneas, que se han potenciado los productos vegetales con genes de origen animal para aumentar su resistencia y productividad. Al pasar de un género animal a otro vegetal se produce lo transgénico, que según investigaciones médicas o científicas son capaces de provocar severas alteraciones en la salud humana.
Pasó con el maíz, la papa o el tomate tres productos básicos alimenticios y nutritivos básicos que Abya Yala, -conocida gracias al colonialismo como América- le regaló a la cocina mundial. Por supuesto que otras especies indoeuropeas, africanas u oceánicas han sido manipuladas genéticamente: vale decir el trigo, la cebada, el lúpulo, el café, el té, la fruta de pan, el mango, los cítricos, las musáceas, etc. Y esto está ocurriendo por obra y gracias de la tecnología patentadas por las transnacionales que se han apropiado del negocio de las semillas y los insumos agrícolas, también por la indolencia de nuestros gobiernos, nuestra escasa movilización ciudadana y la no asunción política del paradigma de la cultura de paz.
La cultura es un concepto muy amplio, dueño de un campo semántico muy vasto. Existen miles de definiciones, conceptos y visiones de lo que es cultura. Una aproximación conceptual pertinente sería considerar a la cultura como todo lo que el ser humano produce en un proceso dialéctico, ínter creativo, interactivo y retro-alimentario con la naturaleza y con la misma cultura.
La afirmación anterior permite caracterizar a la cultura como un proceso productivo inagotable y constante que nos impide hablar de ella como un fenómeno estático, acabado e inmutable (sin posibilidad de transformación o cambio). En este proceso de transformación cultural, una parte significativa de esta responsabilidad la posee la educación, por supuesto junto a la familia, la iglesia y los medios de comunicación.
El ser humano produce bienes de la naturaleza y también de la cultura
Pero veamos algunos ejemplos de la relación Naturaleza –Homo Faber (Hombre que fabrica) – Cultura, para que nos quede aterrizado este concepto.
Cuando el ser humano produce un juego de muebles de madera, éste lo ha extraído de las materias primas que le brinda la naturaleza, el bosque maderable. Aquí estamos en el caso de sacar cultura de la naturaleza. Es la naturaleza la que provee los elementos y el ser humano con su trabajo lo transforma en un bien o producto.
Pero cuando el ser humano produce una computadora haciendo uso de un código cultural como las matemáticas, utilizando el plástico, los metales, los semiconductores, algún líquido, en fin todos esos circuitos que constituyen los chips, pues sencillamente está extrayendo cultura de la cultura. Los/ las humanos/as fabrican estos objetos a partir de materias cultivadas, no de materias primas estrictamente naturales.
También ocurre lo mismo con la literatura. Un/a poeta, un/a novelista, un/a cuentista, un/a ensayista, toma al lenguaje –código cultural por excelencia- para convertirlo en obra de arte. Es decir los escritores producen cultura a partir de la cultura. El lenguaje es quizás el más preciado bien cultural producido por los seres humanos. El gran filósofo alemán Martin Heidegger afirma que el lenguaje es la casa del ser. Y ese ser es productor de cultura a través del lenguaje. La cultura de paz, a la luz de una epistemología del pensamiento complejo, estudia este paradigma también como un producto del lenguaje.
5.3 Lenguaje y sociedad
Es importante que consideremos que significa e implica el lenguaje para el desarrollo de nuestra especie. El lenguaje humano como el más poderosos código comunicacional y matriz de todos los demás, ha posibilitado nuestra consolidación como una especie destacada capaz de producir una organización cultural llamada sociedad.
El surgimiento del lenguaje según los antropólogos, los historiadores y los lingüistas lo sitúan claramente junto al del homo sapiens, en el Paleolítico superior, hace unos 50,000 años antes de nuestra era. La producción de esta técnica de comunicación entre los seres humanos probablemente es la más trascendental en el tiempo.
La existencia de un código de comunicación con posibilidades infinitas de emitir mensajes a partir de un número relativamente reducidos de fonemas, es algo sencillamente maravilloso. Este hecho lo convierte en la matriz cultural por excelencia que servirá de base para generar el pensamiento mítico, el artístico, el filosófico, el matemático, el científico, etc.
Es decir, los seres humanos, gracias al lenguaje, somos capaces de significar, metaforizar y simbolizar. Con las facultades del lenguaje, logramos una comunicación más efectiva y económica. El lenguaje hace innecesario indicar las cosas o tocarlas con los dedos, o hacer gestos o mímicas, o dibujarlas. Es decir, el lenguaje captura la realidad en signos y así tenemos que, para hablar de un río, un árbol o el fuego no es necesario traerlos físicamente frente a nuestro/a interlocutor/a, una palabra basta para evocarlos y establecer la comunicación.
Hubo en el siglo XX un lingüista de origen ruso, Roman Jakobson, quien formuló un modelo de comunicación fundado en seis factores, a saber:
- El emisor, que corresponde a quien emite el mensaje.
- El receptor o destinatario, que corresponde a quien va dirigido el mensaje.
- El mensaje que contiene la información que se transmite en la comunicación.
- El código lingüístico, que consiste “en un conjunto organizado de unidades y reglas de combinación propias de cada lengua natural”. Por ejemplo las reglas de combinación del español, el inglés, el árabe o el chino que son muy distintas entre sí.
- El canal, que permite establecer y mantener la comunicación entre emisor y receptor. Por ejemplo, son canales distintos los que usamos cuando conversamos física y directamente con una persona, que cuando conversamos por teléfono o enviamos un mensaje vía computadora a través de los chats o de los correos electrónicos.
- El contexto o situación, indica el espacio físico y la situación donde se está produciendo la comunicación. No es lo mismo decir: ¡Clase de aguacero!, frente a una tormenta tropical; que decirlo frente a un espléndido y calcinante sol. En la última situación descrita, con el sol, la expresión sería muy irónica.
En correspondencia a estos seis factores de la comunicación humana, Jakobson postula seis funciones básicas del lenguaje:
- Emotiva: Esta función está centrada en el emisor quien pone de manifiesto emociones, sentimientos, estados de ánimo, etc.
- Conativa: Centrada en el receptor o destinatario y en ella el emisor pretende que el receptor actúe de conformidad con lo solicitado a través de órdenes, ruegos, preguntas, etc.
- Referencial: Función centrada en el contenido o “contexto”, entendiendo a éste en “sentido de referente y no de situación”. Se encuentra esta función generalmente en textos informativos y científicos.
- Metalingüística: Esta función se utiliza cuando el código sirve para referirse al código mismo. Esta centrada en el código. Con este tipo de mensajes hablamos de metalenguaje, que es el lenguaje utilizado para hablar del lenguaje.
- Fática: Es una función centrada en el canal y trata de todos aquellos recursos utilizados para mejorar la interacción comunicativa. El canal es el medio utilizado para establecer el contacto entre emisor y receptor y viceversa. Cuando en una comunicación telefónica decimos aló, estamos estableciendo la claridad o limpieza del canal. Igualmente, cuando decimos “casi no te escucho, hay mucho ruido”, estamos estableciendo la suciedad o el ruido o interferencias en el canal.
- Poética: Esta función se centra en el mensaje. Se pone de manifiesto cuando la construcción lingüística elegida intenta producir un efecto especial en el destinatario: goce, emoción, entusiasmo, admiración de carácter estético.
Además de esto el lenguaje posee otra propiedad no menos importante, pero en la que casi nadie repara o le da escasa importancia. Al menos en la escuela formal las maestras y los maestros de lengua y literatura, no se atreven a enseñar. Me refiero a concretamente a esta característica del lenguaje que el teórico de la literatura de origen búlgaro, Tzvetan Todorov define como secundariedad, en la entrada Signo del Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje.
Sobre estas propiedades específicas y únicas del lenguaje Todorov dice: “En tercer término, el lenguaje verbal es el único que comporta ciertas propiedades específicas: a) puede empleárselo para hablar de las palabras mismas que lo constituyen y, con más razón aún, de otros sistemas de signos; b) puede producir frases que rechazan tanto la denotación como la representación: por ejemplo, mentiras, perífrasis, repetición de frases anteriores; c) las palabras pueden utilizarse en un sentido del cual la comunidad lingüística no tiene conocimiento previo, haciéndolo conocer gracias al contexto (por ejemplo el empleo de metáforas originales. Si damos el nombre de secundariedad a aquello que permite al lenguaje verbal asumir todas estas funciones, se dirá que la secundariedad es un rasgo constitutivo.”
De todos los códigos semióticos solo el lenguaje humano es el único capaz de crear, innovar, hacer retórica y mentir. Esto es parte de la riqueza lingüística que posibilita todos los relatos literarios, filosóficos, políticos, religiosos, mediáticos, etc. A partir del lenguaje, el ser humano hace suya como parte consustancial de él/ella, la capacidad de crear objetos nuevos. La imaginación humana se potenció al máximo con el lenguaje y en la época actual, esta propiedad de secundariedad, ya la han tomado otros artes. Es decir, estas propiedades únicas del código comunicacional humano fundado por el lenguaje, es desde donde se generaron las posibilidades de imaginar, de crear y de plasmar en arte creaciones o recreaciones de literatura, música, pintura, escultura, danza, teatro, cine y los nuevos medios cibernéticos.