Estrategia nacional y elecciones
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
Hay cierto debate en curso sobre la forma de salir de Ortega, en el cual, la Coalición Nacional, que decidió por su cuenta que esta salida deba hacerse por vía electoral, está en minoría creciente porque nadie cree (ni siquiera en la Coalición) que Ortega pueda convocar a elecciones libres, visto que bajo una dictadura que transgrede abiertamente la ley, que acosa y extorsiona a los ciudadanos, existen, al margen de las reformas electorales a las que pondrá trabas imaginables, múltiples formas inimaginables de torcer en la práctica la voluntad de la población, contraria a sus intereses, que debería expresarse en las urnas.
Estar en minoría, si bien no significa nada para la filosofía, es un desastre para la política, y más para quien participa en un proceso electoral con miras a acceder al poder. Si la filosofía se propone ahora transformar la realidad social, con base a condiciones objetivas existentes que hacen necesaria tal transformación con crisis manifiestas y con discontinuidades de un proceso no lineal, el tiempo no incide más que para indicar la acción y la secuencia de la experiencia, no un cronograma de las conquistas históricas. Ello puede consumir una vida sin un avance significativo.
Sin embargo, el debate, si se le puede llamar así a simples opiniones opuestas, se detiene superficialmente en rechazar la posibilidad de elecciones libres, sin ir más allá, sin criticar la inconsecuencia de la comunidad internacional que dirige la vía electoral, y que promueve las elecciones usando como estrategia la presión a Ortega por medio de sanciones económicas, sin comprometerse fino en fondo en una salida del orteguismo en el caso que las elecciones tengan un resultado distinto. La comunidad internacional elabora bocetos de solución a la crisis, como un pintor que dando trazos subconscientes en el lienzo busca a ver qué sale por inspiración automática. En lugar de definir una estrategia coherente con los cambios que demanda la realidad.
Otros se dejan llevar por el temor a un escenario incierto, distinto a la tranquilidad aparente de un proceso electoral, y convierten tal temor en argumento contundente a favor de la vía electoral, como si el objetivo no fuese cambiar la sociedad, sino, vivir en la tranquilidad. Y la mayoría cede la dirección a la comunidad internacional, sin optar por una lucha activa de carácter nacional.
La Coalición ha desertado de una estrategia de lucha nacional
La Coalición actúa como políticos tradicionales, sustrayéndose a un debate democrático. De modo que se organiza sin más junto a partidos zancudos, con fines electorales, y no como medio de lucha de la nación (ya que en tal caso incorporar a los partidos zancudos sería meter un nido de alacranes dentro de la camisa). Ha desertado de la lucha nacional que se inició en abril de forma espontánea (aunque, por desgracia, sin dirección política). Se aleja cada vez más de una posición estratégica nacional, y opta, junto a los partidos zancudos, cómo acomodarse al poder. En el terreno electoral, la iniciativa se la dejan a Ortega, hasta que él decida negociar a su manera. No pretenden derrotarlo, sino, presionarlo con sanciones internacionales…, pero, no tanto, porque se hayan sumisos a lo que decida la comunidad internacional que promueve un aterrizaje suave.
La característica de estos partidos dentro de la Coalición es llegar al borde del proceso electoral para ver con claridad con cual opción tienen más probabilidades de obtener puestos públicos, listos a dar el salto con cuerdas y ganchos de alpinistas. Y Ortega, reformará la ley justo para que puedan saltar, a última hora, a sus brazos.
Entonces, algunas partes de la Coalición, llevándose las manos a la cabeza, dirán que han sido engañadas, que las han traicionado. Es una obra de teatro que ya ha sido representada antes.
Ninguno de estos partidos va a cortar sus aspiraciones de vivir del presupuesto porque en una votación interna queden desplazados de las candidaturas. Por el momento, luchan con uñas y dientes para formar alianzas dentro de la Coalición que les garantice el control de las votaciones al momento de elegir candidatos. En una unión sin ideologías, en un ambiente electoral, no combativo, lo que prevalece es la habilidad del zancudismo, de modo que la Coalición se ve enfrascada en una guerra de zancadillas por el cambio de los estatutos a favor de cada fracción. Llevan cinco meses en ello, y le han agarrado gusto.
<<…por sí solas, tales sanciones no conseguirán que Ortega prefiera entregar el poder, que le haría perder la impunidad que es su principal objetivo estratégico… Si Ortega, debido al fraude electoral fuese desconocido como gobierno legítimo, para Nicaragua no significaría la libertad, sino, caer en una crisis humanitaria prolongada, peor que en Venezuela. Este sería el peor escenario de todos para el pueblo.>>
Las reformas electorales están en manos de Ortega
Aunque Ortega intente adquirir cierta legitimidad por medio del proceso electoral, ese intento no será a costa de tener que aceptar una derrota en las urnas. Sabe que unas sanciones más contundentes para orillarlo a respetar los derechos ciudadanos afectarían la economía, y le servirían de excusa para eludir su responsabilidad en el caos que significa su permanencia en el poder. En otros términos, sabe que las sanciones, aunque no encuentren resistencia posible de su parte, deben proceder con cautela como si se aventurasen en un campo minado, para no arrasar indiscriminadamente con las condiciones de vida de la población, con un efecto adverso.
De modo que, por sí solas, tales sanciones no conseguirán que Ortega prefiera entregar el poder, que le haría perder la impunidad que es su principal objetivo estratégico.
La salida de Ortega, mientras para nuestra población es un objetivo estratégico (pero, sin estrategia nacional), para la comunidad internacional es una escaramuza táctica (sin compromiso estratégico). Entre ambas limitaciones Ortega permanece agazapado indefinidamente a la defensiva. Sin embargo, la sociedad avanza así hacia el desastre.
En fin, la gravedad de la crisis termina de arruinar a los sectores sociales que viven con trabajos precarios, de modo, que apuntar solamente a que la crisis y las sanciones hagan capitular a Ortega no es tan cierto en la medida que la sociedad entra en alarmante descomposición. Y, superado cierto límite de tolerancia a la miseria, la población pierde la posibilidad de luchar, dejándose llevar por la resignación estoica propia de nuestra historia de vasallaje colonial y oligárquico.
Si Ortega, debido al fraude electoral fuese desconocido como gobierno legítimo, para Nicaragua no significaría la libertad, sino, caer en una crisis humanitaria prolongada, peor que en Venezuela. Este sería el peor escenario de todos para el pueblo.
La “salida” por medio del zancudismo
Las estrategias para salir del orteguismo no se definen por las propuestas que se hagan, sino, por la correlación de fuerzas de los sectores fundamentales de la sociedad y de sus perspectivas de acción independiente. La Coalición no tiene otro plan que organizar los territorios para la campaña electoral, porque depende de la capacidad de presión de la comunidad internacional. La población, en tal caso, sólo debe servir para delegar el poder.
En tal sentido sólo hay dos estrategias posibles. El camino electoral, promovido y dirigido por la comunidad internacional (en especial, por Norteamérica), con las debilidades y limitaciones que una conducción externa implica. A tal camino se han plegado los partidos y agrupaciones políticas tradicionales (incluida en primer lugar, la Coalición Nacional, plagada de zancudos en su seno), que aprueba sanciones económicas al régimen de Ortega como única forma de presión.
Las propuestas superficialmente distintas, como la de un gobierno de transición, pero, que para su desarrollo requieren la aprobación de Norteamérica, no cuentan en absoluto dado que lo decisivo sigue siendo la estrategia que Estados Unidos adopte (no la que quisieran que adopte por medio de cabildeo o lobby con congresistas y funcionarios menores del Departamento de Estado o, peor aún, en la OEA). La estrategia norteamericana cambia sólo cuando otra fuerza aparece en grado de imponerse autónomamente, porque cambia el escenario inicial, definido por la correlación de fuerzas.
La UNAB y la ALIANZA CÍVICA, que luego de abril promovían piquetes exprés, tocar el claxon, pintarse los labios de rojo, agitar banderas, tirar globos, ahora que se han unido a los partidos zancudos, en lugar de fortalecerse se han debilitado como fuerza en grado de luchar. Desprestigiándose adicionalmente por los conflictos internos en torno a quién controla, mediante estatutos, la toma de decisiones (en especial, respecto a los próximos candidatos electorales).
Ahora, la población ve que la heroica y límpida lucha de abril, ha sido sustituida por un criadero de zancudos (en el que no terminan de reacomodarse las fracciones rivales, incluidos los estudiantes jóvenes, agrupados en treinta organizaciones distintas).
<<A la caída de Somoza, los sandinistas, sin formación política alguna, desarrollaron un perfil improvisado extraordinariamente burocrático, influido por el poder absoluto que cayó en sus manos. Dice el proverbio popular que la oportunidad de robar crea al ladrón. Los sandinistas, sin principios, no tenían como impedir su propia degeneración política. La dictadura sandinista no fue resultado de la lucha armada, sino, de su falta de principios políticos y de su falta de base social. No se puede repetir esa experiencia trágica con una Coalición ecléctica, sin base social, ya con vicios de partida.>>
Pensamiento incoherente de la Coalición
Violeta Granera, miembro del Directorio de la Coalición, expresó en IV poder del 10 de julio:
“Es en el pueblo que tenemos que pensar. No hay una lucha por el poder. No es un pleito entre partidos. No es siquiera el tema de la candidatura. Es evitar que haya más derramamiento de sangre, y que entonces el pueblo legítimamente vaya a volver a caer en la violencia”.
Es decir, la Coalición no lucha por el poder. Su objetivo no es derrotar a Ortega y salir de la dictadura. La Coalición piensa que no debe haber derramamiento de sangre y que el pueblo no vaya a caer en la violencia. Es decir, piensan como bomberos, desconectando los breakers y abriendo las cuchillas de los transformadores, no como políticos que deben luchar por el poder contra una dictadura criminal. Por ello, fuera de las elecciones (que la Coalición sabe que no serán libres), no ven otra vía posible, y deben evitar que haya otra vía.
Miguel Mora, otro miembro del Directorio, en el mismo programa dijo:
“Asumimos un mandato del pueblo. El pueblo no quiere violencia; el pueblo no quiere guerra civil; no quiere más muertos”.
El pueblo no ha expresado su voluntad de delegar en alguien. No le ha dado ningún mandato a la Coalición o a sus dirigentes (escogidos por las cúpulas). Así, como lo hace Mora, se expresa Ortega, que dice tener el mandato del pueblo por ser el mesías.
Por otro lado, es absurdo que el pueblo, fuera de las circunstancias concretas, diga que no quiere algo. Son las normas morales las que se pronuncian de esta manera absoluta, sin que importen las circunstancias. Mora atribuye su modo de pensar al pueblo. Que es una práctica sandinista tradicional.
En una coalición sin ideología, sin una dirección coherente, cada directivo dice en público lo que le parece (y piensan que ese desorden sea democracia). Esta alianza sin línea política, es tan primitiva como Ortega. Sin método, prevalece el capricho, la discrecionalidad. El problema, entonces, que suscita la Coalición, no es sólo con qué medios se sale de Ortega, sino, también, en mayor medida, quién toma el poder (porque en la Coalición cada quien la piensa como quiere).
A la caída de Somoza, los sandinistas, sin formación política alguna, desarrollaron un perfil improvisado extraordinariamente burocrático, influido por el poder absoluto que cayó en sus manos. Dice el proverbio popular que la oportunidad de robar crea al ladrón. Los sandinistas, sin principios, no tenían como impedir su propia degeneración política. La dictadura sandinista no fue resultado de la lucha armada, sino, de su falta de principios políticos y de su falta de base social. No se puede repetir esa experiencia trágica con una Coalición ecléctica, sin base social, ya con vicios de partida.
<<En Masaya, casi al final de la rebelión de abril, surgió la consigna de gobierno local del pueblo insurrecto. Esta fue la mayor enseñanza política de abril. Esta era la evolución natural de la lucha. Esta evolución de la insurrección es la que apartaba a los políticos tradicionales y a los zancudos que apuntan a las elecciones para que el gobierno sea delegado en personalidades, en lugar de un gobierno de luchadores que combaten por un programa de transformaciones progresistas de la sociedad. Gobierno, luchadores, programa, es una unidad dialéctica para superar la contradicción entre dictadura y la nación, con el parto de una nueva sociedad.>>
La movilización independiente de las masas
El otro camino es la estrategia nacional independiente, basada en la movilización de las masas, en pie de lucha como ocurrió en abril. La cual requiere la madurez de condiciones objetivas, un nuevo sujeto social combativo (distinto a los estudiantes), y un partido revolucionario, que vendrían a revertir el reflujo producido por el ataque criminal de los paramilitares en 2018.
Es la única salida de carácter nacionalista, la única que permitiría superar las trabas estructurales al desarrollo de las fuerzas productivas, que mantienen al país bajo el sistema oligárquico que genera dictaduras anacrónicas de carácter dinástico.
Bajo una óptica combativa, el método para salir de Ortega lo determina la estrategia de Ortega, que es la que se debe derrotar.
No se trata de derrotar a Ortega (porque entonces se piensa en cualquier cosa), sino, de derrotar su estrategia. Bajo esta perspectiva independiente la consiga de gobierno provisional tiene la función de plantear la toma del poder como objetivo directo de la lucha nacional. No tiene nada que ver con la aprobación de Washington. Ese no es su objetivo.
En Masaya, casi al final de la rebelión de abril, surgió la consigna de gobierno local del pueblo insurrecto. Esta fue la mayor enseñanza política de abril. Esta era la evolución natural de la lucha. Esta evolución de la insurrección es la que apartaba a los políticos tradicionales y a los zancudos que apuntan a las elecciones para que el gobierno sea delegado en personalidades, en lugar de un gobierno de luchadores que combaten por un programa de transformaciones progresistas de la sociedad. Gobierno, luchadores, programa, es una unidad dialéctica para superar la contradicción entre dictadura y la nación, con el parto de una nueva sociedad. Lo que faltó en abril es que el método y el fin estuvieran en perfecta armonía. Dos mil hombres armados, con capacidad de movilización y de procesar información sensible, bastaron para derrotar, en cincuenta días de ataques secuenciales, uno a uno, a cien mil en los distintos tranques, sin dirección ni coordinación. Esta es la otra enseñanza de abril, esta vez, de carácter trágico.
Es incoherente proponer por gusto personal, fuera de la realidad, una vía electoral para salir de Ortega, y pretender que Ortega la acepte, aunque le cueste el poder, y que descarte su propia estrategia. A los norteamericanos, el resultado de ese disparate le tiene sin cuidado. A ellos les interesa ganar tiempo y que el espíritu de rebelión se aplaque, por desmoralización.
Su mayor temor es que no exista la posibilidad de formar un gobierno alternativo a Ortega que brinde cierta estabilidad. La posibilidad de ello es que, en Nicaragua, en lugar de prepararse para la lucha real en la que no caben los zancudos, se acepta mansamente, sin uso de la lógica, la visión absurda trazada por Washington, que Ortega tomará como suya la vía pacífica con que perdería el poder.
Por otro lado, si mediante la lucha se derrota la estrategia de Ortega, para los Estados Unidos ese sería un proceso político fuera de su control, por lo tanto, indeseable. Ello basta para que algunas corrientes nacionales, también la descarten.
La estrategia norteamericana en nuestro confronto, en los últimos ciento cincuenta años, siempre ha sido, sin excepción, causa de un círculo vicioso de guerras y de retrocesos. Sin que nuestra tragedia les quite el sueño.
Mientras en nuestro país no surja un sector social que piense y actúe como nación independiente, con una estrategia propia, siempre fracasaremos en construir una nación que avance hacia la modernidad.