Apuntes sobre “la unidad” en la lucha democrática

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

…[Ortega, Murillo, y sus aliados] no pueden darse el lujo de que haya una verdadera transición democrática solo porque consiguieron menos votos que sus opositores en una elección.  Los mecanismos prácticos a través de los que se impondrían, y los diferentes escenarios posibles, son numerosos, pero el tema aquí es que no debe forzarse la unidad sin tomar en consideración la estrategia.  Porque juntarnos todos para caer en el abismo una vez más, para hundirnos todos y arriesgar inútilmente la vida de los nicaragüenses en una campaña que beneficia a lo sumo a pequeñas minorías poderosas, entre ellas el clan FSLN-Gran Capital, no es la meta democrática.

“La unidad”, a secas, sin una serie de condiciones y calificativos, no es necesariamente una meta democrática. 

  1. No se debe unir suprimiendo la diversidad. La diversidad es lo natural entre seres humanos, y para que un orden democrático sustituya a la dictadura, la construcción de lo nuevo debe hacerse respetando esa diversidad. Muchas veces, quienes gritan “unidad”, lo han hecho para acallar las opiniones o voces ‘disidentes’ de los dictados de gente y grupos tradicionalmente poderosos, que están acostumbrados, en la historia autoritaria del país, a que los pleitos y disputas sean “entre ellos”, sin que el ciudadano que vive fuera de esos círculos tenga derecho a aportar su punto de vista. Para los poderosos, este ciudadano tiene que “unirse” a ellos, simplemente, es lo que corresponde en el orden de la sociedad tal y como ellos lo entienden en la psicología y cultura fermentada en dos siglos de privilegios. Y esta es la cultura, no solo de las oligarquías tradicionales, sino que –por contagio—de la sociedad. Por eso es que el comportamiento autoritario aparece incluso en las formaciones políticas nuevas, que se dicen contrarias al autoritarismo; así de pesada es la tradición. 

    No se debe unir suprimiendo la diversidad. Somos diferentes, cada uno es cada cual. En la cultura autoritaria existe el prejuicio de que esta diversidad debilita. Pero lo cierto es que la diversidad debilita al poder autoritario, al poder centralizado, al poder, y por eso no solo hay que protegerla y preservarla, sino cultivarla, darle espacio para que todo ser humano en la sociedad pueda aportar sin dejar de ser quien es. Esto fortalece al individuo, pero hace que la sociedad sea más humana, más creativa, más vivible, y más productiva.

    Esta es la meta y el espíritu de la democracia, buscar formas de organización en las que podamos convivir en diversidad, con derechos para todos y privilegios para nadie.

    ¿Cómo buscarlas? La comunicación democrática entre ciudadanos libres, no la imposición de consignas. Los líderes que quieran construir una democracia que por fin eche raíces y crezca frondosamente en las ruinas del autoritarismo necesitan cultivar persistentemente la comunicación horizontal, democrática, que no sea nada más una formalidad ritual para ‘hacer como que escuchan’. 

    En la tradición autoritaria, no es nada inusual que los poderosos, “los señores principales” den “audiencia” al pueblo, sin que sus actos reflejen lo que el pueblo quiere, porque además el pueblo que les habla en la audiencia no acude en plena libertad.

    En este punto tengo que decir: “alto y alerta”, porque hay muchas maneras de coartar la libertad del pueblo.  No solo por la intimidación armada. Amplificar gritos como el que no brinca es sapo, Dirección Nacional, ordene, o el que no me siga es divisionista, le hace el juego a la dictadura de Ortega son formas de impedir la libre expresión, de intimidar a quienes piensen de manera diferente; tienen como consecuencia (sino propósito) hacer al que se atreve a pensar por cuenta propia minoritario, impotente, especialmente si el amplificador de sonidos de que disponen los autoritarios está bien financiado. 
  1. No se debe unir lo que no es unible. En las luchas políticas es fundamental, de vida o muerte, saber diferenciar entre amigos y enemigos en cada momento del proceso.  Aclaro que estas “amistades” y “enemistades” no son necesariamente equivalentes a las que en las relaciones emotivas llevan al cariño y al odio mortal, respectivamente.  Más bien se trata de identificar intereses que coinciden o chocan.  Equivocarse en este mapeo del terreno de la lucha es sumamente peligroso, y puede hacernos perder tiempo, recursos, vidas, y a veces hasta la esperanza. 

    En Nicaragua, por ejemplo, el coro mediático de los grupos, clases, y élites en el poder ha insistido en que todos debemos unirnos contra la dictadura. Una frase que a oídos de quienes quieren salir de la pesadilla orteguista puede sonar como una música hermosa, porque nos deleitamos en soñar que logramos tener más fuerza.

    Pero el diablo está en los detalles, el camino del infierno está cubierto de buenas intenciones, y esa palabra de apenas cinco letras, todos, esconde el más grave peligro, uno que ya ha tenido consecuencias trágicas para Nicaragua, y amenaza con tener más.  Porque arteramente, los viejos zorros del poder oligárquico explotan el legítimo deseo de sumar fuerzas contra Ortega-Murillo para debilitar la lucha contra el sistema dictatorial.

    De esta manera pueden pretender ser “amigos” de la lucha por la democracia cuando toda la evidencia y toda la historia indica que no solo han sido parte del sistema dictatorial hasta abril de 2018, sino que han seguido estando muy dispuestos a sacrificar la meta de democracia si eso les permite evitar el peligro que muchos de ellos ven en el Estado de Derecho. La “unidad” con ellos impidió el triunfo de la insurrección de Abril, y ha sumido al país en una crisis más prolongada y dolorosa de la que pudo haber sido si los grandes capitales y los políticos de las élites fueran verdaderamente “amigos”. 
  1. No se debe unir “burocracias”: la unidad que respeta la diversidad y logra alcanzar las metas colectivas es una unidad de lucha que se libra con los ojos abiertos para entender en cada momento quiénes son amigos, quiénes no, quiénes pueden ser aliados temporales, quienes están con la causa democrática en todo el trayecto.  La lucha democrática no-violenta contra una dictadura es un enorme reto, exige muchos sacrificios, mucha creatividad, mucho ingenio, y por tanto habrá diversidad en los medios que se empleen; cada quién aportará de modo diferente y desde una perspectiva e intereses diferentes. El esfuerzo organizador que hace falta es juntar todas estas luces en una dirección: en acabar el sistema dictatorial y crear una república democrática, en la que todos los grupos y seres humanos puedan convivir, lo cual será posible si no ignoramos que todos tenemos intereses diferentes, muchas veces encontrados. Hay que negociar, pactar, los espacios donde esos intereses puedan convivir sin que se violen los derechos humanos de nadie, y así poder beneficiarnos de la contribución de todos
  1. No se debe unir a ciegas, sin estrategia.  Si la meta es una república democrática, por ejemplo, hay que estar claro de quiénes están en disposición de apoyar la lucha en esa dirección y procurar la unidad en acción con ellos; esta unidad puede darse solo alrededor de una estrategia que sea congruente con la meta.

    En el caso de Nicaragua, por ejemplo, la estrategia de “elecciones con Ortega” no es congruente con la meta “república democrática”, porque la experiencia y la lógica indican que no puede haber transición a la democracia en el país mientras Ortega y sus aliados estén en posesión de amplios recursos represivos y económicos. Y la estrategia de “elecciones con Ortega” no resuelve este problema, sino que busca una repetición—que presentan como un gran éxito histórico, cuando en realidad es el origen de la crisis actual—del modelo de “transición” de 1990, en el cual Ortega y su clan quedaron impunes, “gobernando desde abajo”.

    Peor aún, la estrategia de “elecciones con Ortega” implica necesariamente impunidad para Ortega y su clan: no puede esperarse que acepten elecciones cuyo resultado sea una pérdida de su poder real; Ortega, Murillo, y sus aliados, no están en condiciones de ceder en este punto, para ellos mantener el poder real en Nicaragua o perderlo equivale a seguir en libertad o en la cárcel, a vivir o morir.  

    De tal manera que no pueden darse el lujo de que haya una verdadera transición democrática solo porque consiguieron menos votos que sus opositores en una elección.  Los mecanismos prácticos a través de los que se impondrían, y los diferentes escenarios posibles, son numerosos, pero el tema aquí es que no debe forzarse la unidad sin tomar en consideración la estrategia.  Porque juntarnos todos para caer en el abismo una vez más, para hundirnos todos y arriesgar inútilmente la vida de los nicaragüenses en una campaña que beneficia a lo sumo a pequeñas minorías poderosas, entre ellas el clan FSLN-Gran Capital, no es la meta democrática.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios