Fracturas letales, junturas vitales
Enrique Sáenz
Una de las ventajas de las redes sociales es que ofrecen un canal de expresión y permiten escuchar a quienes tradicionalmente no tenían modo de que su voz saliera más allá de la esquina del barrio, de la parada del bus, o del saloncito de la media cuadra. También sacan a luz debates y visiones de cúpulas partidarias, empresariales y de organizaciones sociales. De esta manera quedan más expuestas las heridas, vicios, carencias, virtudes, furias contenidas, fracturas, aspiraciones, valores, desvaríos y esperanzas.
Uno de los perfiles que más resalta en ese retrato social que dibujan las redes es la diversidad y profundidad de las fracturas que laceran nuestra sociedad. Reconocer esas fracturas sin paños tibios, sin prejuicios ni mojigaterías, es el primer paso para avanzar en diagnósticos y tratamientos. No es lo mismo diversidad que fracturas sociales.
Una primera fractura es de orden económico. Según algunos reportes Nicaragua registra más multimillonarios que Costa Rica y Uruguay, dos países de población semejante a la nuestra, pero con estándares económicos y de bienestar social muy superiores. Sin embargo, ambos se quedan atrás en el número de multimillonarios. A la par tenemos el salario mínimo más bajo de Centroamérica. Una minoría cuya riqueza se codea con cualquiera de la región, en el país más pobre del continente.
La segunda fractura es de orden social, estrechamente asociada a las desigualdades económicas. Una minoría opulenta vive en ciudades o mansiones amuralladas, bebe agua Perrier porque no confía ni en el agua destilada de los botellones y ni calor padecen en sus refugios climatizados, mientras millones se hacinan en asentamientos y barriadas. La dictadura actual, más allá del discurso populachero, ha profundizado estas brechas. Uno de los mecanismos de producción y reproducción de desigualdad y pobreza es la educación y sigue funcionando a toda máquina: Tenemos 20% de analfabetismo y seis años de escolaridad promedio, según estadísticas oficiales. A ello se suman los bajísimos niveles de calidad educativa.
Una tercera fractura es de orden territorial. Junto a las conocidas brechas entre lo rural y lo urbano, la más apreciable es la que existe entre el Pacífico y el Caribe. Poblaciones y territorios diversos y desconocidos entre sí. También contradictorios. A la par transitan las fracturas étnicas y de piel.
Una cuarta fractura proviene de las oleadas sucesivas de nicaragüenses al exterior, por motivos políticos o económicos. Centenares de miles de nicaragüenses –se calculan en un millón- han tenido oportunidad de construir sus vidas, trabajosamente, más allá de nuestras fronteras. La rebelión de abril abrió cauces de encuentro, pero la brecha sigue siendo notoria. No vayamos muy largo: aproximadamente seiscientos mil nicaragüenses residen aquí nomás, en Costa Rica, y su drama cotidiano, sus aspiraciones y derechos son ajenos a gobiernos, élites, políticos e instituciones académicas.
Una quinta fractura es de género. Las desigualdades entre hombres y mujeres, en términos de ejercicio real de derechos, se manifiesta en casi todos los ámbitos: salarios, oportunidades de empleo de calidad, cargas en el hogar, participación ciudadana. A ello hay se agregan las oprobiosas manifestaciones de violencia.
Una sexta fractura es de orden generacional. Una parte de los adultos descalifica la inexperiencia de los jóvenes y pelea a brazo partido su atornillamiento en distintos espacios, no solo en el plano político; por su lado, una parte de los jóvenes descalifica a los adultos con la indiscriminada acusación de “adultismo”. Una acusación que frecuentemente esconde el “quítate tú para ponerme yo”, con la misma carga nociva de las rémoras mentales tradicionales.
Probablemente la fractura mayor es en nuestro sentimiento de nación. Enrique Florescano, un reconocido historiador mexicano escribe: “Dotar a un pueblo de un pasado común y fundar en ese origen una identidad colectiva es quizá la más antigua y la más constante función social de la historia…La memoria histórica une el pasado con el presente… Une las experiencias del pasado con las expectativas de futuro”.
En Nicaragua ocurre exactamente lo contrario.
Los nicaragüenses hemos caminado nuestra historia a golpe de tragedias y confrontaciones. Sin verdad y sin justicia. Muy poco del pasado lo reivindicamos como patrimonio común. Más bien, nuestro pasado es semilla de discordias y enconos. La dictadura ha profundizado este abismo al pretender confiscar desde poetas hasta boxeadores; de caciques indígenas y héroes a la Purísima y las canciones populares; desfigurando memorias e historias, destruyendo el sentido de pertenencia y descuartizando el sentimiento de nación.
Y también están las profundas fracturas ideológicas y políticas que, a todas luces, son en la etapa actual las que más encono generan: PLC, empresarios metidos a políticos y políticos metidos a empresarios, antisandinistas, CxL izquierdas y derechas, feministas, Orteguistas, zancudos, Arnoldistas…en fin.
Estos enconos a veces se muestran tan brutales que uno se pregunta cuántos de quienes se declaran opositores, si gozaran de poder e impunidad, repetirían las mismas prácticas de quienes hoy oprimen y reprimen. Una cosa es querer salir de Ortega y otra muy distinta es empeñarse en construir una democracia.
Superar estas fracturas no es cuestión solo de cambio de gobierno. Debemos escarbar en la profundidad de nuestra sociedad y emprender el cambio con un horizonte de largo plazo. Ninguna democracia será segura, ninguna paz será estable, ningún futuro será promisorio si no comenzamos, aquí y ahora, a enfrentar estas fracturas.
En definitiva, nuestro gran desafío como sociedad es transformar las fracturas en junturas. La historia muestra que es asunto de vida o muerte.