Tercera parte de Zancudo elegante

Fernando Bárcenas
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El autor es ingeniero eléctrico.

Artículos de Fernando Bárcenas

En cinco entregas presentamos un extenso pero meticuloso y didáctico ensayo de Fernando Bárcenas sobre la situación y dinámica actuales, que creemos lectura importante para alimentar el pensamiento y el debate.

Nadie preguntó en las calles repletas cuál era el aterrizaje suave

Las ideas perdurables del grupo de los 27

En mayo de 2016, un grupo de políticos tradicionales firmaron un documento vergonzoso al que llamaron manifiesto, en el cual se puede comprobar que las ideas sobre el proceso electoral organizado entonces por Ortega son exactamente las mismas que ahora (pese a que ahora existe la experiencia de Abril, en sentido diametralmente opuesto a tal comportamiento), y los personajes de entonces son los mismos de ahora (ver las firmas en tal manifiesto). Veamos algunas expresiones de dicho “manifiesto” de 2016:

  • Estamos convencidos de que la única forma de incidir en la transformación de este sistema corrupto es participando en el proceso electoral;
  • es necesario poner fin a la dispersión y el personalismo que debilita a las fuerzas políticas opuestas al régimen;
  • el grupo gobernante debe asumir la responsabilidad de garantizar elecciones libres, transparentes y con observación nacional e internacional; 
  • la comunidad internacional debe honrar su compromiso con la democracia y la paz en Nicaragua asumiendo un papel más activo;
  • estamos conscientes de que nos corresponde a los nicaragüenses asumir la principal cuota de responsabilidad sobre nuestro presente y nuestro porvenir.

Las ideas no cambian, pese a que la coyuntura de 2016 a esta parte cambia. ¿Por qué? Porque Ortega es acusado ahora de crímenes de lesa humanidad, comprobados por la CIDH y, sobre todo, porque enfrentamos una crisis de gobernanza que ahuyenta la inversión y enrumba a los sectores trabajadores hacia una crisis humanitaria, y porque la inmensa mayoría del pueblo ha demandado en las calles, bajo las balas, la salida de Ortega. 

Sin embargo, las ideas y los personajes son los mismos. Ellos recrean la misma realidad. La política tradicional (divorciada de los sectores de masas) recurre a la subjetividad, incapaz de un análisis objetivo. Y la subjetividad es tradicional, obedece a los mismos intereses complementarios al orteguismo.

En tal manifiesto no existe una sola gota de pensamiento estratégico. La multitud de candidatos actuales obedece a lo mismo, a la dispersión individual de gente políticamente ignorante que se ve a sí misma como caudillos (se llaman, entre sí, líderes), sin militancia disciplinada para ejecutar alguna línea de acción táctica con los sectores sociales. Ortega alienta que tales” líderes” puedan lanzarse como candidatos, y manda que no sean obstaculizados por la policía en tal ocasión. Si acaso, que la policía le dé raid al hotel donde ocurrirá el evento de lanzamiento.

<<Aquí, mientras no se desmonte a la dictadura, el currículo que cuenta es el más noble, el de las madres y muchachas valientes que inspiran respeto, no el de la experiencia gubernamental o el de carácter académico. No se trata de que gobiernen, sino, que empequeñezcan a Ortega moral y políticamente.>>

El mundo farandulero de los candidatos

La rivalidad entre Maradiaga y Juan Sebastián Chamorro fue neutralizada por Cristiana Chamorro. Las perspectivas de Cristiana Chamorro fueron neutralizadas por Arturo Cruz. Pareciera que Ortega mueva las piezas, pero, no. La oposición tradicional procede a darse jaque a sí misma. Sin pensamiento estratégico no hay unidad. Aunque el candidato más inexperto de todos diga que la unidad es fácil: “solo se requiere voluntad”. La negociación es lo más tonto: ¿cuánto querés?, ¿cuánto me das? Es sencillo, no requiere ciencia. 

Con esa fórmula estúpida, que elimina el vínculo entre intereses y voluntad, desaparecen las contradicciones, la política se hace innecesaria, hasta los gobiernos serían prescindibles. Con base a demagogia, este iluso pasa por alto que el proceso orteguista concede ventajas a ciertos opositores que han actuado precedentemente como colaboracionistas, bajo la forma de casillas electorales, y que Ortega espera que no se desprendan de tales ventajas en el conflicto entre opositores tradicionales, sino, que las usen en el conflicto. El peso de la realidad, para este iluso, se vuelve insignificante. Mientras, lo que existe –como diría Nietzsche- es voluntad de poder.

En lugar de pensar en el protagonismo de las masas, cada tonto de estos piensa en sus cualidades personales, como un pavorreal que piense que será escogido para la cena de acción de gracias, y cada pavorreal se lanza de candidato como si se tratara de una selección laboral en la que alguien va a prestar atención a sus méritos personales. 

Hasta hablan ruidosamente, en el discurso de lanzamiento, de su currículo, de su niñez y de sus padres. Parece un cuento de Kafka. Tantos candidatos no hacen ciertamente que el fraude orteguista resulte creíble, pero, le dan argumentos indiscutibles a Ortega para presumir legitimidad, y le restan posibilidad a la liberación de la nación. Seguramente, aunque se presenten candidatos de distintos colores, nadie se va a interesar por los resultados electorales, ya definidos de partida. 

Una oposición más madura, en lugar de abrir la llave de la mediocridad vanidosa, con cualidades personales de pipiripao para esta ocasión, como si se tratara de alcanzar el gobierno, y no de derribar a Ortega, habría seleccionado en un santiamén (en una hora de debate a lo sumo) a un símbolo de lucha, para confrontarlo a Ortega. 

La superioridad moral, en este caso, se convierte en superioridad política sobre el orteguismo. Se trata de hablarle a la conciencia de las masas, con signos de comunicación propagandística, con un contenido combativo. Se pudo escoger, entre los prisioneros políticos que están en las mazmorras de Ortega, al más antiguo, al más reprimido, al más consecuente, al más firme. O entre las madres de los caídos, a la más activa. Esta lucha de la nación es la que ellos, las víctimas más agredidas por la dictadura, ocupan en la primera fila. Aquí, mientras no se desmonte a la dictadura, el currículo que cuenta es el más noble, el de las madres y muchachas valientes que inspiran respeto, no el de la experiencia gubernamental o el de carácter académico. No se trata de que gobiernen, sino, que empequeñezcan a Ortega moral y políticamente.

En el salón de un hotel, alguien trasnochado dijo que él era el candidato del momento porque tenía un carácter tranquilo. Ahora, en los trances más difíciles de nuestra historia, cualquiera sabe a flor de piel que la cualidad fundamental es la de aquella persona que, por su lucha, por su resiliencia frente a la opresión, inspira respeto.

Así, todos los procedimientos absurdos (de CxL, de la Coalición, de la Comisión de Buena Voluntad) y los pleitos miserables y la desconfianza tonta de estos pusilánimes serían barridos de la mesa con un golpe de mano. 

En una crisis electoral, en una etapa transitoria de reflujo, la lucha es propagandística. Hasta las bases orteguistas, pese a las turbas, resienten una derrota moral, una derrota política sobre el fraude. Seguramente no se pueda impedir el fraude, pero, se le puede derrotar políticamente si se consigue en esta coyuntura especial, que con una propaganda correcta más gente esté dispuesta a salir de Ortega, preparada para la próxima etapa de flujo de las luchas de masas. Todos estos candidatos tienen harto al país, por su mezquina presunción personal y por su ignorancia política que favorece a Ortega. Una causa nacional no puede verse desprestigiada por el ridículo de egos insignificantes, que aspiran ingenuamente a ser presidentes. La ruta de abril no va por allí. Nadie espera que algún triste personaje engreído transforme el país. Se trata de una lucha nacional, de una fuerza social protagonista, multitudinaria, histórica, que marcha a su propio ritmo. La tarea es desbrozarle el camino para que (como al paso de Othar, el caballo de Atila) a su paso no quede una brizna de la dictadura. 

El orteguismo es políticamente muy débil, está lleno de contradicciones insostenibles. Ciertamente, caerá por sí solo. Pero, la urgencia es nuestra. Cada día de orteguismo significa meses de atraso y de degradación social. Las elecciones permiten debilitarle políticamente. Hay que actuar en consecuencia.

Ortega no es un político

El 8 de marzo, durante dos horas de discurso, Ortega no dijo nada. Habló de logros, difícil de recordar. Es algo tonto, a nadie interesa. Un estudioso podrá dar cuenta de las limitaciones de lo que el sandinismo llamó reforma agraria. Lo esencial, para las masas es que la economía retrocedió cuarenta años en los ochenta, y que las condiciones de existencia asumieron características de crisis humanitaria, nunca experimentada antes. 

Un político habla de los problemas actuales, no pierde el tiempo en cadena nacional de televisión contando las mujeres que ocupan cargos gubernamentales. ¡Qué mentalidad cursi es esa! Lo importante, si acaso, es cuántas mujeres debaten públicamente las decisiones que adopta el gobierno. Un gobernante –aún en una dictadura férrea- explica al pueblo cómo se enfrentan los problemas actuales. 

Dictadura no es igual a estupidez, a cerrazón, a ignorancia. Ortega no gobierna. No aborda las contradicciones, no revela qué decisiones se toman, cómo se toman, porqué se toman, entre cuáles restricciones y amenazas. Es un caso único de incapacidad gerencial. Ortega cansa, aburre, decepciona. No sabe comunicar. Un político educa metodológicamente. Cada toma de decisión importante resulta de un debate, si no hay contrincantes, resulta de un proceso interno de debate metodológico. 

Incluso la mafia sigue un proceso esmerado de toma de decisiones, a distintos niveles especializados, con innovación estratégica. Después de dos horas de intervención, Ortega no ha divulgado una sola idea. ¡Y en una coyuntura electoral! Es alguien que toma el mar, en una playa, montado en la canasta de una grúa, alejado de la realidad.

A los candidatos les acompaña una jerigonza abrumadora

Eliseo Núñez dice que la oposición debe prepararse para los comicios de 2021 aunque no haya reformas electorales. ¿Prepararse cómo, de qué manera si el fraude es decisivo? El pueblo, para Eliseo, no cuenta, no tiene nada que ver; ¿su nivel de conciencia política?, nada que ver; ¿sus luchas?, menos. Da la impresión desagradable que la rebelión de abril haya terminado en esta manifestación inconsecuente de la política tradicional. Por fortuna, la oposición tradicional, a la par de Ortega, experimenta cada vez más un mayor rechazo del pueblo.

Nadie de la población sencilla –con muy buen juicio- se ocupa de estos candidatos solitarios, salvo los periodistas que siguen la moda, y que gracias a tales candidatos inexpertos se improvisan como comentaristas políticos, lucubrando sobre sus conflictos, como hace la prensa que se ocupa de los chismes de la farándula. Hay una prensa dedicada expresamente a los chismes de la oposición tradicional, con aire de superioridad.

Candidaturas desprovistas de estrategia

<<Quien ve en el opresor a un compatriota es un personaje reaccionario que se guía por un falso nacionalismo retrógrado, abstracto, y no por coincidencias programáticas concretas entre ciudadanos libres, sobre el rumbo progresista que debe tomar la nación. Jefferson hablaba de regar cada tanto el árbol de la libertad de la nación, no de ver en los tiranos a compatriotas>>

Este es el momento, visto que todas las instituciones han sido arrasadas por el orteguismo, en que cualquiera puede proponerse como candidato. De modo, que brotan los aspirantes a la presidencia como si reventaran palomitas de maíz en el microondas. No hay requisito previo. Cualquiera diría que se trata del cargo más simple, el menos productivo o calificado, para el cual basta la partida de nacimiento, si acaso.

Así, las elecciones indecentes organizadas por Ortega se desprestigian más por el ridículo de los candidatos que por las condiciones truculentas con que Ortega prepara el fraude descarado.

Al no haber partidos políticos de masas, ni cultura política, ni organizaciones colectivas, prevalece la dispersión espontánea de la vanidad y la ambición personal, que favorece al orteguismo, porque Ortega ha inoculado en los tontos el germen del caudillismo ramplón. 

Algunos jóvenes adscritos a la Alianza Ciudadana, que sin ton ni son promueven el voto, al anunciar que presentarán un candidato joven, dicen que esta abundancia espontánea de candidatos es expresión de la democracia que practica la oposición. Piensan, por ignorancia, que a una dictadura militar se le combata con iniciativas individuales dispersas, que ellos, además, confunden con comportamientos democráticos. La democracia no es un método de lucha, ni un método de toma de decisiones. Ningún método científico es democrático, ninguna decisión especializada tampoco. La democracia, es una forma de gobierno que resulta eficiente en etapas de expansión económica. En momentos dramáticos de lucha, el debate es estratégico y, únicamente, entre luchadores (no con personajes “tranquilos” del INCAE, abiertos a los “compatriotas” que roban y que oprimen al pueblo con brutalidad). Por ello, el debate combativo no es democrático, sino, políticamente selectivo, entre combatientes. El debate antidictatorial excluye a los candidatos electorales que dependen de Ortega. Que cifran sus esperanzas en que Ortega les abra una rendija.

Quien ve en el opresor a un compatriota es un personaje reaccionario que se guía por un falso nacionalismo retrógrado, abstracto, y no por coincidencias programáticas concretas entre ciudadanos libres, sobre el rumbo progresista que debe tomar la nación. Jefferson hablaba de regar cada tanto el árbol de la libertad de la nación, no de ver en los tiranos a compatriotas, ¡por amor de dios! 

Todas las Constituciones del mundo hablan del derecho de rebelión de los pueblos. Ninguna se entretiene en ver a un tirano como compatriota, sino, que lo ven sometido a la justicia internacional.

Ortega, que carece de formación jurídica y filosófica, cuando le preguntan en 2018 si adelantaría las elecciones ante el descontento multitudinario de la población que en todo el país exige su salida, responde que las elecciones adelantadas promoverían el caos, ya que los orteguistas, si les tocara estar en la oposición, demandarían a su vez elecciones adelantadas. Olvida mencionar que, en este caso, la razón concreta de las elecciones adelantadas son los crímenes de lesa humanidad que él ha cometido, registrados como tales por la CIDH. Es un olvido necesario. El quid del asunto es qué debe hacer el pueblo ante un gobierno dictatorial. No es igual tener a un dictador criminal de gobernante que tener a un criminal como aspirante a gobernante.

Candidatos fuera de la realidad

<<Nadie, por fortuna, preguntó en las calles repletas ¿cuál era el aterrizaje suave? Esa frase se oiría únicamente en los salones de AMCHAM, donde probablemente, entre las mesas, sonaría apetecible a la par del refrigerio.>>

Resulta ridículo escuchar lo que estos candidatos -sin apoyo de nadie- harán en el poder luego de las elecciones. Ponen la voz ronca y gesticulan con énfasis, con el ego inflado. 

Uno de estos aspirantes, en tono profesoral dice que no quiere ser zancudo. En realidad, dijo con desdén que no quiere ser zancudo científico o zancudo elegante, como una forma de establecer una superioridad dentro de la categoría del zancudismo. Recordemos que en el detalle está el diablo, sobretodo, en la charlatanería. En ese pequeño detalle, en esa presunción rebuscada, se revela su falta de juicio lógico. 

En realidad, es el personaje (elegante o menos) quien se vuelve miserable convirtiéndose en zancudo. Ante ello, ninguna cualidad o característica discutible del sujeto, que de hecho colabora con Ortega, es mínimamente relevante. No aporta nada al zancudismo. Si acaso, habrá que decir que Dante lo pondría en el vestíbulo del infierno, junto a los indiferentes, odiosos al cielo y al infierno (que también los desdeña), a quienes Dante no les dirige la palabra ya que ninguno merece ser recordado ante el mundo. 

Participar en estas elecciones orteguistas es un proceso de sentido inverso al de Fausto, que se disponía a vender su alma al diablo a cambio de sabiduría ilimitada, y para obtener algo más que carne y bebida terrenal. Los aspirantes a presidente, en esta realidad dictatorial, se disponen a vender su alma al diablo como colaboracionistas de Ortega, a cambio de algún puesto en el Estado absolutista, o por un poco más de carne y de bebida terrenal.

Entre ellos, hay un aspirante a presidente que no ha tenido vínculo alguno con la rebelión de abril, ni directa ni indirectamente, sino, al contrario, que alababa a Ortega. Es el que dice que no quiere ser zancudo científico o zancudo elegante, ex embajador de Ortega en Washington e ideólogo del aterrizaje suave (que ahora, repentinamente, se presenta como ideólogo de la pista de despegue).

¿Cómo se pasó de la necesidad de aterrizar de emergencia (suavemente), a la necesidad de despegar de la pista (sin haber aterrizado previamente)? Las metáforas de Cruz no reproducen la realidad, sino, que se adaptan a su fantasía del momento. Es decir, carecen de rigor lógico, explicativo de la realidad política. Estas metáforas salen del bolsillo de Cruz como las cartillas que los periquillos toman casualmente con el pico en las ferias de pueblos para predecir el futuro a las muchachas que buscan novio.

Ahora, Arturo Cruz dice que por aterrizaje suave entendía el aterrizaje de Nicaragua, no del régimen. Es una defensa ingenua de su primera metáfora repugnante. El aterrizaje suave significaba, dice Cruz, elecciones adelantadas y condiciones electorales creíbles. ¿Por qué no llamarlas de ese modo, sin usar aterrizajes? Y añade que, ahora, hay que hablar, no ya de aterrizaje, sino, de una pista de despegue para el futuro, por vía electoral. Cuando se tiene rigor metodológico se explica el cambio conceptual, o el cambio en la situación política de abril a esta parte. Cruz dice, mi propuesta de “aterrizaje suave” fue expuesta en la coyuntura del levantamiento cívico del pueblo en 2018 y esa oportunidad ya pasó. 

Ortega nunca ha aceptado dar condiciones electorales creíbles y, sin tales condiciones, las elecciones fraudulentas, aunque fuesen adelantadas, no son una oportunidad.

Las elecciones adelantadas no son un aterrizaje suave. La tesis de abril era desmantelar a la dictadura y castigar a los criminales por delitos de lesa humanidad. Las elecciones adelantadas serían sin Ortega en el poder (sin aterrizaje suave). El problema es que no había estrategia para convertir esa tesis en lucha de masas. Este problema está vigente y la tesis de Abril también. No se trata de oportunidades, sino, de lucha efectiva, aún pendiente.

Durante el levantamiento de abril se hablaba de ruta, no de aterrizaje suave. Continuamente se preguntaba ¿cuál es la ruta? Y decenas de miles de voces, como una ola ensordecedora que iba de una punta a otra de la marcha kilométrica, por encima del ruido molesto de las vuvuzelas, respondían en coro cual era la ruta. Nadie, por fortuna, preguntó en las calles repletas ¿cuál era el aterrizaje suave? Esa frase se oiría únicamente en los salones de AMCHAM, donde probablemente, entre las mesas, sonaría apetecible a la par del refrigerio.

El cambio de coyuntura, de abril al post abril de ahora, consiste en que luego de la represión brutal la etapa de flujo de las movilizaciones de masas ha sido sustituida por una etapa –transitoria- de reflujo de las luchas de masas. No se trata de una oportunidad que pasó, sino, de flujos y reflujos que ocurren en los enfrentamientos sociales en una situación convulsa, cargada aun de crisis dinámicas y de inestabilidad por un régimen anacrónico, históricamente inviable. Un analista serio ve que la crisis crea una inestabilidad continua, que sólo se resuelve cuando se superan los obstáculos al avance. Y vislumbra, para dicha superación, el reacomodo de fuerzas sociales producto de un nuevo movimiento del péndulo en sentido progresivo. 

Hay otra forma reaccionaria de ver la estabilidad, como cohabitación con Ortega (cualquiera que fuese el resultado, en abstracto, de las elecciones). En concreto, se trataría de cohabitación después del fraude, recomponiendo el cogobierno corporativo. El problema es que se piense que la estabilidad sea producto de pactos, no de cambios estructurales. La oposición tradicional da esta sensación de estabilidad por medio de acuerdos de cúpulas.

Cruz no maneja conceptos políticos, no hace análisis teórico de la situación política y de su tendencia de desarrollo, no tiene método alguno de interpretación de la realidad. Simplemente hace afirmaciones metafóricas antojadizas. Dice que se debe hablar de despegue, y que la pista para que tal despegue ocurra son las elecciones creíbles. ¿Por qué se debe hablar de despegue? Porque Cruz lo dice.

Se habla de despegue, conceptualmente, cuando se han eliminado las trabas al desarrollo económico y social. Cuando se han eliminado, prioritariamente, las trabas jurídicas, ideológicas, políticas. No es nuestro caso. Todo lo contrario. Antes de ese punto de despegue, se habla de lucha contra el poder constituido que defiende el estatus quo dictatorial y corrupto. No sólo por rigor conceptual, sino, por simple experiencia política combativa. ¿Por qué la pista de despegue son las elecciones creíbles? Porque lo dice Cruz.

Hemos visto que para un cambio estructural de la sociedad hay que derrotar al poder político que defiende al sistema constituido. Es decir, hay que derrotar a la dictadura. ¿Qué significa? Trastocar decisivamente la correlación de fuerzas entre la nación y la dictadura. 

Si las elecciones creíbles no se logran antes que ocurra un cambio decisivo en la correlación de fuerzas, las elecciones no son el objetivo estratégico, sino, los enfrentamientos combativos que conduzcan a un cambio en dicha correlación de fuerzas entre la nación y la dictadura. No hablemos, entonces, de una fantasiosa pista de despegue, sino, de escenarios probables de enfrentamientos tácticos. 

Las elecciones organizadas por la dictadura (que se corresponde a un análisis objetivo, preciso, de la situación política actual), no son un objetivo estratégico, sino, un escenario importante entre los distintos enfrentamientos tácticos. Habrá que discutir, por consiguiente, la táctica de dicho enfrentamiento en tal coyuntura electoral, no de pista de despegue sacada del bolsillo de alguien que carece de rigor o de método analítico de la realidad.

El aterrizaje suave planteado por Cruz

<<¡La gobernanza democrática –dice Cruz- debe facilitarla Ortega!>>

He aquí cómo Arturo Cruz describía el aterrizaje suave, incluso en 2018, después de abril:

“La tragedia sería que todo lo que se ha obtenido en estos años (como avance económico) se vuelva a borrar con una crisis de sucesión mayúscula, por lo tanto, el aterrizaje suave comienza por la convicción del gobernante de que se tiene que saber bajar, te podés bajar dando elecciones creíbles.”

El punto no es cómo se baja, sino, que después de Abril, Ortega no se puede bajar, sin graves consecuencias. El aterrizaje suave trata de que Ortega decida bajarse de la presidencia, no del poder. En 1990, Ortega dijo, perdimos el gobierno, no el poder, y vamos a gobernar desde abajo. Ortega nunca decidió entregar el poder. Y la oposición de entonces subvaloró el poder de facto (ejército y policía). Ahora, el objetivo de Ortega es no entregar el gobierno. Antes bien, no entregar, siquiera, elecciones creíbles. Continúa Cruz en 2018:

“¿Cómo administrar la crisis de sucesión –insistía Cruz-, ¿cómo el gobernante se debe saber ir?, de tal manera que le ofrezca al país el aterrizaje suave, que facilite la recuperación económica y la deseada y elusiva gobernanza democrática”.

¡La gobernanza democrática –dice Cruz- debe facilitarla Ortega! Con este término de aterrizaje suave, como es evidente, Cruz indica una transición gubernamental tranquila, una sucesión planificada por Ortega, compartida, aceptada, para así defender la economía. 

¿Quién debía aterrizar suavemente, según Cruz? El poder absolutista, al ofrecer, en propio interés, su sucesión ordenadamente. Este aterrizaje suave sólo era posible si así lo dispone la estrategia orteguista, haciendo gatopardismo. Significaba un aterrizaje seguro para el orteguismo, es decir, una impunidad para sus negocios y privilegios obtenidos. Continúa Cruz en 2018:

“Luego, la esperanza es que el “buen revolucionario”, transformado en el nuevo autócrata, asimile las lecciones de la historia más reciente, centradas en cómo cerrar la brecha política, en cómo administrar las crisis de sucesión, en cómo el gobernante se debe saber ir. De tal manera, que le ofrezca al país el “aterrizaje suave”. 

Cruz vive en una abstracción. El aterrizaje suave debía ser una oferta de Ortega. Así, según Cruz, se resolvería la crisis, la resolvería Ortega con un orteguismo sin Ortega. Arturo Cruz, hasta antes de abril, alababa a Ortega como el mejor y más grande político, y le auguraba la capacidad de planificar controladamente su sucesión en propio beneficio. Edén Pastora también le pedía a Ortega –como hacía Cruz- que planificara su sucesión con un partido sin caudillismo (un partido científico, decía Pastora con rimbombancia, para cuando Ortega desapareciera). El aterrizaje que demandaba Cruz era una acción estratégica para Ortega, no para la nación. El aterrizaje suave no suponía ninguna acción para la nación víctima de Ortega. Se trataba de preservar al orteguismo, como garantía de estabilidad. Cruz no miraba una alternativa de poder.

Cruz tiene un pensamiento muy simple, sin método, aunque sea confuso, no consigue engañar a nadie. Políticamente, es sumamente ingenuo. La lucha por el poder la simplifica infantilmente. En lugar que el tirano agudice los sentidos para contrarrestar zancadillas, para eliminar rivales y para conservar el poder en todas las coyunturas, Cruz piensa que se proponga dar marcha atrás en la deformación del Estado que tanto le ha costado, para salir de escena por propia mano, como si se tratara de crear una dictadura institucionalizada, tipo PRI.¿Cómo aterrizaría Nicaragua? Cruz responde: conducida por Ortega (por su convicción de gobernante). ¿La misma convicción con que ejecutó la masacre de Abril para mantenerse en el poder? No es posible que improvise una convicción contraria. El aterrizaje suave no se corresponde con la realidad dictatorial que, más bien, evoluciona hacia una dictadura policíaca. Ortega no sólo destruye el Estado de Derecho, sino, que avanza en los derechos del absolutismo. Es decir, en el anti-derecho. Para Cruz se trata ahora que el país despegue con la dictadura policíaca, desde la pista del anti-derecho, que Ortega ha llenado de baches, y de sacos inmensos de basura.

Fernando Bárcenas

El autor es ingeniero eléctrico. Artículos de Fernando Bárcenas