Guatemala: impunidad y peste
Eduardo Villalobos
Poco sabemos de esta peste que nos cerca. Hay jóvenes que mueren sin razón aparente y ancianos que se salvan por algún desconocido prodigio. La medicina que ayer parecía milagrosa hoy es descartada. El mundo continúa paralizado y semivacío. No sabemos aún si habrá vacuna.
Lo que sí parece cierto en este país, olvidado a su suerte, es que si alguien es tocado por el infecto virus y se agrava, y no dispone de unos 300 o 400 o 500 mil quetzales, o ha tenido los medios para pagar cada mes un seguro privado que cubra la pandemia (es decir, casi ninguno) y que le generará una cuenta de no menos del 20% de semejante fortuna, es decir 60, 80, 100 mil quetzales, incluso más, para salvarse o salvar a un ser querido; deberá recalar en un hospital nacional, en el que será atendido en las condiciones que ya todos conocemos: aislado, hacinado y con los medios más precarios para luchar por su existencia.
Por eso es necesaria e impostergable la lucha por un sistema de salud universal, puesto que las mismas condiciones aplican para un cáncer, las enfermedades crónicas o alguna operación importante.
Por eso es legítima e irreductible la lucha contra la corrupción, contra esos parásitos que han depredado los medios del Estado que podrían garantizar algún mínimo bienestar a los ciudadanos.
Ahí, en esos reflejos de la sordidez y la muerte, todos esos argumentos esgrimidos contra las causas sociales, los jueces justos y la expulsada CICIG, se derrumban, se caen por su propio peso en las miasmas del egoísmo que los alimenta.
Ante muchos de estos temas hay gente que pronuncia una frase que me parece muy triste: «yo, si no trabajo, no como», como queriendo decir que en esos temas no se meten porque no les afectan, pero sí, a la larga a todos, incluso a los más favorecidos, nos termina engullendo esta serpiente.
Si no es por el hambre será por las carencias. Si no es por la miseria será por la inseguridad. Y la peste lo desvela de una manera muy prístina.
Por eso es tiempo de luchar contra ese enorme monstruo de muchas cabezas que ha instaurado y mantiene un estado de impunidad. Por eso es necesario desmentir a los oscuros voceros de ese monstruo.
Miren cómo inundan los medios y las redes sociales. Ahora, en estas circunstancias, hasta se acuerdan de los pobres. Cómo los usan para sus abyectos fines.
Ellos y sus patrones y los funcionarios corruptos son una plaga mayor, un terrible virus, una buba pestilente que debemos erradicar para los días que vendrán más allá de la peste, cuando sea el tiempo de reinventarnos y comenzar de nuevo.