¿Hay que excluir a antiguos “sandinistas” de la lucha? ¿Es crimen el “sandinismo?

Circula en las redes, como aparente muestra de incoherencia de cierto político, un video donde lo muestran rechazando de manera enfática al “sandinismo”, en media pantalla, y en la otra mitad afirmando que en su movimiento no importa si alguien puede ser identificado como “sandinista”, que “el filtro”, dice el político, se reduce a las preguntas siguientes: “¿sos nicaragüense?, ¿querés salir de la dictadura de Ortega?”.  En tiempos tan convulsos, dolorosos, en los cuales se vive con la sensación de que el presente es tan trágico que hay que desterrar toda posibilidad de que se repita, de que no puede permitirse “perdón y olvido” por un sentido de justicia, pero también por gran desconfianza y miedo, el tema del “filtro” no es trivial. 

Hay que decir, en primer lugar, que un movimiento político en lucha tiene el derecho a escoger, con sus propios criterios, a sus militantes y aliados. No es necesariamente una transgresión contra los principios democráticos si el movimiento decide que haber pertenecido al entorno de una dictadura descalifica a alguien como miembro potencial. Ya se dará ––esperemos que muy pronto–– el enfrentamiento entre ciudadano y movimiento, pero en la dirección opuesta: tocará al ciudadano decidir, a través del voto, si el movimiento es aceptable para ejercer algún poder. 

Pero hoy por hoy, la pregunta implícita en el cuestionamiento que el video plantea es si la exclusión intencional de “sandinistas” representa una medida de coherencia democrática o, por el contrario, de intolerancia antidemocrática.  Para algunos, es lo primero, para otros, es lo segundo.  El tema, por tanto, da para mucha reflexión. Hagámosla. Empecemos una conversación racional, considerando estas ideas, entre otras:

  1. La creencia en una filosofía política, e incluso la simpatía por un grupo que diga defenderla, es un derecho humano, no un crimen. Queda pendiente, y tampoco es trivial, si “sandinismo” es verdaderamente una filosofía política, pero seguramente a nadie, en un sistema judicial serio, o justo, o simplemente civilizado, se le condenará por ser uno de los “creyentes”.  No se le declarará legalmente, con toda seguridad, “criminal”.
  1. “Criminal” es quien transgrede las leyes, y ahí donde las leyes son escritas por los transgresores, se entiende que hay una mínima legalidad universal que consiste en los Derechos Humanos. Por eso, aunque la dictadura escriba en letras de oro las leyes que autoricen sus atropellos, estos actos siguen siendo crímenes, crímenes de lesa humanidad.  Dicho sea de paso, los beneficiarios de la dictadura han cometido ambos tipos de crímenes, desde el desfalco al erario hasta la tortura y el asesinato. De tal manera que no habrá para ellos perdón legal, ni olvido.
  1. El FSLN como tal, independientemente de su papel histórico, sobre el cual hay entre los opositores actuales discrepancias (algunos vienen del FSLN y tratan de vender la noción de que el partido fue puro hasta 1990, y empezó a descomponerse después de la infame piñata que, según ellos, empezó ese año) ha quedado claramente reducido a una entidad asociada por el crimen y para el crimen, enquistada monstruosamente en el Estado; es algo así como si el clan de Pablo Emilio Escobar se hubiera apoderado (como soñó el capo) del poder político. ¿Qué implica esto? Lo obvio: siendo una banda criminal, el FSLN no puede ser reconocido como un participante legal en procesos democráticos; en otras palabras, no puede ser reconocido como partido legal, sino perseguido bajo un sistema judicial apegado a la ley, y sus numerosos activos confiscados y vendidos para financiar parcialmente el resarcimiento de las víctimas. A los líderes de este grupo mafioso hay que procesarlos, simple y llanamente. Esto no es ni debe ser controvertido, ya que no estamos hablando de un movimiento político, sino de una pandilla desprovista de principios y hecha fuerte a punta de violencia contra sus víctimas. 
  1. En otras palabras, un paso hacia la necesaria, la imprescindible justicia, para impedir que los matones jamás vuelvan a “gobernar desde abajo”, y para crear un nuevo orden, un orden democrático, es el castigo a los culpables, muchos de los cuales están en los círculos del poder del FSLN. Un segundo paso hacia la Justicia es separar “sandinismo” de “FSLN”, porque la Justicia no persigue una creencia ideológica, guste o no a la mayoría, sino al crimen y a los criminales.  Un tercer paso de la Justicia es impedir que mafiosos que cometieron crímenes (según se definió este término antes) blanqueen sus currículums y pedigrís posicionándose, tardíamente, como antiorteguistas, posando, de tal manera, como demócratas. La respuesta a estas maniobras (o transformaciones, si se tratase de actos sinceros) es muy simple: las buenas acciones no borran las malas acciones; las contribuciones a la lucha contra la dictadura no borran los crímenes cometidos desde la dictadura; todo aquel que haya cometido crímenes bajo la dictadura tiene que responder, y un sistema judicial serio decidirá hasta qué punto el arrepentimiento, y cualquier contribución que el arrepentido pueda haber hecho para luchar contra el régimen, puede considerarse un atenuante
  1. Y lo que no pueda juzgarse ante un tribunal, por no existir la evidencia que técnicamente, en apego a la ley, sea necesaria para un debido proceso, debe juzgarse política y socialmente. A lo mejor sea esta la parte más difícil del proceso, porque involucra decir y defender la verdad sobre personajes que tienden a ser los más hábiles, los lucios, los escurridizos que además de ser expertos en borrar el rastro, son expertos en reinventar su imagen. Su antiguo hermano y compañero, el carnicero del Carmen, les facilita la labor con cada acto de bestialidad tiránica. La cultura política de nuestra sociedad se presta, porque hemos vivido entre crimen y olvido durante muchas generaciones. Y por eso debemos reflexionar mucho, y este es apenas un comienzo, en cómo hacer justicia, legal, política y socialmente.  Debemos ––por ahí comienza todo–– ser justos, a la vez que intolerantes con la injusticia, y debemos tener claridad de que lo que hacemos, y cómo lo hacemos, trasciende el momento, trasciende las necesidades políticas del momento, y entra a ser parte de la estructura de la sociedad que va creándose y de la tradición que, para bien o para mal, la sostendrá.  Tanto el político cuyos críticos motivaron esta reflexión, como todos nosotros, si en verdad queremos una patria libre y próspera, debemos entender esto. 
Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

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