Homenaje al vacío
Otto Aguilar
Cada generación es producto de las circunstancias de su tiempo. Para entender a aquella generación de jóvenes de inicios de los 80 que apoyaba la revolución sandinista, partiendo de lo que hoy se sabe, se debe tener en cuenta que en aquella época la propaganda del sandinismo, que vendía un promisorio futuro de “ríos de leche y miel”, funcionaba, y que además en el pueblo estaba fresca la euforia por la derrota de la dictadura somocista.
Claro que unido a esa propaganda venía la represión y luego la ley que impuso un servicio militar aun cuando ya había más descontento en la población, y a pesar que parte del pueblo no era sandinista. Se impuso la ley aun cuando se contaba con un gran ejército y con una economía de guerra.
Todavía hay mucho que escarbar, mucho por saber de aquella dramática y sangrienta historia. Y esa tarea es incómoda: escarbar, por las sorpresas o las confirmaciones del actuar erróneo, corrupto o criminal de muchos líderes sandinisitas que figuran, ya enterrados como héroes (como Tomás Borge) o como disidentes de la actual dictadura en Nicaragua.
La historia la escriben y publican quienes están en el poder. Para ese entonces, aún sin saber mucho de los crímenes del stalinismo, yo ya no creía ni en la revolución de Lenin, ni en la sandinista.
En aquella época de ingenuidad política a inicios de la llamada revolución sandinista en los 80, estando movilizado con el pelotón de exploradores en Quilalí en 1983, antes del ejercicio matutino solía leerle a los soldados algunas anécdotas del diario del Che Guevara, cuando aún yo no sabía que el “mítico” Che Guevara era otro muy distinto, y que había sido un tremendo homofóbico y que en un discurso había vociferado que por la revolución habían ejecutado y seguirían ejecutando.
Todavía Reinaldo Arenas no había publicado Antes que anochezca, donde relata el horror vivido en las cárceles del régimen cubano, tanto por ser homosexual como por criticar al sistema. Reinaldo al final se iría al exilio, primero a Miami, pero al no encajar con la disidencia cubana allí, se fue a New York donde ya afectado por el Sida decide suicidarse.
Antes de morir Reinaldo Arenas redactaría una carta junto con otro escritor, la cual envió a Fidel Castro; la carta pedía a Fidel realizar un plebiscito, el cual decidiría con un sí o un no, si el pueblo quería que él siguiera en el poder. La carta enviada en diciembre de 1989 fue firmada por centenares de intelectuales, escritores, premios Nóbel de literatura y artistas, muchos de los cuales habían apoyado entusiastas en sus inicios a la revolución cubana. Entre los centenares de firmantes de aquella carta sólo figuran dos nicaragüenses: el escritor Xavier Arguello y la futura presidenta de Nicaragua: Violeta Chamorro.
En esos días de inicios de los 80 ignoraba mucho de los crímenes de las revoluciones cubana y rusa. ¿Cómo saber en ese tiempo que el estalinismo acumuló 20 millones de rusos víctimas de ejecuciones, deportaciones, campamentos de trabajos forzados, hambrunas, etc; cuando aún el comunismo no había caído; cuando aún los archivos de los fabricados procesos a disidentes o no, seguían enllavados en los archivos de la terrible KGB; cuando aún los libros que relataban esos horrores seguían siendo censurados? ¿Cómo saber que la revolución cubana había seguido los pasos de la revolución rusa? Y si algunos de los intelectuales nicas más viejos de ese tiempo sabían algo al respecto, no lo iban a mencionar a los “novatos” por temor a ser tildados de contrarrevolucionarios, o para no echar a perder el entusiasmo de aquella recién iniciada “revolución sandinista”, que prometía igual que al inicio lo hizo la cubana, no seguir los pasos de la rusa.
Escarbar en los libros que hoy se publican de lo que se sabe sobre la represión, sobre el horror del estalinismo en la extinta Unión Soviética o lo vivido bajo el castrismo en Cuba, permite entender en su mecanismo, por las similitudes, lo que vivimos en esos terribles años de los 80 en Nicaragua.
Cuando a media noche del día de las votaciones en Nicaragua el conteo de votos daba la desventaja al FSLN y anunciaba la inevitable victoria de la Unión Nacional Opositora encabezada por Violeta Barrios en 1990, aquello fue como una bomba inesperada para muchos; y esos muchos lloraban. Yo ya no lloraba, porque había llorado a aquellos jóvenes con los que estuve en el batallón cuando ingenuo les leía sobre el diario del Che, a esos jóvenes a los cuales había visto ir cayendo, a esos jóvenes a los cuales me había tocado rescatar sus cadáveres después del combate y amarrarlos a una mula, para llevarlos hasta algún lugar donde el helicóptero venía a recogerlos; ya no lloraba porque había llorado a esos jóvenes inmolados por aquella llamada revolución y después de llorarlos y verlos partir hechos cadáveres a Managua, había que limpiarse las lágrimas y seguir por aquellas montañas en búsqueda del posible turno de inmolarse. Yo no lloré esa pérdida del sandinismo, porque también había llorado a mi hermano caído en 1986, con el cual había discutido ese mismo año de su muerte, al criticar la revolución la cual él había prometido defender hasta el final.
Al caer el gobierno sandinista en 1990 se realizó una exposición convocada por la ASTC en la galería Praxis, yo expuse un dibujo a lápiz: dos brazos flotando en el vacío que sostenían una cala. El título: “Homenaje al vacío”. Inconscientemente el dibujo me recordaba algo de la filosofía Zen, y yo celebraba un homenaje a ese necesario vacío.
Berkeley 1/Sept/2019