La alianza siniestra y el asco aceptable (el hábito no hace al monje)
A la vista y paciencia de los gobiernos extranjeros, de la llamada “comunidad internacional” (la OEA de Almagro, el gobierno de Estados Unidos, el Vaticano, y los gobiernos de la Unión Europea); a la vista y paciencia de la camada de operadores políticos que, gracias al patrocinio de poderes oscuros, aparecen en los medios noticiosos internacionales como “la oposición”; a la vista y paciencia de todos ellos, y por supuesto, de los grandes capitalistas de Nicaragua, de la región centroamericana, de Estados Unidos y Canadá, la dictadura encabezada por Ortega y Murillo aprieta sus mortales tenazas contra la libertad.
Podríamos enumerar una vez más listas de crímenes pasados y presentes, pero hablamos hoy al pueblo de Nicaragua, y al pueblo de Nicaragua no hace falta contarle su propia tragedia. Más importante es sacar conclusiones que nos sirvan para la lucha libertaria.La primera es evidente: los tiranos pusieron a prueba la supuesta voluntad democrática y compromiso con los derechos humanos de “la comunidad internacional”, y la “comunidad internacional” ha sido expuesta a los ojos de todos nosotros desnuda, en su cinismo “pragmático”, según el cual Ortega y su clan pueden ser un asco, pero son el asco aceptable, porque preservan la “estabilidad”.
De ahí que, lo que a muchos parece una postura incongruente, con doble discurso, no lo sea: los de “la comunidad internacional” no simpatizan con Ortega, preferirían, mansamente, como quien escoge un perfume, que no estuviera en el poder, pero no están dispuestos a alentar una rebelión popular que lleve al derrocamiento del régimen, porque “la estabilidad”, para ellos, es primero; muy por encima, en su lista de prioridades, de nuestros derechos humanos.
“La estabilidad” hay que aclarar, la creen necesaria para sus negocios de Estado (manejo de migraciones, del tráfico de drogas ilegales, del posible contagio de “inestabilidad” en la región, etc.), así como de sus negocios Privados (la explotación de mano de obra hambrienta, la expoliación de nuestros recursos naturales, la depredación de nuestros bosques por compañías mineras que arrasan con el territorio, y con sus habitantes). “La estabilidad”, también hay que aclarar, les da igual si viene de un sistema democrático o de la paz de los sepulcros de una tiranía. “La estabilidad”, aclaremos también, significa que nada cambie en lo fundamental. Nuestro gran escritor Pablo Antonio Cuadra escribió en una ocasión que los imperios prefieren a las dictaduras, porque creen más fácil entenderse con un solo hombre fuerte. Por eso los poderes extranjeros pactan con quien creen que tiene más fuerza, mientras no vean inminente su caída (por eso nos toca a nosotros convertir nuestra mayoría en fuerza, y derrocar a la dictadura; nadie lo hará por nosotros).
En esto, en una repartición siniestra de beneficios con las fuerzas más reaccionarias del planeta, en una intensificación de la miseria del pueblo, un enriquecimiento nunca antes visto de la oligarquía local, y en la entrega del país a intereses extranjeros por un déspota a quien solo mueve la conveniencia propia … en esto terminó la promesa “revolucionaria” de 1979. Tragedia física y tragedia moral.
En esto también terminaron (al final, son tres estaciones en un mismo camino) la falsa y sangrienta “transición” de 1990 (sí, sangrienta, por más que traten de blanquear los hechos y borrar de la memoria histórica el pacto Chamorro-Lacayo-Ortega), y la también falsa “vía cívica”, o “vía electoral”, o “aterrizaje suave”. Eufemismos matreros todos, que ya han perdido su fuerza, desangrados por el genocidio, por la norcoreanización del régimen, y porque los grupos y políticos que los emplean los desgastan con sus prácticas, que se han convertido en un estilo de vida disfrazado de lucha política.
El disfraz es cada vez más ofensivo, y el pueblo se pregunta justamente quiénes costean una operación tan costosa, con tantos caros viajes transcontinentales a tantas conferencias, foros, y reuniones con políticos extranjeros, todo de espaldas al pueblo de Nicaragua, sacrificando fondos que hacen falta para construir dentro del país un movimiento de resistencia beligerante que sea capaz de derrocar a la dictadura actual y a cualquier régimen no democrático que la suceda.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.