La crisis actual
Oscar René Vargas
Antonio Gramsci, hace ya cien años definió de forma precisa qué es una crisis. Dijo que la crisis se produce cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer, por lo que en ese interregno se generan monstruos. Es evidente que hoy uno de los monstruos es la dictadura Ortega-Murillo, lo que lo hace muy impredecible.
Otro de los monstruos es la policía y los paramilitares, el régimen alarmado ante la pérdida de su hegemonía sociopolítica, actúo como una fiera herida, utilizando a los paramilitares y la policía para derrotar a la protesta social.
Volviendo a Gramsci, está claro que lo viejo que no termina de morir es el régimen Ortega-Murillo y que lo nuevo que no termina por nacer está aún por definir en los términos sociales, políticos y económicos, aunque ya se puede indicar que surgirá con unas premisas de: democracia, justicia, combate a la corrupción, no impunidad y liberación de todos los presos políticos.
En 2018 lo factible pasa a lo real, cuando como consecuencia de la crisis política, social, económica y moral del régimen, los movimientos sociales emergieron con el propósito de ocupar un lugar preponderante en las relaciones de poder. Sin embargo, no tuvieron conciencia que el cambio social no es un plato servido hay que tener un programa, un proyecto político y un liderazgo reconocido.
Como es lógico, esto no es algo que surgiese en el 2018 como los hongos, por generación espontánea, sino que ya se venía fraguando de forma más o menos silenciosa, hasta que en ese año se manifestó de forma abierta. La confluencia de los descontentos sociales era inevitable.
Mucho antes de la pandemia, se había gestado una declinación acelerada en lo atractivo del modelo corporativo cuyo prospecto formó gran parte de la sugestiva alianza del gran capital y el régimen Ortega-Murillo. El modelo corporativo fue sepultado con la grave crisis sociopolítica de abril de 2018 y rematado con el coronavirus en el 2020.
El persistente equilibro político catastrófico, la violencia de las armas de los paramilitares y la policía, el mal manejo de la recesión económica, sumados a la respuesta inefectiva a la pandemia, ha reforzado la opinión de que el régimen Ortega-Murillo perdió su rumbo.
Sin embargo, pienso que la estrategia del régimen Ortega-Murillo ante el coronavirus aplican la necropolítica implementando el principio que, dado que muchas personas inevitablemente morirán, lo más conveniente es “salvar la economía” para preservar la dictadura. El régimen Ortega-Murillo es incompatible con la lucha contra la desigualdad.
Si el régimen Ortega-Murillo erró su camino, no significa que no existan zonas de orden dentro del equilibrio inestable actual, que sean susceptibles de rehacer y/o restablecer una posible nueva alianza, con otras características, entre el orteguismo y el gran capital.
En el país post Ortega-Murillo, una de las características es la marcada ausencia de un liderazgo político alternativo, cuya tendencia no es nueva, hecho evidente desde abril 2018. Precisamente por esa falta de liderazgo alternativo existe la posibilidad de una recomposición de la alianza de sectores del gran capital con sectores de la nueva clase para conformar un gobierno “orteguista sin Ortega”.
El objetivo principal del régimen Ortega-Murillo y miembros del gran capital es creer que el sistema político económico pueda continuar de la misma manera, una vez que se lleven a cabo los “ajustes necesarios” en una salida en frío. Esta es la estrategia a la que el movimiento social tiene que resistir.