La dictadura y el colapso del modelo económico: ¿Se acerca un “corralito bancario”?

Oscar René Vargas
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¿Cómo pagarán los PYMES (pequeñas y medianas industrias) sus deudas si la recesión se agudiza, el comercio está por los suelos y no producen ganancias? ¿cómo pagarán los ciudadanos sus deudas si están desempleados o con sueldos reducidos?

Entre los años 2008-2017 el capital bancario-financiero experimentó un proceso de expansión y crecimiento, que condujo a la formación y ampliación de una burbuja especulativa en los negocios inmobiliarios, construcción de viviendas, centros comerciales, edificios de oficinas, etcétera.


Las inversiones especulativas son el resultado de un proceso de sobreacumulación del capital-dinero, que fueron estimuladas por el flujo masivo de dinero de Venezuela y del narcotráfico internacional. Motivados por estos estímulos, los actores especulativos pusieron en marcha importantes inversiones especulativas, no productivas. Por ejemplo, de acuerdo con los datos oficiales del Consejo Monetario Centroamericano, los bancos nicaragüenses tenían, antes de 2018, una tasa de ganancia promedio entre 4 y 5 veces superior a la tasa de ganancia promedio de los bancos panameños y costarricenses producto del margen de intermediación del dinero, legal y/o ilícito, depositado en los bancos, del crédito a la construcción y las tarjetas de crédito. Este mecanismo aplicado por los grandes capitales está estrechamente ligado a la compra masiva de tierras en las ciudades y el campo por parte de los miembros de la nueva y de la vieja oligarquía, con el objetivo de incrementar su valor de manera ficticia y transitar de la inversión industrial a la especulativa, supliendo así la caída de la rentabilidad del capital productivo. De esta forma, los capitales se concentraron en el sector que producía una mayor porción de ganancias, y privilegiaron la acumulación financiera sobre los procesos de reinversión productiva o tecnológica.


A medida que cayó la rentabilidad productiva, la inversión disminuyó y el crecimiento tuvo que ser impulsado por una expansión del capital ficticio (crédito, derivados de deuda o compra de acciones) para impulsar el consumo y la especulación financiera y de propiedad improductiva. La recesión 2018-2020, y la consiguiente caída del consumo, acentuó el colapso de la inversión productiva.

La fuente principal de los ingresos financieros son los recursos generados por la cartera de crédito, el margen de intermediación o comisiones bancarias y las tasas de intereses en las tarjetas de créditos: es allí que residen al menos el 60 por ciento del éxito operativo de los bancos. La caída de la rentabilidad productiva junto con el predominio y crecimiento de las finanzas, obstaculizaron desde el 2008, nuevas inversiones en la economía real, dificultando una recuperación de la crisis en el 2021. Para generar tal cantidad de acumulación, el capital financiero organizó una gigantesca red de distribución y apropiación de la riqueza social, generando una desigualdad económica descontrolada, impulsando, en consecuencia, una hiper-concentración de la riqueza en manos del parasitismo financiero: bancos, inversores, especuladores, accionistas, tenedores, etcétera, hipotecando los recursos del Estado a las necesidades del sector especulativo.


A partir del año 2018 se mostró que los negocios especulativos (las hipotecas entre otros) son altamente riesgosos porque a la larga terminan en crisis cuando estallan las burbujas financieras, es decir, se reveló que no hay forma de extraer tal cantidad de ganancias de la economía real, dado el incremento de la cartera de mora y de riesgo. Esta es la gran contradicción que genera el capital financiero y que se manifiesta en este 2020: las riquezas y ganancias que produce la economía se encuentran concentradas en el capital especulativo, bloqueando y debilitando así el ciclo de la reproducción ampliada del capital, y limitando la reinversión de los excedentes en nuevos procesos productivos (en capital constante y capital variable). En otras palabras, el capital financiero, paradójicamente, se ha convertido en un obstáculo para la dinámica del capital productivo y del desarrollo en su conjunto. Más de la mitad de los departamentos del país se encuentran en contracción económica como consecuencia de los menores flujos de inversión que han precipitado la caída de diversos sectores, lo que ha profundizado a su vez la recesión económica. Enfrentamos no una crisis cualquiera, sino que estamos hablando de un derrumbe económico que no se veía en casi 20 años.


Coincidiendo con la llegada de la pandemia, la recesión en la que se encuentra la economía se explica fundamentalmente por los desequilibrios económicos que genera el capital financiero, que, ante la caída de la tasa de ganancia en la economía real, prefiere invertir en especulación financiera en detrimento de la inversión industrial o productiva. Este auge financiero tenía “la soga muy corta”, puesto que los negocios de la economía real -que de alguna manera sustentan al capital financiero que a su vez succiona una porción de las ganancias de la economía real- se encuentran hoy debilitados, estancados y en retroceso desde abril 2018. Este fenómeno se explica por la caída de la tasa de ganancia que limita las posibilidades de inversión productiva debido a su baja rentabilidad. En los últimos años (2018-2020) esta tendencia se ha profundizado y será uno de los factores que provocará la depresión económica.


La caída de la rentabilidad redujo la inversión productiva, el comercio decreció y la economía ingresó a una fase de recesión en camino a la depresión, vale decir, estamos en medio de un estancamiento del nivel y ritmo de la ganancia/acumulación. Este panorama adverso para la economía productiva y real estaba ya presente antes de la pandemia del coronavirus. Por ello, resulta paradójico observar simultáneamente, un estancamiento en la producción y el comercio, revelándose así una nueva situación de sobreacumulación de capital dinero y de un posible estallido de la burbuja financiera-inmobiliaria, por los negocios especulativos del sector de bienes raíces que no tienen sustento en la economía real. Esta situación refleja la ampliación de la burbuja especulativa y la inmensa sobreacumulación de capital, que es la típica antesala de una crisis bancaria-financiera, de lo cual se desprenden las siguientes problemáticas: ¿En qué se sustentan las ganancias bancarias si la economía real se encuentra estancada, en declive y en proceso de depresión?

Esta situación, en la que el capital financiero no logra obtener las ganancias de la economía real, hace conjeturar que se incuban las condiciones para una profundización de la crisis, mucho más grave. Sin lugar a dudas, la pandemia ha contribuido a generar condiciones adicionales, tales como: la disminución de la producción, la restricción del comercio, el aumento del desempleo y el momento crítico de la crisis sociopolítica, que contribuirán a acelerar una posible crisis bancaria-financiera. Al no invertirse en la producción, el flujo de capital ha generado una altísima e ineficiente concentración de la riqueza. La recesión se ha transformado en un problema estructural de carácter económico, derivado de la caída de la rentabilidad productiva y de la enorme e improductiva concentración de la riqueza en manos del capital financiero, lo cual es un escollo para incrementar la reproducción ampliada de la economía. Ninguno de los dos aspectos puede cambiarse con los Ortega-Murillo en el poder.


La hipertrofia financiera y la caída de la inversión productiva impedirán que la economía y la acumulación se reactive en el corto plazo, y como consecuencia se prevé un decrecimiento negativo en el 2021 en el marco de la confluencia de las cinco crisis que vive Nicaragua. En la profundización de la crisis económica habrá que tener presente los siguientes cuestionamientos: ¿cómo se hará cargo el gran capital para mantener el sistema financiero en su conjunto, si las ganancias se reducen en la economía real? ¿Cómo pagarán los PYMES (pequeñas y medianas industrias) sus deudas si la recesión se agudiza, el comercio está por los suelos y no producen ganancias? ¿cómo pagarán los ciudadanos sus deudas si están desempleados o con sueldos reducidos? Por eso es que existe preocupación en los altos personeros de la banca nicaragüense.


Ante la posibilidad real de que está situación recesiva se transforme en depresión económica con repercusiones negativas en el sistema financiero, las últimas preguntas que surgen son: ¿cuál será la estrategia del régimen Ortega-Murillo a sabiendas que una crisis bancaria sería el final de su permanencia en el poder? ¿Adoptarán la implementación del “corralito bancario” con la esperanza de salvarse?