Las confesiones de Arana, la complicidad de Amcham, y la justicia necesaria
Carlos Quinto
La trayectoria del presidente de Amcham, consistentemente condenable, ha descendido a un nivel de ruindad difícil de encontrar fuera de la órbita de la pareja Ortega-Murillo y sus esbirros. No detallaré sus más recientes declaraciones, por haber sido ya ampliamente divulgadas, pero hay que registrar que establecen, de manera aberrante, una equivalencia moral entre opresores y oprimidos, así como una equidistancia de responsabilidades entre asesinos y asesinados. Sugieren que lo que hay en Nicaragua es un “conflicto” entre partes iguales, y no una masacre unilateral. De tal manera, revelan un enorme desprecio por el pueblo de Nicaragua y por cualquier preocupación, ya no sobre la legalidad del status quo, sino que sobre la inhumanidad del sistema opresor. Son racionalizaciones extremas; son, en la práctica, como las que elaboran contra toda evidencia los fanáticos y sicarios.
Esta racionalización de la violencia genocida salpica a todos los que la emplean con la sangre de los patriotas asesinados, sea quien recurre a ella un dirigente gremial o el mismísimo comisionado Avellán. La condena a la oprobiosa conducta de este importante funcionario de la “oposición” es ya casi universal entre los nicaragüenses, y solo excluye al circulo mas abyecto del orteguismo y sus cómplices oligarcas. Y es muy llamativo que los medios de comunicación de la oligarquía post-feudal y del sandinismo “renovado” le hayan puesto sordina a esta nueva atrocidad de un sujeto a quien generosamente le ofrecen una permanente exposición mediática y apoyo tácito sin reservas, lo que apunta a una coincidencia de intereses y de colusión operativa o funcional entre la dictadura y ciertos grupos que se dicen “opositores”.
Apologista de los crímenes y participante en los embustes de la dictadura, el sujeto de marras siempre ha considerado la tragedia nacional como un “juego a jugar”. Ese “juego”, primero de usurpación de la representación popular, luego del suministro de oxigeno a los genocidas, boicoteando toda acción efectiva contra ellos mientras organizan su juego electoralista, sirve de escalera de poder y riqueza a políticos oportunistas y vividores. Pero el costo es de otros: todos los privilegios que aquellos políticos consiguen son pagados con la sangre y el sufrimiento de un pueblo oprimido.
Esto no puede ni debe quedar impune. Es parte de la corrupción generalizada de la política nicaragüense, incluyendo la política “opositora”. Porque, ¿cómo es que algunos modestos, casi anónimos oenegistas se convierten en millonarios? ¿Cuáles son sus fuentes de ingresos? ¿De donde provienen, cómo se acumulan esos capitales? ¿Quiénes pagan? Gente con presidentitis obsesiva—como los hay en el gremio– debería, al menos eso es lo normal en un régimen democrático– responder con absoluta naturalidad, y por apego a la ley, a estas interrogantes de transparencia.
En cuanto a la relación de la dirigencia oposicionista con el presidente de Amchan, quedan muchas preguntas: ¿mantendrá la Alianza Cívica a un miembro capaz de exhibir en público su “equidistancia” entre pueblo y tiranía? ¿Descubrirán la incoherencia que representa conservar como uno de sus dirigentes “opositores” a quien muchos consideran un títere de Ortega? ¿Son tantos los infiltrados que tiene el tirano dentro de esa “Alianza” que ya son mayoría? Porque hay que recalcar que Arana no es, ni ha sido, el único, solo el mas crudamente descarado
Por su parte, la Embajada de los EE. UU., madrina de la Amcham, tendrá que reconocer que es contradictorio tener a alguien como Arana a la cabeza de esa pandilla “gremial” porque sus actos afectan la imagen de la Embajada. Y la contradicción es aún mas grande entre los pronunciamientos del jefe de Amcham y la política oficial del gobierno en Washington, la cual llama “dictador” al capo supremo. ¿Seguirá Sullivan coqueteando con Arana a costa de toda su credibilidad? ¿Cómo podrá seguir evitando que forme parte de la lista de individuos sancionados?
Si la Amcham fuera una organización con un mínimo de ética y de decencia, no debería permitirse mantener como presidente a un sujeto oportunista, servil y entregado a la dictadura mas sanguinaria del continente. ¿Quedarán aún algunos miembros que no sean cómplices de la tiranía y puedan darse cuenta de que aferrarse a Arana los arrastra al estiércol de la infamia? A la Amcham como organización solo le quedan tres alternativas: pedirle la renuncia a Arana, destituirlo o, enfrentar la ira del pueblo de Nicaragua de la misma manera que un día la enfrentará la Policía terrorista-sandinista y sus cabecillas genocidas.
En un Estado de Derecho, el tratamiento penal que se le de en su día a Arana debería ser coherente con el que se aplique a todos aquellos que de una u otra manera han colaborado para mantener a un régimen genocida en el poder, incluyendo por supuesto, al nefasto comisionado Avellán.