Llamado a diálogo del Papa: muy lejos de la realidad
<<El mensaje papal es inusual de modo extraordinario… Nunca en la historia de Nicaragua han estado presos al mismo tiempo diez sacerdotes católicos.>>
Más de dos semanas de silencio ha mantenido la dictadura de los Ortega-Murillo tras el inusual y despistado mensaje del Papa Francisco ante la terrible represión que sufre la Iglesia católica de Nicaragua, especialmente a partir del 19 de mayo de este año en que fuerzas policiales persiguieron al obispo Rolando Álvarez cuando viajaba de Matagalpa a Managua y después le montaron un cerco en la casa de una sobrina donde se encontraba.
La persecución de efectivos armados a monseñor Álvarez fue el inicio de una oleada represiva sin precedentes en la historia de la Iglesia católica de Nicaragua, que ha desembocado en algo inimaginable: un obispo y nueve sacerdotes más presos por el régimen.
El mensaje papal es inusual de modo extraordinario, porque, movido quién sabe por qué fuerzas, Francisco ha guardado un absoluto e inexplicable silencio sobre los arbitrarios y terribles sucesos en Nicaragua en más de cuatro años y medio, desde el estallido social de abril del 2018, sofocado por el régimen con una represión que causó trescientos cincuenticinco muertos, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Ante la crueldad de la familia Ortega-Murillo y el sufrimiento de un pueblo mayoritariamente católico, este Papa latinoamericano debió haberse pronunciado una y otra vez en favor de la justicia y los derechos humanos en este pequeño país centroamericano, pero durante todo este tiempo sostenidamente ha mantenido la vista hacia otro lado y le ha dado la espalda a la Iglesia local.
De manera inexplicable el Papa solo demoró unas horas para condenar el asesinato de la comentarista adulta rusa, Daria Dugina, a quien llamó Una «pobre niña explotada por un coche bomba». ¿Cómo explicar su rápida y muy explícita reacción ante este atentado terrorista, y su silencio ante el generalizado terrorismo de Estado del gobierno de Nicaragua?
Más incomprensible se vuelve el comportamiento de Jorge Mario Bergoglio, porque la Iglesia católica de Nicaragua ha estado de manera prolongada en el ojo de la tormenta represiva de la dictadura, como se ha evidenciado, por ejemplo, con la vejación de obispos y sacerdotes en la Basílica San Sebastián, de Diriamba, el 9 de julio del 2018 y la salida forzada del país el 23 de abril del 2019 del obispo Silvio Báez.
La represión del régimen también se manifestó con el incendio de la imagen de la Sangre de Cristo, en la catedral de Managua, el 31 de julio del 2020; y la expulsión de las Hermanas de la Caridad de la Orden de la Madre Teresa de Calcuta, el 6 de julio del 2022. No hubo palabras del Sumo Pontífice ante estos hechos tan graves.
Tampoco Francisco se pronunció ante la cancelación de varios canales de televisión y de ocho radios de la Iglesia Católica en este año 2022, ni frente al incremento de la represión contra sacerdotes y el obispo Rolando Álvarez, que ha desembocado en el encarcelamiento de este en la casa de sus padres en Managua.
El Papa ha tenido noticias de que en menos de tres meses el régimen de los Ortega Murillo ha encarcelado a diez sacerdotes, pero no se ha referido a las víctimas. Los prisioneros, además de Álvarez, son: Manuel García Rodríguez, acusado de golpear a una mujer; monseñor Leonardo Urbina, señalado de violación a una adolescente; y el cura Óscar Benavidez, imputado de un delito “fantasma”.
Completan la decena los que durante casi dos semanas estuvieron sitiados por la Policía con el obispo Álvarez: José Luis Díaz y Sadiel Eugarrios, primer y segundo vicario de la Catedral San Pedro, de Matagalpa; Ramiro Tijerino, rector de la Universidad Juan Pablo II y encargado de la parroquia San Juan Bautista; Raúl González; y los seminaristas Darvin Leyva y Melkin Sequeira.
Nunca en la historia de Nicaragua al mismo tiempo han estado presos diez sacerdotes católicos. En las últimas décadas, uno de los peores actos represivos fue la deportación a Honduras del obispo Pablo A. Vega, el 4 de julio de 1986, cuando también gobernaba Daniel Ortega, y el prelado fue montado a la fuerza en en Juigalpa, en un helicóptero que lo dejó en territorio hondureño.
La reciente mañana del domingo 21 el Papa despertó de su larga hibernación respecto a Nicaragua y leyó una escueta y tímida declaración: “Sigo de cerca con preocupación y dolor la situación en Nicaragua. Deseo que por medio de un diálogo abierto y sincero se puedan encontrar todavía las bases para una convivencia respetuosa y pacífica”.
La declaración de “preocupación y dolor” del Papa despierta suspicacias, por su prolongado silencio ante la barbarie del orteguismo; y su llamado a “un diálogo abierto y sincero”, lo muestra desinformado de la realidad de Nicaragua, gobernada despóticamente por la dictadura de una familia que ha cruzado todas las líneas rojas y dinamitado todos los puentes en su afán de control total del país y de apego enfermizo al poder.
No pudo Francisco emitir una declaración de condena a la dictadura, no pudo ser categórico y explícito como lo ha sido con el asesinato de “la pobre niña” Daria Dugina. Tantos niños fueron asesinados en el 2018 en Nicaragua, pero él no se dio cuenta. ¿Qué extraños hilos se mueven en los intereses del Papa que producen estos espantosos contrasentidos? ¿Cómo caracteriza Bergoglio a los Ortega-Murillo que los considera capaces de abrir “un diálogo abierto y sincero”?
Hasta hoy la dictadura no ha contestado al Papa, pero cualquiera que sea la respuesta en los próximos días, si la hubiera, su vocación represiva y el alto desarrollo que ha alcanzado su terrorismo de Estado, indican con claridad que para los Ortega-Murillo no es posible dialogar. Ellos solo quieren la aniquilación total de todo vestigio de independencia pues pretenden un control absoluto de la sociedad.(*) Nicaragüense con Master en Ciencias Políticas: Política Global, de la Universidad de Malmó, Suecia.
José Mario García
Nicaragüense con Master en Ciencias Políticas de la Universidad de Malmó, Suecia.