“Los de arriba”: principio y fin de Ortega
Oscar René Vargas
El poder autoritario se volvió la forma usual del mando político en Nicaragua. Se trata de una concepción, tan sui generis como extendida, que normaliza el uso personalizado, partidista y patrimonial de los recursos públicos y de los privilegios que otorga el poder. Ha llegado a convertirse en una marca país. Dura ya desde Pedrarias Dávila, quien gobernó lo que hoy es Nicaragua varios siglos atrás, al inicio de la colonia española.
Autoritarismo e impunidad de las elites
Los actores políticos tradicionales, viejos o nuevos, están atrapados en una red de viejas prácticas y falsos valores. La causa de esto es una cultura política atrasada e intolerante, que hace costumbre el engaño y la falsedad, encubre la mentira y el fraude, permite la inequidad y fomenta la desigualdad y la impunidad. Todas esas características de nuestra cultura política nicaragüense, las he descrito y analizado en mi libro El Síndrome de Pedrarias. En ese ensayo explico por qué en Nicaragua existe una idea del poder como algo que debiera ser autoritario y necesariamente patrimonial. En la trastienda de nuestra mala cultura política actual, está el sentimiento y la completa seguridad de que las consecuencias derivadas de los actos de corrupción quedarán en la más rotunda impunidad.
La lógica del enriquecimiento fácil e ilícito ha ido generando una resignada aceptación social y réditos viles para las élites políticas y económicas. La clase dominante se adapta al engaño, a la trampa, al dolo, y lo acepta como una práctica válida y tolerable. En la cultura dominante, la mayoría de las fechorías se perdonan si el culpable tiene suficiente dinero. Las instituciones estatales para combatir la corrupción se mueven en un mundo de injusticia, privilegios y clientelismo político. Son ciegas, sordas y mudas. La nomenclatura orteguista, por ejemplo, piensa que no habrá castigo alguno por sus excesos. La sola voluntad del tirano basta para su debida salvedad e inmunidad política. De esta descarnada manera se ha operado a través del tiempo, y de esta manera el poder autoritario piensa que podrá perpetuarse indefinidamente.
La cultura política de rapiña de las elites nicaragüenses
Esta concepción de la política patrimonialista y autoritaria se articula con la vieja tradición de legitimación familiar de sello conservador, patriarcal y elitista, que incluye e implica privilegios de clase y de familia. Como consecuencia, los gestores del poder en Nicaragua acaban creyendo en su omnipotencia e impunidad. Igual de abyecta es la cultura política del “enchufe” (o amiguismo), que se practica a plena luz del día en la política nicaragüense.
Todo ello genera una trama de complicidades que impregna al conjunto de la sociedad y permite la perpetuación del poder autoritario y la corrupción de “los de arriba”. De modo que siempre se repite la misma canción: todo el mundo sabía, pero todos se vuelven mudos y ciegos. La gran mayoría de la clase dominante no denuncia la corrupción ya que, habitualmente, es cómplice. Generalmente los corruptos y corruptores viven en los estratos sociales superiores, abusando de los empleados menores del Estado.
Es en la franja alta donde ocurre todo. Ahí habitan los que creen que todo les está permitido porque el país es suyo y sólo ellos pueden asegurar su bien. Estas acciones corruptas emergen de la mera cúspide decisoria del poder, para luego filtrarse hacia abajo alcanzando a funcionarios medios y bajos del gobierno central y de las municipalidades.
<<…las élites económicas parecen estar alarmadas por la tendencia ultra autoritaria del régimen, pero no se perciben a sí mismas como coadyuvantes en la creación de ese monstruo.>>
La dictadura: un peligro para nuestra sobrevivencia
El régimen Ortega-Murillo es un aparato con debilidades reales y de probada incapacidad para enfrentar el presente. También se ha revelado incapaz de presentar a los ciudadanos un futuro creíble. La calidad de vida del país es la peor de todos los países centroamericanos y somos los coleros en casi todos los indicadores sobre Estado de bienestar.
Más allá del culto al jefe, lo más terrible ha sido la implantación de una dictadura burocrática y policiaca que se esmera en destruir los derechos humanos y los derechos laborales. Si el régimen Ortega-Murillo consigue sostenerse más allá de noviembre 2021, constituirá un peligro para nosotros y para toda Centroamérica, ya que seguiría pervirtiendo todo.
Ortega ha impuesto su marca de fuego sobre el lomo de la población. Ha hecho prevalecer su voluntad de dominación violando los derechos humanos, como cuando eliminó a los insurgentes de abril 2018, proclamándose señor de horca y cuchillo. Sus actos de gobierno se han caracterizado por la violencia, juicios sumarios, cárceles y torturas a sus adversarios políticos. Sangre, mucha sangre y violencia. Toda su gestión y toda su administración han sido un continuo ritual de la muerte. El poder del caudillo se demuestra en la muerte de los demás: civil y también física.
Hoy, las élites económicas parecen estar alarmadas por la tendencia ultra autoritaria del régimen, pero no se perciben a sí mismas como coadyuvantes en la creación de ese monstruo. El orteguismo es el triunfo del fusil sobre la razón, la fuerza bruta sobre el pensamiento y la imaginación. En los próximos meses, la represión selectiva podría estar enfocada en contra de periodistas, militantes pro derechos humanos, médicos y funcionarios gubernamentales.
<<El orteguismo se encuentra débil y devastado por sus propias contradicciones sociales.>>
Hace falta un último empujón para que caiga
El autoritarismo no nació con la llegada de Ortega al poder. El autoritarismo es el fruto de un proceso histórico, político y social nacional, en el que las élites económicas lograron imponer su cultura política de rapiña. Esto explica la tradición tiránica y dictatorial que ha padecido Nicaragua en su historia. El presidente deviene dictador y pasa a tener poder de vida y muerte sobre su pueblo. Su familia se convierte en el bloque sucesor: la dinastía, el nepotismo, el continuismo, una familia gobernante o un gobierno de familiares, el amiguismo.
La ira causada por la represión y por las injusticias ha llevado a esta dictadura al borde del abismo. Solo hace falta un último empujón para que caiga. El orteguismo se encuentra débil y devastado por sus propias contradicciones sociales. También se encuentra desgastado por el conflicto permanente con los ciudadanos autoconvocados, esos mismos que no se sienten representados por el mal gobierno y emergieron al escenario político desde abril 2018.
Las turbulencias sociopolíticas que padecemos hoy son una respuesta social de “los de abajo” al fracaso político -de proporciones históricas- de las élites que se están en la oposición. La frustración de “los de abajo” es simétrica a la soberbia de “los de arriba”, que se enriquecen a sus costillas.
El mito se derrumbó, no dejemos que sigan saqueando el país
Desde 2018 se comenzó a derrumbar el mito de que el pacto Ortega-Gran Capital nos conduciría por la senda del desarrollo económico-social. La crisis del orteguismo no solo se debe a las evidentes y lacerantes desigualdades económicas y sociales que se han profundizado, sino también a los agravios morales y culturales perpetrados por la dictadura en contra de nuestra población. Gobernar requiere sabiduría, conocimiento y virtudes cívicas. La dictadura que hoy administra el país no tiene ninguna de estas atribuciones y está muy por debajo de la nobleza de nuestro pueblo.
La tragedia cíclica de nuestra historia política moderna podría resumirse de la siguiente manera: sectores que en el pasado lucharon en contra de las dictaduras para derrotarlas, han logrado imponer y consolidar una nueva dictadura, porque no se desprendieron nunca de la vieja cultura política nacional. ¡No conocen otra forma de hacer política! El grito de abril 2018 nos demanda romper definitivamente con esa lógica de rapiña, combatir sin tregua la mafia política y económica que pulula en nuestro país, e instaurar de una vez una democracia representativa, incluyente y participativa.