Los Querubines
Manuel Fabien Aliana
El reloj indica las seis-pm. Definitivamente está anocheciendo cada vez más temprano. Cuando empezó esta pandemia, recuerdo que estábamos en verano. O saliendo del verano. Ahora me pasa que a veces me levanto preguntándome qué día es. Cuando todo esto inició, o más exactamente a partir del sexto o séptimo día de cuarentena, empecé a llevar una bitácora. Una amiga psicóloga me lo había recomendado mientras esperaba a Marcelino, que finalmente nació en medio de este caos. Lo de la bitácora era para él, decía mi amiga. Yo no lo percibí así. En un inicio, cuando me decidí a llevar un diario de vida lo hice por mí. Fue al darme cuenta de que esto podía ser interminable. Si quería mantener la cordura, tenía que ponerme a leer y a escribir diariamente. Los que no se decidieron a hacer lo uno o lo otro terminaron locos o muertos. Fueron las víctimas colaterales de esta crisis sanitaria. Yo espero, hijo mío, que no tengas que pasar por esto cuando crezcas, y que el día en que caigas sobre este cuaderno, el mundo haya vuelto a como era antes, pero en mejor. Por ahora solo eres un bebé, bello y gordo, y dependes de mi leche materna para sobrevivir. Si quiero que crezcas sano y fuerte, primero tengo que sobrevivir yo.
Al comenzar esta bitácora, recuerdo que ponía las fechas cada vez que escribía. Un día dejé de verle el sentido a eso. Ya no importaban el día y el mes como antes. Lo que importaba era saber si era noche de caza o no. Solo me tocaba esperar una llamada, todos los días y a la misma hora. Después supe que era la hora que me correspondía a mí. Que cada miembro del escuadrón tiene una hora de llamada, sea cual sea el aviso. Y a la hora habitual me contactaron hoy para decirme que esta noche haría parte del escuadrón de caza. No me malinterpreten. Soy nacida en Cobquecura, un pueblo al borde del mar, en la región del Biobío. Vine a Santiago por un postgrado y gracias a una oportunidad laboral me quedé. De cazadora no tenía nada. Soy mujer, ciudadana, profesional, esposa y recientemente madre. Con mi pareja vivimos en un apartamento de la comuna de Ñuñoa, casi al límite con Macul, no muy lejos de donde estaban los raties [1], antes de que los asaltara un escuadrón bandido (nunca supimos cual fue), les prendieran fuego y ejecutaran a todos los policías que lograron escapar del incendio. Dice el rumor que fue una venganza de los pobladores de la Santa Julia. La noche anterior habían sido asesinados por policías vestidos de civil dos hermanos de la población que estaban violando el toque de queda. ¿Cómo se supo que eran policías vestidos de civil? Por el carro sin placa en el que andaban y que ya estaba identificado.
Fue muy reciente mi decisión de dejar de escribir para mí y empezar a escribir para otros. Decidí dar este gran paso cuando entendí que me había convertido en una mujer fuerte y segura. Ser cazadora me ayudó, indudablemente, a ser la mujer que hoy soy. Un vecino antropólogo me conversó una vez sobre la importancia de dejarle un testimonio a la posteridad. Me habló de una tal Ana Frank, una niña que escribió un diario de vida cuando estaba escondida de los nazis. En este instante no me acuerdo si lo escribió para ella o para los demás. Tampoco sé qué tanta importancia pueda tener eso para el lector. El que quiera en un futuro leer un testimonio de esta época de caos no va a escoger su fuente según el tipo de narración. Pero lo hago sobre todo por ti, Marcelino, y le pido disculpas al lector del futuro si de repente se me escapa un “hijo mío”. De todos los ojos lectores, los de mi hijo son los únicos que soy capaz de imaginarme. Pero también escribo para ustedes, por si algún día se vuelven mis lectores por accidente. Por ustedes, porque me cansé de escribir sobre pequeños problemas de mierda y estúpidas preguntas sin respuestas. Para eso están las redes sociales, inundadas por una infinidad de mensajes de gente que se siente muy importante. Mensajes que se pierden casi inmediatamente en esa inmensa galaxia virtual que es el Big data. Y cuando muchos influencers se hayan convertido en esas estrellas muertas que de lejos siguen brillando, nuestros mensajes no serán más que polvo de estrellas flotando, al igual que nuestras miserables existencias sobre la faz de la tierra.
Es por ti Marcelino. Por vos, como hubiera dicho tu abuelo argentino. El mismo que un día llegó a Cobquecura por accidente. Por accidente conoció a mi madre y luego por accidente nací yo. Después se fue y no volvió más, pero eso ya no fue accidente. Accidente se le llama a la situación en la que estamos ahora, aunque las malas lenguas hablen de un virus creado en laboratorios. A mí no me importa si el virus salió de una mente macabra y brillante a la vez. A mí lo único que me importa es que a diario coman todos los vecinos de nuestro condominio de edificios y que no les falte jabón, homeopatías ni mascarillas a nadie. Y es por eso que salimos a cazar por las noches. Te explico. Actualmente vivimos en un condominio con dos largos bloques de edificios que se hacen frente. Los bloques tienen cuatro pisos y cada uno se divide en dos partes iguales. Cada parte cuenta con ocho apartamentos por piso. Multiplícalo por cuatro pisos y vuelve a multiplicarlo por las cuatro partes. En cada apartamento vive una familia con hijos o una pareja joven (de amigos o amorosa). Sumamos en total unos trescientos adultos. Entre los dos bloques están los jardines, que es donde yo te imaginaba jugando y dando tus primeros pasos. Hoy esos jardines son huertos en los que cultivamos hortalizas, hierbas aromáticas, plantas medicinales, y donde también tenemos espacios para soltar a las aves de corral para que vean la luz del día aunque sea por un par de horas. Los sótanos de nuestros edificios se han convertido también en huertos gracias a los focos halógenos que nos procuramos. También son los corrales principales de nuestras aves, conejos y de los cerdos que conseguimos para comerse nuestra basura. Todo esto lo logró la junta de vecinos, hijo mío, y fuimos un ejemplo para muchos. Lo que nos salvó es que nos llevábamos muy bien antes de necesitarnos. También ayuda la talla modesta de los inmuebles. Es lamentable cuando te enteras que en los edificios más altos de Ñuñoa (los más recientes y los más modernos) fue muy difícil crear el sentido de comunidad. Ahí solo se salvaron los edificios donde las juntas de vecino empezaron a amenazar o a eliminar físicamente a todos aquellos que no pensaban colectivamente. En otras torres con menos suerte, hubo juntas a las que se les declaró guerra vecinal. Fue en esos edificios que nosotros empezamos a cazar.
Los escuadrones de cazadores surgieron cuando nos dimos cuenta de que a pesar de todos nuestros esfuerzos por sobrevivir, nunca tendríamos suficientes provisiones para todo nuestro condominio. También entendimos que si queríamos la paz, necesitábamos hacer la guerra fuera de nuestras fronteras. Para ese entonces yo te había parido, Marcelino, y asististe a tus primeras juntas vecinales envuelto en ese chal sureño que heredamos de tu abuela. Fue en esas reuniones de urgencia que la Junta decidió crear una especie de cuartel de operaciones. Y le pusimos “El Querubín”, para que solo lo entendiéramos entre nosotros -y porque había un vecino loco por el latín. Entonces Querubín quedó como el cuartel donde se deciden y se planean las operaciones, y querubines también somos todos los que partimos en misión. Una vez me contó una vecina que también existían los serafines, y que ellos cuidaban de nosotros y del condominio mientras dormíamos o cuando nos ausentábamos los querubines. Quizás por eso mismo es que no he visto a ninguno hasta ahora.
Te mentiría si te digo que no tuve miedo las primeras veces que salimos de caza. El mundo afuera del condominio se ha vuelto violento y despiadado. Hasta ese momento el miedo más grande lo había sentido al enfrentarme directamente con los pacos [2] durante las protestas. Aún guardo en la memoria el recuerdo de mis primeros lumazos. Esa memoria es de la carne, dicen los poetas. Y esos golpes duelen, y más si llevas a un hijo dentro. Pero como iba a dejar de luchar, si era por vos que estaba luchando Marcelino. Arde mi sangre de rabia al recordar la violencia con la que pretendían callarnos. ¿Y cual era la lógica? ¿Porque nos doliera la carne íbamos a dejar de defender nuestras ideas? ¿No entendía ese Estado opresor que siempre dolió ser mujer? Pero ese miedo, el miedo mezclado a una maldita adrenalina, era solo el de una cabra rayando paredes, enfrentando a la policía o funando a un abusador. Ese miedo no tuvo nada que ver con lo que sentí la primera noche que salimos de caza.
Era un edificio de dieciséis pisos, y nos había llegado la alarma de que hacía varios días se había desatado una guerra vecinal. Nosotros pensamos que la junta local lo tenía todo controlado. La junta Apolo (así se llama el edificio), veía con optimismo el enfrentamiento porque el foco de irreverentes se encontraba en los pisos más altos. Del momento en que se decidió por mayoría colectivizar el edificio, la junta empezó a neutralizar a los pocos individualistas piso por piso hasta llegar al decimosegundo. Pocos se animaron a resistir y los que no quisieron morirse se plegaron a la junta en menos de veinticuatro horas. Otros lograron escapar a los pisos más altos. Pero fue entre el decimosegundo y el decimotercer piso que los vecinos se encontraron con una resistencia férrea y asesina. Se dice que en solo una ofensiva vecinal murieron una docena de colectivistas. Fue entonces que la junta Apolo decidió bloquear todas las vías de acceso y sitiar a los individualistas. El objetivo era que se rindieran o se murieran de hambre, pero no los dejarían bajar. Recuerdo todavía un afiche improvisado de la junta que decía: NO BAJARÁN y el dibujo de una mujer centinela armada de un rifle y cuidando unas escaleras. Pero nadie de la Junta Apolo se percataba que los muchachos de los pisos más altos eran unos alcohólicos bien deportistas. Eran en su mayoría jóvenes deportistas, solteros, profesionales del carrete [3] y zorrones [4]. Y en uno de esos cuatro pisos había un grupo de muchachos aficionados de la escalada ¡y andaban el material en casa y todo! Tres días después -quizás el tiempo que les tomó formar a otros de su bando- desde los balcones bajó por cuerdas todo un escuadrón a tardes horas de la noche. Todos dormían mientras los zorrones iban por los aires de dos en dos y armados buscando algún balcón con ventanal abierto para meterse. Fueron cuatro escuadras las que bajaron, y desde los distintos pisos a los que accedieron, fueron matando a los vecinos de cada apartamento al que penetraban y a todos los centinelas que vigilaban cada piso. Y así hasta llegar al decimosegundo donde emboscaron a los que cuidaban la frontera. Como la torre estaba cerca, desde nuestro condominio escuchábamos los gritos de dolor y los disparos. Veíamos el edificio, pero solo percibíamos siluetas y los destellos de los disparos en la oscuridad. También vimos a vecinos saltando de desesperación desde sus ventanas. Los individualistas barrieron con todos. Nuestro Querubín recibía desde hacía varios días noticias de la Junta Apolo. Esa noche recibimos varios SOS.
Nuestra junta se reunió de emergencia en cuanto recibimos el primer mensaje de alarma. Como los mensajes que nos llegaban eran confusos y desastrosos, entendimos que entre el tiempo que nos tomaría prepararnos y el tiempo de llegada ya habrían sido exterminados todos los colectivistas. ¿Tenía sentido realmente el ir para allá? “No le podemos dejar un edificio a los individualistas” exclamó un vecino a cargo, un español de rostro triste pero bien recio y corpulento: “Si no vamos a matarlos ya, puede que ese edificio se vuelva un foco de individualismo y sirva de base para atacar a otras juntas vecinales. Además, será una oportunidad para traer provisiones.” Lo de las provisiones era clave. No tenía sentido el destruir sin acaparar. No bastaba con eliminar a egoístas, también había que quitarles el pan. Se escogió el escuadrón suicida, y de querubín al mando pusieron a un venezolano de apariencia tímida pero que todos decían había estado en las guarimbas. Y en primera línea.
Armados hasta los dientes, partimos diez querubines a asaltar el edificio Apolo antes de que amaneciera. Varias juntas vecinales amigas del sector se habían motivado y también habían armado sus escuadrones. Desde hacía una hora ya no se oían gritos de muerte. Tampoco respondían al teléfono ninguno de los representantes de la Junta Apolo. Acortando el camino y vigilando que no pasara ningún escuadrón bandido o policial, nos deslizamos hasta el edificio como gatos en la oscuridad. Durante todo el trayecto, fui incapaz de escuchar el silencio de la noche por lo fuerte que latía mi corazón. Al llegar al portón enrejado, nos encontramos con otro escuadrón amigo. Habían dado con el conserje del edificio, sobreviviente de la masacre. Al huir, el hombre había tenido el valor de bloquear la reja principal para que quedara abierta sin que se notara. Gracias a eso podríamos pasar todos los milicianos. Pero esa entrada hubiera sido un verdadero corredor de la muerte si los individualistas hubieran imaginado una contraofensiva tan inmediata. Pero ellos no sabían cómo funcionaba la solidaridad y la organización entre juntas vecinales y además estaban demasiado preocupados en restablecer el agua y la electricidad que el conserje también les había cortado antes de huir. Un verdadero héroe. Gracias al apoyo de seis juntas vecinales más, esa noche fuimos más de sesenta vecinos que entramos a barrer con todo. Hijo, no sería capaz de describir esta vez lo que representó para mí matar esa noche. No fueron una, ni dos. Fueron tres personas las que maté. Y a escopetazo limpio. A menos de dos metros de distancia todos. Esa noche no quedó ni un solo individualista vivo. Un par que encontramos malheridos hacia el final nos sirvieron para contarnos el modus operandi que habían tenido. Los ejecutamos después de que terminaran su relato. Después todos los escuadrones nos repartimos los pisos y empacamos las provisiones y objetos para trasladar. Fueron dos noches las que necesitamos para trasladar toda la comida, la ropa y los electrodomésticos a nuestro condominio y sin toparnos con escuadrones enemigos. Fue ese el día en que tu madre se convirtió en querubina, vecina ilustre del condominio, cazadora colectivista, y asesina de bandidos e individualistas.
[1] Policía de Investigación PDI
[2] Carabineros (policía militar chilena)
[3] Chilenismo: fiesta, bacanal
[4] Chilenismo: jóvenes adinerados, egoístas, inmaduros e irresponsables.