Más Confusión en la UNAB
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
¿A quién le importa si la UNAB es el furgón de cola de alguien? El documento propone que la UNAB se convierta en alternativa política, pero, con un programa de gobierno de 20 puntos, cuando lo que se requiere es una línea política, no para gobernar hipotéticamente, sino, para enfrentar la represión y para derrotar a Ortega dándole salida a la crisis.
Desde diciembre del año pasado circula en la UNAB un documento anónimo, de doce páginas, que pretende ser de una corriente interna, que de forma clandestina hace planteamientos críticos e intenta reorientar estratégicamente a la UNAB. Al menos, es lo que dice el documento.
El intento de cambiar la estrategia de la UNAB se presenta bajo la forma de un documento autocrítico, pero, anónimo. Lo cual, es una mala señal, visto que nada impide a alguna corriente de pensamiento mostrar su verdadero rostro, en este caso, al interior de la UNAB. Es, por lo tanto, un expediente tonto, desleal, censurable, que pretende aparentar dentro de esa organización más fuerza que la que realmente tiene.
Pese a que el documento en realidad no aborda ningún cambio de estrategia, es útil debatir con él porque presenta aquí y allá juicios autocríticos, y algunos disparates bastantes comunes que pueden servir de base para precisar aspectos metodológicos indispensables en el quehacer político en las actuales circunstancias.
Un documento chapucero
El documento del 1 de diciembre de 2019, titulado “La encrucijada de la UNAB”, dice que se propone reorientar la estrategia de la UNAB. Más acertado sería proponerse reorientar la estrategia de la lucha de masas contra la dictadura que, obviamente, no depende de la UNAB (que no tiene una verdadera estrategia, ni tampoco aglutina a las masas). O, sencillamente, con más acierto, proponerse incorporar a los trabajadores a la lucha, como sector social organizado: organizado como clase, por objetivos políticos propios.
El documento dice que la rebelión de abril puso de rodillas a la dictadura Ortega-Murillo, y que ésta logró distraer al movimiento popular convocando al primer Diálogo Nacional, creando la ilusión que la pareja presidencial abdicaría pacíficamente. No fue así. Esta es una visión superficial de los hechos. Al momento del dialogo, la dictadura llevaba sesenta y cinco muertos sobre sus espaldas. ¡No se puede decir que creaba ilusiones! El vamos con todo fue una orden de ataque criminal inicial que causó, precisamente, la rebelión del pueblo por los crímenes contra la humanidad.
La resistencia de algunos centenares de estudiantes a una embestida brutal de la policía, que tiraba a matar, conmocionó a la población y puso a centenares de miles de personas en pie de lucha contra la dictadura criminal. El crimen gestó un movimiento insurreccional. El problema, inmediato, no fue la maniobra diversionista de Ortega, sino, la falta de conducción estratégica de la rebelión. En consecuencia, el diversionismo yacía ya en las filas de quienes se empantanaron en la espontaneidad.
El conflicto actual en nuestro país, es entre modernidad y atraso, aunque aparente ser entre democracia y dictadura. Democracia, sin modernidad, es una ilusión jurídica, demagógica, promovida por la UNAB, por la Alianza Cívica, por la comunidad internacional, y… por el documento anónimo. Como si se tratara, únicamente, de establecer un sistema electoral creíble… con la anuencia de Ortega.
La modernidad, los cambios estructurales, obliga a ver lo que ocurre con los trabajadores organizados como clase, con los cambios en el sistema de producción (escasamente industrializado). Para el documento anónimo, que pretende ser estratégico, los trabajadores no existen. Tampoco existen para la Alianza Cívica y para la UNAB (en su coalición celeste, de color humilde), o para CxL, o para el movimiento campesino.
El diálogo introdujo dirigentes pusilánimes en la rebelión
El diálogo sirvió a la dictadura, no para obtener respiro o para reorganizarse porque estuviera de rodillas, sino, para introducir en la rebelión dirigentes pusilánimes, escogidos a dedo por Ortega, que paralizarían la radicalización independiente de los luchadores de las barricadas. Allí se abortó la conformación de una dirección central combativa que respondiera a quienes se jugaban la vida, y a los cambios necesarios para modernizar el país. La espontaneidad se convirtió en enfermedad crónica.
En lugar que los luchadores de las barricadas nombraran los únicos delegados de la insurrección al diálogo, Ortega consiguió, con la ayuda indispensable de la Conferencia Episcopal, que el diálogo se diera, el 16 de mayo, con gente –aprobada por Ortega- que abrumadoramente nada tenían que ver con la rebelión, ni con la lucha en curso. Los negociadores fundamentales fueron, entonces, los funcionarios empresariales.
De modo, que estos personajes vinculados a la política tradicional y al empresariado colaboracionista asumieron un rol dirigente que castraría el curso de la lucha en las barricadas, y que se convertirían, a partir de entonces, de motu proprio, con sus ideas de siempre, en voceros indecisos de la rebelión.
Para un general no hay un golpe más formidable que escoger a dedo a los generales contrarios, dispuestos únicamente a discursear sobre la lucha pacífica con métodos democráticos, y a introducir, tempranamente, en el curso de la masacre, la idea de una salida electoral.
Bajo la dirección de estos personajes –que ahora integran la Alianza Cívica- nunca se hubiera dado abril. La gente pasó de la admiración por los muchachos valientes a la decepción por los politiqueros y por los funcionarios empresariales que hablaban en su nombre (y que pretendieron convocar y dirigir las primeras marchas en Metrocentro). Como esperaba Ortega.
La rebelión se estancó en los tranques, y perdió el carácter insurreccional
Dice el documento apócrifo: Ortega utilizó ese precioso tiempo para reorganizar sus fuerzas y armar al ejército paramilitar, en vista que la Policía Nacional por sí sola no podía contener la insurrección.
No fue así. Ortega, en un trabajo de inteligencia militar (con cienes de infiltrados en las barricadas y en las casas de seguridad, incluso, ahora, en el exilio), tomó nota desde el primer día de las posiciones rebeldes, de su falta de coordinación, de su falta de armas y de poder de fuego, de sus carencias logísticas, de sus consignas pacifistas, de su dirección confusa, y planificó el orden de ataque, retén por retén, incluso con el uso de drones que revelaran las vías de escape. Sin atacar, en un primer momento, las manifestaciones de masas que liberaban energía en marchas sin ninguna meta, para no exacerbar de antemano la disposición combativa de los luchadores en las barricadas, y para facilitar que los pusilánimes consolidaran su rol dirigente en la rebelión. Las marchas triunfalistas tomaban nombres sin contenido político: Juntos somos un volcán, la marcha de las flores, la madre de todas las marchas…
Sin embargo, Ortega pagó un costo político inmenso, por su falta de estrategia política, ya que no vio más allá de la represión militar. Quedó, por propia mano, completamente aislado como un apestado, y originó una crisis de gobernabilidad que socava la economía. Se infligió a sí mismo una derrota política estratégica.
Para Clausewitz la acción militar es la continuidad de la política por otros medios; para Ortega la acción militar suple a la política con sus propios medios. De modo que, como si apostara a ciegas a la ruleta, Ortega se ve sorprendido por las consecuencias políticas de sus abusos militares.
El paro nacional y la rebelión
El documento dice: “Si en el periodo abril-mayo-junio se hubiese convocado a un paro nacional indefinido, la situación hubiera evolucionado de forma diferente”.
Si hubiésemos comprado el número premiado de la lotería seríamos ricos. El paro nacional le corresponde convocarlo a los trabajadores, no al gran capital, porque lo fundamental no es el paro, sino, los comités de huelga que se coordinan como un ejército, con disciplina colectiva, en disposición insurreccional.
¿Cómo hubiera evolucionado la situación si se hubiera convocado a un paro indefinido? El documento no lo dice. Del resto, regresar hacia atrás, a posteriori, en el árbol de la toma de decisiones (cuando ello debería hacerse de previo con el método de inferencia hacia atrás) no es un análisis serio si no se desarrollan los efectos de los errores fundamentales. La dictadura se atreve a lanzar la ofensiva paramilitar porque en los tranques prevalecía la pasividad defensiva, pacifista, desarmada, inmóvil, descoordinada. En esas circunstancias, para algunos centenares de hombres armados, desbaratar los tranques uno a uno era “pan comido” (a pesar que en los tranques había, a nivel nacional, varias decenas de miles de personas, mal comidos y mal dormidos, en expectativa defensiva).
¿Quién maneja la ofensiva estratégica?
El documento insiste: La dictadura había logrado alterar la correlación de fuerzas. Ya no estaba a la defensiva, sino a la ofensiva.
La rebelión de abril desplegó una enorme energía que estaba adormecida, mostró un músculo colectivo poderoso, pero, nunca se propuso alterar la correlación de fuerza. La dictadura nunca estuvo a la defensiva, ni táctica ni estratégicamente.
Dice el documento: luchamos de manera espontánea y desorganizada. No se logró conformar en la marcha de los acontecimientos un liderazgo político reconocido que se postulara como una alternativa de poder.
Efectivamente, la rebelión no apuntó hacia ningún punto, se paseó por la pasarela de las calles exhibiendo músculos (con marchas de 600 mil personas, iban hasta niños en sus cochecitos y ancianos en sillas de ruedas) como en una competencia de fisicoculturismo. Sin preparar ni organizar enfrentamientos. La fuerza social contra una dictadura brutal no es para exhibirse, sino, para luchar por el cambio de la correlación de fuerzas.
Continúa el documento: En las calles la gente demandó la renuncia del gobierno Ortega-Murillo, pero nunca se formó el gobierno alternativo, a pesar que en ese periodo surgieron gobiernos locales en varios lugares.
Cuando se demanda la renuncia de una dictadura, es porque se puede proceder con su aniquilación, y se trata de ahorrar pérdidas. Como dice Sun Tzu, al enemigo derrotado hay que ofrecerle puente de plata para que no resista. Pero, la renuncia no se pide al enemigo cuando es éste quien puede ejecutar un daño terrible a sus enemigos. Sin acciones para cambiar la correlación de fuerzas, un gobierno alternativo es demagógico (un poco al estilo de Guaidó).
¿La dictadura agoniza?
Dice el documento: La dictadura, al prolongar su agonía, tiene el objetivo perverso de desmoralizar a la resistencia ciudadana.
Esto es un galimatías. ¿Qué provoca la agonía de la dictadura si está a la ofensiva y la correlación de fuerzas le favorece, si hay un reflujo hasta de los piquetes, y si la resistencia ciudadana se desmoraliza, incluso, con sólo que la dictadura sobreviva?
El documento se pregunta: ¿Si hay tanto descontento social, por qué no se traduce en movilización?
Y, entonces, el documento, de forma huidiza, responde, por la falta de una fuerte organización. La pregunta entonces se transforma: ¿Por qué a pesar de tanto descontento no hay una fuerte organización?
La respuesta es: por la represión. Pero, esencialmente, por la línea política errada o por la falta de línea política. Es decir, porque el descontento no tenía por objetivo combatir. Y porque no se sabe qué signifique, en la práctica, derrotar a la dictadura por vía democrática, sin movilización combativa.
Porque la UNAB y la Alianza Cívica han dado a creer que la derrota de la dictadura ocurra negociando con ella: y que esa sea la única salida. O bien, porque algún demagogo diga que la dictadura agoniza por sí sola.
El documento se centra en las debilidades de la UNAB para explicar por qué no se ha podido gestar una fuerte organización, sin percatarse que es un argumento tautológico (explica la causa por el efecto). La respuesta hay que buscarla en la sociedad, no en la UNAB.
¿Ortega desmoraliza al pueblo?
Repite el documento: “Al insistir Ortega que las elecciones serán hasta el 2021, vista su estrategia de prolongar el conflicto para cansar al pueblo, tiene un efecto político desmoralizante en la ciudadanía y al interior de la UNAB”.
Es decir, el documento sostiene que Ortega no ayuda a la moral del pueblo y de la UNAB acortando el conflicto con su renuncia. Y, en consecuencia, le llama perverso por no renunciar. Para el autor del documento, Ortega debería ser el estratega de la caída de la dictadura.
Entonces, el documento se enfoca en las debilidades burocráticas de la UNAB:
La organización por sectores garantiza la representatividad y la pluralidad, pero no garantiza la eficacia de la centralización. Es necesario iniciar una transición de la organización basada en sectores sociales, a una organización basada en los territorios
El documento concibe el cambio organizativo burocráticamente, sin cambio en la línea política.
Causa de la derrota sufrida
Entonces el documento adquiere un falso vuelo filosófico: “Existe una relación dialéctica entre la desmovilización, producto de la represión, y el planteamiento de insistir en una salida pacífica, electoral, que reforme gradualmente a la dictadura. La desmovilización y la salida electoral son las dos caras de una misma moneda”.
Sin embargo, entre las dos caras de una moneda no hay una relación dialéctica. Son complementarias, sin contradicción alguna. Ninguna aspira o está destinada a convertirse en una única cara de la moneda. La salida pacífica, electoral, reformista, es causa política de la desmovilización y de la derrota táctica, no consecuencia de la derrota. Y entre causa y efecto no hay tampoco una relación dialéctica, sino, de causalidad. Una relación dialéctica es una convivencia unitaria contradictoria, excluyente, entre el atraso actual y el progreso en ciernes, que se resuelve por el enfrentamiento.
El aplastamiento militar de Ortega, sin embargo, no resolvió la crisis, sino, que la agravó. En consecuencia, la dictadura dejó de ser políticamente viable (lo que no quiere decir que agonice). Ha aumentado el riesgo país, y la economía, en recesión, suscita la probabilidad de una nueva explosión social con demandas de los trabajadores para suprimir los obstáculos políticos dictatoriales a la recuperación de la economía.
Crisis económica y explosión social
Explica el documento: La relativa estabilización de la crisis económica no puede ser explicada sin tomar en cuenta esas negociaciones secretas entre la dictadura y el gran capital.
La crisis económica no se estabiliza (crisis y estabilización son términos contradictorios, un oxímoron, como decir que se ordena el desorden). Lo que ocurre es que se detiene, o se desacelera la caída de la economía, simplemente porque toda caída o toda subida, por fricción tiende a detenerse sin una fuerza que actúe en el sentido del movimiento. En este caso, la crisis económica tiene causas políticas, y se detiene provisionalmente en vista que la convulsión social continúa en reflujo, y no surge una conducción política consecuente. Hasta que la propia crisis, por el efecto acumulativo sobre los sectores más vulnerables genere espontáneamente o una nueva explosión social decisiva, o una degradación de la sociedad, que haga colapsar completamente la economía bajo la forma de una crisis humanitaria.
La crisis que se prolonga, aunque se ralentice la caída de la economía, termina por ahogar irremediablemente a los sectores más frágiles, que demandan con urgencia, aunque pasivamente y de forma atomizada –por ahora-, una rápida respuesta a la crisis. La cadena se rompe, sin embargo, por el eslabón más débil. Y la situación actual de crisis viene definida por lo que ocurra en ese eslabón más débil. Y por lo que ocurra en Venezuela, a punto de implosionar en estos meses por la deserción masiva de los elementos de base del ejército venezolanos.
Quien elaboró el documento ni siquiera ve la realidad
El documento no ve para la sociedad, y dice: “o la UNAB logra convertirse en la nueva alternativa política, agrupando al conjunto de la oposición con base al programa de los 20 puntos, o seremos furgón de cola de la ACJD”.
Para la persona que elaboró el documento no existe vida en la sociedad, y se encierra dentro de la UNAB. ¿A quién le importa si la UNAB es el furgón de cola de alguien? El documento propone que la UNAB se convierta en alternativa política, pero, con un programa de gobierno de 20 puntos, cuando lo que se requiere es una línea política, no para gobernar hipotéticamente, sino, para enfrentar la represión y para derrotar a Ortega dándole salida a la crisis.
El pueblo debe ver el vínculo entre la solución de sus problemas y salir de Ortega. En consecuencia, debe luchar, políticamente, por sus intereses, no porque gobierne la UNAB con sus 20 puntos. Esos intereses urgentes del pueblo no existen en el documento. En fin: no existen los trabajadores, no existe vida en la sociedad, no existen los intereses urgentes del pueblo.
Veamos las propuestas… concretas… del documento
Dice el documento: para crear el gran polo que aglutine a los diferentes sectores sociales, para que apoyen la propuesta unificada de reformas electorales, para dar la batalla electoral por un proyecto político independiente (o sea, los 20 puntos del programa de gobierno), se requiere iniciar la transición hacia el trabajo territorial, a fin que la UNAB no quede prisionera de las estructuras de los partidos tradicionales en la próxima batalla electoral.
Lo que importa, parece ser, es que la UNAB salga delante, por una cabeza, a la Alianza Cívica y a los partidos tradicionales. El documento alienta el interés burocrático de los miembros de la UNAB por acceder a puestos públicos. La novedad no estaría en los 20 puntos de gobierno (aprobados en septiembre pasado), ni en las reformas electorales (aprobadas en octubre pasado), sino, en pasar del trabajo sectorial al trabajo territorial centralizado dentro de la UNAB. Es decir, por un cambio burocrático, sin referirse a ninguna línea política de masas.
La iniciativa que promueve el documento, que coincide con la Alianza Cívica en ir a las elecciones, consiste, únicamente, en pasar del trabajo sectorial al trabajo territorial. Sin embargo, esta iniciativa anónima muestra una incapacidad para debatir abiertamente el rumbo de la organización, a la que el autor o autores del documento aparentan pertenecer.