El «sapo» en el ADN de la cultura política nicaragüense

Tony Montana
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«A cambio de una serie de estipendios, becas y empleos a través de sus fundaciones y empresas, la empresa privada (COSEP) obtiene la lisonjería, el silencio, el apoyo y la propaganda de supuestos movimientos como la Alianza Universitaria Nicaragüense y la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia; ambos grupos que, por cierto, dan un sostén propagandístico y acrítico al gran capital presentándose como expresiones de una hipotética ciudadanía crítica y autoconvocada. Este asunto nos debe explicar una cultura que promueve vivir a expensas de un mecenas, patrón, padrino y madrina, convirtiéndose en lo que popularmente se conoce como el «vivián» que existe a costa de los demás. Tal como el personaje pícaro de El Güegüense».

sapo

Parece ser que los nicaragüenses llevamos en nuestro ADN el gen del sapo. Durante la crisis sociopolítica que empezó en abril de 2018 la expresión sapo se utilizó en protestas, demandas y manifestaciones ciudadanas contra militantes, funcionarios, paramilitares y miembros del consejo de liderazgos sandinistas de los diferentes barrios o comarcas del país. Además, la expresión ubica en el espectro sociopolítico a una red compleja de espionaje mediante la cual se secuestraron a muchos jóvenes que participaron en protestas, tranques, tomas de universidades y barricadas. 

Luego de haberse cumplido dos años de aquella crisis, la insurrección de abril —ese genuino levantamiento y desobediencia por parte de las clases populares contra el régimen caudillista de Daniel Ortega— ha sido lenta pero progresivamente monopolizada y cuasi institucionalizada por el gran capital. Por ende, miembros de movimientos sociales, jóvenes universitarios y profesionales han establecido una relación lisonjera con los empresarios y las oligarquías.  

Como reflejo de esta situación, en las redes sociales ha surgido también el señalamiento hacia los miembros no empresarios de la Alianza Cívica, la UNAB, la Articulación de Movimientos Sociales, los partidos políticos, los organismos no gubernamentales y los asesores, de ser «sapos azul y blanco». 

Los ciudadanos comparan a los grupos mencionados con el comportamiento de un animal anfibio, un ser que posee una amplia boca y larga lengua para atrapar a sus presas (por ejemplo, las moscas). De esta comparación se desprende que la característica fundamental de un sapo, en nuestra cultura, es la habilidad y la destreza con que utiliza sus palabras para enganchar el ego del interlocutor-contribuyente, sin importar si su discurso menoscaba los intereses y derechos humanos del resto de la sociedad. 

Entonces quedamos en un terreno de arenas movedizas donde sapo es un epíteto que sirve para descalificar e invalidar políticamente al otro, a la vez que expresa la síntesis de muchas concreciones de nuestra vida política. 

Es preciso preguntarnos, entonces, cuáles son las causas económicas y culturales de la aparición de los sapos rojinegros y los sapos azul y blanco. ¿Cómo explicar la acción de los primeros y de los segundos? ¿Qué relación hay entre los sapos de ambos colores y el sistema político existente? 

Las causas culturales de la aparición y el surgimiento de la figura del sapo en el dominio político son tan viejas como los autoritarismos cíclicos que ha vivido nuestra sociedad. De hecho, forma parte de una tradición colonial, mestiza e indígena, en la cual surge un sujeto hablador o sesule (palabra náhuatl que, castellanizada, significa truhan, hablador). En otros términos, se trata de un gran bufón que en nuestra crisis actual estaría expresado en las personas de Lesther Alemán y Luis Andino, por ejemplo. 

Es sabido que en la obra clásica El Güegüense observamos al tradicional personaje nicaragüense de tipo ideal e histórico. Así pues, comprendido desde la semántica del mencionado libro, el sapo no sería más que un charlatán, mentiroso, fantasioso, que es capaz, en virtud de sus beneficios a corto plazo, de adular al funcionario público o empresario. 

Según la anterior lógica, Alemán y Andino son una expresión cultural del güegüense. Basta recordar sus propias palabras: «Unidad, unidad y unidad para enfrentar a la dictadura»; «todo está normal»; «el país está bien, pese a los intentos golpistas». Sin ofrecer mayores argumentos ni reflexiones críticas frente a las élites (el gran capital en uno y el régimen orteguista en otro), ambos se orientan hacia un comportamiento basado en un género de güegüensismo, propio de una cultura política indígena y mestiza. 

Como hijos de la nicaraguanidad, el comportamiento típico de los sujetos mencionados, mediante sus performances y declaraciones públicas ha empleado la exageración, la mentira y el insulto hacia la inteligencia como formas de hacer política, una coincidencia interesante que vale mencionar entre ambos espectros supuestamente antagónicos. 

No es menos cierto, también, que nuestra cultura facilita la producción de la figura de los sapos: en ella se encuentran elementos que han configurado, hasta la actualidad, la personalidad sociohistórica del sujeto conocido bajo este apelativo.

Desde la crisis de abril de 2018 no han sido pocas las expresiones de muchos azul y blanco que justifican el financiamiento de viajes, ropa, automóviles, comida y demás recursos que provee el gran capital como una cuestión de viveza. «Son muchachos vivos». «Qué bueno que están sacándole partido al asunto». «No tienen que ser tontos». 

De igual manera pasa con las familias de jóvenes metidos en la Juventud Sandinista, la Unión Nacional de Estudiantes, los funcionarios públicos, los miembros del consejo de liderazgo sandinista, entre otros entes político-partidarios que manifiestan, en confianza, que «algún beneficio tienen que sacar», «de gratis no van estar allí», «hay que ser vivos en esta vida».  

Este asunto nos debe explicar una cultura que favorece el vivir a expensas de un mecenas, patrón, padrino y madrina, convirtiéndose en lo que popularmente se conoce como el vivián que existe a costa de los demás. Tal como el personaje pícaro de El Güegüense.

Como segundo aspecto de este análisis, es importante explicar que ser sapo significa «un hacer»: algo que solo se puede definir en el obrar. En un país con pocas oportunidades de empleo, educación de calidad, salud y carrera profesional se hace imperativo el «cómo resolver». Acceder a tales medios es importante para satisfacer necesidades tales como la comida, la vivienda, el reconocimiento y el estatus. Los sujetos compiten en un marco donde los recursos son limitados y la escasez es generalizada. 

La estructura social de distribución de dichos recursos es anterior a la misma existencia de los sujetos individuales. Es preciso definir, pues, cómo nuestras sociedades se han configurado para sobrevivir. Es en este sentido que surge el clientelismo como una expresión de asignación y distribución de recursos basados en lazos de amistad, consanguinidad y cercanía, donde se establece un binomio de roles entre patrón y cliente en que se ofrecen recursos de distinta índole a cambio de favores como la lealtad, el apoyo político o los votos. 

Así, durante los últimos 13 años, la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, a cambio de regalar láminas de zinc, gallinas, cerdos, pollos, entre otras asignaciones como licitaciones a la empresa privada, exenciones fiscales, presupuestos para la Iglesia católica y terrenos para la Iglesia evangélica, recibió a cambio el apoyo de estos sectores de interés. 

Por otro lado, a cambio de una serie de estipendios, becas y empleos a través de sus fundaciones y empresas, el pago de alojamiento, la provisión de ropa y automóviles, entre otros elementos que son parte de la movilización de recursos, la empresa privada (COSEP) obtiene la lisonjería, el silencio, el apoyo y la propaganda de supuestos movimientos como la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN) —cuyos miembros no superan una decena— y la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia; ambos grupos que, por cierto, dan un sostén propagandístico y acrítico al gran capital presentándose como expresiones de una hipotética ciudadanía crítica y autoconvocada. También, muchos de sus integrantes ni siquiera son estudiantes.

Todo lo antes mencionado nos debe llevar a insistir que el sistema político nicaragüense tiene una naturaleza clientelar cuyo eje más importante es la lealtad, variable cuyo contenido es «regalar, dar y entregar» (la famosa triada de Marcel Mauss) como expresiones de cohesión, pero también como fuente de corrupción, autoritarismo y reproducción de prácticas parasitarias entre patrones y clientes.

Para explicar la acción de los sujetos aquí abordados —los sapos azul y blanco y los sapos rojinegros—, no basta con mencionar el aspecto estructural de dichas prácticas. Es importante en este respecto utilizar categorías de la sociología de Pierre Bourdieu (1930-2002) como habitus, estrategia y movilidad social, que analizan el papel del sujeto en tanto individuo que se agencia mediante reglas y un contexto definido. 

La crisis sociopolítica en Nicaragua suspendió el discurso hegemónico del diálogo-consenso inaugurado con la llegada al poder de Daniel Ortega. Se generó una discontinuidad económico-política que abrió un hueco de competición discursiva donde distintos individuos de ambos bandos encontraron una oportunidad para destacarse en el ámbito social. Pero esta competición se dio en el marco de disposiciones específicas; es decir, desde formas regulares en que las personas se representan, emocional y corporalmente, bajo el funcionamiento de determinadas áreas. 

Expresado de forma más simple, aquellos sujetos vinculados directamente en el ámbito público —universidades, medios de comunicación, movimientos sociales, iglesias y organismos no gubernamentales, partidos políticos y otros— tuvieron una mayor facilidad para actuar mediante lógicas prácticas que disputarían la legitimidad del régimen.

Sin embargo, la crisis de abril, como se mencionó, abrió un hueco simbólico. Entretanto, el habitus de muchos actores no logró articularse de forma eficiente con las disposiciones y los campos existentes de los otros actores. Es en este escenario de cambio y fluidez (pues la política debe ser entendida como un río en constante movimiento) donde muchos actores adaptaron sus disposiciones —o sea, las demandas iniciales, peticiones y representaciones acerca de la política— para poder integrarse a la estructura que un campo determinado de acción les circunscribía. 

Ese campo central es el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), que conocemos como el gran capital. Este proceso, basado en la habilidad, el ingenio, las mentiras, el performance y el embuste, se puede comparar con el proceso evolutivo de selección natural: solo el más mentiroso, ingenioso, histriónico y embustero será integrado a la organización; los demás serán expulsados por no cumplir esos requerimientos en su totalidad. Tal fue el caso de Víctor Cuadras y Zayda Hernández. El cambio que se operó durante el primer mes de la insurrección de abril —y que ha ganado terreno considerablemente— no podría explicarse sin la categoría de movilidad y capital social. Un nuevo habitus significa un agenciamiento adaptativo/asimilativo. ¿A qué se debe ello? 

La política en Nicaragua se concibe como una lucha por el control del Estado. El Estado es visto como una mina de oro, un botín, es un objeto-deseo. Basta conocer el salario de los funcionarios públicos, que supera los 3000 dólares, sin incluir las prestaciones sociales, la disposición de fondo de becas (de más de 400,000 córdobas), el automóvil de asignación y la gasolina gratis. Entonces el cambio de habitus, en este caso, es de forma racional e instrumental, y corresponde a una estrategia de movilidad social para acceder/apropiarse de recursos que en una vida de trabajo honrado y decente no se podrían obtener.

El presente análisis no es más que un breve esbozo que nos lleva a concluir que la metáfora de sapo invoca a todos aquellos políticos que de forma aduladora, exagerada y afectiva apoyan de manera acrítica a las oligarquías dominantes del país (el gran capital y la dictadura).

Como segunda conclusión, se puede aseverar que la sociedad nicaragüense es una cultura que promueve, desarrolla y configura la personalidad de sus miembros para representar dichas formas de actuación mentirosa y embustera. El tercer aspecto de importancia es que la personalidad del sapo es un parte necesario en un sistema putrefacto que fomenta el intercambio de favores y las lealtades a cambio de conquistar recursos «vitales». En último lugar, la crisis de abril y sus sujetos deben entenderse como formas dentro de las cuales  «lo nuevo» es llenado por «lo viejo» mediante la adaptación de sus miembros a diferentes estrategias y habitus para satisfacer los intereses de los terratenientes, de los grandes comerciantes, de los políticos, de los burócratas estatales, de los caudillos y de los millonarios, en concepto de entrar al campo político-social y acceder a recursos económicos, estatus, influencias y poder, como formas de movilidad social de un sistema que recrea constantemente, a través de vividores y vivianes de la política, una sociedad viciada por la corrupción, la cultura clientelar y los clanes familiares.