Mi generación
Augusto Centeno Garmendia
Estudiante de la carrera de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, expulsado por razones política de la UNAN-Managua. Miembro de la Coordinadora Universitaria y Propuesta Ciudadana.
Crecí durante mi adolescencia leyendo los poemas de Ernesto Cardenal y comencé a escribir poesía influenciado por la generación de los Ernestos; principalmente por Cardenal.
Yo supe de la existencia de Ernesto leyendo la historia de la Revolución Sandinista. El primer poema de Cardenal que leí fue ‘Al perderte yo a ti’, poema que todo nica se sabe de memoria. Lo leí en la efervescencia de mi adolescencia cuando el amor es un sentimiento místico que busca encontrar respuesta al dolor de la soledad, y fue en su poesía que fui construyendo una consciencia social.
La poesía revolucionaria de Cardenal no es solo poesía, es también en sí misma una narración de la historia de Nicaragua y tiempo después sigue vigente en nuestros días con una nueva dictadura. Entonces, Cardenal o su poesía me permitieron viajar al pasado e imaginarme a mí mismo siendo parte de una revolución que luchaba contra un tirano y por la justicia social. Pero en esa historia yo también era un poeta, y escribía desde la cárcel, el exilio, en la montaña o en una casa de seguridad, mis cartas de amor que mensualmente enviaba a una enamorada.
Era una influencia total de Cardenal en mí, que también quise ser sacerdote y entregar mi vida al servicio de Dios, porque ese amor en la contemplación es precisamente el amor que mejor puedo ofrecer y es la clase de amor que no encuentro en el placer del cuerpo.
A pesar de que fui criado en el seno de una familia sandinista, pronunciar el nombre de Ernesto era un pecado. En aquel entonces no entendía por qué odiar a Cardenal, así que, en una ocasión, en una velada cultural, donde estaba el secretario político del FSLN en Estelí y otras personalidades, leí un poema de Cardenal. Una necedad mía, llevarle a todos la contraria y hacer de lo prohibido una conquista de los prejuicios que había contra él. No creo tampoco que quienes escucharan de mi boca salir los versos cardelianos entendieran mis motivos, o vieran mi intención de oponerme a ellos. Aplaudieron, y el ruido de las manos que chocaban una contra otra enmudeció el mensaje contra el poder despótico. No entendieron que vagamente les señalaba que estábamos en otra dictadura y los nuevos dictadores eran los que me aplaudían.
Y resulta que la poesía de Cardenal y la utopía de la revolución no sucedió como yo creía. No era tan mística y romántica cuando mueren personas y no podés hacer nada para salvarlas, o son asesinadas a mansalva por mantener el poder político. El romance era provocado por los traumas que les heredó la violencia. Y ninguna carta de amor o poema a una enamorada valdría la pena si en el camino moría.
Creo que mi generación ha cumplido con Nicaragua y esa es una verdad innegable. Los días de esta dictadura están por llegar a su final y el enorme sacrificio de cada uno de nosotros ha desnudado a un sistema que nos oprimía, y le ha dado un poder, a cada nicaragüense, de opinar y decidir por sí mismo.
No es mi generación una vanguardia, no creemos ser dueños de una verdad absoluta que no existe; el futuro dependerá de quienes quieran sumarse a construir algo nuevo, o, de lo contrario, en el peor de los casos, observar cómo secuestran nuevamente una oportunidad para cambiar al país; pero no será porque hemos hecho propuestas que no podamos cumplir.
Como nunca antes en nuestra historia movilizamos al país entero, pero, sobre todo, logramos romper con un ciclo bélico, y la protesta fue la mayor parte del tiempo cívica. Tampoco habíamos logrado construir tanta solidaridad y una identidad nacional como ahora, donde los símbolos patrios son el estandarte contra las injusticias.
Esta generación ha hecho su cometido, desestabilizar el status quo de los poderes políticos y económicos tradicionales. Los cambios de fondo son responsabilidad de todos, pero esta generación cumplió y no se le puede exigir más.
A pesar de la frustración del estado actual, el camino está allanado para liderar esos cambios. No significa que vamos a mandar sobre otros, se trata de liderar un cambio con propuestas diferentes a los grupos hegemónicos de poder y esa es la principal fortaleza que poseemos para enmendar la dirección de nuestros fallos.
No hubo cartas de amor para una enamorada; viví la aventura de vivir en una casa de seguridad o padecer el dolor de patria en el exilio. Pero ninguno de nuestros sacrificios superará a los que ofrecieron sus vidas. Los que en vida exigen reconocimiento lo hacen al fin por capricho de sus egos.