Nicaragua asamblearia
Fidel Ernesto Narváez
Es necesaria la fundación de un modelo profundamente más asambleario, fiscalizador y democrático, como desafío histórico frente al lastre del hiperpresidencialismo.
“Nada sobrevivirá a nuestras vidas sino el
pequeño fuego que prendimos. Nada
marcará el lugar en que caímos,
sino la lágrima
sola del amado.
Nada destruirá el inmenso mundo que
construimos, sino el soplo del viento”
“El blanco siglo”, Ana Ilce Gómez.
Durante sus años de vida independiente Nicaragua ha experimentado mayoritariamente un modelo de representación política que tiende hacia el hiperpresidencialismo. Basta con analizar las atribuciones que la Constitución Política de 1987 y sus reformas le asignan a la figura del presidente. Esto sin contar que, de factoy por el propio desarrollo de la coyuntura política nicaragüense, las demás magistraturas del poder electoral, judicial y legislativo están más ligadas por vínculos de militancia a la institución del partido FSLN que al escrutinio, la auditoría o la fiscalización ciudadana.
No es extraño que ese modelo desemboque en prolongadas, dolorosas y anquilosadas dictaduras. Lo extraño sería que Nicaragua no experimentase procesos dictatoriales y elitistas, pues el sistema de representación política y el modelo político del Estado reproduce prácticas caudillescas y de ejercicio de la autoridad que no tienen ningún control ciudadano posible. Por ello tampoco es extraño el nivel de abstencionismo y la sensación de falta de pertenencia de la población a los partidos políticos, ya que la sensación de cambiar las cosas desde adentro, es decir, desde el mismo sistema político, son casi nulas.
Ante esta situación surge la necesidad de la fundación de un modelo de Estado asambleario. Ya que solamente ese modelo de Estado podrá cumplir las aspiraciones de la mayor parte de la población nicaragüense. Ese modelo, igualmente, evitaría el órdago de las dictaduras, el hiperpresidencialismo, el elitismo, el pactismo y la gestión de la política de la forma endogámica, financiarizada y cuasi mafiosa en la que hasta abril de 2018 se venía gestionando.
La razón histórica es un concepto que puede ayudarnos a contemplar esa salida asamblearia, más participativa, representativa, inclusiva y democrática que necesitan los pueblos de Centroamérica para deshacerse de esas formas primarias de fundación de la autoridad que ha sido la unificación de las familias.
Dice Giambattista Vico en Ciencia nueva (Tecnos, 1995, pág. 243): “Y de sus autoridades privadas familiares, una vez unidas…, se hizo la autoridad civil o república de los heróicos senados reinantes, explicada en aquella medalla (que se observa tan frecuentemente entre las de las repúblicas griegas, según Goltz) que representa tres piernas humanas que se unen en el centro y con las plantas de los pies sostiene la circunferencia; lo que significa el dominio de las tierras de cada orbe, territorio o distrito de cada república, que ahora se llama “dominio eminente”, y es significado en el jeroglífico de una esfera que sostiene las coronas de las potencias civiles..”
Es decir, frente al modelo hiperpresidencialista o caudillista con el que las familias poderosas centroamericanas han encontrado la forma más fácil y expedita de conservar la autoridad en pocas piernas, como diría Vico analizando la arqueología de la sociedad griega en textos de Goltz, entonces, frente a ese modelo de “tres piernas”, frente a ese modelo de familias poderosas centroamericanas, nicaragüenses, se necesita que el poder sea sostenido por las manos y la participación de las mayorías.
No hace falta, a estas alturas, ser marxista o populista para afirmar que son las mayorías las que construyen, las que desarrollan, las que aportan, las que impulsan el rumbo de los Estados.
“En la medida en que los Estados respeten, garanticen, promuevan y den espacio a esas mayorías, será la medida de democracia y desarrollo que tendrán dichas sociedades. Involucrar a la mayor parte de la población en un proyecto asambleario para Nicaragua será la forma en que se superará el sistema excluyente, elitista, de pocos, endogámico y mafioso con el que ha funcionado el hiperpresidencialismo en Centroamérica”
¿O acaso no nos hemos preguntado a qué se debe el fenómeno de corrupción de muchos presidentes y expresidentes centroamericanos? Muchos de ellos hoy están en la cárcel, prófugos de la justicia o en el poder a base de represión armada.
Cuando digo razón histórica, digo que la razón histórica es el instrumento filosófico a través del cual podemos construir un modelo de Estado asambleario y dejar atrás doscientos años de gestión de la vida política en términos de dictaduras y caudillos. Es decir, que la construcción de una Nicaragua asamblearia se convierta en un proceso histórico, razonable y lleno de ciencia, en un territorio donde dos siglos de conservadurismo, nacionalismo, imperialismo, liberalismo, socialismo y neoliberalismo, han demostrado que en vez de caminar hacia adelante, hacia una dialéctica positiva, se camina hacia atrás, hacia una dialéctica negativa.
La Insurrección de Abril, al haber sido un movimiento transversal, multisectorial, urbano, rural, popular, y de muchos otros adjetivos, no tiene otra traducción que la de ser el movimiento que construya esa Nicaragua asamblearia. Pensar que un movimiento insurreccional de estas características terminará en un nuevo hiperpresidencialismo dictatorial, es pensar que lo ocurrido en Centroamérica obedece a las mismas reglas y a las mismas realidades de las primaveras árabes, donde movimientos cívicos y populares de liberación terminan en modelos dictatoriales quizás peores que los que esos movimientos quisieron derribar.
Es por eso que el desafío histórico del pueblo nicaragüense en este momento es crear las bases sociales, intelectuales, reales, jurídicas, económicas y organizacionales de un modelo más asambleario para evitar precisamente la tragedia del viejo adagio popular que reza: “la cura terminó siendo peor que la enfermedad”. Por eso es tan importante no repetir esa frase que en los años setenta decía: “Después de Somoza cualquier cosa”. Frente a ese escenario indeseado es que se debe construir ese modelo asambleario que sirva de elemento inmunizador para las nuestras y las futuras generaciones de la desgastante, empobrecedora y criminal fórmula del hiperpresidencialismo.
La historia centroamericana es todavía más evidente y clara a la hora de arrojar ejemplos de hiprepresidencialismo criminal, y es cuando este elemento se pone en conjugación con el elemento militar (Ríos Montt, Somoza), del narcotráfico (Manuel Noriega), del tráfico de influencias (Otto Pérez Molina, Miguel Ángel Rodríguez, Ricardo Martinelli) o de alianzas geopolíticas extractivistas y a veces imperialistas (Juan Orlando Hernández, Daniel Ortega) que buscan eliminar cualquier resquicio de soberanía, sea territorial, política, económica o alimentaria de los países del istmo.
Frente a este tipo de conglomerado de obstáculos a la democracia y de vicios heredados por el hiperpresidencialismo, como son la corrupción, los crímenes de lesa humanidad, las reelecciones, entre otros, es preciso fortalecer el asamblearismo en los distintos niveles de participación (familia, trabajo, educación), de entidades administrativas (municipios, departamentos, regionales, nacionales) y de espacios (universidades, sindicatos, oenegés, escuelas, centros de trabajo).
Debemos, ante todo, aprovechar la ventaja de los movimientos sociales como el estudiantil, el feminista, el campesino, el de los nicaragüenses en el exterior, que están poniendo sobre la mesa soluciones razonables a problemas históricos: el adoctrinamiento en la educación y la falta de autonomía universitaria, el abandono de las humanidades y las ciencias, la industria del desplazamiento y la migración, la desigualdad campo-ciudad, el extractivismo, la agricultura extensiva, el patriarcado como elemento histórico constituyente de desigualdad de género, intrafamiliar y social, etcétera.
Para empezar esa construcción obviamente es necesario trastocar el modelo jurídico que está diseñado para seguir repitiendo ese patrón histórico. Frente al patrón histórico hay que anteponer la razón histórica como elemento de análisis, de prognosis y de crítica a una historia de injusticias, de secuestro de la democracia y de los Estados-Nación que existen en Centroamérica, y en particular en Nicaragua.
En este sentido es que la Constitución y el del impulso de un proceso Constituyente tiene un rol determinante, y es que tanto el texto constitucional y sus reformas son el fiel testigo de la configuración del modelo hiperpresidencialista que se debe superar. De ahí que deconstruir ese texto de 1987 y sus reformas sea un paso decisivo, previo, necesario y sine que non, para poder construir ese modelo asambleario donde quepan todas y todos, y donde los procesos de disputas políticas atiendan a la razón, a las mayorías, al voto, a la participación y no a las balas y a la fuerza.
Cumplir ese objetivo inmediato nos daría la inmunización frente a procesos de restauración dictatorial y neoconservadora, como pudo suceder en algunas experiencias árabes. Al mismo tiempo que sentaría las bases para estatuir, de cara al futuro, para ganar un futuro, de una Nicaragua más asamblearia, cuyo rol fiscalizador y de contrapesos legales aterrice verdaderamente al soberano, al sujeto constituyente, permanente, frente al sujeto constituido donde ya todo el modelo de vida política en el que se desarrolla le viene dado como algo predeterminado por la historia. Sin esperanzas, sin salidas, sin insurrección, sin abriles.