No me jodan, neocomunistas.
Armando Añel
El autor es escritor.
Se hacen llamar patriotas, pero demasiados aman a envenenadores neocomunistas como Putin o a manipuladores antiamericanos como Assange, al tiempo que atacan la diversidad, el estado de derecho y el sistema político que siempre han caracterizado a EE.UU. Algunos se las dan de conservadores cuando solo son cromañones que contra toda evidencia siguen votando a adúlteros, degenerados y abusadores de mujeres, dispuestos a cargar incluso contra la Corte Suprema si un fallo no favorece sus fantasías conspirativas.
Casi invariablemente posan de cristianos a pesar de que muchos ofrecen al prójimo, sobre todo si no pertenece al “núcleo del partido”, la misma cantidad de empatía que un ratón en peligro a un gato en el aire.
Se creen inteligentes, pero les come la cabeza un tipo que “desvía” huracanes en los mapas, promueve conspiraciones alucinógenas y mete compulsivamente “guayabas” tan irracionales como la de la financiación mexicana del muro fronterizo (hasta se creen especiales mientras aplauden a toda clase de demagogos y victimistas del enésimo cortocircuito).
Supuestamente defienden las libertades económicas, pero aplaudieron el proteccionismo trumpista, demonizan la iniciativa multicultural tachándola de “globalismo” y entre sus bestias negras figuran, qué casualidad, algunos de los empresarios más exitosos de la historia de EE.UU., a quienes no pueden perdonar tanto dinero (igualito que los envidiosos comunistas).
A menudo citan a Lincoln y a Reagan, pero demasiados son secreta o públicamente racistas y niegan los aportes de la inmigración en EE.UU., así como el derecho “a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” de quienes hacen el trabajo “sucio”.
Dicen querer una América grande “otra vez”, como si EE.UU. hubiese dejado de serlo en algún momento. Para ellos, íntimamente, grande significa excluyente —blanco, anglosajón, protestante y cuadradito— y “otra vez” quiere decir “para siempre”, porque el populismo supremacista aspira a derrotar, con carácter definitivo, al “establishment” de las garantías constitucionales y la división de poderes, como quedó demostrado el 6 de enero de este año. ¿Elecciones para qué, si todo es una gran trampa?
No me jodan, neocomunistas.