Organización y lucha ciudadana independiente, para no ser carne de cañón de las élites

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Las preguntas, entonces y ahora, deberían ser: «¿qué vamos a hacer con tanta víctima, con los huérfanos, con los exilados cuya vida ha sido descarrilada?; ¿cómo vamos a hacer justicia por ellos, cómo vamos a resarcirlos, aunque sea parcialmente; porque la vida de los suyos y los sueños truncados no se recuperan? ¿cómo vamos a hacer sin libertad, sin democracia, sin oportunidades para todos? ¡¡¿cómo vamos a hacer para derrocar a la dictadura?!!

Las castas políticas destructoras del país, y sus voceros vociferantes, y sus agentes manipuladores, quieren que la gente sirva de carne de cañón para defenderlos a ellos. Uno de los más “gritones” de su equipo de publicidad se queja en público: “estoy preocupado por la falta de apoyo de la población ante los atropellos de Ortega.” Se refiere, por supuesto, a que no ha visto a cientos de miles de personas desfilar y desafiar al régimen en las calles para rescatar a Cristiana Chamorro.

Para quienes creemos que no habrá libertad sin que el pueblo reconquiste las calles, esta “reflexión” del vocero vociferante es ofensiva.

¿Por qué no han salido ellos a la calle e insistido en la movilización para parar el asedio de los luchadores democráticos y de los presos políticos que no son de la familia, el clan, el club o como quieran llamarle a sus socialmente inútiles grupos y conciliábulos? Hay, en estos momentos, cientos de activistas bajo «control» policial, con patrullas estacionadas frente a sus casas, impidiendo su salida de casa incluso a otros que, como el líder campesino Freddy Navas, han querido inscribir su candidatura. El acoso es incesante desde hace meses, y ellos, que ahora reclaman a la población no levantaron el grito al cielo, ni mostraron el «apoyo» que ahora exigen.

¿Por qué trabajaron tanto en desmovilizar las protestas desde el 2018, empantanando el proceso en “diálogos” que—por favor, no olvidemos—llevaban desde un inicio dos marcas de la traición: el intento de pasar de conversaciones públicas, mostradas en vivo por la televisión a las redes, a lo que ellos disfrutan más, negociaciones secretas en salones donde solo los escogidos de las élites orteguistas y no orteguistas pueden entrar; y, el abandono, desde apenas la segunda vez que se reunieron, de las exigencia de renuncia al dictador.

Llegaron, por cierto, y esto tampoco debe olvidarse, a afirmar, insólitamente, que las “negociaciones” con Ortega para “democratizar” el país había fracasado porque los muchachos exigían lo que el pueblo clamaba en las calles: ¡que se vayan!  ¿Desde cuándo un individuo o partido político en el poder tiene derecho a imponer su voluntad contra todo un pueblo que reclama su libertad? ¿Desde cuándo puede llamarse oposición a quienes hablan como si la conducta terrorista de un régimen fuera culpa de quienes exigen que dimita, precisamente por su conducta terrorista?

Todo esto debemos entender, tener claro, e identificar individualmente a los cómplices y colaboracionistas, para que no nos den gato por liebre, y para que en algún momento se haga justicia y se alcance la libertad. Porque ahora los cómplices y colaboracionistas quieren culpar a las víctimas, a las mismas a quienes permitieron que la guardia orteguista y sus paramilitares masacraran sin salir ellos a dar la cara y el pecho, sin parar sus negocios y desafiar al tirano como la gente les imploraba.

En lugar de eso pedían en Washington clemencia para Ortega, paciencia para su «aterrizaje suave», y «moderación» en las sanciones. «Por el amor de Dios», exclamó después su «ideólogo» Arturo Cruz, «¿qué vamos a hacer sin Cafta?». 

Las preguntas, entonces y ahora, deberían ser: «¿qué vamos a hacer con tanta víctima, con los huérfanos, con los exilados cuya vida ha sido descarrilada?; ¿cómo vamos a hacer justicia por ellos, cómo vamos a resarcirlos, aunque sea parcialmente; porque la vida de los suyos y los sueños truncados no se recuperan? ¿cómo vamos a hacer sin libertad, sin democracia, sin oportunidades para todos? ¡¡¿cómo vamos a hacer para derrocar a la dictadura?!!

Si estuvieran interesados en responder estas preguntas, «otro gallo cantara», como dicen en la tierra hermosa y sufrida que ellos tratan como una hacienda que pelean entre herederos.

Por eso afirmo a conciencia lo que he puesto por escrito antes, en referencia a los atropellos injustificables, ilegales, y violatorios de los derechos humanos que ha sufrido Cristiana Chamorro: no hay que bajar el tono en la protesta, sino subirlo con respecto a los cientos y miles que han sido víctimas, y que aparentemente no gozan de la urgencia de los voceros vociferantes de la “oposición”. 

Pero no hay que convertir la lucha en una “lucha por Cristiana Chamorro” como sueñan las castas políticas con el propósito de convertirla en figura redentora y utilizarla para su agenda de poder.  La lucha es por los derechos humanos de todos, incluyendo los de la ciudadana Cristiana Chamorro, y la lucha verdadera es para derrocar a la dictadura.

Exíjanle entonces los voceros vociferantes a sus patrocinadores de las élites que apoyen la lucha democrática con la fuerza que su poder económico y diplomático les da. Que paren sus negocios e interrumpan el financiamiento del Estado terrorista, que se dejen de juegos y traiciones en el extranjero, que dejen de pedir a la gente de a pie, a las víctimas de siempre, que den el pecho y entreguen sus vidas mientras ellos niegan hasta la sal para un jocote a los exilados y perseguidos, y buscan, en medio de la tragedia, cómo proteger hasta el último centavo de sus enormes fortunas con una mezquindad inmoral—y hasta ilegal—que no debe ser olvidada.

Dicho en nuestro lenguaje conversacional, déjense de babosadas, dejen de intentar darnos atol con el dedo.

Ya basta.

Porque la queja de sus voceros vociferantes de que el pueblo no sale a las calles a proteger a su candidato refleja la desmovilización que las élites y sus agentes han cultivado durante tres años, la desconfianza que han alimentado hacia ellos, la ausencia de respeto hacia los dirigentes que fabrican y quieren imponer abierta o sutilmente, y sobre todo, la inteligencia del pueblo, que ha sido utilizado tantas veces ya, y viene de sufrir—más bien sigue padeciendo—una campaña de represión contra la cual las élites no actúan, porque no es de su conveniencia hacerlo, a manos de un monstruo que ellas han vitaminado y alimentado a cambio de jugosas ganancias. 

No cabe duda de que el pueblo tendrá, en su momento, que adueñarse de nuevo de las calles para ser libre.  

Si quiere serlo, el pueblo tendrá que organizarse y luchar, y arriesgarse y sufrir, porque las élites no le han dejado más alternativa que enfrentarse a una tiranía absolutista. Pero para que valga la pena, para llegar a la meta y alcanzar la libertad soñada, el pueblo necesita organizarse con independencia de las cúpulas tradicionales, en función de sus propios intereses, y considerando sus propios riesgos—que no son los de las élites y sus voceros vociferantes. 

No ser utilizado como carne de cañón, como ha ocurrido ya demasiadas veces.

¿Se acuerdan de la masacre del 1967, en que la oposición tradicional de entonces lanzó al pueblo contra la guardia de Somoza, solo para entrar después en el infame pacto conocido como Kupia Kumi?

¿Se acuerdan los campesinos combatientes de la Contra, que dieron su vida en las montañas, cómo una vez de haber forzado la celebración de elecciones fueron apartados por el pacto Lacayo-Chamorro-Ortega y luego asesinados por centenares?

¿Se acuerdan del “regreso” del difunto Toño Lacayo, esposo de Cristiana Chamorro, quien ilegítimamente gobernó Nicaragua bajo el gobierno de su suegra, a la alianza del FSLN… ¡en el 2001!…?

¿Se acuerdan de que, en el 2001, veinte años después de conocer a Ortega como dictador, de conocer las masacres y abusos, el MRS de entonces, con Dora María Téllez a la cabeza, aceptó regresar al redil con Ortega? ¿Dónde estaban los principios, y dónde puede estar la credibilidad de estos políticos?

¿Se acuerdan de que, después del 2007, el supuesto “opositor” Arturo Cruz, ficha de enlace entre el gran capital y los Ortega, fue instrumento de legitimación de la nueva dictadura de Daniel Ortega ante los Estados Unidos? Su misión, ni más ni menos: “señores de Washington, no se preocupen, ahora Ortega es un “populista responsable”; vengan, hagamos negocios, entendámonos, “no problem”.

A un pueblo que ha sufrido todos estos atropellos y estocadas, que le propinan sin contemplaciones castas políticas distantes de la vida y penurias de la inmensa mayoría, los voceros vociferantes exigen que salga en masa para defender a una candidata que ni siquiera ellos defienden, más allá de comunicados de fotocopia.

Quieren… ¿cómo decirlo sin sonar grosero?… camarón sin mojarse…

Francisco Larios

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