¿Por qué las élites son el principal obstáculo de la democracia en Nicaragua?
Fidel Ernesto Narváez
Porque ellas nunca nos han creído capaces de autogobernarnos, siempre se han considerado como predestinadas por el destino o la providencia a gobernar el país.
Algo así como una adaptación del Destino Manifiesto de los filibusteros como William Walker pero en plan criollo, porque siempre nos han creído como indios anárquicos a quienes hay que mantener a mecate corto (palabras de Humberto Ortega), porque la Nicaragua que conocemos siempre ha sido vista como un patrimonio de ellos, como una gran hacienda con vasallos como ciudadanos, una gran bananera, un gran ingenio, una gran finca.
Sin embargo hay algunos que se prestan a ese juego y viven con la ilusión de llegar a ser como el patrón algún día, capaces incluso de excluir a compañeros de lucha, familiares o amigos para vivir con la ilusión de cobrar aquel salario deseado, de ser aquel gerente deseado, de ser los capataces de aquella hacienda, de aquel «Astillero» como pensaba el personaje de Larsen en la novela de Juan Carlos Onetti, pero es sólo eso, ilusiones, porque en el gran negocio de Nicaragua quienes manejan el Estado que han convertido en un conglomerado mafioso mandan las familias, los patriarcas, sí, es la vieja herencia de los gobernadores del siglo XVI, los capos, los caciques, donde lo único que se premia es la lealtad, como las maras, las pandillas, las organizaciones del crimen, donde lo único que cuenta para el patrón es la lealtad del capataz, y le importa bien poco su preparación, su dignidad, su ética y su coherencia, al contrario, perderlas todas es necesario para ser parte del clan.