«Préstamo de luz»: poesía de Ricardo Ríos
En Préstamo de luz, la poesía de Ricardo ríos transforma al pueblo de Villanueva, “Remotísima mecha de luz/ quemándose al mediodía”, en una especie de Comala en Vida, donde el hablante procesa el tedio del tiempo (mañana, tarde, noche) por medio de un lenguaje con guiños surrealistas y tono religioso pero desacralizado, para arrojar luz sobre los problemas centrales de una sociedad estancada en un ciclo de violencia, desgracia y miseria.
León Salvatierra
Autobiografía
Desde un cuerpo me represento.
Me llaman Ricardo Antonio.
Escribo sobre esta mesa
donde restauro mis días
sintiéndome más extenso de lo normal.
Antonio, pero no de Padua,
sino de Villanueva: Remotísima mecha de luz
quemándose al mediodía.
Todas las mañanas salgo de mis huesos
mecánicamente despiertos.
Persisto de Ríos oscuros.
Tengo voz y
soy otro
con más afirmaciones que un niño
que jugó sin arrepentimientos.
Alguien que creyó
sin decirle a nadie
en la palabra.
Alguien que se incinera
sintiendo el frío.
Como la mujer de Lot
Nunca miró hacia atrás,
pero siempre quiso ser la mujer de Lot
Por eso le gustaba salar demasiado la carne
para sentirse estatua de sal en el comedor
Por eso le gustaba malgastar el gas
para sentir la cocina como Sodoma y Gomorra
en llamas por la mano de Dios
Por eso le gustaba rezar detrás de la puerta
para esperar el recado de los ángeles
y luego apalearlos con la escoba
como si fueran gallos peleando en su cama.
Por eso le gustaba escuchar música
bailar, emborracharse, pintarse,
dejar la puerta abierta a los vecinos
que soltaban el sulfuro de carnes.
Por eso le gustaba hacer ejercicios que regularan sus
caderas
y elasticidad de sus piernas
para correr el día en que su casa se incendiara
Siempre quiso ser la mujer de Lot
pero nunca miró hacia atrás.
Cuando lo hizo
su cuerpo solo fue una visión de cenizas.
Sacrificio
Engordan los alambres de los cercos
por donde cruzan las sombras de los chanchos
que gruñen en los mataderos.
Enrojece la tierra
El chasquido de los látigos castiga la piel
de las criaturas.
El ungüento de la grasa sube a los cuerpos
y el alma cuelga su transparencia
en los clavos donde gotea la sangre.
Oímos desenvainar las manos del carnicero.
Cruzan los chanchos la cerca
Que redoble la carne en las parrillas
las brasas, asoleándose en las estufas,
preparen la fiesta para engrasar la luz de los cuchillos
los alambres están gordos de afilar sus púas
en la piel del animal
que devora su propia ración.
Mujer que duerme
Que alguien toque la cabeza de esa mujer que duerme.
Sus pesadillas se amarran
a la imaginación de su pelo
tendido como sábana sobre un cuerpo.
Basta un movimiento de su frente para espantar las
moscas,
un espacio para acomodar el corazón y abrir la bóveda del
tórax,
y nos muestre el sueño que se derrama
desde la cabeza hasta los pies.
Marea alta
Recostó su cabeza en una almohada
y en el sueño
comenzó a convulsionar.
Boca torcida
lengua morada
manos rígidas
un ojo que guardaba la última visión del día
el cuerpo parecido a un recuerdo
que la memoria retuerce
para esclarecer.
En su habitación
un abanico casi mareado
un par de cortinas zurcidas por el sol.
Alguien puso a hervir sus pesadillas
en el trozo de cielo
que la ventana presentó como el escrutinio
de sus medidas.
La almohada se hundía
con cada golpe de la cabeza
sobre la cama.
Por un momento pensó en el mar
y despertó
cuando un oleaje salado
rompía sobre su pecho.