Puro teatro: La apoteosis del disparate en la recta final
Armando Añel
El autor es escritor.
“No, esta no es la sociedad de la información ni la de las comunicaciones, tampoco la sociedad líquida o la posmoderna”, dice Juan Sauceda de este tercer milenio digital. “Es, simplemente, la sociedad del disparate. La que plantea dilemas absurdos”.
Una sociedad, o humanidad –“la Matrix” nos gusta llamarla a algunos–, por momentos tecnoesquizofrénica. Donde lo caótico, lo estrambótico, lo disparatado, coexisten en el marco esquemático de la simulación. Porque estos dilemas absurdos serían fruto, también, de esquemas incesantemente simulados. Tantos que se atropellan.
Guion. Actores. Tramoya. Maquillaje. Circo. Programación. Telenovela. Reality Show. Del plátano de Art Basel al descapotable galáctico de Elon Musk. Del Impeachment de Trump al alucinante desbarajuste del coronavirus. Etc., etc., etc. En un artículo de 2016 me refería en términos cinematográficos a la actual Sociedad del Disparate. Imaginé una película horrenda, “pero tan caricaturescamente horrenda que terminas riéndote de ella. Y entre coca cola y rositas de maíz alcanzas el contagioso clímax de la recreación”.
Ahora sabemos, por si no bastara con los bandazos del largometraje volador, que el voto por correo pudiera dilatar hasta lo inimaginable el anuncio del resultado final de las elecciones en noviembre de este año, cuando caiga el telón de las presidenciales en Estados Unidos. «Necesitamos hablar de Semana Electoral, no de Día Electoral», acaba de advertir el exsecretario de Seguridad Nacional y gobernador republicano de Pensilvania, Tom Ridge, a CBS News. «Hemos visto una demanda sin precedentes de boletas por correo y puede llevar un poco más de tiempo contar los votos”.
Con lo cual sigue lloviendo sobre mojado: Queda todo listo para un nuevo episodio tremebundo. El tramo final de la película, como ha demostrado con particular intensidad este año 2020, recrea exponencialmente la situación límite, el melodrama de la indignación, la redundante teatralidad que caracteriza a la puesta en escena matrixta. Un desenlace apoteósico, repleto de emoción y palomitas.
Como el jueguito no es para todo el mundo —como todo el mundo no sabe jugar—, tenemos el caos del aquelarre disparatado. Que, como dijera la gran filósofa de la Sociedad del Pre-Disparate, Lupe Victoria Yolí Raymond, no es más que puro teatro.