¿Una implosión social será el final del régimen Ortega-Murillo?

Oscar René Vargas
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<< ¿Hacia dónde va Nicaragua? En el 2020 su evolución está marcada por tres tendencias convergentes que han ido tomando velocidad: por una parte, la profundización de la recesión económica, por otra parte, la ruta no menos importante de la crisis sanitaria del coronavirus, y finalmente la marcha hacia una implosión social.  El temor del régimen es que cada una de ellas, o las tres de manera conjunta, lleve al punto de ruptura que cambie radicalmente el panorama político nacional y permita su caída; sin embargo, ese escenario no ha sido tomado en cuenta para determinar la estrategia y el comportamiento de los círculos dirigentes de la oposición ampliada. >>

El régimen Ortega-Murillo ha cruzado la frontera que separa un gobierno que se equivoca de otro despreciable que mata para mantenerse en el poder; que ejecuta crímenes de lesa humanidad blindándose luego en la madriguera de El Carmen amparado en la policía, los paramilitares y la complicidad de los altos mandos del Ejército. El final del régimen Ortega-Murillo está cerca, solo falta saber cuántos muertos va a costar la ceguera de quienes han perdido todo, hasta los principios.

La crisis del coronavirus se convirtió en algo más que un mero problema de salud pública. El coronavirus se ha convertido en el Cisne Negro de la dictadura, al producirse un evento altamente improbable, pero que cuando ocurre tiene un impacto descomunal potenciado por los errores del régimen al usar herramientas equivocadas al minimizar la siniestra e inédita pandemia. Esta crisis exacerba las tendencias o tensiones que ya existían antes de que estallara, y ha desnudado las vulnerabilidades del país (políticas, sociales, industriales, tecnológicas, educativas, sanitarias, económicas, etcétera), con el efecto de introducir un nuevo escenario general de incertidumbre. A veces la historia necesita un empujón.

Frente al coronavirus el régimen Ortega-Murillo optó por la política del “minimalismo sanitario liberal-darwinista”, por la cual el régimen va a pagar caro desde todos los puntos de vistas. Fue una decisión política deliberada y equivocada. Los especialistas han advertido repetidas veces que el coronavirus se extenderá como el fuego a partir de las primeras semanas del mes de mayo por la mala decisión. La incomprensión de la gravedad del virus va a provocar un gran número de muertes, y que por su falta de destreza las autoridades sanitarias actuarán ahora de forma descontrolada. El régimen será juzgado culpable por la mala práctica política y se le va a pedir cuentas por el exceso de muertes y sufrimientos, elementos que pueden conducir a la implosión de la dictadura.

Puede sentenciarse que el régimen Ortega-Murillo lo hizo mal desde el principio de la pandemia, sigue ocultando información y mintiendo cotidianamente. Ahora, el régimen le ha sumado las teorías conspirativas, todo vale con tal de escurrir el bulto. En todo caso, el coronavirus va a ser un factor complementario que se suma para combinarse con las otras cuatro crisis descritas en mis artículos anteriores abriendo un nuevo escenario. (Nicaragua: dos años después de la rebelión de abril 2018 / 18 de abril de 2020).

La salida del régimen Ortega-Murillo es cuestión de tiempo, dado que, aunque tienen el poder en términos institucionales, se han vaciado de legitimidad sociopolítica. La crisis sanitaria del coronavirus, la profundización de la recesión económica, el incremento del desempleo, y la presión de Estados Unidos y la Unión Europea, serán determinantes para el desenlace final.

Desde el punto de vista humano, el panorama es una población que no tiene empleo, que no tiene comida, que se muere de desnutrición, que se le está sometiendo a la supervivencia, ya que se desmorona el conjunto del aparato productivo. Tiene que producirse un momento de quiebre por la acumulación de esos factores que generarán una suerte de implosión que va arrasar con todo y con todas las articulaciones en el aparato del estado.

El régimen Ortega-Murillo, a la espera de lo que acontezca en Estados Unidos en noviembre 2020, permanece políticamente inmóvil con la esperanza de poder superar la combinación de las cinco crisis sin hacer concesiones políticas. Sin embargo, su inmovilidad está gestando una implosión social, que presagia tiempos aún más sombríos.

Implosión social y explosión social son fenómenos distintos. Lo primero significa romperse hacia adentro, desgarrarse de raíz; lo segundo es una fractura hacia fuera, ambas destructivas de la realidad sociopolítica previamente contenida. La implosión social es un fenómeno inverso a la explosión social, pero con consecuencias igualmente de imprevisible intensidad.

La explosión social es el proceso que se desarrolla cuando, por un aumento rápido de las presiones o contradicciones al interior de una sociedad, se libera energía de manera hacia fuera, rompiendo los límites sociopolíticos existentes; es el fenómeno que conocimos a partir de abril 2018.

En el caso de la implosión social, se produce cuando en un cuerpo social se registra una presión interna, lo que provoca que sus paredes se rompen hacia adentro. Por eso, en el lenguaje coloquial, suele decirse que una implosión social es una especie de explosión social hacia dentro: el elemento que implota se derrumba sobre sí mismo por una presión o fuerza externa. El fenómeno de implosión más conocido es el rompimiento de la URSS sin guerra de por medio.

La implosión, para la física, se produce cuando en un cuerpo se registra una presión inferior a la exterior, lo que provoca que sus paredes se rompan hacia adentro, vale decir, el elemento que “implosiona” se derriba sobre sí mismo por una fuerza externa.

Por ejemplo, un submarino puede sufrir una implosión si se sumerge demasiado, más allá del límite que puede soportar la nave. En ese caso, cuando la presión del agua es muy alta por la profundidad, se produce la implosión y el submarino se comprime de forma brusca y se destruye el sumergible.

Las explosiones sociales suelen ser más notorias que las implosiones. Las explosiones sociales son súbitas, impetuosas, avasallantes, imposibles de no ser reconocidas de inmediato por todos los poderes fácticos y los actores sociales. Las explosiones sociales son generalmente encubadas de manera progresiva, a lo largo de algunos años, paso a paso, a través de protestas, huelgas, movimientos sociales dispersos, etcétera; todos estos factores anuncian la explosión social que se avecina.

En el caso de la implosión social suele darse sin que una parte del país se dé cuenta, debido a que la represión del régimen oculta las fisuras, grietas y fracturas internas que se desarrollan al interior de las instituciones del estado, producto de las mentiras y de la perdida de la hegemonía del régimen ante su propia base social. La implosión puede ser producto de que el régimen humilla, avasalla, subyuga y tiraniza a los trabajadores de las instituciones del estado, obligándolos a participar en diferentes actividades. La lealtad forzada es esclavitud.

La base social del régimen está comenzando a mostrar señales de rebeldía, deserciones, inconformidades, indisciplina, etcétera. Ortega, Murillo y Porras tratan de convencer al país de que el coronavirus es una enfermedad menor más, como una gripe. Sin embargo, los miembros de la organización de FETSALUD (Federación Nacional de Trabajadores de la Salud) saben que el coronavirus no es una enfermedad menor ya que están en contacto con la realidad y varios de ellos y sus familiares se han contagiado.

Paralelamente, se han producido muestras del inicio de un cierto distanciamiento de los trabajadores del estado con el discurso oficial del régimen: por ejemplo, las maestras ya no quieren llegar a impartir clase en aulas, y el personal del Ministerio de Salud (MINSA) se muestra reacio a visitar casa por casa en los barrios de la capital por temor a contaminarse del coronavirus.

236 profesionales de la salud firman un pronunciamiento en el que exigen al régimen enfrentar, de forma responsable, la crisis sanitaria generada por la pandemia del coronavirus en Nicaragua. Otro dato: especialistas dicen que el auge de la pandemia recién empezará en la segunda semana de mayo, y se alargará hasta fines de junio. En medio de semejante escenario, Ortega-Murillo asegura que el coronavirus es una gripe o tos chifladora. El coronavirus desgasta la escasísima gobernabilidad y legitimidad que le queda a la dictadura Ortega-Murillo.

El hospital Alemán Nicaragüense, que es público, tiene 7 ventiladores que no son suficientes para los más de 45 pacientes de coronavirus internados. Se reportan casos en los hospitales de Chinandega, Estelí, Matagalpa y Managua. Las autoridades siguen negando los hechos. Los médicos, enfermeras y trabajadores de la salud están asustados y amenazados para no divulguen los casos.

La curva de número de infectados y fallecidos empieza a transformarse en un trazo vertical. Ante la falta de exámenes y subregistros, se calcula que el número verdadero, tanto de contaminados como de muertos, es entre cinco u ocho veces más que lo admitido de forma oficial. El peligro es que el sistema de salud, tanto público como privado, colapse.

Hay que crear conciencia en los trabajadores del estado, que la política del “minimalismo sanitario darwinista” implementada por el régimen los están exponiendo, usándolos y abusando de ellos. La estrategia de no prepararse para la pandemia es una decisión política estratégica. La opción de no hacer tests implica la elección de un método, e implica la incapacidad de controlar la situación. Tratan de ocultar su incompetencia utilizando la negación de los casos, la desinformación o a la mentira. Es dramático que el régimen no identifique al coronavirus como epidemia grave, que puede causar la muerte de pacientes, aparentemente en buen estado, en pocas horas o minutos.

La irresponsabilidad de aplicar la política del “minimalismo sanitario darwinista” para hacerle frente a la posible avalancha de casos–el sistema de salud es frágil, no hay camas, ventiladores, médicos, enfermeras ni especialistas suficientes– se transforma en un elemento clave en el proceso de implosión de la dictadura.

La sociedad civil, sin embargo, desarrolla una campaña de sensibilización y a favor del confinamiento para mitigar las consecuencias. El confinamiento es la forma más efectiva de reducir las posibilidades de transmisión, ya que bloquea la propagación. El bloqueo sólo es efectivo si va acompañado de una campaña masiva de tests y provisión de mascarillas, política que tampoco ha implementado el régimen.

En este contexto de incertidumbre y desconcierto de la población se puede producir el fenómeno de protesta de los ciudadanos por no tener información clara de la pandemia y generarse un proceso de implosión. El reto que los trabajadores tienen es ejercer su independencia de criterio en contra de la estrategia oficial para salvar su propia vida y la de su familia, al mismo tiempo que dignifican su ejercicio profesional.

Sin un sistema de pruebas efectivo, no se podrá detectar brotes con suficiente rapidez para contenerlos. Sin las medidas de precaución el resultado va a ser peor y letal. Por el momento no se ve la salida del túnel, todo lo contrario. El régimen sigue sin reconocer qué tanto se ha propagado el virus, lo que contribuye a la aceleración de los brotes a lo largo y ancho del país, y a futuras protestas.

El brote del coronavirus en las prisiones podría ser devastador para su población por el hacinamiento y los niveles general de salud deficientes. Los presos, ante la falta de respuesta a sus demandas por mejores condiciones de salud, pueden desatar motines en diferentes centros penitenciarios. Se hace necesaria la excarcelación de todos los presos políticos y de los presos comunes con enfermedades crónicas; tiene que hacerse, para evitar los contagios masivos de coronavirus en las hacinadas cárceles.

El objetivo del discurso de Ortega del 30 de abril 2020 fue tratar de cerrar las fisuras que comienzan a ensancharse en todas las instituciones del estado; su discurso contradice la realidad que la población vive diariamente. El régimen teme que no pueda controlar la ruptura o el quiebre de su base social, lo que facilitaría la implosión social. Después de escuchar el discurso de Ortega todos quedamos asombrados con la falta total de propuestas frente a un cuadro preocupante en el que muy pronto el número diario de muertos superará las decenas.

Antes de abril 2018, Nicaragua era un país en crisis, no hay duda de ello, pero el régimen gozaba de la complicidad, tolerancia, beneplácito, colaboración y/o aceptación de los poderes fácticos internos y externos. Tuvieron que suceder los crímenes de lesa humanidad cometidos por la policía, los paramilitares y los paraestatales para que el régimen perdiera a muchos aliados. En el 2020, Nicaragua es un país roto por dentro, desgarrado de raíz; es decir, implosionado.

La economía sigue cayendo en picada y sin control. Las previsiones más optimistas auguran que este año 2020 se registrará una contracción del producto interno bruto (PIB); el FUNIDES estima una caída entre 6.9 por ciento y 13.7 por ciento en comparación con lo registrado en 2019. La depresión económica afectará todo el tejido productivo, con especial incidencia en sectores como el turismo y los servicios. Y se prevé que la recuperación será en un futuro distante, entre 2022 y 2023, y en ningún caso total.

La economía ha entrado en recesión sin ninguna posibilidad de recuperación por lo menos en el corto y mediano plazo, escenario que achicará cada vez más el mercado interno, destruyendo el tejido productivo y empobreciendo al grueso de la población. La dinámica actual conduce inevitablemente hacia la profundización de la crisis económica, hacia un momento en el que se desmoronan el conjunto del aparato productivo (solo unas pocas islas podrían llegar a salvarse), las redes comerciales y una multitud de servicios.

Las cadenas de valor se han visto afectadas por la crisis y de varias maneras. La caída de la demanda conduce a la bancarrota a corto o mediano plazo de las MYPIMES que no tengan respaldos financieros bastante sólidos. Este fenómeno, al extenderse a las empresas de transporte, puede incluso llevar a que se pierda parte de la producción de productos alimenticios porque no se pueda entregar a quienes los compran. El comercio internacional y regional ya se ha reducido, pero corre el riesgo de reducirse aún más con interrupciones en las cadenas de suministro.

En estas semanas hemos señalado que los niveles de pobreza del presente son peores a los del año 2007, cuando Ortega alcanzó el poder. El señalamiento es una crítica al desempeño del régimen de estos largos años que malgastaron la oportunidad histórica del dinero venezolano para la creación de una infraestructura educativa, sanitaria y productiva por el despilfarro, la corrupción y el enriquecimiento inexplicable de muchos miembros de la clase hegemónica. Pero el referido señalamiento no refleja la realidad en su dimensión más ineludible: la dimensión de la implosión social.

¿Por qué? Lo importante no es sólo el dato estadístico del 70 por ciento de la pobreza medida por las necesidades básicas insatisfecha que refleja la estrechez económica de los 500 mil desempleados y del 20 por ciento de la desnutrición infantil. También es esencial tomar en cuenta la violencia ejercida por el régimen, los asesinatos de campesinos, de estudiantes y de ciudadanos, lo cual ha mermado la fidelidad de su base social y ha hecho mella en los funcionarios de las instituciones del estado.

La pobreza de hoy no es igual a la pobreza de 2017. Es mucho peor, porque es una pobreza combinada con una violencia multiplicada por la impunidad de las fuerzas de choque, por el accionar de los paramilitares y la policía. Y esta consideración referida a la pobreza, es aplicable a cualquier otra categoría o reglón de vida en Nicaragua. No se puede entender la Nicaragua del 2020 a través de análisis de los escenarios previos al coronavirus. Podemos visualizar, en este nuevo contexto, la acentuación de los niveles de implosión social.

¿Vendrá una nueva explosión social por sí misma o será agitada por la concreción de una implosión social? En el campo de los hechos y de las evidencias nos indican que hay una implosión continuada que ha venido destruyendo internamente las instituciones del país y la base social de sustentación del régimen. Es necesario seguir analizando los cambios que se producen en la sociedad para conocer el proceso de implosión social que se está gestando de manera imperceptible a los ojos de los políticos tradicionales y de la cúpula del poder.

¿Hacia dónde va Nicaragua? En el 2020 su evolución está marcada por tres tendencias convergentes que han ido tomando velocidad: por una parte, la profundización de la recesión económica, por otra parte, la ruta no menos importante de la crisis sanitaria del coronavirus, y finalmente la marcha hacia una implosión social

El temor del régimen es que cada una de ellas, o las tres de manera conjunta, lleve al punto de ruptura que cambie radicalmente el panorama político nacional y permita su caída; sin embargo, ese escenario no ha sido tomado en cuenta para determinar la estrategia y el comportamiento de los círculos dirigentes de la oposición ampliada.

El régimen tiene la esperanza que, debido a la profundización de la recesión, el tejido social, su entramado político y la movilización de las protestas se vayan desintegrando al ritmo de la recesión para finalmente colapsar. Sin embargo, mientras la economía declina rumbo a la depresión económica, desde la base social del régimen se han ido generando acciones de inconformidades. Se trata de una tendencia que se va amplificando, apuntando hacia una implosión social, que pueda generar un posible tsunami social que amenace a sumergir al entramado institucional, represivo y político que sostiene a la dictadura.

A los ojos de la cúpula del régimen y sus asesores, no es inevitable que se produzcan una implosión social; piensan que diversos factores pueden retrasarla de manera significativa o incluso diluirla. Especulan que a pesar de los procesos de degradación de gran amplitud como la recesión económica, por ejemplo, la sociedad nicaragüense podría llegar a encontrar un horizonte de “equilibrio” bajo la forma de una “economía de baja intensidad” con un mercado interno comprimido, altos porcentajes de desocupación, subocupación, pobreza e indigencia, más pequeños polos de altos ingresos. Coincidente con ello, las resistencias y protestas sociales ahora presentes podrían declinar golpeadas por la crisis económica, la manipulación mediática, la represión y el coronavirus. Es el escenario de “paz de cementerio”, ilusión siniestra del círculo íntimo del poder.

A medida que la virulencia del coronavirus afecte los mercados de abastecimientos y las bases de poder de Ortega-Murillo, se van a provocar fisuras que van a generar una implosión del régimen. Si esto además causa otra explosión social el ejército se va a ver obligado a actuar y destituir a Ortega-Murillo. Podría darse que el ejército busque una figura política o una junta de gobierno de conveniencia para darle legitimidad al “putsch”.

Desde el abril 2018 la estrategia para cambiar al régimen Ortega-Murillo ha sido fomentar la explosión social a través de las marchas, los piquetes exprés, etcétera, con la esperanza que esas diversas movilizaciones podían a provocar una implosión al interior de la dictadura que facilitaría su caída, tipo las rebeliones de las primaveras árabes en Egipto, Argelia o Túnez.

Sin embargo, a partir de la crisis sanitaria del coronavirus se ha producido un cambio en el escenario nacional. En el nuevo escenario la implosión es la que puede provocar la explosión social hacia dentro que permita la caída de la dictadura, ya que al implosionar se derriba sobre sí misma.

La caída de la dictadura no debe reducirse al aspecto político, de poder, sino que ha de ser global, es decir, que transforme la estructura sociocultural sobre la que se levanta la dictadura Ortega-Murillo. El régimen político es parte de un todo, por lo que un mero cambio en cuanto al poder, y nada más, no será más que una acción superficial, y nos devolverá, más pronto o más tarde, a los mismos problemas. No podemos limitarnos a cambiar a un sistema político tiránico y corrupto por otro, del que se espera que sea menos tiránico y corrupto.

El régimen Ortega-Murillo es, en cuanto mecanismo de poder, una variación del régimen de los Somoza. No es un simple sistema de gobierno y hombres que gobiernan, sino, ante todo, es una cultura política: una cultura en el sentido amplio heredada desde la colonia. Es un pensamiento político sectario y tribal, valores, ética, obras, visiones de las cosas que conforman el “Síndrome de Pedrarias”. (para más información sobre el tema ver el libro El Síndrome de Pedrarias. Cultura Política de Nicaragua).