Venezuela: El falso dilema electoral
Saúl Hernández Rosales
Director Creativo de Chaguaramos Consulting Group. Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador. Master en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Sorbonne Nouvelle Paris III. Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad Central de Venezuela. Profesor en CLACSO y Editor General de la revista D'Cimarron.
Votar o no votar, es un falso dilema que solo puede estar vigente en un país en el que la República se ha degradado. Esa es la situación de Venezuela desde que en 2015 el chavismo decidió ignorar la voluntad popular a través de estratagemas jurídicas arrasando con la mayoría opositora del congreso.
Es cierto que en el año 2005, la oposición torpemente decidió el camino de la abstención, pero diez años después, entendió que el voto es la única herramienta que tenemos aquellos que creemos en la paz. Germán Carrera Damas decía que “aprender historia es aprender libertad”, siguiendo esa sentencia deberíamos haber comprendido la siguiente lección: fue mucho más perjudicial la participación de la oposición en el 2015 para el régimen de Nicolás Maduro, que la abstención del 2005 para Hugo Chávez. La abstención del 2005 atornilló en el poder al caudillo, la participación del 2015 generó las condiciones de posibilidad para que Occidente condenara al régimen venezolano. Muchos resuelven lo anterior diciendo que ni en 2005, ni en 2015 la mayoría democrática logró imponerse a los enemigos de la República y frente a esa evidencia no hay nada que refutar. Eso está asumido, estamos frente a un régimen que es capaz de asesinar, torturar, saquear las reservas internacionales y rematar los activos petroleros con tal de eternizarse en el poder. La inercia del chavismo es la hegemonía y el totalitarismo, como lo es la del orteguismo en Nicaragua o la de Lukashenko en Bielorrusia. Para frenar la inercia, hace falta una fuerza contraria que le impida abrirse paso. Esa energía tiene que ser ciudadana. El caudal que choque en contra de la inercia destructora es ineludiblemente la lucha cívica y la participación electoral.
Sabemos que el chavismo hará todo lo que tenga en sus manos para alterar el resultado de la elección y falsear la voluntad popular, pero alguien tiene que intentar impedirlo. No asistir no soluciona nada. No asistimos a las parlamentarias del 2005, ni a las presidenciales del 2018 y el resultado fue nefasto, se desconoció a Maduro como presidente a nivel internacional pero el poder real lo sigue ostentando él. La pasividad electoral no solucionó la crisis humanitaria. Asistir da la posibilidad de frenar la inercia totalitaria. La elección debe ser una gran manifestación, un enorme movimiento social de pedagogía ciudadana.
El chavismo que odia las libertades republicanas y al Estado de derecho, terminó robándonos también la confianza en el sufragio. Esa confianza se tiene que recuperar no porque el ente electoral reconozca que la inmensa mayoría quiere salir de Maduro sino porque es una institución trascendental en la vida civilizada. La democracia y la modernidad deben ser defendidas en el acto sagrado del sufragio. Hay una constitución que enuncia de forma taxativa que se deben realizar elecciones parlamentarias y nosotros debemos defender ese derecho. La única manera de demostrar un fraude es luego de ser perpetrado, por ende habrá que prepararse para que los criminales acudan a realizar la fechoría. Andrés Manuel López Obrador sufrió un fraude en 2006 y no dejó de presentarse en las elecciones, actualmente es presidente de México, continuó asistiendo a todas y cada una de las elecciones posteriores a esa. En la otra acera, la oposición boliviana en 2019 asistió a las elecciones contra Evo Morales (elección viciada de origen por su postulación írrita e inconstitucional) al final de la jornada, el caudillo anunció su victoria oficialmente y en pocas horas un movimiento cívico militar declaró el fraude y lo expulsó del poder.
No hay que caer en la lógica perversa del chavismo que pretenden entramparnos en el falso dilema de votar o no votar. Hay una constitución, hay unas elecciones, hay un robo en ciernes, pero la democracia está en la consciencia de cada uno de los venezolanos. Recordemos que los que creemos en la democracia somos nosotros, no ellos. Asistir a la elección nos lo va a “legitimar” porque en su sistema moral la “legitimidad” no importa.
Los actos simbólicos y la ritualidad son importantes en una República. Por eso, la toma de posesión, la ceremonia de la banda presidencial, el himno y los juramentos. Si ellos quieren deshonrar el sufragio, no será con la anuencia de los que creemos en esta institución y honramos el sacrificio de miles para conseguirla. Asistir a la elección implica obligarlos a perpetrar el fraude ante el mundo, organizar un gran movimiento electoral con el fin de defender el voto y a partir de ese voto la República entera.
Votar para exigir la unidad de todos aquellos que se oponen a la felonía madurista y su régimen de oprobio, pero sobre todo con el objetivo de seguir ampliando la disidencia. Dicen que el infeliz de Pinochet intentó hasta el último momento desconocer el resultado del plebiscito, sin embargo, la fe de los chilenos en el voto (en plena dictadura) permitió que el alto mando militar le diera la espalda cuando intentaba desconocer la voluntad popular. La abstención lo hubiese perpetuado. El 15 de diciembre de 1957, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez también realizó un fraude que indignó a los militares, aquellos cómplices que parecían haber perdido cualquier reserva moral. El 23 de enero de 1958 el caudillo ladronzuelo estaba en un avión expulsado por su amada Fuerza Armada. El voto es un medio, no un fin en sí mismo. Hacer política es hacer pedagogía republicana y ese día, hay que dar una lección de dignidad. No es el voto o la insurrección civil (sabemos que nadie invadirá Venezuela). Es el voto y la insurrección civil.
No ir a votar cierra caminos. La lucha cívica, la protesta pacífica, los cuartelazos y las invasiones ficticias no han logrado liberarnos del régimen. Votar nos organiza por distrito, nos dignifica frente al porvenir, incluso es un medio para re-moralizarnos y articularlo con todas las demás luchas. La abstención no desmoviliza, inactiva, nos despoja de la única arma que tenemos los civiles pacíficos para tomar decisiones públicas. El voto como pedagogía cívica.