Zancudo elegante: “un hombre tranquilo, sin desavenencias con nadie” [cuarta entrega]
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
En cinco entregas presentamos un extenso pero meticuloso y didáctico ensayo de Fernando Bárcenas sobre la situación y dinámica actuales, que creemos lectura importante para alimentar el pensamiento y el debate.
El post orteguismo, desde distintas perspectivas
Dice Cruz: “Si llegamos a la presidencia, también tenemos que reconocer algo, vamos a tener que lidiar con el sandinismo, que representa en condiciones electorales el 25 % ¿Qué vamos a hacer, a degollarlos?”.
Es evidente que Cruz carece de método para observar analíticamente los acontecimientos históricos. Somoza reunió en la explanada de Tiscapa, un mes antes de su salida del poder, a 250 mil seguidores (la población de Managua, entonces, era de 544 mil habitantes) que gritaban “No te vas, te quedás” (similar al grito actual, previo al final, de “El komandante ze keda”). Con la caída de Somoza, ser somocista (el 46 % de la población en 1979) de pronto perdió sentido. El somocismo tampoco era una ideología, ni tenía un programa social. Con la salida de Somoza se desmoronó el Estado somocista (la guardia huyó intacta). No fue necesario degollar a nadie (aunque el sandinismo cometió excesos injustificables).
Los cambios en la sociedad dan respuesta a las preguntas estáticas de Cruz. ¿Qué haremos, podría decir Cruz, con quienes en su momento sostenían el racismo, el esclavismo, la discriminación de la mujer…? ¿Degollarlos? Depende de las circunstancias. Pero, lo mejor es realizar cambios estructurales en la sociedad que, con la destrucción de la dictadura, y al eliminar trabas al desarrollo económico y cultural (porque se amplían los derechos humanos), se volverá prácticamente imposible e incoherente realizar las prácticas políticas orteguistas en el seno de la sociedad.
Los orteguistas, de pronto, sin dictadura, serán una especie política fuera de su nicho ecológico, en vías de extinción. Sin oportunidades de corrupción, el orteguismo se extingue.
La historia, en la medida que avanza hacia la modernidad, extingue –sin degollarlas- las clases sociales y las capas de la sociedad retrógradas. Cruz podrá, con nostalgia, socorrerlas culturalmente en su extinción. Cuando el esclavismo se hace imposible (con el trabajo asalariado), nadie se propone degollar a los esclavistas. Otro politólogo tradicional dice que el orteguismo va existir por lo menos 40 o 50 años. ¿En qué se basa? Ello revela una concepción miserable de los cambios en la sociedad que piensan adelantar. La esencia del orteguismo es dictatorial, antinacional, corrupta, prebendaria, parasitaria, terrorista. Con una transformación estructural de la sociedad, el peso de la mafia debería disminuir rápidamente en la medida que se acaban los privilegios obscenos y la colusión de las instituciones estatales.
Ortega regresó al poder (no solo por Montealegre y Rizo), sino, porque el régimen de Arnoldo Alemán superó en corrupción descarada a la piñata sandinista, y allí Ortega penetró y cooptó las instituciones del Estado. Es lo que hace la mafia. El chapo probablemente habría ganado las elecciones si le hubieran permitido correr para la presidencia.
Dice Cruz: “No permitir el aterrizaje suave, es como si vamos en un avión y la idea es que nos caemos y solo los pilotos se mueren y nosotros quedamos bien”.
Definitivamente, Cruz no sabe reproducir la realidad. Ortega ha volado –en el gobierno- solo con sus compinches del gran capital. Si Ortega conduce el avión, es tonto que sus compinches le pidan que aterrice suavemente. Por incapacidad y por amenazas, rodeado de serviles, va a estrellar el avión antes de soltar los controles. La acción sensata del gran capital es sacarlo del timón, y quitarle el control, no limitarse a gritarle que aterrice suave (como sugiere Cruz). Para el pueblo, que está en tierra, se trata de impedirle que pueda aterrizar en la pista visto que el combustible se le acaba. Efectivamente, en abril, el pueblo le mostraba la ruta, exigiéndole que se fuera a otra parte. Solo Cruz le pedía que aterrizara suavemente.
Cruz no quiere que el orteguismo se extinga
Dice Cruz: “El frente sandinista dejó de ser un partido de cuadros, dejó de ser un partido de ideologías y se volvió un instrumento. Y cuando el caudillo, el dueño del instrumento desaparece, el instrumento se devalúa. Si fuese una institución, si fuese un partido de ideología, de cuadros, sobrevive independientemente que sea con muy poco”.
Es decir, el instrumento no va a sobrevivir al caudillo. ¡Ojalá! A Cruz le preocupa que el Frente Sandinista se devalúe cuando el caudillo desaparezca. A nadie más le preocupa que el orteguismo, como instrumento político, se debilite agónicamente. Al contrario.
Lo que interesa es qué debe hacer la sociedad ahora para resolver la crisis actual en sentido progresista (independientemente de lo que ocurra con el Frente Sandinista cuando el caudillo desaparezca). ¿A qué viene esta preocupación de Cruz? Cuando un caudillo desaparece posiblemente hay una lucha interna por el poder como ocurre en la mafia. El instrumento se reorganiza violentamente, y se fragmenta. La mafia no requiere una organización de cuadros ideológicos para cambiar de dirección, que tampoco tiene ideología en la actualidad. Cómo se resuelve la lucha por el poder en la mafia no interesa. Para el pueblo, la tarea es que la mafia no encuentre espacio para sus negocios, y que se extinga.
Ortega no tiene legitimidad, pero, irresponsablemente, es reconocido como gobernante
<<Ortega es reconocido como gobierno legítimo por todos los países, a pesar de ser acusado por la masacre genocida de abril. La comunidad internacional, debido a sus propios intereses, es incoherente con los intereses de la estrategia nacional. Quienes se disponen a negociar con Ortega –sin la menor fuerza- también le reconocen como gobierno.>>
Continua Cruz: “La debilidad profunda de este régimen es que no tiene ninguna legitimidad. Esa ilegitimidad, en algún momento, tiene que llevarlo más temprano que tarde a tener que hacer, desde su punto de vista, las concesiones adecuadas. Ahora van a ser lo menos posible, y de lo que se trate es que la oposición haga que esas concesiones, que son derechos, sean mayores, lo más amplio posible”.
De lo que se trata, para el pueblo, es que Ortega no pueda incidir más en la política, y no tenga capacidad de conceder o de no conceder nada.
No es cierto que Ortega no tenga legitimidad formal; y no es cierto, tampoco, que la falta de legitimidad le obligue a dar concesiones. Primero, Ortega desde el fraude electoral de 2008 carece de legitimidad y no ha tenido que hacer concesiones. Si alguien hace concesiones no es porque sea ilegítimo (Ortega tiene 11 años de ser ilegítimo), sino, porque está en crisis, porque se debilita más si no hace concesiones. Es decir, un dictador, como la lagartija que se desprende de la cola en una situación de peligro apremiante, debe verse obligado urgentemente a hacer concesiones. Y lo que corresponde, en consecuencia, es hablar de la crisis de gobernabilidad, de correlación de fuerzas, de estrategia, de lucha para arrinconar a Ortega.
En segundo término, Ortega es reconocido como gobierno legítimo por todos los países, a pesar de ser acusado por la masacre genocida de abril. La comunidad internacional, debido a sus propios intereses, es incoherente con los intereses de la estrategia nacional. Quienes se disponen a negociar con Ortega –sin la menor fuerza- también le reconocen como gobierno: esperan concesiones. Las concesiones se esperan siempre del más fuerte.
A Ortega le interesa que le dejen convivir en el poder. Si obtiene algo de legitimidad, a pesar de la represión brutal y del fraude, bien. Ya ha ocurrido antes, varias veces. La OEA, entre otros, le ha reconocido legitimidad luego dé cada coyuntura electoral, a sabiendas que ha hecho fraude y que ha destruido el Estado de Derecho desde el primer día de gobierno en 2007. La OEA ha validado las elecciones de Ortega incluso cuando le han tapado el radar. La tesis miserable es que al darle legitimidad le estimulan a permanecer comedido (dentro del neoliberalismo) a pesar del régimen dictatorial absolutista. Es la tesis que usa el propio Cruz para justificar que le ha servido como embajador en Washington de 2007 a 2009. Ortega, aunque ejecute una estrategia torpe, cuenta con dicha tesis del “puente de comunicación” que privilegia la comunidad internacional inconsecuentemente.
El candidato más torpe
<<Su consigna, entonces, es: ¡viva el fraude!>>
Un candidato, sin militancia y sin experiencia alguna, dice que si Ortega organiza elecciones fraudulentas “está frito”. En consecuencia, su tesis absurda es que bastaría que Ortega haga fraude para que Nicaragua sea libre. Su consigna, entonces, es: ¡viva el fraude! Este es el candidato más torpe (por el momento), piensa que el que pierde gana. Antes de dar una entrevista debería convocar a un plebiscito para que el pueblo conteste por él, ya que todas las decisiones de gobierno –dice- se adoptarán por plebiscito. Y dice que dios está por encima del Estado laico. Un Estado laico significa, exactamente, una nación laica. Es decir, que ninguna creencia religiosa influirá en las decisiones que atañen a la nación. Decir que de dios el cambio viene y que nada ni nadie lo detiene, públicamente lo inhabilita para ejercer la presidencia de un Estado laico. Si el cambio viene de dios, la nación y el Estado se ve influido por dios. No es más un Estado laico. En su fuero interno puede pensar lo que quiera. Al aspirar a la presidencia, públicamente no puede expresar lo que quiera, porque su actuación como tal no puede regirse por creencias religiosas.
Su programa, dice este candidato, es el que han elaborado cien especialistas, el cual aborda lo que se debe hacer desde el primero hasta el último día de los cinco años de gobierno. Un programa así es falso porque nadie conoce la correlación de las fuerzas sociales en la próxima coyuntura (lo más que se puede es levantar demandas programáticas de contenido ideológico, sin que se sepa cómo y cuándo se puedan implementar, que es la característica de un plan). Este candidato no tiene idea que se requiere un gobierno, precisamente, porque es imposible predecir, con ningún software de computación, los problemas diarios, y cómo enfrentarlos. Es absurdo que alguien lleve un plan quinquenal como programa de gobierno cuando sobre los medios de producción prevalece el régimen de propiedad privada.
Un comentarista (que ya no grita que vamos ganando) exige que los candidatos a la presidencia se pronuncien sobre el aborto a partir de concepciones religiosas. A su modo, exige que tengan concepciones religiosas para ejercer el cargo. Los candidatos podrán tener las concepciones que quieran, pero, determinadas creencias religiosas no pueden ser un requisito para postularse como candidato. Distinto es que los candidatos opinen sobre el aborto, pero, no que sus creencias religiosas o menos se conviertan en un criterio para ocupar la presidencia.
En este orden absurdo, Uriel Pineda, maestro de derechos humanos, dice que debe darle a Cruz el beneficio de la duda por servir de embajador de Ortega. ¿Por qué? Porque también él apoyó a Ortega en 2007. Dice Pineda: “Al menos yo no siento tener autoridad moral para cuestionar la colaboración de Cruz como embajador”.
Pineda se otorga impunidad, y se la otorga a Cruz, recubriendo ambas colaboraciones con su moralidad ambigua. Un análisis político no es un problema de autoridad moral. Pineda opina sobre política, y por seriedad debería opinar con responsabilidad política, no como niño. Es un prejuicio absurdo que alguien minimice un error o un delito porque él también ha cometido el mismo error o el mismo delito, en lugar de censurarlo y de incluirse él mismo en la censura. Máxime cuando Cruz reivindica que todo el tiempo ha sido coherente como analista.
Pineda advierte: “Mi análisis sobre el proyecto del canal me hizo concluir que este tema era una vulgar mentira y lo externé. Si yo, con menos instrucción, experiencia, conocimiento de la clase política y sobre todo de los números que representa Nicaragua, llegué a esa conclusión, me pregunto: ¿Por qué Arturo Cruz no concluyó lo mismo?”.
Pineda desconoce la lógica elemental. Una persona con mayor instrucción, experiencia, conocimiento de la clase política y sobre todo de los números que representa Nicaragua, es muy probable que llegue a una conclusión distinta a la que llega una persona menos profesional, menos experimentada y menos capaz. El argumento lógico respecto al error de Cruz con relación al canal interoceánico no es por comparación entre personas incomparables culturalmente, si no, por qué, a partir de tales o cuales premisas Cruz no extrae la conclusión lógica que corresponde, que luego, efectivamente, casi de inmediato, sería evidente a cualquiera.
Cruz minimiza la entrega de la soberanía nacional en la ley canalera, en concreto, con una observación en abstracto, repugnante: dice Cruz que Nicaragua cuadra su presupuesto con préstamos, en consecuencia, ya no tiene soberanía.
Todos los países (salvo pocos) cuadran su presupuesto endeudándose, en especial, EEUU, cuya deuda es 120.5 % su producción económica anual, con un gasto social en aumento (y Cruz no diría que EEUU no tiene soberanía, a pesar que su deuda creciente no es sostenible). El concepto de soberanía, en primera instancia, es político, está interrelacionado con el concepto histórico de nación y de Estado y, por supuesto, al concepto de independencia. La soberanía nacional es un concepto jurídico, formal. La ley canalera 840 es una entrega política de la soberanía nacional a un inversionista privado sospechoso, sin que, en tal entrega, de carácter jurídico, exista un préstamo de por medio. Cruz definió tal acuerdo entreguista como un hecho impactante muy beneficioso para Nicaragua, que le ha dado al país –dice Cruz- un reconocimiento global, por su credibilidad. ¡Nada menos que por su credibilidad!
El contenido de la soberanía atañe a las distintas formas de dominación y de dependencia, que se da por relaciones financieras, tecnológicas, de mercado, entre economías con distinto grado de desarrollo, que logran, por un intercambio desigual, que los recursos fluyan de los países en vías de desarrollo a los países desarrollados. Cruz aplica una relación estructural, económica, como si fuese una relación jurídica. De modo, que no diferencia el colonialismo de viejo cuño del neocolonialismo actual. La ley 840 significa una relación retrógrada, antinacional, con un inversionista internacional que puede vender por su cuenta, a voluntad, los derechos mal adquiridos –gracias a Ortega- sobre los recursos de la nación.
Alemania rebasará, como efecto de la pandemia, el umbral de aumento de deuda de 0.35 % respecto al PIB anual. ¿Perderá soberanía nacional? Alemania, mucho menos endeudada que EEUU, ¿tiene mayor soberanía nacional que EEUU? Evidentemente, Cruz maneja conceptos errados para encubrir de mala fe la política antinacional de Ortega.
Obviamente, en el proceso lógico de formulación de sus conclusiones respecto al canal, Cruz tiene cantidad de errores. Lo que corresponde a Pineda es demostrar el error lógico en el procedimiento (o en la falta de procedimiento) de Cruz para formular sus conclusiones.
Pineda plantea que Cruz (como candidato) enfrenta un dilema: “si no ofrece garantías de justicia, no contará con un respaldo popular y si ofrece garantías de justicia, Ortega no lo dejará llegar al poder”.
Esto no es un dilema. En lo que atañe a la justicia no existe dilema. Es una niñería de Pineda, una falacia, un vicio de razonamiento, una barbaridad (para ser educado). En un dilema, ambas posibilidades de actuación son igualmente buenas o malas para quien toma la decisión. Nada indica por cual posibilidad deba inclinarse.
Un maestro de derechos humanos debería saber -¡imposible que no sepa!- que la justicia no es potestad de ningún gobernante, y que su efecto importante es sobre la nación (no sobre el individuo, sea candidato o menos). No es algo que pueda o deba escoger un candidato (que va a jurar respetar y hacer que se respeten las leyes). La justicia es un derecho que compete a la nación, con independencia de la voluntad del gobernante. Sólo un dictador opina y decide en un tema que atañe a la justicia. Ello está a la base de la división de poderes.
Peor aún, es que Pineda suponga que el candidato debe considerar sus planes en función de que Ortega le permita llegar al poder. Si el candidato recibe el mandato de Ortega, y no del pueblo, entonces, es un candidato de Ortega. Y este candidato –si piensa como Pineda- luego dirá que no le preocupa y que no puede criticar ninguna claudicación desvergonzada ante la dictadura, porque no siente que tenga autoridad moral (por ser él mismo claudicante), ya que no conoce la autocrítica, y es incapaz de emitir un juicio racional objetivamente. El orteguismo existe, como vemos, no sólo en las instituciones, sino, sobre todo, en la cultura y en la conciencia política de buena cantidad de nicaragüenses, incluso, en los maestros de algo.
Volvamos a Cruz
“Yo no soy un líder histórico, no soy una persona que verdaderamente mueve masas en una plaza, ni mucho menos (dice Cruz, con cierta sinceridad). Pero sí creo que soy el candidato del momento (y hasta allí le llegó la sinceridad). ¿En qué sentido? En que yo creo que la mayoría de la gente de este país lo que quiere es algo de tranquilidad, y yo la tranquilidad creo que se la puedo dar. ¿En qué sentido? En que yo trato de ser lo más sensato posible, y trato de tener la apertura mayor hacia todos mis compatriotas, porque yo no tengo desavenencia con nadie”.
Es la visión más infantil de la política. El pueblo salió y murió en las calles demandando su libertad. Ahora, luego de la masacre, la demanda de libertad es mayor. Cruz ofrece a cambio de la libertad, su modo de ser, su carácter tranquilo. Ello –según dice- lo convierte en el candidato del momento. ¡No es posible estar más alejado de la realidad y de la política!
No es lo mismo que el pueblo desee que los problemas se resuelvan urgentemente, que querer tranquilidad. Sobre todo, cuando hay situaciones confrontativas políticamente en las que los problemas se resuelven luchando contra un poder abusivo que ocasiona los problemas. Cruz debió ofrecer que desmontaría el Estado absolutista, y que no estaría tranquilo hasta que hubiese justicia (porque el efecto disuasivo de la justicia, le da tranquilidad a la sociedad).
En estas situaciones críticas, se requieren políticos combativos al lado de las masas (políticos salidos de sus filas), no candidatos tranquilos salidos de los centros de cabildeo en Washington, abiertos hacia todos los compatriotas. Por algo Cruz no es un líder, ni mueve a las masas. Y, al contrario, provoca una desconfianza histórica. En una dictadura abusiva, represivamente criminal, un aspirante a dirigir la nación, tranquilo, no despierta simpatías en la población. El Cruz tranquilo está fuera de lugar en la realidad contradictoria, está tan fuera de lugar, así, abierto, sin desavenencias con quienes atacan al pueblo bajo una represión brutal, como estaría un camello en el agua.
La consistencia de Cruz con sus análisis
<<El gobierno desde abajo de Ortega fue el uso del poder de facto para impedir que se consolidara un Estado de derecho sin el sandinismo. El gobierno desde arriba ha sido para construir un poder absolutista: un Estado orteguista.>>
“Mira lo que escribí, mira como lo he hecho. Yo soy un analista y, en ese sentido, he sido consistente con el análisis”.
Y si el análisis es más que deficiente y, además, equivocado, ¿a qué sirve ser consistente con el análisis?
¿Cuál es el análisis de la situación política? No hay análisis de parte de Cruz, y no hay consistencia analítica. Cruz, tranquilo, sensato, abierto a los compatriotas, no es un estratega político, y no sabe, siquiera, que aún como historiador un análisis de la situación política es necesario hacerlo.
Nunca tuvo razón para apoyar a Ortega. ¡Demostrémoslo! ¿Cuándo el sandinismo dejó de ser partido de cuadros, con alguna ideología, para pasar a ser instrumento propiedad del caudillo, como le llama Cruz? Seguramente, antes de 1990 (al momento que gritaba dirección nacional ordene). Pero, indiscutiblemente, mucho antes de 2007. Entonces Cruz, como embajador de Ortega en Washington en 2007, si se ve lo que escribió y lo que hizo, se concluye que sabía conscientemente que él era, también, un instrumento mayor de Ortega (aunque se lo pidiera Carter, según dice). Traer a Carter como justificación, por algún comentario fugaz de Carter, sólo se le ocurre a Cruz. Se volvió un instrumento especializado de Ortega a sabiendas, encargado de lanzar polvo en los ojos en Washington. No precisaba que Ortega cometiera fraude en 2008 (como intenta racionalizar) para saber a quién servía. El fraude no es el mayor delito de Ortega. ¿Cuál es?
No sólo el partido era instrumento de Ortega, las instituciones del Estado (no digamos los embajadores que carecen de independencia), los poderes del Estado perdieron autonomía en los primeros días de enero de 2007, convirtiéndose en piezas serviles del aparato estatal orteguista. Lo cual, para determinar el rumbo dictatorial del país, es más grave que el fraude de 2008. Ortega aniquiló sistemáticamente la separación de poderes desde inicios de 2007, y la participación de otros partidos políticos en la competencia por el poder, lo cual, y no el fraude, es la esencia política de un régimen dictatorial. Ortega destruyó la capacidad de gobernar con efectividad, su objetivo inmediato fue controlar el poder como fuente de enriquecimiento parasitario, y de sustituir el mérito profesional por el servilismo y el terror.
El gobierno desde abajo de Ortega fue el uso del poder de facto para impedir que se consolidara un Estado de derecho sin el sandinismo. El gobierno desde arriba ha sido para construir un poder absolutista: un Estado orteguista.