Animales políticos

Erick Aguirre
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Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.

Artículos de Erick Aguirre

La rebelión ciudadana y la naturaleza de la oposición nicaragüense 
(¿Es posible acabar pronto con la dictadura y empezar a construir la democracia?)

No solo por los egos y ambiciones de toda índole y tamaño que hierven en su seno, sino también por otras causas profundas que se remontan a los males endémicos de nuestra historia política, la llamada Coalición Nacional Opositora se encuentra inmersa en incruentas y no tan silenciosas pugnas internas cuya imagen, ante los ciudadanos que observamos expectantes, es casi literalmente la de una pelea entre perros y gatos.

Algunos analistas simplifican esta crisis en la figura de una dramática y contradictoria tensión, producto de un debilitamiento relativo de la dictadura, que impone su fuerza pese a estar acorralada, enfrentando el aparente alejamiento político de sus poderosos aliados, el repudio nacional, la condena y el aislamiento internacional, más la galopante caída de los índices económicos y el estallido de la pandemia por el Covid19.

Por otra parte, se asume que el brutal aplastamiento de la rebelión ciudadana y el control absoluto del aparato represivo del Estado, han permitido el fortalecimiento presuntamente temporal del régimen, y al mismo tiempo la atomización o dispersión de los focos de rebelión y el debilitamiento de las fuerzas políticas de oposición.

Todo esto implicaría, de acuerdo con tal recuento, una tensión dramática reducida a un axioma de retroalimentación, según el cual, la constante crisis de la oposición política contribuye, también constantemente, a la oxigenación de una dictadura supuestamente agónica.

Acertado o no este análisis, la pregunta que ante él se impone es: ¿cuándo y cómo será posible romper o anular este axioma? Primero, creo yo, es pertinente profundizar o cuestionar sus hipótesis.

Dejando a un lado las presuntas debilidades o fortalezas de la dictadura, para mí el punto crucial está en desentrañar la maraña más o menos espuria de lo que últimamente nos hemos acostumbrado a llamar oposición, y diferenciarla hasta donde sea posible de lo que constituye verdaderamente el movimiento ciudadano de abril 2018 y sus actuales secuelas; aunque esto no implica rechazar la participación de nadie en un esfuerzo amplio e integrador para enfrentar y terminar con la dictadura.

Tal desentrañamiento es necesario, pues así sabremos, básicamente, quién realmente es cada cual, y por deriva con quiénes realmente cuenta la ciudadanía para acabar con la dictadura y empezar a construir la democracia.

Me parece que se incurre en una falsedad, o cuando menos en una generalización que conduce a una tergiversación de los hechos históricos, cuando se habla de «nuevos actores políticos».

Ni en la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD), ni en la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB) disputan actualmente hegemonías y liderazgos los «nuevos actores políticos». Mucho menos en los partidos llamados tradicionales o zancudos que se han sumado, entre jalones y empellones, a la Coalición Opositora. Más adelante en este mismo artículo trataré de explicar en detalle por qué.

Por ahora sólo llamo la atención hacia una necesaria distinción entre quiénes constituyen actualmente nuestra endémica clase política, y lo que realmente constituye el movimiento de abril y su rebelión ciudadana, de la que sí podemos considerar se deriva o derivaría potencialmente el surgimiento de los «nuevos actores políticos», actualmente reducidos, minimizados, absolutamente invisibilizados o cuando menos manipulados, instrumentalizados, domesticados o simplemente amordazados.

PERROS Y GATOS

Alguien, hace tiempo, solía decirme que hay personas (y por supuesto, añado yo, grupos de personas) que son como los gatos: animales de naturaleza salvaje que quizás solo fingen ser domésticos, simplemente se dedican a estar ahí, con aire de merecerlo todo, esperando que otros estén pendientes de sus necesidades, comodidades y caprichos. Son distintos a los perros, que a pesar de su origen también salvaje son leales, solidarios, capaces de inmolarse para proteger a quienes se consideran obligados a servir y defender.

Una prueba imposible con un gato, por ejemplo, es tratar de sujetarlo por el cuello con una cuerda. Si alguna vez alguien lo ha logrado espero me asombre con su anécdota. Los perros, al contrario, son dóciles. Algunos les ponen una cuerda y pasean con ellos por las calles, otros los atan por el día y los sueltan por las noches para cuidar con celo el ámbito que comparten.

La figura de perros y gatos creo que es útil no sólo para ilustrar los conflictos en la Coalición, sino para revelar los rasgos de una profunda y no siempre muy visible naturaleza antidemocrática en la práctica cotidiana de nuestros políticos. La imagen quizás permita visualizar a las principales figuras de nuestra imponderable oposición, revelándose ante nuestros ojos en el histórico papel de nuestra vieja clase política.

Algunos (no creo que todos) se resisten como gatos al control de sus acciones públicas, de sus oscuros amarres, de sus escondidos propósitos. Jamás dejarán que los simples ciudadanos les pongamos una cuerda, por muy sedosa que esta sea, alrededor del cuello. Nunca cederán al escrutinio público.

Rasguñarán y morderán a quien lo intente, como desde siempre lo han hecho los miembros de nuestra clase política ante las instituciones democráticas, que desde la inutilidad de cascarones a que siempre fueron reducidas, en teoría han pretendido circunscribir con estricto cuidado el radio de su acción y su conducta como entes públicos, que por si alguien lo ha olvidado solo deben obediencia a quienes han delegado en ellos para ser lo que son, o lo que pretenden ser.

ANIMALES POLÍTICOS

Esto nos lleva a pensar en la naturaleza del ser humano, que bien lo sabemos, es un animal político, y de su comportamiento se espera, cuando es erigido para fungir como sujeto público, al menos un reflejo de tal naturaleza.

Pero aquellos que en Nicaragua han constituido históricamente la clase política (en el gobierno o en la oposición), siempre se han resistido a los controles, precisamente públicos, que garanticen a sus pretendidos representados el cumplimiento de sus aspiraciones y la consecución de los propósitos para los cuales han sido ungidos a través de procedimientos supuestamente democráticos.

Digo supuestos porque la cultura democrática opera con normas que no pueden estar por debajo de la voluntad o las decisiones y ambiciones particulares de una persona, de una organización o incluso de un partido político. Y lamentablemente, en nuestra historia siempre ha ocurrido lo contrario: la arrogante voluntad de nuestras élites, de nuestros grupos políticos, de nuestros mentirosos gobernantes o en general de nuestra clase política, se ha impuesto secularmente sobre la voluntad soberana de los ciudadanos.

No se trata, sin embargo, de un problema solamente del pasado, sino también de un presente que no solo incluye la ignominia dictatorial de la familia Ortega Murillo; porque también las personas, los sujetos públicos que hoy pugnan por dudosos intereses en la llamada Coalición Opositora, han demostrado hasta ahora que no son ni por asomo la excepción en esta prolongada endemia.

LAS VERDADERAS DISPUTAS DE LA OPOSICIÓN

Hasta ahora los llamados líderes de las principales agrupaciones que conforman la Coalición han demostrado estar ceñidos por el mismo viejo patrón: reclamos, comunicados, proclamas y exhortos en nombre de la libertad y la democracia, y al mismo tiempo la negación, implícita o explícita, de esos mismos valores en los ámbitos particulares donde ejercen poder. Pero con frecuencia eso no es muy visible ante la opinión pública, a la que casi siempre logran distraer con verdaderas cortinas de humo.

El problema de los distintos análisis acerca del estado actual de esta crisis es que suelen generalizar demasiado, o suelen ser expuestos por personas cuyo directo o indirecto involucramiento político en las mismas acciones o escenarios que analizan, les impide por diversas razones auscultar los detalles, exponer la médula de las contradicciones, especialmente en lo que se refiere a la oposición.

Algo en lo que la mayoría de analistas no detallan o profundizan, es en la verdadera composición y naturaleza de lo que llaman oposición. En primer lugar no es cierto, como ya dije, lo que casi siempre se da por un hecho: que en las principales organizaciones que componen la Coalición Opositora operan «nuevos actores políticos». No son ellos, al menos, quienes verdaderamente las hegemonizan.

No es cierto tampoco que sus contradicciones internas se deban a que unos propugnen y otros se opongan a la vía electoral contra la dictadura. Todos sus integrantes, sin excepción, están a estas alturas comprometidos con el llamado «aterrizaje suave», o bien con lo que la OEA llama Ruta Constitucional. Todos tienen más o menos oculta bajo la manga una alternativa partidaria.

Quienes verdaderamente pujan tras las distintas siglas y figuras políticas de la Coalición, son los mismos partidos que forman parte de nuestra demeritada clase política. Un examen más o menos detenido puede fácilmente comprobarlo.

LOS ENROQUES DE LA ALIANZA CÍVICA

La Alianza Cívica, por ejemplo, si bien está ocultamente rectoreada por los poderes económicos, tiene una composición política en la que solo están como «relleno», y casi a título individual, algunos «nuevos actores», provenientes del movimiento autoconvocado (los llamados «sectores»: estudiantil, laboral, académico, campesino, etc.), cuya representatividad, sin embargo, en algunos casos ha sido cuestionada por sus propias bases.

La mayoría, sin embargo, o los más protagónicos, son «viejos actores» económicos y políticos que ya todos conocemos. Nadie podrá decirnos, a estas alturas, que José Adán Aguerri, Michael Healey, Juan Sebastián Chamorro, José Pallais, o aun el doctor Carlos Tünnermann, son realmente «nuevos actores políticos».

Lo cierto es que en la Alianza algunos responden más al capital, otros aparentemente están plegados a sus propias posiciones, y otros de alguna manera coinciden políticamente con las posiciones del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), que por otro lado también tiene algunos cuadros operando en la UNAB, y de cuya actual convicción democrática realmente es difícil dudar. Muy pocos ignoran que desde un bajo perfil monitorean y conducen astutamente las acciones políticas del MRS en la Coalición, los ex comandantes sandinistas Dora Téllez, Hugo Torres y Luis Carrión.

Pero no se crea que la opción o la carta político partidaria o electoral de la Alianza Cívica es el MRS, que como partido tendría pocos chances para participar en una hipotética contienda bajo el marco de la dictadura, que lo odia a muerte, sin mencionar el poco peso que aún hoy proyectaría en intención de voto. No, la carta partidaria de la Alianza es el partido Ciudadanos por la Democracia (CxL), que se ha negado a integrar la Coalición, cuenta con personería jurídica bajo el actual sistema electoral y es una escisión del pactista Partido Liberal Constitucionalista (PLC).

De hecho, la Alianza es quien menos puja en las pugnas internas de la Coalición. La estrategia de sus verdaderos rectores es empujar, hasta donde crean posible, los esfuerzos por lograr de la Coalición un amplio bloque electoral que aglutine en unidad a todos los sectores que están contra la dictadura. Si no se logra, su carta política electoral es, como ya he dicho, el partido CxL. En ese aspecto no existen variantes. Las ingentes pugnas internas de la Coalición las contemplan desde palco, y las protagonizan otros.

Si bien la Alianza fue parte de la UNAB, la verdad es que, quienes la hegemonizan, por su naturaleza nunca se sintieron allí muy cómodos y nunca se consideraron parte de ella. Las de ambas eran, y son, relaciones tóxicas, como dije en otro artículo.

Es probable que algunos pocos actores no provenientes del sector económico que figuran en la Alianza sí estén identificados con otros grupos que conforman la UNAB, pero su misión política táctica es permanecer en la Alianza Civica con algún nivel de protagonismo y capacidad de gestión. De todas formas, el raro y diría que también patético enroque consistente en salir de la UNAB para después integrarse a la Coalición, los mantiene siempre unidos a través de un hilo muy fino que no garantiza eliminar la toxicidad de la relación.

LA UNAB Y LOS CABALLOS DE TROYA

La UNAB por su parte, aunque es una verdadera sopa de letras y está conformada por casi un centenar de organizaciones agrupadas también por «sectores» (estudiantil, territorial, político, sociedad civil, etc.), desde que eligió con aparente transparencia pública su nuevo Consejo Político, pasó a ser controlada mayoritarianente por la llamada Articulación de Movimientos Sociales.

La hegemonía de la Articulación la ejercen dueños de oenegés con fuerte peso económico derivado de su ingente gestión financiera internacional, pero son vistos con desconfianza por los sectores más conservadores de la Alianza Cívica, quienes parecen considerarlos «populistas», «caballos de Troya» o presuntos adeptos solapados del Foro de Sao Paulo,.

Aunque algunos comentaristas en las redes confunden su naturaleza y suelen relacionarla equivocadamente con el MRS, la Articulación parece estar bajo el control de líderes supuestamente «quemados» como antiguos «ortodoxos» u orteguistas en los años noventa, como Julio López Campos y Mónica Baltodano, a quienes se agregaría ahora su hija Mónica López y otros ex militantes sandinistas como Irving Larios, Lea Guido y Alejandro Bendaña.

Desde un bajo perfil estos «viejos» actores políticos parecen «asesorar» la acción de los «nuevos actores

políticos», en su mayoría cuadros jóvenes subvencionados desde sus oenegés, que ahora ocupan convenientemente las más importantes posiciones en el Consejo Político.

La Articulación, sin embargo, parece enfrentar un importante contrapeso ejercido por otros cuadros y grupos políticos en la UNAB, que responden, algunos a posiciones solitarias e independientes, pero también, en mayor o menor medida, al MRS, por un lado, y por otro a la figura política de Félix Maradiaga, quien parece haber obtenido el respaldo de otro partido zancudo con personería jurídica, interesado en las expectativas electorales alrededor de la Coalición Nacional. Me refiero al Partido de Restauración Democrática (PRD), controlado por el pastor evangélico Saturnino Cerrato.

La hegemonía de la Articulación (que públicamente sugiere estar en contra de aterrizajes suaves pero que en privado se apresta a asumir acuerdos electorales) también enfrenta, a lo interno de la UNAB, las constantes presiones de grupos de autoconvocados organizados en los territorios, a quienes nunca consultan, pese a sustanciales desacuerdos, y a los cuales, pese a todo, a estas alturas creen tener bajo control.

LOS ODRES VIEJOS

Como puede verse, la idea inicial de este artículo acerca de que la revuelta ciudadana de abril 2018 ha derivado en pugnas políticas protagonizadas por la misma vieja clase política nicaragüense, no parece, después de lo descrito, tan descabellada como podría parecer si sólo es vista por la superficie.

Más aún: todas esas pugnas parecen apuntar a un escenario político electoral en el que partidos como CxL, PLC, PRD y MRS, adquieren cada vez mayor relevancia. Con excepción del primero, estos partidos ya han sido acogidos en el seno de la Coalición Nacional. Todo esto sin contar la más o menos visible actividad política del llamado Grupo de Centro Derecha (Noel Vidaurre, Jaime Arellano, et al), que no me sorprendería estuvieran relacionadas con el «oportuno» retiro de Alfredo César y su Partido Conservador de la Asamblea Nacional.

Quisiera equivocarme pero creo que estamos ante la misma constante de arreglos y pactos que por lo general han encubierto con demagogia y edulcoradas mentiras las espurias intenciones de todos los pactistas de nuestra historia: prebendas partidarias y acomodos políticos entre élites, caudillos y seudolíderes sociales.

LA CHISPA CIUDADANA Y LAS SALIDAS POSIBLES

La pregunta del comienzo, después de todo, se sigue imponiendo: ¿cuándo y cómo será posible romper con esta crisis y empezar a construir la democracia?

Ciertos analistas persisten en simplificar respuestas remitiéndonos a un debate en el que preponderan dos grandes propuestas: la de quienes se han comprometido con una opción electoral, y la de quienes proponen un gobierno de transición, que parece incluir a un buen sector de bases territoriales de la UNAB, quienes aparentemente «por la libre» propugnan por el desconocimiento de la legitimidad de origen del régimen Ortega Murillo y el emprendimiento inmediato de acciones organizadas de desobediencia civil.

Por su parte, desde una posición aparentemente alejada de los conciliábulos opositores, los directivos del Partido Acción Ciudadana (PAC), que controla Moisés Hassan, han criticado ambas opciones y se preguntan cómo es que se lograrían unas elecciones «transparentes, con garantías competitivas, honestas y creíbles”. 

Tampoco dicen encontrar explicaciones claras para saber cómo se lograría establecer un gobierno de transición o proponer una alternativa de poder, y argumentan que este planteamiento más bien justifica los argumentos del «sector electorero”.

Se preguntan por la posibilidad de lograr la unidad de todos los sectores políticos y sociales y cómo organizar de manera efectiva, en la práctica, un plan de desobediencia civil. Sobre todo se preguntan cuáles son las fuerzas sociales, económicas y políticas que lo impulsarán o lo llevaran a cabo. Con el hervidero de pugnas en la oposición, afirman, cualquier respuesta parece improbable. Y en ese punto sin duda tienen razón, con el añadido de que los poderes económicos siempre han saboteado esa opción.

Si embargo, la paradoja de este análisis es que tampoco proporciona respuestas a las mismas preguntas que se formulan a ambas propuestas, y finalmente dan pie a creer en el escenario que, según el sociólogo Óscar Rene Vargas, nadie ha tomado en cuenta hasta ahora: que el aislamiento internacional, la profundización de la recesión económica y la crisis del Covid19, desemboquen finalmente en una supuesta implosión social del régimen que, siendo francos, también me parece improbable a corto plazo.

Existe también un grupo independiente de ciudadanos denominado Incide, que preocupados por esta situación al parecer discute actualmente el planteamiento de que, independientemente de que los llamados poderes fácticos nos hayan conducido o arrastrado trágicamente a una situación irremediablemente cercana a un escenario electoral, y teniendo en cuenta que en el ámbito internacional ya es prácticamente imposible la deslegitimación de Ortega como «gobierno» en el mediano plazo, lo que simplemente hace falta es voluntad política para lograr una estrategia de unidad integradora que consiga la derrota electoral de la dictadura.

Si nos fijamos, todos hablan de una unidad al parecer inalcanzable. Pero este grupo plantea esa unidad alrededor de una variable interesante que según ellos sería el «pegamento» fundamental para lograr una estrategia cohesionada: el de un compromiso suscrito por todas las fuerzas, sectores o grupos participantes. El compromiso de constituirse, en un escenario de triunfo electoral, en gobierno de transición.

Afirman que una amplia Coalición Opositora no tendrá nunca el consentimiento ni el consenso que los políticos esperan, si pretende que con solo derrotar electoralmente a Ortega o al FSLN se resolverán todos los problemas. Por tanto plantean que esa unidad política electoral debe estar comprometida a un sólo mandato de transición tras derrotar al dictador, y que el compromiso de ese mandato, firmado por todos públicamente, sea encarnado en la formación de una Asamblea Nacional Constituyente que durante ese periodo emprenda las reformas profundas que presuntamente necesitamos para construir las bases de una genuina democracia y un Estado de Derecho

Aunque, siguiendo el sabio adagio popular, tengamos la tendencia a considerar todas estas propuestas como las cuentas de un muy optimista lechero, lo cierto es que la cercanía de la fecha de elecciones va colocando rápidamente a todas estas fuerzas contra la pared. En tanto, el temor y la desconfianza en las opciones políticas alternativas a una continuidad de los Ortega Murillo, sin duda estarán preocupando cada vez más a los poderes económicos. En ese laberinto, aparentemente sin salida, nos encontramos.

Hay un punto, sin embargo, en el cual coinciden casi todos los analistas, y que es necesario subrayar: el hecho fácilmente comprobable de que la chispa ciudadana de aspiración democrática que encendió miles de voluntades en abril 2018, ha quedado finalmente convertida en una leve llama latente en cada ciudadano. Una llama débil pero aún inextinta, una llama que puede y deberá volver a arder. Falta saber si será en las urnas o en las calles.

Erick Aguirre

Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Artículos de Erick Aguirre